Capítulo 2

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Pasar una hora y media al lado de Boyer fue desesperante. Y además de eso, incómodo. Me miraba cada dos por tres, movía sus piernas, tamborileaba sus dedos, y sus miradas sobre mi persona eran insoportables.

No voy a negar que de vez en cuando pisaba su pie por debajo de la mesa, haciendo que dejase de mirarme.

Cuando sonó la campana que indicaba un receso, tomé rápido mis cosas y caminé junto a Gin y René, quienes ya se encaminaban a la puerta.

—Dijeron por los pasillos que este año la comida será mejor, y que habrá cocineras nuevas: más amables y mucho más pacientes, y jóvenes. Yo digo que por una vez el director hizo algo bien. — con René nos carcajeamos por la indignación de Ginger, quien traía el ceño fruncido y sus brazos cruzados sobre su pecho—. Sólo que todavía debemos pagar la comida que pedimos, siendo que ya bastante aportamos con la cuota. Me indigna.

Palmeé su hombro y me enganché de su brazo, tironeando levemente de ella. Le saqué una pequeña sonrisa, y también una risita baja.

Cuando éramos chicas, y mi madre aún seguía con vida, Gin era de enojarse muy seguida. Lo sigue siendo, pero con menos frecuencia. Al enojarse, yo la tomaba del brazo y caminábamos con nuestros brazos entrelazados, charlando de cualquier cosa que a unas niñas de cinco años les parecía interesante. Así, caminando y charlando, se olvidaba de su enojo. Luego, cuando estaba feliz, se daba cuenta de mi método, y se reía. Como pasó recién.

—Mientras lo que nos sirvan sea tanto masticable como comestible, yo no me quejo — la codeé, y le regalé una pequeña sonrisa—. Al menos, estaré agradecida por ello.

René asintió conforme conmigo, y se mantuvo callada todo el camino hasta llegar al comedor.

La rubia era la más callada de nosotras tres, y quien encabezada la lista de más charleta y lengua larga era Ginger. Yo era como un intermedio: sabía hablar en el momento indicado, y cuando lo era necesario. En cambio, Gin era una de esas personas que intentaban sacar cualquier tipo de conversación con tal de no pasar el tiempo callada. Y la comprendía, al ser chiquita no tuvo a sus padres, y ese trauma que tuvo al ver a sus padres morir la dejó callada por muchos meses. La trataron psicólogos, pero nada surgía efecto; ese trauma no se va más. Al llegar a nuestra cuadra, decía algunas palabras, y hablaba poco con su tía. A mí no me hablaba, y pensé que le desagradaba. Hasta que lo soltó todo, y se hizo más abierta conmigo. Comenzamos a contarnos cosas que a las dos nos dañaron mucho, a rememorar tiempos buenos, y crear nuestros propios buenos momentos.

Nos hicimos inseparables, nadie nos vencería nunca. Una cuidaba la espalda de la otra, y viceversa. Éramos nosotras contra el mundo. Y eso me gustó, me enloqueció. Por fin tenía una amiga verdadera, alguien con quien compartir mis problemas, inseguridades y secretos; alguien con quien supe que jamás me traicionaría. Problemas y charlas que con un hombre como mi padre no podría tener.

Él no me comprendía, verdaderamente no lo hacía. Se la pasaba encerrado en su despacho, sin crear ningún lazo de padre e hija conmigo, simplemente lo sentía como un niñero; o algo parecido. Me daba consejos inservibles, me daba dinero con el que tendría que arreglarme y me dejaba la comida en el microondas. No teníamos un lazo fuerte como lo tenía Ginger con su tía. Y la envidiaba, yo también quería tener un familiar con quien confiar cosas que me pasaban día a día. Pero todos estaban fuera del país; una vez que mi madre falleció, todos nuestros familiares, incluidos mis abuelos, se tomaron la vida como algo más que pasar el día a día con esa persona que amas; ahora viajaban todos los días, procurando "disfrutar" de la vida. Conocer nuevos lugares, culturas diferentes y creencias atípicas a las suyas. Sabía divertirse, a su manera; pero todo lo que me dejaban a mí era un odio irremediable hacia ellos, y una decepción grandísima. Me sentía traicionada, tal y como lo hacía con mi papá. Mi familia era una verdadera mierda.

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