Veintitrés

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Una semana transcurrió desde que mi madre falleció, y cada día se sentía como si fuese el anterior al día de su entierro. Observé toda la ceremonia de lejos junto a mi tía y me acerqué cuando todos se habían ido. Lloré y le hablé con libertad, pese a que sabía que ella no me escucharía.

Nunca creí que los muertos escuchaban, creía que era cruel morir y ver a los seres que se ama, desde el cielo, hablándole a una lápida. Pero ese día, quise creer que ella me escuchaba desde el otro mundo. Así logré mantenerme bien por unos días, hasta que volvía a creer que ella simplemente no me escuchaba.

Vincent me visitó durante todos esos días y mi tía se presentaba de la misma forma. Eran los únicos días en donde Julia y yo parecíamos una pareja felizmente enamorada. Pero cuando ambos se iban, las discusiones salían a la luz como por arte de magia. Peleábamos hasta por lo más mínimo.

Pero, tanto era el cariño que le tenía, que toleraba sus arranques de ira. ¿Simple tolerancia, amor o costumbre? Me preguntaba cada vez que dormía. No tenía respuesta alguna con respecto a la relación belicosa que llevábamos. Y no quería pensar en ello más que en los meses que faltaban para que yo diese a luz. Sólo así, mi vida volvería a ser la misma y, quizás nuestra relación se restauraría. Era lo que quería, pero no sabía si Julia también lo hacía.

-¿Estás mejor? -Me preguntó Vincent. El muchacho me había visitado durante la tarde con la intención de hacerme sentir en compañía. Me ayudaba su presencia; evitaba que comenzara a rumiar mis pensamientos y a imaginar la vida de mi madre si yo hubiese ido a visitarla como demandó mi padre aquel día en la iglesia. Ciertamente, sus palabras ocupaban parte de mis pensamientos, por lo que, durante la noche no podía evitar soñar con aquello.

-Tengo que estarlo. -Sonreí. -Pero te debo agradecer, Vincent. Tú me has ayudado bastante.

-Es lo que tú hubieses hecho por mí, Grace. -Acarició mi mano con ternura. -Por cierto, he comprado cosas para la bebé.

-No tienes por qué molestarte. -Suspiré y llevé una de mis manos a mi vientre que, cada día se expandía más. -Se irá con Sebastian y Annie.

-¿No te parece triste? -Posó su mano contra mi abdomen redondo. -Es triste imaginar que ella se tendrá que ir con una mujer que no experimentó su existencia.

-Lo sé. Pero no puedo hacer nada por ella. -Mis labios se fruncieron, y como siempre, volví a luchar por no romper en llanto. -Pero asumo que le darán la vida que yo nunca podré darle a un niño. Con eso, me conformo.

Vincent asintió y sonrió sin emitir más palabras al respecto.

Tomé una bocanada de aire y dejé caer mi espalda contra el respaldo del sofá tras de mí. Cerré los ojos y pedí un mejor futuro para la niña. Lo único que quería era aquello; una vida mejor que la mía, en donde sus padres le apoyaran en todo, independiente de lo que fuese. No quería que tuviese un padre igual que el mío, aunque Sebastian no se asemejaba en ningún aspecto a mi progenitor. Ello me consolaba, sabía que la pequeña tendría a un padre benevolente y querendón con ella. ¿Pero Annie? Ella me preocupaba.

Sebastian, me dijo una voz en mi fuero interno, y de inmediato pude sentir sus besos invisibles recorrer mi fisonomía. La bebé se remeció en mi interior, tal como si recordase aquella tarde apasionada de la que fue testigo. No pude evitar sentir vergüenza y un cierto atisbo de culpa. Pero no fue lo suficiente como para que me lograra arrepentirme completamente.

El ruido de la puerta me hizo saltar sobre mi cuerpo, y un Vincent divertido rio y abrió la puerta. El grito de Annie se dejó escuchar aun cuando ella estaba fuera del hogar; denotaba euforia y muchas ganas de hablar.

-¡Grace, querida! -Saludó y me abrazó con fuerzas. -¡Pero mírate, mujer! ¡Que guapa!

