4... la tormenta.

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Encontrar la zona donde vivía el agente no fue difícil, menos ubicar la calle. Pero al mirar la numeración de las casas, había algo que no cuadraba. La casa que coincidía con la dirección no parecía ser el hogar de un agente del FBI. Más que nada, era una casa de estilo europeo abandonada. Las plantas habían dominado la propiedad y se veían nidos de pájaros en el tejado.

Pero algo no encajaba en el panorama. El sendero que conducía a la puerta principal estaba marcado, claras señales de que alguien caminaba por allí con regularidad. Además, era la casa que coincidía con la dirección.

Dylan siguió observando la propiedad, tratando de encontrar el detalle que revelaría que el agente vivía allí. Después de pocos minutos, su búsqueda visual dio frutos, porque alcanzó a ver que debajo de una enredadera por la pared de la casa había una cámara, silenciosa vigilante. Sonrió con sorna mientras caminaba a la puerta principal. Golpeó varias veces la puerta de madera oscura sin recibir respuesta. Estaba a punto de sacar su teléfono para llamarlo cuando sonó anunciando la llegada de un mensaje. Era un mensaje de Robert.

Ve por la puerta trasera.

Le dio la vuelta a la casa de aspecto abandonada, y encontró una puerta gris con huellas de óxido. Estaba a punto de llamar con los nudillos, cuando la puerta se abrió revelando a un Robert vestido de sport, como si estuviera por salir a correr. El cabello húmedo y el rastro de perfume revelaban que se había duchado. Sonrió apartándose de la puerta.

—Pasa. Creí que te habías perdido.

Dylan entró a una cocina de aspecto sencillo, hasta un poco austero. Las paredes, de un color gris, sólo tenían estantes con objetos propios del lugar; platos, vasos y cubiertos. En la habitación destacaba la mesa circular llena de papeles dispersos y varios tipos de armas. En la pared frente a la mesa había una pizarra blanca escrita que no alcanzó a leer, porque el agente pasó por su lado sentándose en una de las cuatro sillas alrededor del círculo de papeles.

—Disculpa el desastre. Pero así me organizo yo. Sientate —indicó señalando una silla frente a él.

El tono autoritario le hizo recordar a su padre, provocándole un estremecimiento que el agente llegó a captar. Ya sentado, tuvo la oportunidad de observar la pizarra. No era demasiado grande, pero estaba lleno de información de varias personas. Todo su perfil psicológico, fotos, hasta la vestimenta que solían usar. Eran varios, y uno de ellos era Dylan.

Sorprendido, señaló con un tono disgustado de dónde había sacado toda esa información. El agente soltó una carcajada que ahogó con una explicación escueta.

—A veces creo que olvidas cuál es mi profesión y porqué estoy colaborando contigo.

Robert siguió ordenando los papeles, a la vez que desarmó las armas y las guardó en un maletín negro que estaba debajo de la mesa. El chico se removió inquieto en su silla, a la espera de que el agente le explicara el plan y su papel en él. ¿Acaso había olvidado su desesperación para encontrar a Cara?

El agente levantó la vista de una carpeta gris y centro su atención en Dylan.

—Si sigues teniendo esos movimientos que delatan tu nerviosismo, no podrás cumplir con la misión que tengo para ti.

Se obligó a detener el golpeteo de su pierna derecha, que ni siquiera notó que movía. Ya no pudo aguantar más el silencio y la tranquilidad de Robert al ordenar los papeles, e indagó cuál era su propósito en ese lugar.

—Casi todos estos papeles que ves aquí son para tu beneficio. Estos—dijo señalando una pila de hojas— son expedientes de todas las personas que suelen concurrir al Blue Midnigth, el bar que funciona como centro de venta de drogas. La policía de la ciudad está al tanto de todos sus movimientos —se levantó, acercándose a la pizarra— Por eso borran cualquier rastro o prueba que el FBI pudiese usar en su contra.

No me rendiréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora