Los sueños son extraños, te ilusionan. Una nueva mentira se anota en mi mente al despertar. Mientras suspiro, levanto mi cuerpo de la cama, que ya se ha convertido en algo más que un simple agregado a la monotonía de mi vida.Me arreglo frente al espejo sucio como cada mañana, aunque sé que mucho no se puede hacer por mi persona. Desconozco mis propias fantasías, y no entiendo por qué él me atormenta hasta en lo más ignoto de mi mente sin saberlo. Incluso en mis sueños no puedo librarme de mis arrepentimientos cotidianos.
Soraru-san.
No olvides lo de hoy, sé que siendo tú lo olvidarás, Mafu.
10:38 a.m. Recibido.No respondo el mensaje. Sólo suspiro sin saber que decir. Mi atención está lo suficientemente ida entre el pasaje de sueños imperfectos y una realidad deprimente.
Meto una pastilla a mi boca, cuando realmente deseo tragar veinte. Las llaves, el teléfono descargado en catorce por ciento. Apago las luces. Mis pies se mueven solos. Mis manos se abrigan con las largas mangas del roído abrigo negro menos antiguo de mi armario.
Sonrío para mí mismo, un "debemos hablar" revolotea juguetón entre mis ocupadas cavilaciones. Pensamientos demasiado primorosos para alguien tan poco agraciado como yo. Sé que mis audífonos dejan escapar la música que resuena entre mi cabeza y mis pensamientos, pero no me esfuerzo en dejar tranquilos a los otros viajeros del vagón semi vacío. Miro el chat de Soraru, ahora deseando escribir algo, pero por haber mirado el mensaje anteriormente e ignorarlo, mi querido amigo ya movió sus dedos raquíticos hasta el botón bloquear.
Realmente no sé qué hacer. No siento el ferviente deseo de enfrentarme a mis propios problemas que involucran a mi supuesto mejor amigo. De hecho, admito mi contante miedo a perderlo. No entiendo lo que ocurre por su cabeza. Aunque la verdad; ni siquiera entiendo lo que ocurre en la mía. Pensando en tocar sus labios, encaprichado con desear algo más que un saludo lejano. Estoy confundiendo mis alucinaciones de drogadicto con una realidad demasiado aburrida. Pero sé lo que quiero, incluso si mis deseos son un tabú en mi propia mente. "Un beso", mis propios pensamientos anhelan eso de mi mejor amigo, yo mismo lo recalco, un hombre. Serio, sarcástico y desagradable cuando quiere, pero dejando de lado todas esas cualidades negativas que me importan un pepino, de él, un hombre, mi cabeza se enamoró. Porque mi corazón no está enamorado de nada más que su voz y personalidad interior.
Pienso en todo eso mientras levanto una mano, temblando, saludando a la presa de mis poco acrisoladas fantasías. Susurro un rezo de buena suerte hacia algún Dios que sea piadoso con las almas como yo, pero hasta estar a un metro de él en este momento asfixia mi mente y anula la poca cordura que poseo.
—Debemos hablar.—Rasca su cabeza y sus ojos no llegan hasta los míos. Me siento triste, pero admito que no podría bajar la mirada a sus azulejos cristalinos, al igual que él no puede subir sus ojos hasta los míos.
Su etérea presencia camina grácil, sólo veo su masculina y pequeña espalda moverse tambaleante frente a mí. Él no desea ver mis ojos, y yo tampoco los de él (o al menos eso trata de convencerme mi orgullo barato), porque sé que su mirada conseguiría leer fácilmente mi asquerosa condena de amor prohibido, y se alejaría, dejando una fantasía incompleta otra vez. Debemos hablar, no sé de qué, pero realmente debemos hacerlo.
Realmente debemos hacerlo, por horas y horas. Necesito perderme en su voz y saborear sus labios entre fantasía etéreas. Cerrar los ojos oyéndole, y ya. Entonces mis sueños se harían realidad, y las alucinaciones que me seducen cada noche podrían estar completas.