Veintiseis

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Treinta días; cuatro semanas; un mes. Eran los días que trascurrieron y, debo decir, fueron los más entretenidos de mi vida.

Mi anatomía yacía recostada en el diván mientras cambiaba de canal una y otra vez en busca de un programa que me brindara entretención mientras acariciaba mi vientre y esperaba la llegada de Julia. Por cosas de la vida, la relación entre mi novia y yo estaba mejorando. A ello le atribuí la ida del rumano a Londres y las pocas visitas que teníamos de Annie con el fin de cerciorarse de que todo estuviese bien con la bebé.

De cierto modo, agradecí no tener a la rubia inmiscuyéndose en nuestras vidas. Podía ir al médico con total tranquilidad; Patrick me atendía de igual forma, llegase tarde o no. Él cumplía su labor como el médico de confianza y, ¡qué bien lo cumplía! Con el tiempo que transcurrió, había originado una especie de cariño por el familiar de Annie. Era atento, y muy considerado al momento de explicarme los pasos que debía realizar ahora que tenía seis meses, casi siete de gestación. Me recomendó una que otra técnica para aminorar mi ansiedad y me regaló unas vitaminas que yo, por cuestión de ignorancia, no sabía dónde las podía adquirir.

Todo iba bien sin Annie.

Miré el reloj colgado en una de las paredes del living. Marcaba las 7.30 y Julia aún no llegaba a casa. La mesa estaba lista, con la comida servida en nuestros respectivos puestos, lista para ser devorada. La pequeña en mi interior se movió y en base a su movimiento, supe de inmediato que comenzaba a reclamarme por algo comestible. Me levanté de mi lugar, como buena madre y fui por un pedacito de pan.

—Ya veo que el hambre es lo único que te motiva a moverte, pequeña Kate. —Reí mientras daba otro mordisco del pan.

Volví a caminar en dirección al sofá que previamente había utilizado, pero fue el sonido de mi celular el que me obligó a dirigirme hacia mi pieza y contestar el llamado. Sonreí ante la pantalla al ver el nombre y, como si Kate lo hubiese leído junto a mí, se movió vigorosa en mi interior, causando cierto malestar entre mis entrañas.

—Tanto tiempo, señor Stan. —Saludé, causando una risita divertida de su parte. —Kate se ha emocionado al recibir la llamada de su padre. Desea hablar con él y decirle lo mucho que lo quiere... —El rumano volvió a lanzar otra risotada que, pese a lo estruendosa que se sentía, no dejaba de ser tierna y atractiva.

—Puede decirle que la amo, y que espero su llegada con muchas ansias. —Dijo con voz suave. Sonreí para mí ante lo tierno que se escuchó. —¿Tú crees que ella sepa que hablas conmigo? —Preguntó Stan, esta vez utilizando un tono de voz más serio.

—Lo hace. —Afirmé con convicción.

—No hay forma de saberlo, Grace. Ni si quiera sabe que existo.

—Lo sabe. —Reafirmé. —Nunca te he dicho esto, pero ella sabe cuándo eres tú quien habla, cuando eres quien toca su hogar. Ella sabe que eres tú quien está hablado ahora mismo. —Expliqué. Posé, como siempre, una mano en mi vientre y tal como le decía al rumano, Kate presentía todo lo que sucedía a su alrededor. Y ello lo expresaba a través de sus movimientos enérgicos. —En estos momentos se está moviendo demasiado. ¿Vez lo que sucede cuando se viaja a otro continente por cuestiones de trabajo? Te pierdes cada movimiento de tu hija.

—No me digas eso que me dan ganas de volar a tu hogar ahora mismo. —Murmuró mientras suspiraba con pesadez.

—¿Cuándo regresas? —Pregunté. —Me he divertido este mes hablando contigo. —Confesé. Mis mejillas se tornaron rojas automáticamente. Agradecí que el rumano no me estuviese viendo en ese momento.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora