Treinta y tres

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Siempre creí, desde que vi a Julia por primera vez, que ella sería el amor de mi vida; la mujer con la que viviría en un hogar sencillo, aquella con la que nos amaríamos hasta la muerte. Ello al menos, fue lo que siempre creí y le hice saber. Ella demostró estar de acuerdo conmigo la mayoría de las veces. Sin embargo, las palabras muchas veces quedan en el pasado, disipándose en el aire como promesas y anhelos que no tienen cabida en un futuro próximo. Y eso nos sucedió. Nuestras promesas y declaraciones de amor quedaron en el pasado, confinado entre las paredes de nuestra habitación, en nuestras memorias y corazones acorazados.

Sin duda alguna, la vida daba muchas vueltas. Bastaba con cerrar los ojos y abrirlos para ver qué tanto había cambiado nuestras vidas, nuestros pensamientos y ser en su totalidad. Sólo debíamos realizar una decisión para cambiar el curso de nuestras vidas y con ello, nuestro destino cambiaba. Si era bueno o malo, dependía del decreto que ejecutáramos al respecto y qué tan acertado habíamos sido. Yo no podía decir si mi destino fue bueno o malo, porque, a decir verdad, la experiencia que viví era inolvidable en muchos aspectos.

Había perdido a Julia, pero tuve la dicha de experimentar el desarrollo de un ser en mi interior como así también el apreciar otro tipo de afecto distinto al que sentí con mi ex novia durante los años que duró nuestra relación. Y todo ello, en sólo nueve meses.

Sin duda alguna, el primer suceso en nuestras vidas, fue lo que dio pie a que mi relación con Julia comenzara a apagarse. Fui devota a ella incluso cuando supe su aventura con Robert, incluso cuando Rachel estuvo conmigo y también cuando accedí a ser el vientre de alquiler y tener relaciones con un hombre que jamás había visto en mi vida. La amé, enormemente, como ella no se imagina. Pero ella no me amaba a mí.

¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que me diera cuenta de que Julia ya no me amaba? Bastante tiempo, a decir verdad. Tuve que ofrecerme a ser un vientre de alquiler para saber qué tanto me amaba. Y la respuesta no se necesitó pensar mucho; era muy obvia.

Ahora, mi vida no giraba más que en mi trabajo y en la felicidad que me proporcionaba el hecho de saber que, el destino me dio una oportunidad para poder ver a mi hija estando yo en mejores condiciones, mental y emocionalmente hablando. Quería hacer las cosas bien por primera vez, y ello, lo empezaría haciendo con Kate.

No podía negar que me sentía ansiosa por volver a verla. Un mes pasó desde que vi al rumano por primera vez después de dos años sin saber nada de él. Un mes en donde volví a cuestionarme absolutamente todo; Analicé mi vida y también lo que quería mi corazón al respecto. Finalmente concluí que ansiaba estar con mi hija y cumplir mi rol como madre.

Se lo notifiqué a Sebastian en una llamada, con un evidente nerviosismo en mi tono de voz; me sentía mal por haber dejado a Kate dos años para luego volver a su vida como si nada hubiese pasado. No era correcto, tampoco lógico. Pero Sebastian no se opuso; él anhelaba que yo fuese parte de su vida y la de Kate.

Ello me hizo sufrir un dolor de estómago infernal ante el sinfín de expectativas formadas en mi mente cuando recibí su mensaje, un día después de la llamada, con las indicaciones exactas acerca del día y la hora en la que podría ir a su hogar.

Me vestí con ropa simple; una blusa y un pantalón negro ceñido a mis piernas. Un par de botas y una chaqueta. Amarré mi cabello en una coleta, despejando mi rostro. Me maquillé de forma suave y casual. Me miré al espejo unos instantes, verificando que todo estuviese en orden. Por fuera, mi físico se veía normal y sin ninguna alteración. Más, por dentro, mi anatomía procesaba cada pensamiento, cada suceso futuro con bastante alboroto. Mi corazón palpitaba, mis manos sudaban, y mis piernas temblaban pese a que a través del espejo no se podía percibir.

Nine Months || Sebastian Stan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora