Ocho

3.7K 330 109
                                    

8

Sólo tres días, rumié en mi mente. Tres días para que Rob se fuese devuelta a la milicia. Los coqueteos por parte de mi primo eran cada vez más notorios. Vi la posibilidad de hablar con él mientras mi tía hacía unas compras diarias con Julia. Pese a que le pedí que se quedase cinco minutos, éste, con una sonrisa socarrona en sus labios, me anunció que iba saliendo apurado de casa.

Dejé pasar la primera oportunidad. Sin embargo, la segunda no. Esta vez se excusó con que debía ayudar a su madre a reparar una de las tuberías de la casa. Le seguí el paso, gritando su nombre y comenzando tener una conducta iracunda. Sabía que mi tía no estaba en casa. No la había visto desde media hora atrás, cuando había anuncia en el almuerzo que debía salir con prisa a pagar sus deudas financieras con un tal señor Cooper. El señor de la panadería del frente. Asumí que iba a demorar unos buenos minutos entre charlas y risas, pues ambos eran conocidos de antaño y muy buenos amigos. Más de alguna vez me atreví a bromear con su supuesta amistad, haciendo enojar a mi tía y de paso, también a Rob.

El muchacho cruzó el patio hasta un pequeño galpón que tenía mi tía para guardar la leña y unas cuantas chucherías más, como lo eran bicicletas, sofás desgastados o fierros que no tenían mayor uso.

—Necesito que me escuches, Rob. —Le pedí de la mejor manera posible, pese a que le quería gritar y golpear allí mismo. Rob se mosqueó, sin prestar atención alguna. —¡Rob! —Chillé, nuevamente pisándole los talones.

—Grace, prima... ¿no ves que estoy ocupado? —Rodó los ojos, fastidiado. Se dirigió hacia un estante y allí hurgueteó entre cajones con más herramientas y objetos inservibles. —Después de arreglar la tubería pondré toda mi atención en ti. —Sonrió amplio.

—No. —Le dije, esta vez seria. Mi ceño se frunció notoriamente. —Me escucharás ahora, idiota. —Mascullé.

Rob, quien permanecía de rodillas buscando la caja de herramientas, se puso de pie y me miró fijo por unos largos segundos. Sabía que estaba utilizando su intimidante postura alfa, y esperaba que yo, como mujer "sumisa" bajara la mirada. No lo hice, y no lo iba a hacer.

—Cuidado, prima. —Dijo, desafiante. Su mirada seguía posada en mis ojos. Era fría y tosca. Esos ojos azules no demostraban la inocencia del niño con el que jugué en ese mismo galpón, inventando dinámicas, contando historias de terror en la noche. No, esos ojos azules bebé se habían vuelto totalmente fríos y calculadores.

—Aléjate de Julia, Robert. —Le advertí. Rob esbozó una media sonrisa. Era burlesca y fastidiosa. Cerré mis puños en cuanto la ira comenzaba a ramificarse por mis extremidades, lista para reaccionar ante cualquier cosa que me pusiera en peligro. No quería llegar a los golpes con él; era mi primo, después de todo. En mi interior, a pesar de la rabia que sentía, aún le quería.

El ambiente se tornó tenso. Fue él quien decidió apartarse de mi lado con la caja de herramientas en sus manos. No dijo nada, se retiró con la intención y esperanza de que yo no le siguiese el paso. Efectivamente eso no sucedió. Insistente le pisaba los talones a lo largo del patio trasero del hogar. Rob me pedía que lo dejara solo, más yo seguía atosigándolo. Hasta que volteó y me encaró.

—Qué mierda quieres saber, ¿eh? —Gruñó. Su cuerpo tomó la forma de un militar enrabiado, hasta había elevado su altura para parecer más dominante. —¿Si me gusta Julia? ¡Pues sí! Me gusta Julia. ¡Me encanta Julia! Y no puedo creer que tú seas su novia. —Habló entre dientes y bastante furioso. Retrocedí unos pasos, pero no lo suficiente como para dejar de ver la vena que comenzaba a formarse en su cuello. —¿Feliz?

—Debe ser una broma. —Reí con sorna y un tanto nerviosa. —¿Apenas la has conocido dos semanas y crees que tendrás algo con ella? —Y volviendo a soltar una carcajada, me burlé.

Rob parecía que mi comentario no le importaba mucho. Me siguió mirando fijo, pero esta vez, con una pequeña sonrisa formarse en la comisura de sus labios carnosos. Sus ojos, eran como si hablaran por si solos, y, como si fuese arte de magia, por un momento creí escuchar sus pensamientos en mi mente. Pensamientos de deseo y lujuria se alojaron en mi psiquis, todo referente a la que era mi novia.

Rob sonrió finalmente y decidió caminar al interior del hogar.

—Rob, mírame. —Le pedí. Este siguió caminando. —¡Robert!

En cuanto nombré a mi primo, unos pasos bajaron corriendo la escalera. Eran los pasos de Julia, que llegó al primer piso con un semblante pálido. Mucho más pálido de lo que era. Nos miró a ambos y, con lentitud se acercó a nosotros.

—¿Están peleando? —Preguntó. —Sus gritos se escuchan hasta arriba.

—Podrías decirle a tu novia que me deje tranquilo, ¿no? —Le dijo Rob con desazón. —No sé cómo puedes estar con ella. —Masculló.

—Por qué me ama, idiota. —Espeté. —¡Por eso está conmigo!

—¿Y te lo ha dicho? —Inquirió Robert. Otra sonrisa se alojó en sus labios. —¿Por qué crees que está más conmigo que contigo, uhm? Sé que te has cuestionado por qué Julia y yo nos llevamos tan bien...

—Rob. —Le advirtió Julia. —Basta.

—Dile lo que me dijiste. —Le dijo Rob. —Dile que te tiene aburrida.

—¡Eso es mentira! —Le reprochó mi novia. Se acercó a él y le encaró. La estatura entre ambos era notoria. Rob le sobrepasaba por varios centímetros; Julia parecía una niña de diez años a su lado. Me acerqué a ellos, temiendo que mi primo perdiera los estribos e hiciera algo contra Julia. Más no hizo nada. Al menos no físicamente.

—Que hipócrita eres. —Le dijo. Fruncí el ceño, molesta. —Dices que la amas, pero no es así.

—¡No le hables así! —Bramé. —Escúchame bien, Robert Jones... —Le apunté con el dedo índice.

—No. —Me interrumpió él. —¡Escúchame tú a mí, Grace Adams! — Y esta vez, furioso botó la caja de herramientas que llevaba consigo. Los objetos dentro de ésta se desparramaron por el piso creando sonidos estruendosos por toda la casa. Julia comenzó a llorar en cuanto vio que la situación se salía de control. —Julia no te ama. —Me dijo. —Dile Julia, dile lo bien que lo pasaste ayer por la tarde. —Le dijo mi primo con alegría exagerada, burlándose de nosotras.

Miré a Julia. Ésta seguía llorando con desconsuelo, temerosa y a punto de salir corriendo.

Lo hizo. Corrió fuera de nuestras vistas en dirección a la calle. No apareció hasta la tarde, cuando el ambiente se había sosegado, aparentemente. 

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora