Señorita Anahí | Completa | ERÓTICA | Adaptación

Tercer Capítulo

Una joven como Anahí Wood no es fácil de evadir su belleza.

Alfonso estaba sentado en la silla de su escritorio, con un bolígrafo en la mano mientras terminaba de firmar unos últimos documentos. Él se estaba preguntando cómo le haría para llevarse a una chica como ella a la cama. No sabía si Anahí accedería a las propuestas que tenía planeado hacerle hoy. Ella podría negarse o incluso denunciarlo si tan solo le tocara un pelo. Su reputación y su trabajo estaban en juego, pero era un riesgo que debía tomar. Besarla sería estar en el paraíso y estaba casi convencido de que Anahí sentía lo mismo por él. Lo sospechaba por la manera en que la pillaba mirándolo  por los recreos y después apartaba la mirada sonrojandose.

Ella era virgen. Tenía un aire sexual pero a la misma vez tan virginal que le era inevitable no sentir. Soñaba con hacerle el amor de mil maneras, una y otra vez. Alfonso sabía que desearía con tal intensidad era un error. No debía fijarse en una mujer  diez años menor que él, tampoco debía mirarla de una forma tan distinta en comparación de las demás alumnas. Pero ya no había manera de echarse hacia atrás. Él lo haría. Arriesgaría  a perder su trabajo von tal de poder probar esa deliciosa boca y ese glorioso cuerpo.

Alfonso sonrió cuando escuchó el timbre sonar, anunciando que las clases ya habían terminado. Miró ansioso el reloj que estaba colgando en la pared, las tres de la tarde. Anahí no tardaría en llegar. Se aseguró tener todo lo necesario para la ocasión, guardándose en el bolsillo del pantalón un condón que sacó de los cajones de su escritorio. Aún no lo usaría, pero sí más tarde.

Alfonso dejó escapar un ronco "pase" cuando escuchó que llamaban desde la puerta. Casi de inmediato quiso levantarse  para ir hacia ella y abrazarla cuando la vió entrar, pero se contuvo.

—Buenas tardes, señorita Wood.—saludó cortésmente.—¿Cómo se siente hoy?

—Bien, gracias—le sonrió tímidamente, mientras ubicaba asiento en la silla giratoria frente a él. Dejó caer su mochila a su costado y juntó las manos sobre su regazo.—y por favor, llámeme Anahí. Es que no me gusta que me llamen por mi apellido.

—Anahí...—la nombró. Y después sonrió.  A él le gustaba su nombre. Y  quería volver a llamarla así, pero esta vez, su nombre envuelto en un gemido.—está bien. Si usted se siente más cómoda saliendo de toda esta formalidad...

—Sí, por favor.—dijo y suspiró agradecida.

—Bien. Seguro has de estar preguntándote por qué hice que vinieras aquí después de clases.

—La verdad es que sí.

En eso, Alfonso se levantó de su silla y rodeó el escritorio. La mirada de Anahí se mantenía fija hacia el frente, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Sintió a Alfonso caminar atrás suyo, y su corazón latió desenfrenado cuando oyó que cerraba la puerta con pestillo.

Era hora de la acción.

—¿Sabes, Anahí? Últimamente me he dado cuenta que me has mirado mucho durante los recreos...

Ella se ruborizó.

—Eso no es verdad.

—No mientas.

—Yo no miento.

La voz de Alfonso se oía más cerca y Anahí sabía que estaba detrás de ella. Luego abrió los ojos completamente cuando sintió que colocaba las manos  en el respaldo de la silla giratoria, después volteó y se inclinó hacia delante con las manos sobre cada uno de los apoyabrazos de  la silla. Instintivamente ella se echó hacia atrás, pero el respaldo de la silla le impedía  poder moverse más de lo que quería. Anahí deseaba poder huir de allí, pero sabía que Alfonso no se lo permitiría.