Treinta

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30


Me removí, inquieta entre las sábanas, luchando contra mis pesadillas. Julia estaba a mi lado, recriminando mi infidelidad junto a Annie. Miré a mi alrededor, desesperada en busca de quien pudiera protegerme. Pensé en Sebastian y deseé que apareciera. Incluso en mis sueños pedía su ayuda.

Desperté tras sentirme presionada por ambas mujeres y ciertamente, alterada. Me sentía mal, terriblemente mal tanto psicológica como físicamente. Pero ante ello, nada se comparaba con el dolor que comencé a sentir en mi bajo vientre.

Me incorporé entre la oscuridad de mi habitación y conté hasta diez. Respiré e inhalé, creyendo que así el dolor se iría. Pero no, perduró por unos buenos minutos, robándome más de un gemido hasta un grito de dolor.

Lloré y maldije a través de improperios al aire. Fuertes y colmados de pánico. Mi pecho dolía y mi corazón latía desenfrenado ante las oleadas de calor que golpeaban mi cuerpo, como azotes contra la piel de mi cuerpo. Volví a contar hasta diez, pero no funcionó. Nada de lo que me recomendó Patrick, funcionaba para aminorar el terrible dolor que sentía.

Volví a gritar.

—¡Grace! —Exclamó mi tía. La luz iluminó mi habitación y me dejó ver a la mujer que iba a mi auxilio. Una mata de cabello se apreciaba en su cabeza, larga, grisácea y fina. Su rostro lucía somnoliento, pero no menos atento; como pudo me ayudó a ponerme de pie. Volví a chillar, y lloré cuando comencé a notar un líquido deslizarse entre mis piernas.

—¡Se está muriendo! —Lloriqueé, presa del pánico. —¡Kate se está muriendo!

—No, claro que no. —Rio mi tía. Sus ojos brillaban bajo la tenue luz de mi pieza. — Se ha adelantado. ¡Ella quiere nacer! —Exclamó feliz. —Vamos, camina, amor. Vamos al hospital.

Me ayudó a vestirme mientras llamaba a Vincent. Yo no podía parar de llorar y retorcerme de dolor cada cinco minutos cuando sentía que Kate golpeteaba con fuerzas mis paredes abdominales. Cuando Vincent llegó y entró para tomarme en brazos, sonrió de la misma forma en la que lo había hecho mi tía. Sus ojos también brillaron, y yo, realmente no supe qué era lo divertido. Me estaba deshaciendo en gritos de dolor y ellos sonreían amplios, regocijados en felicidad.

—¿Sebastian lo sabe? —Preguntó Vincent. Me miró por el retrovisor. No respondí. —Vale, no le has dicho.

—Tranquila, cariño. —Me dijo mi tía. Acariciaba mi cabello con aire maternal. —Ya todo pasará.

Me aferré a su cuerpo y lloré entre el dolor que sentía y la incertidumbre al no saber qué sucedería con Kate desde el momento en el que naciera. Me lo cuestioné todo el camino en dirección al hospital, más, no llegué a ninguna respuesta convincente.

Lo único que tenía claro y, que era algo que nadie me lo podía discutir, es que le acababa de arruinar la vida Kate y ella, no se podía hacer una idea de lo mal que me sentía al respecto. Sin siquiera tenerla en mis brazos, ya me sentía la peor mamá de alquiler que pudo haber tenido.

—Lo siento tanto, Kate. —Pensé tras posar mi mano en mi vientre, duro y con la piel tirante. —Lo siento, pequeña.

Un par de guardias me recibieron en cuanto escucharon mis gritos y vieron el estado en el que había llegado al hospital. De inmediato se acercaron dos mujeres y me sentaron en una silla de ruedas. Desaparecí de la sala principal para luego aparecer en una totalmente blanca e iluminada en exceso. Me ayudaron a permanecer de pie y a desvestirme para recibir a Kate.

Tiempo atrás pude haber negado la ayuda que ambas me brindaban, pero en aquel momento, que me vieran desnuda con una panza extremadamente amplia y, que palparan mi femineidad para verificar la dilatación, me era totalmente indiferente. Estaba vulnerable y mis dolores inhibían todo pudor. Me había resignado a todo. Absolutamente a todo. Estaba a merced del personal en el hospital.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora