Tres

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El llanto de Julia me remontó a los años en donde mi madre lloraba cada vez que mi padre le reclamaba sobre lo mal que hacía su trabajo como ama de casa. No soportaba sus llantos, me hacía sentir mal, me descomponía tener que escuchar aquellos llantos desconsolados. No sabía qué hacer para calmarlos.

Lo intenté dándole agua azucarada, haciéndole cariño, besándola. Pero nada funcionó. Ella, simplemente me pedía que me fuese de la habitación y que comenzara a buscar un trabajo nuevo.

Si, Julia no consiguió el trabajo. Aquel día, después de la entrevista, el director le prometió darle los resultados dentro de cuarenta y ocho horas. Demoraron cinco días en darle la respuesta. El mundo de Julia se desmoronó de inmediato. Apenas logró agradecer la información, soltó el teléfono y corrió a nuestra habitación. Se cerró con pestillo y de allí no salía más que para ir al baño o tomar agua.

Me desesperé y llamé a uno de nuestros amigos en común una vez vi que la situación empeoraba con los días. Vincent llegó en cosa de minutos a ver lo que sucedía con nosotras, mencionando que, de las veces que llamó a Julia para preguntar su estado, no contestaba ninguno de sus mensajes ni llamadas.

—¡Julia! —Le decía Vincent. Sus nudillos huesudos golpeaban la puerta de nuestra habitación reiteradas veces. —Julia, no me iré de aquí hasta que salgas. ¡Tienes que comer!

—¡No quiero! —Gritó mi novia desde el interior. —¡Déjenme en paz!

—¡Amor, abre la puerta! —Le pedí esta vez. —Ya van cinco días que estás así, no puedes seguir de ese modo.

—¿Y tú no puedes conseguir trabajo? —Atacó. Sabía que sacaría ese tema al aire. —Cuando llegues con algo interesante, abriré esta puerta. —Sentenció. Volvimos a insistir, pero todo era en vano. Julia no respondió ningún llamado más.

—Y lo peor es que no he podido conseguir nada. —Murmuré. —Debí escuchar a mi padre cuando me decía que estudiara. —Y lancé un suspiro, arrepentida. Si en algo le encontraba la razón a mi progenitor, era en ello; La importancia de un título profesional, lo cual me daría la estabilidad económica a mis veinticinco años.

—Bueno, ya no lo hiciste. —Me dijo Vincent y se encogió de hombros. —¿Qué más da?

—No me ayudas en nada. —Espeté. —¡Necesito ayuda! —Exclamé desesperada. — Si tuvieses algún contacto, o algún dato donde poder ganar dinero, te lo agradecería mucho.

—Bueno, quizás lo pueda hacer. —Acarició su mentón con su dedos índice y pulgar. Me miró por un momento, analizándome de pie a cabeza. —Pero necesito que vengas conmigo esta noche.

—¿Qué? —Reí. —¿Qué tramas, Vincent Cook?

—Sólo necesito que vengas conmigo en la noche, junto a Julia. —Pidió. Se levantó del asiento y se acercó al mueble de la cocina, donde yacían las últimas manzanas que nos quedaban. Sacó una de ella y le dio un mordisco, escupiendo el pedazo de inmediato a la lava vajillas —Dios santo, necesitan comprar frutas de buena calidad. —Se quejaba el pelinegro, escupiendo una y otra vez.

—Por tu culpa ahora nos quedan dos. —Murmuré, observando como Vincent tiraba la manzana a la basura.

—Grace, sólo dile a Julia que te acompañe al bar en el que trabajas. No le digas nada más. Es algo que deben decidir ambas.

—¿Venderé drogas, acaso?

—Solo ve, tonta. —Bufó, antes de salir de la casa e irse.

Julia salió después de mis diez intentos por persuadirla. Finalmente, se condolió de mí y salió de la habitación completamente desaliñada. Su cabello castaño estaba envuelto en una maraña desordenada que cubría parte de su rostro. Su pijama estaba sucio y olía mal. Entró al baño, tal como se lo pedí y se bañó.

—No me hagas esto nunca más. —Le dije y la abracé con fuerzas. Julia lo hizo de igual manera, escondiendo su rostro en mi cuello. —Oye...

—Mmm... —Murmuró.

—Te amo.

—También yo. —Suspiró. Nos separamos y nos arreglamos para asistir al lugar en donde Vincent me había pedido ir.

El recinto se llenaba cada noche, por lo general, siempre los días viernes. Entramos de la mano con Julia, buscando a nuestro amigo entre la multitud de individuos que ocupaban el lugar. La pista de baile estaba repleta y la barra colmada de personas. Saludé a mis colegas antes de pedir una jarra de cerveza para mí y Julia.

—Van por cuenta de la casa. —Me dijo Jasper. El joven de cabellos dorados y muy buen amigo. —¿Disfrutando tu noche libre?

—Algo así. —Le sonreí. Jasper asintió y me guiñó un ojo.

—¡Aquí están! —Nos dijo Vincent, rodeando con sus brazos nuestros hombros y depositando un beso rápido en nuestras mejillas. —¿Cuánto demoró Grace en sacarte del cuarto? —Le preguntó a Julia. La muchacha rio apenas.

—Mucho más de lo que tú te imaginas. —Le contestó.

—Bueno, al menos estás aquí. —Sonrió Vincent. Dio un vistazo hacia mí y luego a Jasper. Su sonrisa se ensanchó cautivado. Jasper lo miró extrañado. —Vaya, pero que guapo...

—Vincent, no. —Le dije, tomé su mano y lo alejé del lugar. —¡Gracias Jasper, te debo una! —Le grité al joven entre la gente que se amontonaba rápidamente.

—¿Qué te pasa, Grace? —Me recriminó mi amigo.

—Tiene novia, estúpido.

—Pero no es casado. —Esbozó una sonrisa pérfida en sus labios. Golpeé su hombro, y este chilló. —¡Oush!

—Dime lo que me tenías que decir.

Vincent guardó silencio, tomó de mi mano y la de Julia y nos dirigió hasta una mesa al final del recinto, donde la música no era tan fuerte y las personas eran reducidas. Me pareció curioso ver a dos personas más allí, en el puesto se suponía era de nosotros; un hombre y una mujer. Estaban abrazados, haciéndose arrumacos. En cuanto nos acercamos, nos miraron y ambos sonrieron amplios.

—Les presento a mis amigas. —Les dijo Vincent. —Julia y Grace.

La mujer rubia se levantó de su asiento seguido del que, evidentemente era su novio. Estrechó su mano y amable nos saludó a amabas. El sujeto castaño y de ojos azules, fue diferente. Éste nos saludó, atreviéndose a dejar un beso casto en cada una de nuestras mejillas, impregnándonos de su fuerte aroma a menta.

—Ellos son Annie y Sebastian. —Nos Indicó nuestro amigo. Ambos sujetos nos observaron detenidamente, y nosotras no bajamos la mirada ante ello.

Sin embargo, Julia me miró y presionó mi mano con fuerzas, dándome a entender con ese simple tacto que algo le inquietaba.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora