Capítulo XIV.

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   Jamás esperé a que llegara el lunes con tanta ansia. Quería llegar al colegio de una vez por todas para contarles a mis amigos sobre lo estupendo que resultó para mí el fin de semana.

   Y todo, todo me parecía bonito: incluso el bote de basura lleno de moscas.

   Lo primero que hice fue subir a mi salón con mucha rapidez: quería hablarles de inmediato y también llegué tarde. Los lunes nunca habían sido tan alegres.

   —¡George, Ringo, debo contarles algo!

   Ellos me miraron extrañados, pero supuse que ya sabían porque se sonrieron con picardía.

   Me senté a su lado, acomodé mis cosas y mientras saca el cuaderno, les iba contando con lujo de detalles lo que había pasado. Ellos sí lo sabían: me dijeron que John les contó —y le pidió consejo— cómo iba hacer todo. Sabían lo de la feria, la propuesta, la caja de regalos, la nota. Todo. Incluso hasta más que yo.

   —Pero estás feliz, ¿no? —habló Ringo—. Eso era lo que querías, ¿qué más puedes pedir?

   —Toda una vida con él.

   —Bueno, tendrás que acosarlo más —se burló George.

   —¡O tal vez saquen otra edición de cómo conquistar un chico para que sea tu esposo! —apoyó el de ojos azules, haciendo que George riera.

   —Ya, déjenme —pedí—. Estoy feliz y nada va a arruinarlo.

   —¿Estás seguro de eso? Porque hay examen de historia.

   —¿¡Qué!? —me escandalicé y ellos rieron.

   —¡Te arruiné el día! —espetó George—. ¡Punto para el equipo de George y Ringo! —y chocaron las palmas de las manos.

   —Pero, ¿hay examen o no?

   —No —contestó Ringo—. Nada más la tarea.

   —¿¡Cuál tarea!?

   —¡Ay, Paul! —bramó el de cejas gruesas—. ¡Estás perdido! ¡La tarea de física, joder!

   —¡No la hice! —me apresuré a decir—. ¿¡Me la prestan!? ¡Auxilio!

   —Tarde, ya el profesor llegó —indicó Harrison.

   —¡Pero si yo soy el veinte en la lista! Él lo hace por lista... ¿verdad?

   —No.

   El grito del profesor resonó en toda el aula—: ¡McCartney, la tarea!

   —Mierda —murmuré y me levanté; sabía que él siempre mandaba a salir del salón a los que no la habían hecho—. No la hice —confesé, con voz inaudible.

   —Ya sabes a donde ir —señaló la puerta y se bajó los lentes hasta la punta de la nariz.

   Mientras refunfuñaba, tomé mis cosas y salí del aula. Todas las miradas se posicionaron sobre mí, y estaba seguro que les pareció extraño, ya que yo jamás hacia ese tipo de cosas. Siempre fui responsable a la vista de todos.

   Cuando estuve en el pasillo, dejé mi bolso a un lado y me senté en el suelo. Estaba aburrido. También me sentía mal, puesto que me gustaba llevar mis asignaciones a la escuela. No era un mal alumno, al contrario: era conocido por mis casi excelentes calificaciones.

   En ese instante, escuché unos pasos por las escaleras y me asomé: John estaba subiendo y llevaba una mala cara, la cual cambió al verme. De inmediato se acercó a mí, se sentó a mi lado y me abrazó. Se sintió tan genial.

   —¿Y eso que estás aquí, Paulie? —me preguntó, para después darme un besito en la punta de mi nariz.

   —No hice la tarea de física y me sacó de clases —crucé los brazos—. ¿Y tú?

   —Ah, un llamado de atención por llegar tarde —dijo, con una pizca de indiferencia—. Es que me dormí tarde.

   —¿Y eso por qué? —fruncí el ceño.

   —Porque me imaginé una vida perfecta contigo y duré hasta las dos de la mañana.

   Reí a carcajadas.

   —¡Por favor, John! Dime la verdad.

   —Estoy diciendo la verdad. ¿O crees qué eras tú solo el que vivías enamorado de alguien que pensabas imposible?

   Me apresuré a verlo directo a los ojos.

   —¿Qué dices? ¿Cómo dijiste? ¿Tú también...? ¿¡Y por qué no me habías dicho nada!?

   —Por la misma razón que tú.

   —O sea qué... tú estabas enamorado de mí, mientras yo estaba enamorado de ti.

   —Sí... —asintió.

   —Y... ¿¡Por qué no me dijiste nada!? Me hubiese ahorrado una vergüenza.

   —Es parte de la historia.

   —¿Parte de la historia? —repetí.

   —Tal vez... más adelante, podamos contarles esta historia a nuestros hijos.

   —Los hombres no se embarazan.

   —¿Quién dijo que tú eres hombre?

   —¡John! —bramé, dándole ligeros golpes en su estómago, haciendo que él riera.

   —Ya, mi amor —apartó mis manos y las besó—. Existe vientres en alquiler y... —se interrumpió, luego carcajeó—: estoy imaginando una vida contigo y tenemos apenas dos días siendo novios.

   —Ojalá así sea siempre. Que te expreses de mí así, que digas cosas lindas de mí.

   —Lo haré. Porque en serio estoy enamorado de ti.

   No comprendía el por qué John había dicho estar enamorado de mí en tan poco tiempo; según yo, eso llevaba días, meses ¡incluso años! Pero lo cierto es que era real: yo estaba ahí, siendo su novio y queriéndolo. Y eso era lo que importaba. No quería pensar en el futuro porque me deprimía el suponer que él se iba a ir con alguien más; así que decidí vivir el presente y ser feliz, sin importar cuánto íbamos a durar.

   Tal vez toda la vida.

   Tal vez unos años.

   O unos meses.

   O quizás íbamos a terminar a la semana porque se hartaría de mí.

   Odiaba pensar en eso, así que mientras me perdía en su mirada, lo besé y me encontré a mí mismo. Supe que él era lo que quería para el resto de mi vida. Aunque tal vez 'el resto de mi vida' hubiera sido unos días. Para mí serían los mejores días de mi vida. Los momentos más felices y especiales.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora