Capítulo X

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   —¡Y entonces me escribió qué le gustaba! ¡Le gusto! ¡Le gusto! ¡Oh, mi dios, es lo mejor qué me ha pasado en la vida! ¡Juro qué me di cómo tres bofetadas para saber si estaba soñando! ¡Pero no! ¡Me dolió! ¡Y si duele es porqué es real! ¡Le gusto a John Lennon! ¡Y me dio un besito! ¡Me dio un besito, un besito en la mejilla! ¡Me lo dio! ¡Me lo dio! ¡Le gusto! ¡Sí!

   Le había contado a mis amigos la historia alrededor de unas cinco veces: al llegar, en medio de la clase de historia contemporánea y en el receso. Estaba tan emocionado y ellos lo notaban, sabían que era lo que más me había alegrado en meses o tal vez años. Ni siquiera comí, le di mi desayuno a George y esa era la única forma de pago para qué me escuchara.

   —¿Quieres qué te de una bofetada yo, Paul? —habló Ringo—. ¡Ve y háblale!

   —Oye, Ringo, ¿estás demente?

   —¡No tienes nada qué perder! —bramó George—. ¡Ya le gustas! Así qué ve y habla.

   —¡Sí, anda! —insistió.

   —¡Sí, Paul, háblame!

   Abrí los ojos como platos al escuchar esa voz detrás de mí; estaba de pie en la mesa, así qué me di la vuelta y ahí estaba John, con su uniforme que lo hacía ver malditamente irresistible.

   —¡Nos vamos! —y los otros dos se levantaron al compás—. ¡La tarea de geografía!

   John bajó la mirada y sonrió, luego volvió a mirarme, para después acercase más a mí —cosa qué me hizo sonrojar aún más de lo qué ya estaba.

   —Ehm —tosí—. ¿Todo... todo bien?

   —Me gustas.

   —¿Yo? —carcajeé con timidez—. Sí, o sea... es decir, tú me lo dijiste ayer...

   —Sí, lo sé. Ahora dilo tú. Quiero escucharlo desde hace tiempo.

   —No.

   —¿No?

   —Me da pena y lo sabes —dije.

   —A mí también... y lo hice.

   —John... ¡me gustas! —y me di la vuelta para no verlo a los ojos—. ¿¡Feliz!? ¡Ahora debo irme!

   —¡Espera! —agarró mi antebrazo e hizo qué yo me volteara y lo viera a los ojos—. ¿Tan rápido?

   —El... trabajo, debo hacer el trabajo de historia con George y Ringo.

   John rió­—: Uno; no es historia, es geografía; y segundo, no tienen trabajo de geografía porque George me había dicho qué la profesora nada más les mandaba actividades en clase.

   —Eh... sí, ella... ella, ya sabes.

   —Entonces, ¿no te vas a ir, verdad? —y me soltó—. ¡No salgas corriendo! —espetó.

   —¿Qué te hace pensar qué voy a salir corriendo?

   —Tú mismo.

   Reí.

   —Claro qué no, no lo haré. Bueno, no sé... ¡es qué no me siento en confianza!

   —Pues yo tampoco, fíjate —se cruzó de brazos—. ¿O qué crees?

   —¡El sábado! —lo señalé y agarré mi bolso, para después comenzar a caminar para irme del patio—. ¡No se te olvide!

   —¡Pero si apenas es jueves!

   —Y luego viernes... después sábado.

   —¿No piensas venir mañana o qué mierda? —bramó.

   —¡No! —y sacudí mi mano—. ¡Jamás vengo cuándo hay ferias contemporáneas!

   —¡Pues adelantemos la cita! ¡Qué sea mañana! ¿¡Qué dices!?

   —¡Pero si eso abre nada más los fines de semana! ¡El sábado!

   —¡Entonces mañana iré a tu casa!

   —¡No te abriré!

   —¡Lo vas a lamentar, Paulie!

   Cuando llegué al patio techado, me escabullí por las escaleras hasta llegar a la biblioteca. Al abrirla, pude ver a mis dos amigos sentados en la enorme mesa y leyendo una revisa, a veces reían y al verme, soltaron una carcajada enorme; tanto así que la bibliotecaria los regañó.

   —¡Paul, Paul, mira esto! —Ringo se rió bajito y George se reprimió una carcajada—. ¡Es para ti! ¡Maldición, qué risa!

   Extendió una revista juvenil y me extrañó qué ese tipo de cosas estuvieran ahí. La portada era totalmente rosada, con cosas femeninas test ridículos y tenía una frese enorme en el centro "¿Cómo conquistar chicos? ¡Apréndelo y deja de pasar vergüenza!".

   Los muy idiotas no podían dejar de reír, mientras que yo solo los veía sin expresión alguna.

   —¡Léelo! —instó George, aún entre risas—. ¡Te hará bien con John!

   —¡Sí! ¡Lo debiste leer desde el principio!

   —Ya dejen de molestar —espeté y le aventé la revista al rostro. Pero al ver qué seguían riendo dije—: ¡Ya basta! ¡Dejen de reírse de mí! Busquen qué hacer.

   —¡Es qué...! —George volvió a reír—. ¡Es qué...! ¡dios, qué risa!

   El resto del día se la pasaron riéndose de mí. Y en la salida, por alguna extraña razón, no vi a John, así qué me fui a casa con unas grandes ganas de escribirle.

   Y de besarlo. Aunque eso sí qué no me atrevía en lo absoluto.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora