Capítulo XIII.

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   —John es mi novio, no lo puedo creer. Es mi novio... mi novio, mi novio... ¡sí!

   Eso fue lo primero que dije al despertar. Había estado en shock durante el resto de la noche y caí en cuenta en la mañana al abrir los ojos y recordar aquel momento tan lindo. Pronto recordé que John vendría a las once, así que me apresuré a darme una buena ducha de agua fresca.

   Como era domingo, mis padres estaban en casa y eso me incomodaba un poco, pero decidí no prestarle atención. De todos modos estaríamos en mi habitación solos.

   Me vestí con un pantalón muy sencillo de mezclilla, mi camisa la escogí blanca y algo suelta porque a simple vista se podía ver que el día —o al menos la mañana— sería un poco caluroso, debido a los potentes rayos del sol a tan tempranas horas. Me había acostumbrado a andar en medias cuando estaba en casa, así qué esa vez no fue una excepción.

   Bajé a tomar el desayuno, apenas eran las diez y media, y John llegaría en cualquier momento. Me senté en la mesa, mis padres y Mike, mi hermano, me saludaron y ellos tres vestían sus pijamas, pues los domingos era para relajarse, ver televisión todo el día y nada de estrés.

   El desayuno consistía en un omelette con tostadas y queso, junto a un zumo de durazno, el cuál comí mientras hablaba con mi familia. Luego de eso, ellos tres se fueron a su habitación matrimonial para ver una serie que siempre frecuentaban juntos. Mike siempre fue un poco más allegado a ellos que yo.

   Subí a mi recámara, cepillé mis dientes y apliqué solo un poco de perfume, después peiné mi cabello. Me senté en el borde de la cama a esperar su llegada. Si una de las cosas que John me había demostrado, era su puntualidad y no solo conmigo; George también hacía menciones de eso, así que exactamente a las once, el timbre sonó. Les había avisado a mis padres que traería visitas, así que ellos no se molestaron por abrir.

   Abrí la puerta y mi estómago revoloteó al verlo. Llevaba una camisa de botones y mangas cortas, de color blanca y círculos negro, pantalón de negro  y zapatos del mismo color.

   A John le asentaba muy bien el negro. Bueno, a John le asentaba todo, incluso, hasta yo.

   —¿Cómo está el novio más lindo del mundo?

   Me ruboricé. Tenía una habilidad especial para hacerlo.

   —Deja de decir esas cosas —murmuré, dejándolo pasar—. Te ves bien hoy.

   —Lo sé —me guiñó el ojo—. Siempre me veo bien, así como tú.

   Subimos las escaleras al momento en que le contaba sobre la presencia de mis padres en casa, así que tratamos de ser bastante discretos en el asunto. Al entrar, John se descargó en el borde de la cama y se dedicó a verme.

   —Deja de mirarme así —le dije—. Me pones nervioso.

   —Ven aquí —palmeó a su lado e hizo lo que me pidió. Me rodeó con sus brazos, besó mi mejilla y me mantuvo abrazado, haciendo que yo descargara mi peso en su pecho y a su vez él apoyara la espalda en la almohada—. ¿Por qué eres tan tiernito?

   —¿Tiernito, yo?

   —Hermosamente tierno —añadió—. ¿Sabes? Hay algo esperando por ti afuera, deberías ir a verlo, no sé...

   Me levanté rápidamente y lo miré desconcertado.

   —¿Qué es?

   Él se encogió de hombros.

   —No sé —imitó mi acción, y estando de pie, me abrazó—. Ve a verlo.

   —¿Qué me trajiste?

   —Ve a verlo —se rió—. Vamos.

   —¿Por qué no lo subiste?

   —Porque es una sorpresa —contestó obvio.

   Con algo de expectativa, salí de mi recámara junto a John, para después bajar las escaleras y cuando llegué al living, de inmediato fui hasta la puerta y puse la mano en la perilla. Miré a John antes de abrirla y éste me sonrió. Sin más la abrí y justo en la puerta había una caja de regalo que no sé cómo no me había dado cuenta de aquello.

   —Ayer me dejaste todas las cosas que ganamos en la feria y me gustaría que las tuvieras tú. Además, hay cosas para comer porque quiero que estés gordito.

   Reí a carcajadas, la tomé entre mis manos y la abrí; efectivamente tenía el montón de cosas de la feria: las entradas, unos chocolates, frituras y el final, había un pequeño papel doblado.

   —Espero que no te cueste entender mi letra —se rió—. No, en serio. No escribo tan bonito.

   Le di la caja para que la sostuviera y me dispuse a desdoblar el papel. Contenía unas breves palabras, y al final un dibujo de él y yo.

   Te quiero mucho. Contigo quiero demostrarle al mundo que el amor joven sí perdura. Te quiero mi Paulie. Con mucho cariño: 1.000,000

   —Tampoco es que soy un perfecto dibujante. Pero hice lo que pude. Tampoco es que soy el mejor poeta del mun...

   Interrumpí su frase absurda con un beso, uno al cual él respondió con ternura. Fue un beso cómo los demás otros que nos dábamos pero este, en el fondo, se sentía muy especial.

   —Escribes hermoso. Dibujas hermoso. Eres hermoso.

   Y eso bastó para que dejara de decir estupideces.

   Después de eso, subimos nuevamente a mi recámara. Nos pusimos a comer los chocolates, al momento en que sacábamos las cosas de la feria recordábamos todo lo que pasó. Fue una tarde genial, llena de risas, juegos, y lo más lindo: besitos, abracitos y cariñitos.

   Decidimos ver una película en el ordenador y lo hicimos, pero a decir verdad, yo estaba muy concentrado viendo lo lindo que era mi novio, que ni le presté atención. Obvio, él se percataba de eso y dejaba de mirar la pantalla, para comenzar a llenarme la cara de besitos.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora