Doce

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En mi mente resonaban las palabras de mi tía y los sollozos de Julia. Se mezclaron en mi psiquis sin parar. Durante las noches cerraba los ojos y podía ver la imagen de Julia llorar, suplicando que no la dejara sola. Mi tía por otro lado trataba de actuar como mediadora. Le fue difícil, claro está. Disculpaba a su hijo, pero también nos reprendió a ambas por nuestro actuar infantil.

Había decidido no irme, después de todo. Pero no lo logré. A la semana después de haber decidido quedarme, me fui. No sin antes dejarle dinero suficiente a mi tía como pago y agradecimiento por esos años en los que me dejó vivir en su hogar sin pedirme nada a cambio. Salí durante la noche, cuando todos dormía. Miré por última vez la casa y me largué de allí en busca de nuevos horizontes, alejada de todos.

Visité a la anciana de la chocolatería por casi dos semanas antes de su muerte. Su hija me decía que Julia había llegado al hospital preguntando por mí, pero ella nunca le dijo nada. Se lo había pedido y ella había cumplido su palabra de mantener mi ausencia en secreto. No podía verla después de lo que había sucedido entre ella y mi primo. La pulsera y collares obsequiado por éste aún eran visible en su cuello y muñeca; le había tomado cariño, y ello no hacía más que irritarme.

El funeral fue emotivo, digno de ella, me comentó su hija. Deseé haber ido a despedirme por última vez, agradecerle por todo lo que me enseñó y la paciencia que tuvo conmigo, pero Julia y mi tía había aparecido allí, con esperanzas de verme y pedirme que volviera.

—Creo que estás siendo egoísta, Grace. —Me dijo la mujer. —Tu tía te necesita, y Julia se nota que está arrepentida. Deberías volver a casa, por lo menos por tu tía. Ya tiene sus años, necesita de tu ayuda.

—No volveré. —Le dije. —Tengo un trabajo y un hogar. Soy independiente al fin. —Espeté. —No volveré a ser dependiente, ni ver como Julia se revuelca con Robert cada vez que el estúpido llega de la milicia. —Y dicho aquello, el tema no se volvió a tocar más. La mujer luego de tiempo dejó de visitarme y yo más libre no me pude sentir.

El trabajo que conseguí me requería sólo de noche. Era uno de los tantos bármanes de un bar nocturno. Me pagaban lo suficiente para sobrevivir y darme algún gusto durante los fines de semana. Mi jefa era comprensiva y bastante simpática. Mis compañeros lo eran de igual forma, por sobre todo una muchacha de cabellos rojizos y ojos color miel.

Rachel fue la primera en recibirme cuando mi jefa solicitó mi presencia en su oficina. La muchacha me explicó el tejemaneje de todo en el bar. Las bailarinas eran las que más ganaban dinero y ya me podía imaginar por qué. No quería trabajar como alguien a quien le pudiesen toquetear como quisieran, y ello se lo dejé claro a mi jefa, quien estaba convencida en que yo debía trabajar en esa área.

Finalmente quedé como barman. Una labor agotadora, pero mucho más digna. Rachel trabajaba allí, por lo tanto, tuve más oportunidad de saber de ella y a quienes trabajan en las mismas condiciones que yo.

—Creo que está todo listo. —Me dijo Rachel desde el otro extremo de la habitación. Eran las seis de la mañana y el local ya debía estar cerrado. Las sillas estaban sobre las mesas y el piso totalmente reluciente para recibir a las personas en la noche. Le sonreí en cuanto llegué a su lado para poder abrazarle. La pelirroja me atrajo a ella antes de que yo lo hiciera con ella.

—El local está vacío. —Murmuró la muchacha con una sonrisa en su rostro. Sus ojos lujuriosos se posaron en mi anatomía, mordiéndose ligeramente el labio, deseosa tanto como yo al querer probar el cuerpo de la otra. —Solo tenemos que cerrar la puerta y listo.

—Uhm, que bueno que me adelanté. —Rachel carcajeó. Sujetó mi polera al mismo momento en el que me comenzó a arrinconar contra la pared. Un par de sillas cayeron al suelo botando a las demás. Nosotras reímos sin dejar de besarnos.

—¡Acabo de limpiar! —Me quejé. Rachel había recostado mi cuerpo sobre una de las mesas, bajó mi pantalón y comenzado a mover sus manos por sobre mi ropa interior. —R-rachel...

—Luego limpiamos, hermosa. —Besó mi cuello.

Respiré profundo mientras observaba el techo sobre mí. Mi cuerpo se estremecía por cada toque que Rachel daba en mis piernas, o los besos que dejaba en mis pechos. Sus jadeos y los mío era lo único que se escuchaba y que rompía el silencio del local. Rachel me miraba con lascivia, y sonreía cuando me hacía gemir.

Jadeé una vez más, con los ojos cerrados. Me mordí el labio inferior y dejé caer mi cabeza hacia atrás. Los movimientos cesaron, y un resoplido se escuchó esta vez, rompiendo todo ambiente pasional. Me incliné y vi a Rachel con los brazos cruzados.

—Has dicho Julia. —Me dijo.

—Yo no he dicho nada. —Me defendí.

—Claro que sí. Lo has dicho. —Suspiró. —Grace, yo creo que esto no está bien. Han pasado tres meses y tú aún no te olvidas de ella.

—Ha sido mi novia desde que tenía diecisiete años, Rachel. ¿Cómo pretendes que me olvide de ella? —Cuestioné. Me levanté de la mesa y me vestí nuevamente. —Fue mi primera vez.

—Ya, pero ella te engañó con tu primo.

—¿Y qué tiene que ver eso? —Espeté. Rachel parpadeó perpleja. —Que lo haya hecho no quiere decir que no la quiera.

—¿Entonces por qué te fuiste de casa y la dejaste sola, uhm?

—Porque necesito tiempo para pensar. —Mascullé molesta. —Sabes, déjalo así. Si dije Julia, lo siento. No volverá a pasar.

Tomé mi mochila y abrigo, y salí del local. La belleza e inteligencia de Rachel no había logrado hacer que me olvidase completamente de Julia. Ella seguía allí, en mi psiquis, invadiendo mis sentidos y vida real.

Estaba mal. Todo estaba mal. Rachel nunca debió ser, por muy atractiva que fuese. No era Julia. Ella no tenía el encanto que emanaba Julia, su sonrisa, ni sus besos. Esos dulces besos que me daba cuando quería sorprenderme, sus abrazos acunándome con la intención de protegerme y resguardarme de algún peligro. Ella siempre estuvo allí para mí, dándome cariño y estabilidad emocional. Rachel, estaba claro no era como Julia. No poseía la inocencia ni la dulzura que poseía Julia. Y estaba claro que nunca lo iba a poseer.

—¿Aún la amas? —Me preguntó la pelirroja. Estaba a metros de mí, de pie bajo el foco de un poste. Su melena rojilla brillaba como el fuego en las chimeneas en días de invierno y lluvia. Como la lava siendo expulsada de un volcán. Rachel ardía en persona. —Grace, ¿la amas aún?

—La quiero. —Murmuré. Rachel dio un paso hacia a mí.

—¿Entonces no la amas?

—La quiero. —Volví a repetir. Rachel sonrió levemente, pero no muy convencida. Se acercó finalmente y depositó un beso tierno en mis labios. Le miré sin saber qué decir. Estaba aturdida comparando sus besos con los de Julia. Eran tan deferentes que me era inevitable comprar las caricias de ambas.

—Te quiero, Grace. —Me dijo. Algo en mi interior se apretujó causando dolor en mi pecho. Sus ojos brillaban excitada. No cabía duda que me quería. —Y quisiera que fuese sincera conmigo. —Añadió.

Tomó mi mano y jaló de ella; caminamos hasta mi casa, donde pude comprobar que ella, por muy inteligente y atractiva que fuese, jamás superaría a Julia. 




Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora