Capítulo V.

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   —No creo que sepa que eres tú.

   Ringo dejó la bandeja con el desayuno en la mesa y se sentó. Yo imité su acción, suspiré sin ánimo, para después beber un sorbo de agua mineral. Le había mostrado a Ringo la conversación y mi inquietud, y esté no tardó en opinar al respecto.

   Miré a mi entorno para ver su lograba localizar aquel chico de ojos marrones que me robaba el aliento, pero no.

   —¿Será qué no vino hoy?

   —Mhm, no lo sé —contestó Ringo, para luego dar un sorbo al zumo de piña—. Él nunca falta. Aparte, George fue con él y... mira, allá está.

   —No voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar, no voy a mirar...

   —¿Qué no vas a mirar, Paul?

   Di un brinco al escuchar esa peculiar voz de John, tenía el vaso de agua en mis manos y por ende, me lo eché encima del pantalón. Las risas de Ringo y George —quien llegó con él— no tardaron en salir, menos John: el me miró confundido.

   —Paul qué torpe eres —espetó George y se sentó a mi lado, mientras que John al lado de Ringo.

   —¿Qué no ibas a mirar, Paul? —volvió a preguntar.

   —A ti —le respondió Richard.

   Él frunció el ceño.

   —¿A mí?

   —No, claro que no...

   —Claro que sí, Paul —interrumpió el de ojos azules—. Si te da pena hablar con él.

   —¿Hablar conmigo? —se rió—. ¿Por qué?

   —Ringo, Basta —habló George—; al pobre le va a dar un infarto, está pálido.

   —¿A mí? ¿Infarto? ¿Por qué?

   John se quedó en silencio —al igual que todos— y se dedicó a mirarme a los ojos. Me sentí nervioso, traté de evadir su mirada, pero sólo logré que él se fijara más en ellos y que mis nervios aumentaran.

   —Son hazel, tenías razón... digo, Macca tenía razón.

   Mis piernas comenzaron a temblar, mi respiración se agitó y estaba seguro que mis mejillas y orejas se enrojecieron.

   —¿Macca? —y emití una suave risa—. ¿Ya sabes quién es?

   —No, claro que no —se rió—. Es solo que él dijo que tus ojos eran hazel.

   —Ah, claro... sí, son... son hazel —tosí—. Todo el mundo lo sabe, ¿no?

   Él se limitó a responder y se dispuso a sacar algo de su bolsillo. Miré a los otros dos: estaban igual de expectantes y tensos que yo, por la situación tan incómoda.

   No sé en qué momento pasó, pero John estaba justo al lado y pegó su móvil a mi rostro.

   —Se parecen a los labios de Macca.

   Rápidamente caí en cuenta: estaba comparando la foto de los labios y me aparté con brusquedad, haciendo que su móvil cayera al suelo.

   —¡Maldición, Paul! —expresó, levantándolo del suelo y suspiró aliviado al ver que todo estaba en orden—. ¿Qué te pasó? —y se rió.

   —Lo siento, de veras —tosí—; ¿le pasó algo?

   —Nada más me asusté... ¡y mucho!

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora