Desperté de repente, con el corazón latiendo a mil por hora en mi pecho. Llevé una mano al lado de mi corazón, intentando vanamente de tranquilizarlo. Respiré un par de veces y miré a mi perro, quien dormía plácidamente a mi lado.
Estiré las manos, viendo gracias a la luz de la luna mis uñas marcadas en las palmas. Suspiré, quitando de encima de mi cuerpo las calientes sábanas.
Arrastré los pies hasta el cuarto de baño, atravesando en la oscuridad la habitación de mi padre y la mía. Mojé mi rostro, mirando mi desastroso reflejo. Me sonreí apenas, con un tic en mi labio al estirarlo tan falsamente.
Volví sobre mis pasos, pero al llegar a la escalera escuché crujir un peldaño, por lo que corrí despavorida hasta mi habitación. Cerré rápido la puerta de mi cuarto, metiéndome bajo las calurosas sábanas, con Cuky acurrucándose a mi lado.
El perro me daba la certeza de que no hubiese ningún infiltrado en casa, nadie que hiciese pender de un hilo mi vida.
Tapé hasta mi seguro pálido rostro con las mantas, sintiéndome torpemente protegida, además de la gran ayuda que me propinaba Cuky como mi guardián. Los pasos no cesaron: caminaron alrededor de mi puerta, dejándome ver por la rendija de la puerta la sombra de alguien. No sé si lo siguiente lo soñé o realmente sucedió, pero alguien ingresó a mi habitación y susurró tan bajo que no logré escuchar sus palabras.
El frío viento que se levantó por esa presencia erizó mis vellos bajo las telas que me cubrían de la gran amenaza que me miraba desde mi puerta.
Cuky se despertó de su entresueño, ladrando a quien se atreviese molestar mis sueños y presentar peligro hacia mi vida.
—Está bien, peludo —palmeé a mi costado bajo las sábanas, en donde Cuky vino más que gustoso. Se tiró a mi lado, jadeando con la lengua afuera.
Cerré los ojos e intenté soñar, soñar con mis amigas, mi padre, mi madre. Aunque mamá representase un mal augurio en mis sueños, era encantador verla sonreír a pesar de ser un producto de mi mente: de lo que más deseaba en esta vida.
Pero esta vez no fue un sueño, ni siquiera un augurio de mala suerte para mi siguiente día: fue una pesadilla en donde los cazadores y susurros me desintegraban. Me quitaban mis más preciados pensamientos, sentimientos y momentos. En donde me despedazaban con cuidado, lenta y dolorosamente.
Jason estaba en el sueño, sonriendo con suficiencia, cruzado de brazos y mofándose del dolor ajeno. Disfrutaba verme sufrir, retorcerme en mi propia agonía.
Mamá sostenía mi mano, me tranquilizaba y decía que el dolor amainaría una vez que los susurros me consumiesen completamente, que nada malo sucedería: ella estaba a mi lado, me cuidaría y conduciría a mi lado todo el tiempo.
Lloré, lloré de dolor; lloré de impotencia, de tristeza y frustración. Lloré porque no podía despertar, porque era tan real que dolía. Me sentía una marioneta de los deseos oscuros y retorcidos de Jason, quien quería ver rodar mi cabeza.
—¡Despierta! —abrí desmesuradamente los ojos, intentando tragar todo el aire posible a mis pulmones. Papá estaba parado a mi lado, con una sonrisa gutural—. Hoy es el gran día, Katherine.
Me estiré en la cama, suspirando con un verdadero cansancio. No había podido dormir del todo bien: la pesadilla consumió mis pocas horas de sueño, las convirtió en un dolor de cabeza.
Papá destapó mi cuerpo, apurándome. Debíamos pasar a buscar a mi amiga e ir a la escuela, dejarla y salir pitando hacia la biblioteca en donde trabajaba todos sus aburridos días de su vida.
Pensar en su lugar de trabajo, el lugar que le proporcionaba mayor confort que su propia casa me generaba un poco de envidia, aunque fuese un lugar del que hablase.
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Tú Decides
FantasyKatherine sabe lo que es sufrir, sabe lo que es ser comparada, y sabe el dolor que deja la muerte de una madre. Kate sabe cuánto duele ser ignorada, olvidada y traicionada. Sabe lo que cuesta ser la mejor, ser para los ojos de su padre un ejemplo a...