3. La calma precede a...

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Dylan despertó transpirado y con mucho calor. A pesar de que estaban en verano, él siempre solía llevar puesta una chaqueta por comodidad. Pocas veces sudaba por calor, sólo cuando hacía ejercicio. Pero esa mañana había sido distinta, quizá por el sol intenso que entraba por la ventana o el recuerdo que tuvo mientras dormía. 

Restándole importancia, y luego de varios minutos de permanecer en la cama, se levantó y salió de su cuarto con rumbo al baño, pero cambió de dirección y se dirigió a la cocina.  

La casa estaba en total silencio. Al parecer su padre ya había ido al trabajo y su hermana aún no despertaba, al igual que su madre. Fue a la cocina y rebuscó en el refrigerador algo para desayunar. El frío que salió despedido de la heladera, estremeció la piel desnuda de su pecho. Había olvidado ponerse una remera antes de bajar.

Sacó un jugo de frutas y un sándwich, y se sentó a devorarlos en la isla de la cocina. La iluminación del lugar dependía de la luz solar que entraba por la ventana de la cocina arriba del fregadero. El silencio y la tranquilidad de la mañana, le permitió a Dylan pensar un poco en lo que habló con su madre la noche anterior. Era consciente del sufrimiento que le había causado a su madre hace ya dos años, cuando se hundió en las peleas callejeras. Y la historia se había vuelto a repetir con la depresión causada por la desaparición de Cara.

Pero, ¿era él totalmente culpable de lo que le sucedía? Su tendencia a rendirse no era algo más que hereditario. Su abuelo lo había padecido, y en gran parte de sus recuerdos, ese hombre mayor aparecía taciturno e indiferente a su alrededor.

Dennis apareció en el umbral de la cocina, interrumpiendo sus pensamientos.

—Buen día —saludó bostezando.

—Hola enana. ¿No es muy temprano para que estés despierta?

—Nah. Ya me cansé de  despertar al mediodía. A las vacaciones hay que aprovecharlas.

Dylan la miró a la vez que mordía su sándwich.

—¿Ahora eres una sabia, Yoda? —cuestionó hablando con la boca llena de comida.

—¡Hey, no se habla con la boca llena! Y tampoco me digas así como ese enano verde —finalizó abriendo la heladera para sacar yogurt.

—Pero cuando te enojas, te pones verde. Y la estatura no te ayuda mucho —agregó limpiándose las manos por su pantalón.

Enfurruñada, Dennis se sentó junto a él. Luego de un rato de estar en silencio, Dylan empezó a pegarle con la pierna derecha, para molestarla.

—Ya. Estás raro, Frankenstein —dijo frunciendo el ceño.

Sin responderle, siguió empujándola con su rodilla. Su propósito era simplemente molestarla.

—¡Me vas a tirar de la silla, tonto!

—Deja de gritar, gnomo histérico.

—No soy enana, tengo una altura promedio para mí edad.

—¿Qué? ¿La edad de duendes, dirás? —preguntó Dylan.

Por el ruido que causaron, su madre se levantó, y ya estaba en el umbral de la cocina cuando comenzaron a pelear.

—Disculpen, Frankenstein y Yoda. Hacen mucho ruido. Ayer dormí tarde y me duele la cabeza. Cierren los hocicos.

Dio media vuelta, y se perdió de vista. Desapareció tan rápido como apareció.

—Se nota que el taller le está quitando las energías —dijo Dennis.

Él suspiró. Hace un mes, desde que terminaron las clases, su madre había estado dando talleres de escritura en la biblioteca pública de la ciudad.

—Sí, lo sé. Pero la hace feliz y eso es importante. Además, es lo que siempre deseó hacer.

Su hermana hizo una mueca.

—Pero ya no está conmigo por las tardes.

Dylan le acarició la cabeza mientras ella terminaba su yogurt.

—Eres una enana posesiva, Dennis.

—¡Que no me digas enana, Dylan! —gritó riéndose.

Y desde el cuarto de su madre les llegó una advertencia.

—¡Callense ya, cuervos! O bajo yo y los agarro con una rama.

Ambos se miraron y tragaron saliva.

—Mejor me voy yendo antes de que Mamá se transforme en Darth Vader —anunció levantándose y tirando la botella a la basura.

—Me tienes cansada con tus referencias a La Guerra esa de las Galaxias.

Dylan se dirigió a la salida de la cocina mientras la señalaba con su dedo índice.

—Algún día me agradecerás que te haya hecho una niña culta.

—Sí, sobre mi cadáver.

Salió de allí riendo. Subió las escaleras y entró a su cuarto para vestirse. Pero se detuvo a mirar una luz proveniente de su escritorio. Era la pantalla de su móvil, que estaba encendida.

Lo tomó y leyó el mensaje que decía:

"Te espero en mi casa a las once. Confirma si podrás ir, así te envió la dirección"

Miró la hora en la pantalla y rápidamente tecleó una respuesta.

"Si, podré estar allí, Agente Koblic."

Apoyó el teléfono de nuevo en la mesada, mientras que buscaba una remera en su armario.

Casi toda su ropa estaba sucia o desperdigada por la habitación. Al menos las medias y los pantalones estaban ordenados.

La respuesta llegó cuando subía el cierre de sus jeans.

"Calle Montes Blancos 4582. Te darás cuenta que es mi casa cuando la veas"  

Mientras juntaba sus pertenencias para ir a su reunión con el agente, sus pensamientos eran positivos. Se sentía útil y valiente. Casi como un superhéroe.

Pero los héroes también sangran.





No me rendiréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora