Sannin de Konoha 19

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Confesiones

Hinata dio un gran suspiro. El tipo de suspiros que anteceden a una confesión.

-Es imposible que esté enamorada de ese hechicero, señor...-y ahí miró directo a sus ojos azules -por que estoy enamorada de ti.

-¿De mí? -Naruto la miraba intensamente.

-Sí, tú sí me hueles bien. Lo supe el primer día, cuando me bajaste del muro del convento y me sentaste delante de ti. Creo que me enamoré de ti en ese preciso instante. Antes le dijiste a Kabuto-chan que tu juramento ha sido siempre tu única posesión, y por eso nunca lo quebrantarías... pero eso es mentira.

Él arqueó una ceja, sin mermar la intensidad de su mirada.

-no es tu única posesión...- ahí suspiró nuevamente, ya había confesado sus verdaderos sentimientos a su querido Sannin... pero todavía faltaba un poco más -mi corazón siempre ha sido tuyo y siempre lo será.

Sir Naruto observó la suave sonrisa que esbozaban los labios de Lady Hinata y sintió cómo se le helaba la sangre; cruzó la habitación en un par de zancadas rápidas. Rodeó el escritorio, llegó a la cama y sin acostarla, la aprisionó en sus brazos

-Mi señor ¿qué estás haciendo? -la sonrisa de Hinata se desvaneció en un santiamén. Forcejeaba para escapar.

Naruto le cogió los brazos y tiró de ella para levantarla. La elevó hasta tener sus ojos frente a los suyos. Cielo y Perla.

-¡Por el pulgar de santa Sakura! – dijo ella en un susurro; apoyó las manos en sus hombros y lo miró con expresión asombrada -¿Qué te pasa?

-Dilo otra vez...-su voz sonaba tan suave que se sintió acariciada por ella.

Era impresionante tenerlo ahí tan desconcertado. La ojiperla mordió su labio inferior.

-¡Por el fuego del infierno, señora, no estoy de humor para esto! -dijo en tono rogativo.

La sonrisa pícara de Hinata volvió a brillar en sus labios. -Te amo.

-¿Porque huelo bien?-preguntó sir Naruto.

-Sé que posiblemente te suene raro, señor, pero yo juzgo muchas cosas por cómo me huelen.

-¿Incluidos los hombres?

Hinata se ruborizó -Sabía que pensarías que mi explicación suena frívola.

-Eso es más que frívolo. Es una pura mentira. Cuando te aparté de aquella pared del convento y te senté delante de mí acababa de llegar después de un viaje de cuatro días a caballo. No me había lavado en todo ese tiempo, sólo la cara y las manos. Apestaba a caballo, a sudor y al polvo del camino.

-Sí, pero había algo más. Algo que yo reconocí.

-No creo que oliera a enamorado.

Hinata escrutó su cara -¿Cómo huele un enamorado, señor?

-No lo sé. Supongo que a rosas, lavanda y lirios. Seguro que no a caballo, sudor y polvo.

-Quizá tengas razón en cuanto al olor de otros enamorados, mi señor. No lo sé. -Hinata cogió dulcemente el rostro entre las palmas de las manos acariciando sus bigotes -Sólo conozco tu fragancia. La reconocí el primer día, aunque no sabía que era el aroma de un enamorado. Sólo supe que era la correcta.

-¿Y cómo es mi fragancia? -preguntó su esposo con interés.

-Es el olor de la madera de roble -dijo extendiendo su mano derecha y acariciando sus cejas - la fragancia del mar al amanecer –su mano bajó hacia las mejillas con sus marcas zorrunas que mostraban barba de dos días, apenas dibujada -Es un perfume intenso y excitante que deslumbra mis sentidos y me hace hervir la sangre –terminó con sus dedos en los labios de Naruto.

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