Capítulo VI.

4.9K 531 1.1K
                                    

   Me encontraba frente al lugar donde íbamos a jugar bowling, eran las cuatro de la tarde, tal y como acordamos. Metí las manos en mi suéter gris, para después dar un suspiro, pues los chicos no llegaban. Miles de ideas inundaron mi mente; tal vez se habían puesto de acuerdo y se fueron para otro lugar. O tal vez entendí mal la dirección.

   Volví a mirar hacia el frente, pero claramente se podía ver que era un centro de juegos de bowling. No. No estaba equivocado: estaba paranóico.

   —¡Paul!

   Ante el llamado me giré y pude ver a los chicos acercarse. George llevaba una camiseta color verde —no tan bonita a mi parecer—, pantalón caqui color azul marino y zapatos blanco; él era de los que vestían de todos colores. Por otro lado, Ringo llevaba una camisa gris con gorro en la parte de atrás y bolsillos, su pantalón era blanco y sus zapatos del mismo color; él siempre vestía muy limpio. Y John... John llevaba su peculiar traje de cuero que lo hacía lucir jodidamente atractivo.

   —Hola, Paul —me saludó John—. ¿Todo bien?

   —Mmm, sí —respondí nervioso, ganándome una mirada no tan amistosa de George. A él le molestaba mi forma de reaccionar cuándo estaba frente a él—. ¿Entramos?

   Ringo sacudió su cabeza en reproche y claramente pude deducir por qué: prácticamente había perdido una oportunidad para entablar una conversación con John. Y lo peor, fue que me lamenté cuando ya habíamos entrado.

   —¿Y supongo que mañana tienes que hacer el trabajo de física, no George? —le preguntó John, mientras subíamos en las escaleras automáticas.

   El mencionado resopló.

   —Es un fastidio —dijo por fin—; es largo, muy largo.

   —¿Más largo qué el amor que Macca siente por mí? —y me miró.

   Sentí mis mejillas arder. Ringo rió y rápidamente giré mi rostro hacia el otro lado para evadir su profunda mirada.

   —¿¡Te dijo sobre eso!? —espetó George—. ¿¡O sea qué es de nuestro curso!? —me miró—. Qué cosas, ¿no? ¿Quién será?

   —Sí... sé mucho más —habló John, sonriendo y mirándome—; pero quiero dejar a ver hasta dónde llegas... digo, hasta dónde llega.

   —Cómo qué ya lo sabe —masculló Ringo y yo le di un codazo en el estómago—. ¡Auch, idiota!

   Llegamos al piso del bowling y casi no había nadie. Así qué rápidamente nos pusimos en el puesto correspondiente para comenzar a lanzar la bola hacia los pinos. Yo no tenía ni las más mínimas ganas de jugar —aparte que no sabía hacerlo—, así que me dirigí hacia los asientos y ahí me puse a ver cómo ellos se divertían.

   Ringo me visualizó a lo lejos, se quedó extrañado y vino hacia mí.

   —¿Qué pasó, Paul? ¿Por qué no juegas?

   —No quiero... Oye, ¿tú crees que sepa que ya soy yo?

   —Yo creo que sí —se rió, sentándose a mi lado—. Bueno, no sé... yo creo que sospecha que eres tú y te dice ese tipo de cosas para que hables.

   —¿Lo piensas así?

   —Sí —asintió—. ¿Por qué no lo saludaste allá abajo? Era una oportunidad para que hablaras con él.

   —Lo sé —resoplé—, pero es que me dio... me dio pena. ¡Es más, no sé ni para qué vine porque no sé jugar tampoco!

   —Dile a John que te enseñe.

   —No, gra...

   —¡John, Paul no sabe jugar, enséñale!

   —¡Ringo, no! —me apresuré a decir, pero ya era tarde: John venía hacia mí.

   —Bueno —se levantó—, me voy hablar con George para que ustedes dos puedan hablar... hablen, ¿sí? Mira, hablar ayuda a personas a entenderse y ustedes casi no hablan. Hablen, que hablar es bueno. Porque si no hablan, no pueden saber cosas de cada quién. Hablar es un mecanismo de...

   —Ya entendí, Ringo.

   Él se rió, le dio unas palmaditas a John y se fue. Al encontrarnos solos, él metió sus manos en el bolsillo de su chaqueta y tomó asiento a mi lado.

   —Paul, ¿puedo preguntarte algo?

   —Eh, sí, claro... —y tragué en seco.

   —¿Por qué eres tan distante conmigo? Digo, ¿te caigo mal acaso?

   —No, claro que no —le dije—. ¿Por qué piensas eso?

   —La respuesta es muy obvia, ¿no? Siempre me evades y me escribes por mensajes... bueno, no me escribes porque no tienes mi número —se rió—, ¿quieres qué te lo de? ¿O ya lo tienes? Supongo que ya lo tienes.

   —No, no, no —me apresuré a decir: sabía que si le daba mi número iba estar perdido—. Este móvil es de mi padre, lo estoy usando temporalmente porque el mío lo perdí.

   —Mhmm... —sonrió—, lo entiendo. Oye, ¿es normal que alguien tenga los ojos y los labios igual a otra persona?

   —Pues sí, es normal —dije y él se rió.

   —No creo... digo, todos somos diferentes, ¿no? A menos que dos personas sean las mismas.

   —¿Dos personas las mismas? —reí—. Claro que no, eso es imposible.

   —Yo creo que sí es posible.

   —A ver, ¿por qué dices eso? —formulé.

   —Dime tú.

   —¿Yo? —titubeé—. ¿Y por qué yo debería responderte eso?

   —Mmm, no sé —me miró—. ¿No te ha pasado que quieres hacer algo, pero te detienes?

   —Sí, yo me estoy conteniendo las ganas de salir corriendo.

   Él soltó una audible carcajada.

   —O que se te olvida —siguió diciendo—. ¿No te ha pasado qué planeas algo y luego se te olvida, y cuando lo recuerdas, ya es tarde?

   —Por eso es que tengo una lista de...

   —¿Cómo dices? ¿Lista de deseos o cosas por hacer, verdad?

   —Eh... —reí con nerviosismo—, mmm, todo el mundo tiene eso... creo.

   —Quizás no todo el mundo, pero sí hay otra persona que tiene una lista de deseos y es Macca... y estoy casi seguro que su lista es exactamente igual a la tuya.

   Si seguía hablando con John, me iba a dar un infarto. Estaba pálido, casi que sudando y tenía ganas de irme de una vez.

   —Bueno, yo me voy —y me levanté—. Adiós. ¡Adiós, chicos!

   —Hablamos luego, Paul —dijo en tono, a mi parecer, mordaz.

   Salí de ahí con rapidez, tomé el primer bus que vi y me fui a casa. No podía dejar de pensaren todo lo que me había dicho: si John ya sabía, me lo hubiera dicho de una vez por todas... pero, ¿qué estaba esperando John? Es decir, ¿hasta dónde iba a llegar? ¿Por qué no desenmascararme de una vez por todas? ¿Acaso estaba buscando algo más? ¿O era qué aún no tenía las pistas claras?

   Llegué a casa a eso de las seis y mis padres me estaban esperando para cenar. La hora de la comida siempre fue amena, con risas y una que otra broma hacia Mike por qué era un flojo.

   A eso de las nueve, cuando estaba en mi habitación con el pijama puesto y practicando algunas notas con la guitarra, el móvil —con un tono peculiar— sonó: era un mensaje de John.

   Y eso me asustaba. Pero también me gustaba.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora