Capítulo 1

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10 años antes.

Correr era lo que más me gustaba hacer. Me hacía sentir libre, con un dominio sobre mí que no tenía nadie más que yo misma. Me hacía recordar que yo era la dueña propia de mi cuerpo, que yo soy la única que mandaba sobre mí.

Esa era la magia que me hacía sentir el viento que azotaba contra mi rostro. Ese era el efecto que causaba en mí cuando mi cabello chocaba suelto contra mi espalda.

Pero toda libertad se termina; toda felicidad se corta; y toda sonrisa se desvanece.

Sentir los brazos de mamá rodear mi cuerpo era como para un criminal ser atrapado por un policía y ser encerrado en la cárcel. Ese era el sentimiento que tenía cada vez que mamá decía que era suficiente por ese día y nos encerrábamos en casa. Eso era lo malo de estar con mamá. Todo se terminaba muy rápido, todo se acababa con ligereza. En cambio, con papá podía correr hasta ver el atardecer en el patio, y ser una expectadora de cómo la luna ascendía por el cielo nocturno. Con él podía ser partícipe de más libertad, y más libertad era igual a felicidad. Y más felicidad... era tener esa sonrisa en mi rostro con la cual llegaba a mamá y le contaba con euforia todo lo que la noche me susurraba al oído.

Susurrar... Una palabra a la que Shannon le tenía miedo. Esa palabra que la envolvía en un misterio y la convertía en un encierro. Esa misma que una vez gritó, y dos, y tres.. y al menos veinte veces en una sola noche. "Susurro", la palabra a la que mi mamá temía, y si mi mamá temía de ella, yo también.

Mamá temía de la oscuridad, pero yo aprendí a vivir con ella. Aprendí a vivir en las sombras, a ser parte de ellas. Yo a la oscuridad no le temía, yo le tenía terror a una palabra, a esa palabra que desconocía y se me hacía horrorosa. Yo le temía a lo incierto, a lo desconocido. Yo le tenía pavor a los susurros, sin saber lo que eran. Sin saber que iban a ser los culpables del miedo de mamá.

Si hubiese sabido combatir contra ellos a lo mejor, y solo tal vez, mamá podría estar junto a mí en la oscuridad. Podríamos disfrutar mi papá, mamá y yo de una noche estrellada.

Escucharla llorar y gritar por las noches era más aterrador que esa misma palabra que me causaba un desconcierto dentro de mí. Escuchar la voz de papá tranquilizándola mientras ella sollozaba era doloroso, pero para ella lo era más. Verla al día siguiente, con unas ojeras enormes y su cabello todo desordenado era desquiciante, pero lo eran más sus enormes ojos que miraban atentamente cada rincón de la casa.

Escucharla tararear canciones de cuna en el auto, mientras nos dirigíamos al colegio era raro. Saber que luego de dejarme a mí en el colegio irían al psicólogo era extraño. Todos se burlaban de mí, menos una niña callada que me esperaba en la entrada del establecimiento. Esa misma niña que perdió a sus padres en un accidente y que era mi vecina.

Nos comprendíamos mutuamente, porque pronto yo la perdería a mi mamá. O eso es lo que escuché una noche en la que lo gritó.

Volver a paso apurado a casa luego del colegio junto a mi madre era agotador. Verla girar el cuello de vez en cuando, verificando que nadie nos siguiese era abrumador. Cruzarnos a hombres que caminaban por la vereda contigua era atemorizante para mamá, o eso es lo que me dejaba saber al ponerme del lado contrario al de la verdad.

Llegar a casa y tener que cerrar cada postigo era aburrido, estar con mamá se hacía aburrido, pesado y soso.

Verlo llegar a papá a casa, renovado de una alegría que desconocíamos a la mañana era reconfortante. Verlo saludar a mamá con una rosa en una mano y un chocolate en la otra era hermoso, y romántico. Escucharla a mamá ahogar un grito de exclamación daba ánimos a ser como ella. Pero tampoco tanto, porque a mí no me gustaba temerle a la oscuridad.

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