-Si tú lo dices. -Rodeé los ojos. -Tanto tiempo.

-Mucho, ¿no? -Y carcajeó. -¿Cómo está la pequeña, uhm?

-Así como la vez. -Respondí cortante. Más Annie no lograba percatar mi sarcasmo y ganas de no verla. -¿Qué tal España?

-Bastante bien. -Respondió, posando una de sus manos en mi vientre. Sin permiso, claramente. Suspiré, y como método de relajación conté hasta diez. -Sebastian me ha dicho que la bebé se movió.

-Si. -Asentí. -Y la verdad es que lo hace muy poco. Se movió bastante cuand... -Y reprimí las palabras en mi garganta. Annie me observó con una sonrisa dibujada en sus labios finos, esperando a que hablara. Más negué nerviosa.

-¿Cuándo se movió? -Preguntó entusiasmada.

-C-cuando... -Tartamudeé, y las imágenes de Sebastian besando mi vientre invadieron mi vista tanto como los movimientos de la bebé se hicieron presente en mi interior con vigor. Fue la única vez que la pequeña se había movido con euforia. Cuando su padre besó su hogar.

-¿Grace? -Me llamó mi amigo, pasando su mano frente a mi vista. -¿Estas bien, cariño?

-S-sí, estoy bien. -Murmuré. -Es solo que... -Suspiré abrumada. Annie seguía mirándome, y esperaba que le contestara. Más yo no podía si Sebastian invadía mis pensamientos en aquel momento.

-Estás pálida, Grace. ¿Te sientes bien? -Preguntó esta vez Annie. Tocó mi frente y negó ligeramente. -No tienes fiebre...

-No es eso. -Dije. Vincent me miraba atento, con una ceja en alto. -Es que...hace semanas murió mi madre, Annie.

-¿Qué? -Vociferó. -Pero ¿cómo? ¿Qué le pasó?

-Le dio depresión. -Musité cabizbaja.

-Lo siento tanto. -Dijo la rubia, condolida. Se acercó a mí y me proporcionó un abrazo que rechacé segundos después. -Bueno, sé que esto es lo que te han dicho todos, pero no está de más decirlo. -Sonrió. -Ella está en un lugar mejor.

-Gracias. -Arrugué la nariz. Era justo lo que no quería oír. -¿C-cómo está S-sebastian? -Me atreví a preguntar.

-Bastante bien. -Respondió la mujer, aún con su mano en mi vientre. -Quería venir, pero ya sabes, el trabajo le llama. De todas formas, te envía saludos.

-Gracias. -Volví a decir, y esta vez la bebé se movió, haciéndose sentir levemente. Fue suficiente para que Annie soltara un chillido eufórico, mencionando lo hermoso que era sentir a su pequeña princesa.

Me tomó dos horas soportar a Annie en mi hogar. Dos horas en donde me narró los hechos de su viaje a España, mencionando que había comprado lo necesario para la pieza de la bebé, pero que aún tenía que ser decorada. Prometió enviarme fotos de la habitación, algo que yo no deseaba ver.

Annie se fue y la casa quedó en silencio, tal como deseaba. Vincent optó por quedarse un rato más. Cenamos y hablamos temas variados. Por un momento tuve la necesidad de contarle lo sucedido con Sebastian. Necesitaba desahogarme con alguien y contarle mi traición.

-Vincent. -Murmuré.

-Grace, estás bastante extraña como para que sean los síntomas de un embarazo. -Opinó antes de que yo hablara. -¿Estás segura que es tu mamá la que te tiene así? -Inquirió. Más yo volví a quedarme en silencio.

No, no podía confesarle mi revolcón con Sebastian. Por alguna extraña razón creí que se lo diría a Julia y ello, sería el fin de nuestra relación. Llené mis pulmones con el aire suficiente y asentí en respuesta.

-También son los síntomas del embarazo. -Le dije. -No creí que esto fuese a cambiar mi ánimo. -Reí.

-Pues sí. -Carcajeó el pelinegro. -Y déjame decirte que tú sí que has cambiado.

-Si. -Musité. -he cambiado.

Me tragué la confesión y decidí mantenerla así hasta que la vida me quitara el alma.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora