Capítulo 13

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En la vuelta a casa pensé que nos quedaríamos callados, pero fue papá quien rompió el silencio. Apretaba con fuerza el volante, enojado de lo que estaba sucediendo.

—¿Quieren contarme qué sucedió, chicas?

Ginger aspiró aire, lista para contar su parte.

—Nos enteramos que René es una cazadora —Eddy me miró de reojo, sopesando cómo iba a ser mi reacción. Mantuve mi rostro intacto, sin moverme un centímetro—. Kate se fue antes y ella me tomó, supongo, como rehén.

Papá dejó de ver hacia la carretera para juzgarme con sus ojos celestes oscuros.

—¿La dejaste a tu amiga sola? —me cuestionó, apretando la mandíbula—. ¡Es que estás loca, Katherine!

Golpeé el suelo del auto con mi pie, mirando a otro lado. Lo único que me faltaba, un reproche por parte de mi padre. Conecté con los culposos ojos de Ginger, quien movió los labios, diciendo un lo siento. Algo que no arreglaría el enojo de papá.

—Piensa lo que quieras, Eddy. Deja de molestar solo por hoy, ¿quieres?

—¡Respétame, hija! Soy tu padre, por el amor al cielo.

—¡No eres un padre, jamás lo fuiste conmigo!

El auto quedó en un silencio sepulcral, en donde solo se oían nuestras respiraciones. La tos de Ginger fue lo que cortó el silencio y luego el auto parado. Eddy ayudó a Ginger a bajar en su casa.

Una vez ella entró a su casa, papá volvió a mi lado, con los ojos decaídos y un semblante de tristeza.

—¿En serio ya no me consideras un padre, Kate? —su voz salió dolida, como si escuchar lo que dije le sorprendiese en lo más mínimo.

Tragué el nudo de lágrimas que se formó en mi garganta, aguantando el dolor que esta situación me producía. Me molestaba tener que darle explicaciones a mi padre cuando la única que merecía saber todo lo que estaba sucediendo era la chica que acababa de irse de mi auto. Él no tenía por qué saber lo que sucedía en mi día a día, se perdió esa oportunidad en diez años en los que me dejó de lado.

Ahora no podía venir y querer recuperar los años en los que más lo necesité, cuando las peores cosas sucedían en mi vida. ¿Presentarse en mis exposiciones, mis concursos y actos? ¿Acompañarme a la escuela cuando lo citaban para alguna actividad en familia? No, nunca. Siempre me asignaban a un padre sobrante o una maestra que se mostraba dolida por mi propio dolor.

Y eso era lo mínimo: había sucesos en los que necesitaba consejos de mi madre, y en su defecto de mi padre. Pero yo no tuve a ninguno, ni siquiera otro familiar.

—Desde que mamá murió me abandonaste, Eddy —me crucé de brazos, mordiendo mis mejillas internas. Dolía decirle lo que sentía, tener que contarle todo el dolor que me guardé por tanto tiempo—. Dejaste de serlo ya hace mucho.

Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando lo miré, igual que los suyos. Verlo llorar era mucho peor de lo que imaginé. No me gustaba verlo sufrir, a pesar de que él me hacía mal. Era mi padre, joder, lo seguiría siendo siempre. Y lo amaba, obvio que lo amaba, aunque le dijese lo contrario.

—No sabía que te hice tanto mal, hija —el auto se apagó: llegamos a casa. Su mano apretó mi pierna, sin ejercer fuerza—. Si solo me hubieses dicho...

Me giré a él, escandalizada.

—¡Lo hice, Eddyson! Quise hablarte tantas veces —le aclaré, soltando las lágrimas—. Siempre me decías lo mismo: estoy ocupado, cuando vuelva. ¡Y no volvías! A la noche comía sola en mi habitación, no te veía casi nunca. ¿Qué es lo que te tiene tan entretenido, Eddyson? ¿Qué es lo que te saca el tiempo para estar con tu hija, ¿eh?

Tú DecidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora