Capítulo VIII.

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   Me encontraba frente al teatro, eran las once de la mañana y se suponía que John debía llegar en cualquier momento. Había tardado unos minutos en elegir mi ropa, quería estar bien, porque según yo, esa era una cita. Al final, opté por una camisa gris plomo, pantalón blanco y unos tenis negros.

   —Mierda, ¿por qué no llega? —murmuré, mientras veía a varios chicos entrar con sus respectivos instrumentos—. ¿Y si ya llegó? Tal vez no vino... ¡o me dejó embarcado! O tal vez se fue con alguien más.

   —Ya llegué. Sí vine. No te dejé embarcado. Y no me fui con alguien más.

   Di un brinco al escuchar aquello, me volteé estando más rojo que un tomate y lo miré: llevaba un pantalón negro, camisa blanca zapatos negros brillantes y una chaqueta de cuero. Sonrió al verme.

   —Hola, Paul.

   —Hola... John —tosí—. ¿Y tu guitarra?

   —Se las di al profesor —y señaló a un hombre que apenas entraba al teatro—. Él va a ordenar todo.

   —¿Estás nervioso?

   Él se echó a reír.

   —Sí —admitió.

   —Lo harás bien, descuida.

   —¿En serio lo crees? —y se rió.

   —Sí, porque todo lo que me gusta es perfecto e imbécil; y tú eres la combinación de ambas.

   —Ay, qué lindo —sonrió—. Pero aún así... ¿¡por qué me dices imbécil?!

   —Porque lo eres.

   —En fin —suspiró—; ¿entramos? Empieza a las once y acaba a las doce.

   —¿Acabas a las doce?

   —Sí, acabo a las doce... ¡grosero, no me refiero a eso!

   —¡Yo no dije nada! —me apresuré a decir—. ¡Tú eres el mal pensado!

   —Sí, claro... como sea, vamos.

   Nos adentramos al teatro y John suspiró: sabía muy bien que estaba nervioso y qué lo haría bien. Tomé asiento en los puestos rojos, me puse en la primera fila para poder verlo bien, mientras que todos los familiares y amigos de los demás, se ordenaban en los demás lugares.

   El show empezó con un sonido de piano, una melodía bastante suave, luego se le unió la guitarra acústica de John —y dos más—, la batería, después la flauta dulce y por último el oboe. Todo era muy armónico, incluso melancólico: el sonido era muy suave, pero estaba esperando el momento en que John cambiara la guitarra. Y lo hizo: radicalmente dejó de ser un sonido suave y pasó a ser uno bastante ensordecedor, pero nunca dejó de ser lindo y tener el mismo ritmo. Claramente vi cuando John dejó la guitarra a un lado y agarró la otra, para comenzar a tocar y siguió exactamente el mismo ritmo sin perder el hilo. Me buscó con la mirada —aún tocando— y cuando logró verme me sonrió. Lo había hecho de maravilla.

   Cuando terminó todo, salí de último para ver si lograba verlo; pero no: supuse que estaba guardando todo o tal vez recibiendo cumplidos de todos, porque lo hizo estupendamente bien. Me quedé afuera, exactamente en el mismo lugar donde lo esperé. Mi estómago comenzó a rugir: tenía un hambre enorme.

   —¡Paul, Paul, Paul, Paul!

   Entre risas me giré para verlo y venía hacia mí casi corriendo.

   —¡Lo hiciste de maravilla! —le dije—. Te luciste.

   —¿Lo dices en serio? —me sonrió—. Gracias, Paulie. Me hiciste bien al venir.

   —Lo sé, le hago bien a todo el mundo.

   Él se rió.

    —Muerdo de hambre, ¿tú no? —objetó. No esperó a que yo le respondiera—: Yo sé que sí, vamos a comer algo. Mira, por ahí hay un local de comida rápida.

   —¿Pizza o hamburguesa?

   —Mejor las dos cosas. Elegir entre esas es cómo...

   —... elegir entre Macca o Paul.

   —Me quedo con Paul.

   —¿Por qué? —pregunté riendo—. ¿Macca es muy acosador?

   —Sí, y da miedo.

   Entre risas nos dirigimos al puesto de comida rápida más cercano; tardamos varios minutos en escoger qué comer, pero al final terminaros entrando a un local de hamburguesa y pedimos una de pollo para cada uno, con gaseosa y papas fritas. Nos sentamos en una de las mesas y procedimos a degustar nuestra comida.

   —Estas cosas son un robo —John refunfuñó—: lo único que tienes el pollo, queso, salsa y lechuga... ¡es todo lo que trae!

   Reí al escuchar aquello y le di la razón sacudiendo mi cabeza.

   Mientras comíamos, él me contó que le había causado algo de pavor tocar en público y que luego se fue acostumbrando, también que mi presencia lo hizo sentir más seguro; luego el cómo le hizo para cambiar de guitarra y en eso, la púa casi se le cayó al suelo.

   —Pero, en serio, lo hiciste bien —le dije, luego de reír y procedí a beber un sorbo de gaseosa.

   John pasó su dedo pulgar por la comisura de mis labios —cosa que me puso más nervioso de lo que ya estaba—, luego se limpió con la servilleta y me sonrió.

   —Tenías mostaza, Paul.

   —Ah, mmm, ¿mostaza? Ah, gracias —carraspeé—; gracias, gracias...

   —Estás rojito y nervioso.

   —¿Nervioso, yo? Claro qué no, John...

   Él sonrió.

   —Paul... yo que tu, no estuviera tan desprevenido.

   —¿Por qué? —y lo miré.

   —Mmm, tengo mis razones...

   —¿Razones? ¿Qué razones? ¿De qué hablas?

   —Paul —rió—; termina de comer.

   —No hasta que me digas... ¿de qué me tengo que cuidar? ¿Me harás pasar pena con lo de los mensajes, verdad?

   —¡Claro qué no! —se rió—. Te dije que nadie lo sabe... excepto Ringo, George, tú y yo.

   —Mmm... ¿entonces de qué me debo de cuidar?

   —De mí.

   —¿De ti?

   —Sí, de mí —volvió a decir.

   —¿Por qué de ti? ¿Por qué me vas hacer pasar pena, verdad? ¡Lo sabía!

   —¡Qué no, Paul! —y rió—. Ya deja eso, sabes que no lo haré.

   —¿Entonces qué harás?

   John no respondió, nada más me quedó mirando a los ojos y esbozó una sonrisa, haciendo que me pusiera más nervioso y que me enrojeciera más de lo normal.

   Llegué a casa a eso de las tres de la tarde; había pasado un día estupendo con John y con eso me bastaba para ser feliz el resto de la tarde, la noche y un par de días más... o tal vez la vida entera.

   Cuando estuve con ropa cómoda, me senté frente al ordenador y saqué mi móvil: quería hablar con él y eso era lo que iba hacer.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora