Cuatro

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Desperté tras los gritos que daba mi tía por toda la casa. No entendí muy bien a que iba tanto escándalo; eran gritos de emoción que me llevaron a recordar que ese día, íbamos a tener la visita de Rob.

El muchacho de veinticuatro años había vuelto a casa después de meses en el servicio militar. Técnicamente, aún seguía ejerciendo y sirviendo a su patria. Esta vez, tuvo suerte en que le dejaran salir por tres semanas. Mi tía era la mujer más feliz en ese momento, lo pude saber sin siquiera ver su rostro.

Los pasos rápidos y fuertes de mi tía se hicieron escuchar cada vez que ascendía por el escalón hacia el segundo piso, en dirección a mi habitación. La mujer abrió las cortinas y de inmediato me escondí entre las sábanas. Evitando que los rayos del sol diesen directo a mis ojos. Comenzó a cantar, igual como lo hacía mi madre cuando me despertaba por la mañana. Gruñí con el rostro hundido en mi almohada, pidiendo que se callara.

—Cariño, tienes veintidós años y no sabes despertarte sola. —Dijo mi tía, soltando una risita suave. Al menos era más comprensible, dentro de todo lo que su capacidad humana le permitía. —Tu mamá tenía razón, ¿eh? eres como un oso en hibernación.

—A lo mejor fui un oso en mi vida pasada. —Repuse.

—De eso no cabe duda. —Volvió a reír. —Levántate, Rob está aquí.

—¿Y Julia?

—Le está haciendo compañía.

Me dejó sola en la pieza que me había asignado. Hace cinco años vivíamos con ella, y de esos años, jamás tuve problema alguno con mi tía. Nos recibió sin nada a cambio; nos protegió y mintió por nosotras. Dudé muchas veces si era real o no que una de mis tías tuviese la bondad de apoyarme como algún día esperé que mis padres lo hicieran. Estaba segura que era ella mi mamá real. Al menos así lo sentía.

Abrí la puerta de mi habitación en cuanto terminé de asearme. El olor a tostada y huevos fritos inundaron mis fosas nasales, tanto como las risitas provenientes de la cocina lo hacían con mis sentidos auditivos. Rob tenía una voz ronca, ni se asemejaba a la que le conocía; un poco más aguda y molesta. Ésta era grave y melodiosa. Su risa me dijo mucho en cuanto a su aspecto, tal como me lo imaginé mientras baja por las escaleras, Rob era poseedor de un físico envidiable para los hombres.

—Te sienta bien el uniforme militar. —Elogié. El muchachote se levantó de la silla y me envolvió en un abrazo fraternal. —¿Qué comes? ¿Esteroides?

—Comida enlatada. —Respondió, arrugando su nariz. —Nada mal, ¿no? lo necesario para una buena dieta. Y sin esteroides. —Carcajeó. —¿Cómo has estado, Grace? Hace mucho no te veo.

—Estoy bien. Gracias a tu mamá. —Mi tía se sonrojó de inmediato. Julia, a su lado asintió en acuerdo conmigo. —Sabrás la historia, ¿no? espero que sí, porque no la quiero contar otra vez.

—Lo sé. —Afirmó mi primo. —Y lo lamento. Debió ser duro irse.

—No tanto como lo creí. —Tomé una tostada y le di una mordida. Julia me hizo un espacio a su lado. —¿Fue duro para ti, cariño? —Me dirigí a la muchacha. Ésta, sonrió ligeramente en respuesta.

—Las admiro. —Dijo mi primo. —Muy valientes. —Sonrió. —Ambas. Considerando lo que dicen sobre la homosexualidad en estos tiempos, pese a que ya no estamos en el siglo pasado. —Tomó un sorbo de té, mientras el silencio en la mesa comenzaba a reinar. No era un tema que acostumbráramos a tocar. Nos traía malos recuerdos; recuerdos que a Julia le dolían pese a que ella no dijera palabra alguna al respecto. Sabía que sufría y que aún no superaba que los seres a quien ella consideraba sus progenitores, le dieran la espalda hasta el punto de no querer saber nada más de ella.

El resto del desayuno se habló del tema militar. Mi primo nos contaba sus anécdotas, aludiendo a sus otros amigos en cada aventura. Los tipos de ejercicios que le hacían realizar y las salidas que hacían cada vez que había desastres naturales en algún estado del país. Pese a que el entrenamiento era duro y cruel, Rob se demostraba feliz. Era lo que siempre quiso, después de todo. Y no tenía pinta de querer cambiar de oficio.

******

Los días pasaban. Julia asistía a la universidad. Iba en tercero de su carrera como profesora de biología. Era lo que movía su alma; siempre tuvo las mejores notas en el instituto. Era quien me enseñaba y ayudaba en los trabajos que tuviesen que ver con ciencias a cambio de que yo, le ayudara en historia y en artes.

Mientras ella estudiaba y se forjaba como profesora, yo trabajaba no muy lejos de casa ayudando a una anciana con su local de chocolatería. Todas las mañanas estaba allí, a la hora. La mujer se reía cada vez que me encontraba afuera de la puerta aún protegida por el portón de seguridad. Me esforzaba por mantener una imagen intachable y responsable. Sacrificaba mis horas de sueño si era necesario para que, con el futuro, la mujer me aumentara el sueldo y así poder estudiar yo también.

Hasta el momento, solo me alcanzaba para ayudar a mi tía en casa y pagar una que otra cuenta pendiente.

—¿Te puedo leer esta guía? —Me preguntó Julia con sus guías en manos. Sacó una en particular, dejando las otras de lado. —Es sobre la Teoría de la Evolución. ¿Te interesa?

—Parlotea todo lo que quieras. —Sonreí. Me recosté sobre la cama y me dispuse a escucharla.

Julia me leyó todas y cada una de las guías que tenía que leer para su próximo examen, aquellas que hablaban de distintas teorías con respecto a nuestro génesis como especie humana. Me explicó las que no entendía, ensayando de ante mano su docencia. Estaba segura que ese era su camino, sabía explicar, tenía un buen método para hacerlo. Nunca dudé de su capacidad.

Me incorporé sobre la cama una vez la clase que me había dado finalizó. Ella se dispuso a guardar sus cuadernos y hojas cuando, en su muñeca percibí una pulsera semejante a las de plata. Brilló con la luz de la lámpara, formando pequeños destellos luminosos, de distintos colores.

—Que linda pulsera. —Le dije. Julia sonrió, observando la joya. —¿Cuándo te la compraste?

—Oh, no. No me la he comprado. —Rio divertida. —Rob me la dio.

Entrecerré mis ojos.

—¿Rob te la dio? —Reí. —¿Y por qué haría eso?

—No lo sé. —Se encogió de hombros. —Seguramente lo hizo de buena persona que es. —Tomó otro de sus cuadernos y lo guardó en el estante que ella misma había comprado. Una pila de libros, guías y cuadernos yacían allí, entre otras chucherías sin importancia.

Julia se acercó a mi lado y se sentó. Tomó mi rostro entre sus manos y con delicadeza besó mis labios.

—¿Salgamos hoy en la noche?

—Mañana tengo que levantarme temprano. —Suspiré.

—Veamos una película entonces. —Propuso. —Rob me ha dicho que Taxi Driver es muy buena.

Acepté mirar la película que Rob le había recomendado. Sin embargo, no pude prestar atención total a la historia. La pulsera en su muñeca rondaba por mi cabeza.





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Sé que todas esperan la aparición de Seb en todo esto. Paciencia, Sebastian está muy cerca >:) más cerca de lo que creen.

Por cierto, ésta historia la escribí pensando en el pasado de Grace y el presente que vive, esa es la razón por la que no en todas aparece Sebastian. Más adelante, habrán capítulos normales :)

So, repito: Paciencia que el rumano ya aparecerá.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora