CAPÍTULO 10. Misterios sin resolver

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Esperaban cualquier cosa menos aquello.

Una mina. ¿Por qué?. ¿Cuál era el motivo?. ¿Para qué iba a necesitar Fitzgerald de una?. Cada vez ambos estaban más convencidos de que, no tenían idea de cuáles eran sus negocios. Y esto, hacía enfurecerlos a los dos, en especial a Emma.

-Habla- ordenó tangente la joven a la guía.- Qué significa todo esto. Como trabajadora de Kendratán supongo que sabrás qué está ocurriendo aquí.

-No es una mina cualquiera- respondió ésta con cierta indignación ante el trato recibido.- Si os fijáis bien, los mineros no están extrayendo petróleo u otro tipo de contenido habitual. Es más bien, algo especial.

La joven trabajadora dirigió su índice hacia delante para indicarles algo. Su dedo apuntaba hacia lo más profundo de aquella fosa, y a pesar de la profunda oscuridad de la cueva, podía apreciarse algo aunque con poca distinción.

-¿Veis aquello?. Son las raíces del Árbol Sagrado. El Árbol Sagrado Éter.

De repente, los pensamientos de Emma se fueron a una única idea. ¿Qué narices estaban haciéndole al árbol más sagrado y honrado de aquel planeta?, ¿acaso lo estaban destruyendo?.

-Espero que sea una broma- intervino el rubio finalmente.- ¿Qué busca mi padre exactamente con esto?. ¿Qué quiere extraer de él?.

-Lo siento, pero eso es confidencial, joven señorito Strauss.

-Me está cabreando- añadió violentamente Emma.- O nos lo dices, o tendré que volver a hacer uso de mi armamento.

Sí. Lejos quedaba la dulce y tierna Emma Stevenson de la que era antaño. Pero, con su madurez y el paso del tiempo junto a Fitzgerald, no le quedó otra que adquirir esta nueva actitud. A fin de cuentas, debía defenderse de cualquier situación.

-Le prometo que yo tampoco dispongo de esa información. Está totalmente fuera de mi alcance.

La frustración se apoderó de ella y de sus sentimientos. ¿Qué estaba ocultando Fitzgerald?. ¿Qué era lo que tramaba?.

Pero, en aquel instante. Algo le sorprendió gratamente. A lo lejos, a las espaldas de la guía turística divisó una pequeña habitación de madera en el interior de la mina. En sus paredes, había una ventana de vidrio a través de la cuál atravesó con la mirada observando la figura de una persona que reconocería en cualquier parte. Era Cristine.

-¡Cristine!- exclamó Emma con tanto entusiasmo que parecía que se le iba a salir el corazón del pecho.

Sus larga cabellera azul ondulada junto con una columna llena de libros a su lado apilados. No cabía la menor duda, era ella.

Elementos II : La guerra de dos mundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora