Seis

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—¡Grace! —Gritó mi tía desde el primer piso. Bajé las escaleras corriendo, creyendo que algo le había sucedido. Su voz sonó como una expresión de auxilio desesperado más que un grito normal.

—¿Le sucedió algo? —Pregunté alarmada en cuanto entré a la cocina. Mi tía sonrió, haciéndome entrega de un bol vacío. Me indicó la mesa, y de inmediato supe que quería que le ayudara a realizar repostería. Suspiré, tomé el bol y lo dejé sobre la mesa. —Creí que necesitaba ayuda. —Musité.

—La necesito, querida. Estoy vieja y débil. Necesito que me ayudes a preparar una torta. —Tomó un par de huevos y los rompió contra la orilla del bol. —Te gusta la repostería, ¿no?

—Algo así.

—Tienes que aprender a hacer otras cosas aparte de galletitas de chocolate. —Aconsejó la mujer. Sujetó su cabello en una cola de caballo. Larga y fina, de tonalidad grisácea. La vejez comenzaba a presenciarse en su cuerpo; manos y piel de su rostro lucían diversas arrugas. Sus ojos verdes vivaces se comenzaban a opacar cada vez que cumplía años. Pude adivinar que, para el año siguiente, uno de sus ojos, lo más probable, comenzaría a desarrollar la opacidad característica de los ojos vetustos. Su mente comenzaría a divagar y a olvidar hechos importantes. Quizás hasta nos borraría de su memoria.

No pude evitar sentir lástima por ella. Me di cuenta que la juventud era tan corta en comparación con la vejez. No quería volverme débil y arrugada, quería seguir siendo Grace, la muchacha llena de energía, fuerte y ágil. Pero no había manera de eludir la vejez. Me vería igual que mi tía y la anciana encargada de instruirme en la chocolatería. Vieja y rugosa, pero con una tremenda sabiduría. Al menos, aquello me consolaba.

La torta la degustamos durante la tarde, cuando Rob llegó de su salida matutina y Julia de sus clases. Los temas de conversación eran variados, ya nada tenía que ver con la milicia o con las clases de biología que le daban a Julia. Siendo este último tema el que más entusiasmaba a Rob; le gustaba escuchar las explicaciones de Julia con respecto a la evolución de las especies. Y no sólo a él, sino que también a nuestra cuidadora e imagen maternal. Debatían las teorías, las cuales muchas veces terminaban en temas religioso. Temas que no me gustaban demasiado, pero por mera cuestión de respeto, escuchaba atenta.

—Eres muy inteligente, Julia. —Le aduló mi primo. Julia se ruborizó ante las palabras del joven. Les miré extrañada. —¿Qué tal te fue en el examen pasado?

—Bastante bien. —Le respondió mi novia. —Aún no sé la nota, pero estoy segura que fue un azul bastante alto. —Mención airosa y segura de su inteligencia académica.

Mordisqueé un pedazo de la torta de mil hojas. Las miradas que Rob daba hacia Julia me intrigaban tanto como el rubor que mostraba Julia cada vez que Rob le decía algo con intenciones de elogiarla. Mi tía sonreía, opinando y concordando con las opiniones de su hijo.

Me levanté de mi asiento y agradecí la once que mi tía había preparado. Subí hasta mi habitación y me encerré allí, cuestionando la actitud de mi primo y Julia.

La pulsera seguía en su muñeca, y no sólo eso. También un anillo y un dije que aparecieron con el tiempo. También las películas; era de esperar que los sábados viésemos películas recomendadas por Rob. Siempre Rob. Tal parecía que ambos se habían encariñado bastante, se reían y bromeaban juntos. Se entendían a la perfección. Y ello me hacía dudar de su aparente amistad.

Pese a que Julia me aseguraba que ella sólo tenía ojos para mí, yo, no podía creer palabra alguna. Algo había allí, escondido entre ambos. Algo que, estaba dispuesta a desmantelar.

—¿Te sientes bien? —Me preguntó Julia, asomando la mitad de su cuerpo a mi habitación. Entró cauta, se sentó a mi lado y acarició mi cabello y rostro. —Hoy no hablaste mucho.

—No tenía ganas de hablar.

—Qué raro. —Dudó. —Siempre te tenemos que hacer callar.

—Bueno, hay días en donde no tengo ganas de hablar. —Repuse. Me levanté y alejé de su lado en busca de mi pijama. Julia se quedó allí, sentada, observando mi andar alrededor de la habitación. —¿No tienes que estudiar? —Pregunté con una ceja levantada. Julia negó. —Tengo sueño...

—¿Quieres que te deje sola?

—Si no fuese mucha molestia. —Sonreí de mala gana. Julia chasqueó la lengua, cabreada.

—¿Que mierda te sucede, Grace? —Gruñó. —¿Acaso hice algo? ¿Te hice algo?

—No me has hecho nada. —Respondí calmada. Julia parecía alterarse cada vez más. —Deberías calmarte, mañana tienes una presentación que hacer.

—¡Tú no me vienes a decir qué debo hacer y qué no! —Espetó. —¿No me dirás qué te sucede?

—¿Importa acaso?

—Debería, eres mi pareja. Vivo contigo...

—Eso no justifica nada. —Repuse. Saqué mi polera y puse la de repuesto. —Puedes vivir conmigo, pero no es necesario que te cuente lo que me sucede.

—¿Entonces no me dirás? —gruñó entre dientes a punto de explotar en ira. Su ceño fruncido se remarcaba en su frente por cada segundo que pasaba sin que yo le diera algún indicio de lo que me sucedía. —Vale, no me digas. —Se levantó y se dirigió hasta la puerta de salida. —Y tampoco me hables mañana. Buenas noches.

—Rob. —Le dije y su andar se detuvo. Más no volteó a mirarme, se quedó allí, de pie, dispuesta a escuchar lo que tenía que decir. —Tú y Rob son muy amigos, ¿no? ¿Te gusta?

—Que sea mi amigo no significa que me guste, tonta. —Masculló, volteando su anatomía. —Somos amigos, así como tú tienes a Noah en la chocolatería.

—Ya, pero él sabe sus límites. No ando intercambiando miraditas cómplices ni inventando chistes internos entre nosotros. —Repliqué.

—¿Estás celosa? —Soltó una risotada. No respondí. —¡Estás celosa!

—Es Rob, Julia. Es obvio que estaré celosa si veo que se acerca demasiado a ti. —Respondí con obviedad, haciendo reír a la muchacha. —Esas pulseras y collares que te da. ¿Seguro que no te está confundiendo? —Indagué. Julia volvió a carcajear.

—Cuando quieres eres bien tonta, Grace. —Sus brazos rodearon mi anatomía en un abrazo tierno. Besó mi frente con vehemencia. —Que sea mi amigo no quiere decir que tengamos algo. Eres tú a quien amo. —Susurró. Acercó su rostro, atreviéndose a rozar sus labios contra los mío. Creó una sensación exquisita, aquella que hacía tiempo no experimentaba. No dudé en guiar mis manos y buscar el borde de su polera, esperando a que ella me diese la autorización para poder tocarla.

—Prometo ser silenciosa. —Susurré entre el beso que le di. Julia jadeó, mi tacto había llegado a sus pechos. —Lo prometo...

—Nos pueden escuchar, Grace.

—Lo hemos hecho antes. — Deslicé mi boca a su cuello, dándole un leve mordisco que la hizo estremecer. Solté una risita; sus gemidos siempre habían sido la armonía perfecta. Suaves y delicado, bastante adictivos. —Cariño, lo prometo. —Volví a insistir. Más Julia tomó mis manos y las alejó de sus pechos. Besó mi nariz y se separó de mi cuerpo.

—No lo haré si está tu tía durmiendo al lado. —Sonrió. —Es cuestión de respeto.

Volví hacia donde había dejado mi pijama. Saqué mi pantalón y puse el short que había asignado como vestuario para dormir.

—Entonces será cuando mi tía y Rob no estén en casa. —Sonreí apenas, fingiendo estar de acuerdo. Julia me lanzó un beso al aire antes de irse a su habitación.

Apagué la luz y me dispuse a dormir.

Rob tendría que escucharme antes de regresar a la milicia.


Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora