veintidos

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—Es mentira. —Murmuré para mí misma. Con la mirada perdida y el deseo de poder revertir todo, no pude evitar soltar lágrimas de culpa. Mi madre, la mujer que me mantuvo nueve meses en su vientre acababa de morir, y yo nunca tuve el coraje de ir a visitarla nuevamente.

Todo se vino a mi cuerpo como una bomba atómica; explotó y yo más desgraciada no me pude sentir. La decisión de llevar a la bebé en mi vientre, el hecho de tener sexo con Sebastian dos veces, el engaño de Julia, la petulancia de Annie. Todo, absolutamente todo se venía sobre mí y me aplastaba en vida.

Julia me notificó la presencia de mi tía en casa. Esperaba encontrarme y hablar con tranquilidad el tema. Al parecer, mi padre no quería verme merodear entre quienes lloraban la partida de mi progenitora.

—¿Irás? —Me preguntó Julia en cuanto me vio salir de la habitación. No respondí. —Veo que irás. —Afirmó para sí misma.

—Claro que iré. Es mi mamá.

—Tu tía fue clara. —Dijo. —Tu papá no te quiere ver allí.

—No me importa lo que diga mi papá. —Espeté. Tomé mi abrigo y paraguas y abrí la puerta. —Era mi mamá y voy por ella, no por él.

Tomé un taxi y le di la dirección de la capilla en donde se estaba realizando la ceremonia. Mis nervios aumentaban cada segundo, y el arrepentimiento se incrementó cuando volví a repasar mis errores. Recordar no me ayudaba en nada, claramente, pero mi mente lo hacía sin prestar atención a mis suplicas internas.

Caminé hacia la gran capilla que desde lejos se podía ver. Una gran estructura al estilo gótico. Era hermosa, y era, por lo que me había contado mi madre en algún momento de su vida, la iglesia que los desposó con mi padre.

Había autos estacionados fuera de ella. Dentro, en la entrada principal había personas con traje oscuros. Muchas hablaban entre sí, otras estaban solas en diversos puntos del recinto, fumando u observando un punto fijo. Entré sin mirar a ninguno de ellos y, sin temor a encontrarme con mi único progenitor con vida. No le temía, ya no más.

Entré y a lo lejos, observé el féretro en la que reposaba mi madre. Con las lágrimas ya comenzando a recorrer mis mejillas, caminé hasta allí. Rompí en llanto una vez vi su rostro; pálido pero muy bien maquillado. Su cabello era grisáceo, y su rostro era poseedor de diversas arrugas visibles bajo sus ojos y costado de éstos. Sesenta años y ella aún seguía tal como la dejé de ver la última vez.

—Siento que tu visita sólo sea para decirle adiós. —La voz de la mujer que me hospedó en su hogar se hizo presente a mi lado. Le di una ligera mirada y volví a observar a mi madre, al fin, descansando en paz. —¿Querrás saber de qué murió?

—No creo que importe mucho ahora. —Me encogí de hombros.

—Es cierto. —Suspiró. —Ya da lo mismo. —Su mano acarició el cristal de la tumba y volvió a suspirar con nostalgia. —Ahora está descansando.

Mi anatomía, como si fuese expuesta a un imán, se dejó apoyar contra el cuerpo de mi tía. Temía que me rechazara, pero ella, siempre tan benevolente, dejó que me recargara contra ella y llorara en su hombro. Me abrazó como solía hacerlo los primeros días que me fui de casa; acariciaba mi cabello y murmuraba que todo iba a salir bien. La misma voz, sus mismas caricias. Me hacía sentir como la niña pequeña que era; asustada del mundo y de la decisión que había tomado con valentía.

—No sé lo que estoy haciendo con mi vida, Tía. —Lloriqueé. —Dejé a mi madre a un lado, me fui de su casa, y ahora porto a un ser que ni si quiera veré crecer. —Y desesperada me aferré a su cuerpo, con esperanzas de que ella me pudiese sacar del infierno que sólo yo creer en mi mundo. —No sé qué hacer. —Chillé.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora