Capítulo 16

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Hilda y Naru cayeron al mismo al bajar la improvisada ruta de escape del parque, por la carrera uno de los pies del joven castaño estaba inflamado. Detrás de ellos sus respectivos equipos se apresuraban a alanzarlos para darles protección en caso de que la batalla aun no hubiese terminado.

Los restos de mesas y estanterías rotas de más de algún local que fue dañado adornaban el suelo, en un camino de escombros de diversos materiales el cuerpo colosal descansaba en una posición incómoda en la que su rostro de aspecto terrible reflejaba la humillante mezcla de ira y dolor.

Naru estaba desesperado tratando de encontrar algo, la duda salía de sus ojos que se abrían más a cada segundo. Cuando estaba a punto de pedir ayuda a Hilda que estaba próxima al cuerpo, pudo ver por el rabillo del ojo que un hombre de estatura media estaba a la mitad de la avenida contemplando todo con una mirada muy diferente a la duda.

Sostenía su mano y debajo de su sombrero modesto de un gris sucio, se encontraban llagas calcadas de la piel de Hypno.

Antes de poder llamar la atención de Hilda, o que sus pokémon se reunieran con él, el cuerpo del pokémon tomó una posición imposible para cualquier ser humanoide, aparto a Hilda con la ayuda del factor sorpresa.

Pero la garra firme de un ser enorme de pelaje café con un halo amarillo tomó con firmeza al pokémon cuya alma parecía haber sido tomada por algún mensajero de la muerte. Estrelló su cabeza en el pavimento para inmovilizarlo, desde el camino de escombros llegó un viejo policía agitado por una carrera que hacía más de dos años no había tenido la necesidad de hacer, al menos desde el nacimiento de su cuarto hijo.

—¡Atrápalo!

Aunque la atención fuera puesta en su ursaring, la orden había sido dada para el agente Lucas que ya estaba persiguiendo al extraño por orden de su superior. La carrera duró hasta llegar a una plaza comercial semi abandonada por la disminución de clientes, muy cerca de la vieja estación del tren de ciudad Azafrán.

—Bien hecho—dijo el hombre maduro—déjenme darles su recompensa.

—No me da buena espina—dijo Hilda cuando se acercó a Naru.

Los dos chicos fueron arrojados a la parte trasera de una patrulla, para perderse en las frías entrañas de la ciudad.

Fueron llevados a una pequeña vivienda de renta a uno de los costados de la zona de comercial, muy cerca de la que alguna fue la compañía más grande de Kanto. Dentro de ella, los chicos eran tratados por los paramédicos y por el doctor de mayor confianza de entre los contactos de la policía de Azafrán.

A través de un pasillo de losetas del color del otoño, en una habitación amplia y limpia Hilda y Naru abrían la puerta para descansar un poco, orden directa y severa de parte del comisionado. Dentro se hallaba una reportera cansada que llevaba vendas blancas en sus brazos en contraste con la ropa sucia que llevaba, que era poco en relación a la de los recién llegados.

—Vaya que fue rápido.

Abigail se encontraba sentada en un sillón de piel, en sus piernas se encontraban varios libros que había sustraído de las estanterías modestas de metal. Al contrario de lo que parecería en primera instancia la velocidad en que ojeaba las paginas casi desesperada y su seño de nula atención hacia su entorno, dibujaban una escena de un hada rodeada de libros.

—Sí, que bueno que también estés viva—contestó con sarcasmo Hilda.

—Estamos bien, gracias...creo—dijo Naru.

—¿Sigues investigando?

—Ya me lo temía—confirmó Naru.

—Si se hubiera terminado no los hubieran traído aquí—respondió Abigail.

Pokémon: Sweet and Bitter StepsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora