Capítulo II.

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   Bloqueé el teléfono y lo lancé a un costado de mi cama, me quedé mirando al techo y suspiré con pesadez. Sabía que no había sido la manera más correcta y cordial de iniciar la conversación, pero ya no había vuelta atrás.

   Desperté muy de mañana para ir a la secundaria. Me di una ducha, para después ponerme el uniforme que consistía en una camisa blanca, corbata negra, pantalón caqui color beige y unos zapatos negros. Allá siempre fueron estrictos con respecto al uniforme, pero yo prefería usar el pantalón algo ajustado y un poco arrugado en la parte baja.

   Llegué al salón con mi mochila en la espalda; por suerte la clase aún no empezaba. Me descargué en el asiento, saqué mi móvil y pronto sentí un peso extra en mi hombro, haciendo que diera un brinco.

   —¿Tan alterado estás? —se burló George y tomó asiento a mi lado—. Dime, ¿le escribiste?

   —Sí... le escribí.

   —¿Y qué tal?

   Le iba a contar lo que había pasado, pero decidí buscar la conversación en mi Smartphone y mostrársela. Mi amigo agarró el dispositivo, comenzó a leer, y con su dedo pulgar, bajó la pantalla para seguir leyendo. Hacía caras de sorpresa, negaba en sentido de reproche, y de vez en cuando, reía. Pero cuando dejó de leer, un semblante de molestia se hizo presente.

   —¿¡Cómo le vas a poner eso, estás loco!? ¡Paul, te di su número para que de plano le dijeras que eres tú!

   —¿Y cómo tú crees que le voy a poner 'hola, soy Paul, al que ignoras'?

   —Pero pensé que, al menos, serías un poquito inteligente y pusieras algo como 'hola, George' y que él te contestara que estabas equivocado, que era John, y así iniciar una conversación de gente normal... ¿¡cómo se te ocurre acosarlo de esa forma, Paul!?

   —No pensé en hacerlo así —murmuré—. ¡Mierda, la cagué!

   —Y sí que la cagaste...

   —Ayúdame, George —pedí—. Mira, tu eres su amigo, y no sé, puedes hacer que me desbloqueé, para seguir hablando.

   —¿Qué pasó? —se unió Ringo y dejó su bolso a un lado.

   George le contó brevemente lo que había hecho y él se escandalizó.

   —¿¡Qué clase de gente normal lo acosa de esa forma!?

   —Yo.

   —Mira —George carraspeó—, yo voy a tratar de agarrar su móvil y desbloquearte, ¿sí? ¡Pero debes prometerme que tendrás una conversación sensata!

   —Y qué le dirás que eres tú —concluyó Ringo.

   —¡No le puedo decir qué soy yo! —me apresuré a decir—. Va a saber que ya me gusta y se va a burlar de lo que le escribí.

   —Joder, Paul, ¿en qué lío te has metido? —masculló George, llevando la palma de su mano a la frente.

   —Pues que siga bajo el 'anonimato' —intervino el de ojos azules—; que comience a agradarle... y luego le dices que eres tú. Fin del asunto.

   —¿¡Y crees que será así de fácil!? —espeté.

   —Harás lo siguiente —contestó Harrison—: yo te voy a desbloquear, luego le escribes pidiéndole disculpas por ser tan... ¡tan imbécil! Y le dices que quieres plantear una conversación... una amistad con él y que se vayan conociendo más a fondo. Luego, a medida que conozcas sus gustos, le vas hablar en persona ¡sin mencionar nada de los mensajes! Y ya verás que todo va afluir... después le cuentas la verdad. Y listo.

   —Mhm... suena bien —y asentí—. De acuerdo, haré eso. No será fácil, pero...

   —¡Y sin estupideces! —advirtió Ringo.

   —Ya, vale —dije—. Sin estupideces.

   Por el rabillo del ojo, pude visualizar la silueta de un alumno parado en el umbral de la puerta. Se acercó poco a poco, giré mi rostro y me di cuenta que se trataba de John. Tenía un semblante de cansancio, algo angustiado y jugaba con sus dedos.

   —¿George? —titubeó—. ¿Puedes venir? Debo hablarte sobre algo... me pasó ayer y... me...

   —Claro.

   El aludido se levantó con rapidez y juntos salieron del aula.

   —Lo tienes nervioso —comentó Ringo—. ¿Y quién no? ¡Hasta y yo!

   —Ese es el efecto McCartney...

   —¿¡Efecto McCartney!? ¿¡Cuál efecto McCartney!? , será el efecto de la idiotez... ¡sí, señor! Ese sí es el efecto, en efecto, y valga la expresión.

   Estallé de risa al escuchar aquello.

   Pronto Harrison volvió y al verme, sacudió su cabeza en completa negación. Tomó asiento y me miró sin expresión alguna.

   —El pobre está nervioso —dijo por fin—. No durmió en toda la noche.

   —Mierda —mascullé—, fui un idiota, no debí...

   —Ya lamentarte no sirve de nada, Paul—habló Ringo—. Ya sabes lo que vas hacer ¡y no la cagues otra vez!

   —Sí..., está bien —suspiré—. ¿Y qué le dijiste?

   —Que era un fan loco —contestó riendo—; y que era inofensivo ya que, si hubiera querido hacerle mal, el último medio que buscaría sería el móvil, porque es muy fácil rastrearlo. Y gracias a eso, se quedó tranquilo.

   Justo en ese momento, el profesor abrió la puerta y comenzó a dar la clase con tranquilidad. Así pasó la hora: de una clase a otra, hasta que llegó la hora del descanso y bajamos a comer. Ringo me acompañó en todo momento, como siempre, y nos pudimos dar cuenta que John estaba bastante tranquilo.

   De regreso a la última clase —matemática—, tomé asiento donde siempre y me dispuse a sacar el cuaderno, mientras que hablaba con Ringo sobe cualquier idiotez.

   —Paul —y George se sentó a mi lado—, logré tener el móvil de John porque me dijo que lo sostuviera mientras iba al baño... por suerte estaba sin contraseña... así que entré a la conversación y te desbloqueé, ya puedes hablare otra vez ¡y no cometas más idioteces, por favor!

   Asentí como pude, pues la vergüenza me carcomía. Había quedado en ridículo frente a mis amigos y eso no me gustaba.

   Pronto la clase empezó y le dio entrada a un montón de fórmulas y números. Salí de ahí directo a mi casa, estaba algo emocionado por el hecho de escribirle a John otra vez, aunque eso me daba cierto temor y algo de pena por la vez anterior.

   Me di una ducha, comí el almuerzo que mi madre me había dejado y cuando estuve desocupado, procedí a escribirle. Pensé mucho sobre qué ponerle, pues no quería arruinarlo otra vez y al tener el mensaje ya redactado, lo envié.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora