1.- desorientados

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Una mañana de agosto a finales del verano, mi hermana había desaparecido, no había señales de una fuga, todas sus cosas estaban integras, nada faltaba, como si hubiera desaparecido en plena desnudez, tampoco nadie pensó en la posibilidad de un suicidio, ella era casi una adolescente de quince años con una alegría inmensa, ni el mas minucioso de los exámenes psicológicos habrían sacado ni un solo resultado negativo de ella; ella era como una estrella de gran masa que proyectaba una luminosidad impresionante cada que sonreía, y nosotros, todos los que nos atrevíamos a existir a su alrededor como espectadores, no eramos mas que un tanto por-ciento de materia interestelar que no significaba mucho.

Paso un largo periodo en el que mis padres vagaban por las calles pegando carteles con su fotografía y preguntando a los transeúntes con la esperanza de que alguien supiera algo sobre el paradero de mi hermana, mi hermano mayor revisaba los periódicos y revistas para buscar sobre el descubrimiento de algún posible cadáver en la zona y yo intentaba contactar a sus amigos del instituto para pregunta si habían notado algo sospechoso en ella antes de su desaparición, me sentía casi como un detective, pero nuestro esfuerzo y las noches de llantos y plegarias en vela de mi madre eran inútiles, llego un momento en el que considere la idea de que la luminosa y hermosa estrella que era mi hermana había sido atrapada por alguna sima cósmica que le había quitado todo su brillo y no la volvería a ver jamas.

Yo apenas y tenia diez años cuando ella desapareció, en un principio no creí que su desaparición me afectaría tanto, los primeros días sin ella los sentía como algo natural, como si el hecho de que ella no estuviera ahí fuera por una razón perfectamente justificada, pero a principios de noviembre descubrí lo que había provocado su inexistencia a mi alrededor, mis padres se separaron, o al menos así lo veía yo, ellos seguían durmiendo en la misma cama, comiendo sentados en la misma mesa y hablando con los mismos tonos, pero presentía que al apagar las luces y cerrar los ojos ellos se sumergían en una soledad y vacío absolutos que les era imposible superar, mi hermano mayor también lo notaba y parecía que el veía algo que yo no podía ver por mi corta edad, y a causa de ello el encontró su oportunidad de salir de la casa cuando conoció a una mujer en la universidad donde estudiaba y tomo la decisión de vivir con ella.

Todo era como si mi hermana hubiera sido la que trazaba la órbita en la que nos movíamos todos, todos los días, y al desaparecer ella no había nadie que nos señalara la trayectoria correcta en la que debíamos girar y ahora estuviéramos irremediablemente desorientados.

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