Capítulo XV.

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   —Y así fue... ¿contenta, Stella?

   Ella me sonrió, de inmediato se levantó del sofá y me fue a abrazar. Sus mejillas estaban tan rosas como su vestido con detalles florares. La senté en mis piernas y le sonreí. Me había insistido varias veces que le contara cómo conocí a John. Incluso, me vi obligado a mostrarle capturas de pantalla de nuestras viejas conversaciones.

   —¿Amas a papi John?

   —Sí —le contesté, acariciando su melena rubia—. ¿Por qué no amarlo? Es imposible.

   —Papi Paul —sonrió—, yo quiero que me pase eso. Quiero que alguien me quiera así de bonito cómo ustedes dos.

   —Pero estás muy chiquita para eso —carcajeé—. Apenas tienes cinco añitos.

   Stella se encogió de hombros y me dio un abrazo fuerte, luego un beso en la mejilla.

   —Ve a jugar con tu hermanito Julian, debe sentirse solo.

   —Pero Martha está allá con él —se excusó.

   En ese momento, la mencionada ladró: estaba justo al lado de nosotros y pareció haberle gustado la historia.

   —¿Lo ves? Está solo. Anda ve.

   —¿Y papi John cuándo va a venir? —cuestionó al bajarse.

   —Está dormido —le dije—. Ya sabes que le gusta tomar siestas en la tarde. ¿Por qué no le haces cosquillas hasta que se despierte?

   —No hay necesidad de eso. Ya Julian lo hizo.

   Me di la vuelta y ahí estaba aquel hombre del que me enamoré a tan solo dieciocho años, llevaba a Jules en los brazos y éste tenía cara de sueño; a sus seis añitos ya tenía la misma cara hermosa de John, el cual estaba vestido como si fuera a salir. Dejó a Julian el suelo y de inmediato Stella lo tomó por el brazo y lo llevó hasta el patio a jugar.

   John se sentó a mí lado, me rodeó con sus brazos y besó mis labios varias veces. Sus besos estaban intactos. Me causaban la misma sensación de hace diez años. Descargué el peso de mi cabeza en su pecho y mientras jugaba con los pliegues de su suéter azul, él acarició mi cabellera.

   —John —me separé y lo miré a los ojos. Aquellos ojos marrones que ya no se veían tan joviales, pero que seguían siendo hermosos.

   —Dime, mi amor.

   —¿Recuerdas aquel día qué te pregunté por qué sucedió tan rápido el hecho de que nos enamoráramos? —pregunté. Él asintió—. Me dijiste que tenías la respuesta, pero que luego me la darías.

   —Lo recuerdo —sonrió.

   —Dime —insté.

   —Porque enamorarse no es cuestión de tiempo sino de eso que llaman química. Y tú y yo ya tenemos esa 'química'.

   Mis labios se estiraron hasta formar una sonrisa. Y tenía razón. Todo lo que decía tenía sentido. Lo abracé con fuerza y luego nos besamos de la misma manera como cuándo estábamos jóvenes. A eso era lo que se refería: la química jamás desaparece. Y nosotros teníamos esa química.

   —Voy a salir —dijo al separarnos—. Te debo una cena de aniversario —se rió—. Y estoy atrasado. Quiero que quede genial.

   —No te preocupes —reí a su compás—. Sabes que lo que más me importa es que tú estés conmigo.

   —Y estoy contigo... ¡pero tengo hambre!

   —Vale, está bien —carcajeé—. ¿Y los niños?

   —Los llevaré a casa de George, para que jueguen con Dhani y Zak.

   Llamó a Jules y a Stella, se despidieron de mí con un abrazo. Luego John se despidió de mi con un besito y se fue.

   Aunque al principió fui algo incrédulo con lo que John me había dicho, él sí sabía lo que estaba aconteciendo en el interior de nosotros. Él sabía acerca de esa chispa que teníamos. En aquella carta me dijo que quería demostrarle al mundo que el amor joven sí perdura. Y lo demostró.

   No fueron unos años.

   Tampoco unos meses.

   Ni terminamos a la semana porque se hartó de mí.

   Fueron diez años y los que vendrán.

   Porque de eso se trata el amor: de ser inseparables y no cambiar el sentimiento con el transcurrir del tiempo.

Hi, I love you ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora