Capítulo XI.

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   Me había levantado temprano, me di una ducha rápida y opté por vestirme con ropa deportiva muy cómoda, porque a pesar que John iba a visitarme, yo no planeaba salir de casa. El pantalón era de algodón, bastante holgado y de color gris, mi camisa blanca y en vez de zapatos, llevaba un par de medias negras.

   El timbre tocó a la hora exacta qué John había dicho y bajé las escaleras con rapidez, nervios y algo de alegría: ¡el amor de mi vida estaba detrás de la puerta! ¿Qué más podía pedir?

   Al abrirla, me encontré con aquellos ojos marrones que tanto amaba. John llevaba una camiseta negra algo ajustada, pantalón de mezclilla algo roto en los muslos y zapatillas negras: también llevaba unas cajas de pizzas en sus manos.

   —¿Ves, Paul? No todos los príncipes llevan corona, ni son azules, ni te llevan a un castillo: algunos traen pizza a tu casa. ¿Verdad qué eso es mejor?

   —¿Entonces eres un príncipe? —y dejé que pasara, para después cerrar la puerta y recargarme sobre ella.

   —¿Lo soy para ti?

   —Sí... ¡pero yo no soy tu princesa, así qué no me vengas con esa!

   Él se rió, mientras dejó las cajas de pizza en la mesa.

   —¡Yo no estoy diciendo nada!

   —Bueno... —me dirigí hacia la mesa y me senté, luego él también lo hizo y procedió abrir la caja de pizza.

   —Es margarita —comentó.

   —¿Quién es Margarita? ¿Una chica? ¿Sales con ella? ¿De dónde es? ¿Por qué la nombras?

   —La pizza.

   —Ah.

   Agarró un slice, se la llevó a la boca y le dio un mordisco. Yo también lo hice, pero a la hora de comer pizza tenía una manía bastante peculiar: la enrollaba. Para mí era más cómodo comerla así.

   —¿Para qué la enrollas? —se rió, luego de tragar.

   —Porque sí —contesté y lo acompañé en su risa—. Es mejor.

   —Pero lo normal es comerla... normal. ¡Ah, verdad qué tú no eres normal! —carcajeó.

   —Muy gracioso —refunfuñé.

   —¿Quién diría qué íbamos a estar comiendo con el que nos gusta? Me refiero a qué... ni tú ni yo pensamos en que esto fuera posible.

   —¿Cómo dices? —lo miré.

   —Yo te gusto y nunca te imaginaste que por un mensaje ibas a estar aquí, conmigo; ni yo tampoco... ¿me expliqué?

   —Sí —sonreí—. Claro qué lo entiendo. ¿Sabes? Me iba a mantener bajo el anonimato por siempre.

   John se ahogó con la pizza.

   —¿¡Para siempre!? —bramó—. ¿¡Estás loco!? ¡Eso es imposible!

   —Pues yo lo iba hacer posible... claro, me delaté. ¿Y cómo sabías qué era yo si mi personalidad, al escribir, es muy diferente a cuando hablo?

   —Porque te ponías nervioso cada vez que estaba frente a ti y hablaba de 'Macca'; sin contar la foto que me mandaste de tus ojos y labios... ¡además vi tu apellido en la lista de tu curso!

   —Una parte de mí quería que lo descubrieras sin yo decirlo, pero la otra no. Estaba en un caos total —reí—, en serio.

   —Me imagino... Pero, Paul ¿Por qué no decirme 'hola, soy Paul' y ya? Digo, para evitarme un infarto a mí y un susto a ti.

   —¡Porque no! Me daba pena que ignoraras.

   —Pero no lo hice y eso qué pensé que eras un acosador... —dijo—. Ahora qué lo pienso, debería molestarme con George —bromeó—. Él no me dijo nada, guardó bien tu secreto —añadió.

   —Él me dio tu número... pero yo no se lo pedí. Me lo dio en un papelito —y volví a morder otro pedazo.

   —Pensé que se lo habías pedido tú.

   —Pues no. Tampoco soy urgido.

   —¡Se nota! —habló sarcástico.

   —¡Claro qué no!

   —¡Claro qué sí!

   —¡Qué no!

   —¡Qué no!

   —¡Qué sí! ¡No! ¡Claro qué no! —corregí y él se rió a carcajadas.

   —¿Lo ves? Lo has dicho tú mismo.

   Seguí comiendo, mientras que John hacía cosas como jalarme el cabello, hacerme cosquillas en el cuello, apretarme los cachetes y eso era jodidamente bien: era perfecto y no me molestaba, al contrario, me gustaba mucho. Luego comenzó a morderme el brazo, el hombro y me dijo que esa era su muestra de cariño. Amé eso.

   Después de la comida, subimos a mi recámara para ver alguna película en el ordenador. Aunque sabía que las claras intenciones de él no eran exactamente ver una película. Y eso me asustaba.

   —Aquí es mi habitación —cerré la puerta, me senté en el borde de la cama y eché mi espada hacia atrás para poder estar acostado—. No rompas nada.

   —Muy ordenado —se sentó a mi lado—. Me gusta.

   —Me obligan a tenerlo así —reí—. Ya sabes, mi mamá se vuelve como loca cuándo dejo algo desordenado.

   —¿Te puedo besar?

   Lo miré rápidamente cuándo dijo eso e inmediatamente me levanté de forma abrupta, pero John agarró mi brazo, me jaló e hizo que cayera, prácticamente, sobre él. Sostuvo mi rostro con una mano, mientras que con la otra seguía agarrando mi brazo.

   Nos miramos a los ojos y juro qué pensé que me iba a morir.

   —Tomaré eso cómo un sí.

   Y unió sus labios con los míos, para después comenzar a moverlos con lentitud. Yo no reaccioné. Me quedé inmóvil. No me lo creía. Pero dejé mis miedos atrás y le seguí el beso como si mi vida dependiera de ello. Estábamos ahí: besándonos, y eso era genial. El beso de John sabía cálido y profundo, tal como lo quería desde hace tiempo.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora