Capitulo 8

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Nuestros padres tratan de conseguir cuatro billetes que salgan antes hacia Londres, nuestro destino, pero la mujer les dice que es imposible, tendremos que esperar. Tenemos a un hombre a cada lado agarrándonos con fuerza. Por favor, solo falta que nos pongan grilletes. Han recogido nuestras maletas del suelo y ahora estamos en una sala de espera privada, con diez hombre vigilándonos. Por favor esto es exagerado, no somos animales. Y lo peor de todo es que no nos dejan hablar entre nosotras. Cada una está sentada en un rincón de la sala. Estoy tan aburrida que acabo quedándome dormida.

-Señorita. -Dice un hombre tratando de despertarme mientras me sacude un poco el hombro-. El vuelo va a despegar. Ya se han llevado las maletas.

Capullo. Eres uno de los que me vigila para que no hable con mis amigas y además me despiertas. Las papeletas no están a tu favor. Le propino un buen puñetazo en la nariz quedándome a gusto y en seguida se acercan dos hombres para agarrarme y que no le haga nada más, pero de todas formas con el primer puñetazo ya me he quedado tranquila. Mis padres miran con desaprobación como le sangra la nariz a ese hombre. Pues que se jodan. Nos acercamos en la puerta de embarque, en cuanto pisemos Londres nos vamos a donde nos de la gana. Pero como si nos hubieran leído el pensamiento, ocho hombres más embarcan con nosotras. Antes de irnos nuestros padres nos miran a cada una.

-Eres peor que el diablo. -Me dice mi padre. Ya estamos con las tontería de el diablo y Dios-. Irás al infierno por pecadora.

-Después de ti. -Les hago una reverencia dejándoles con la boca abierta y me voy al avión con un hombre a cada lado mía.

Un minuto después entran las demás. La despedida con sus padres ha sido más larga, pero estoy segura que se han dicho de todos menos “te quiero”. Los asientos del avión van de tres en tres. Nosotras vamos en medio y un hombre a cada lado del pasillo y si intentamos hablar entre nosotras nos lo prohíben. Cuando el avión ya ha despegado las azafatas empiezan a andar con bandejas de comida. Al menos los hombres son atentos y nos preguntan si queremos comer algo, pero evidentemente nos negamos. Uno de los que están a mi lado es al que le he dado el puñetazo en la nariz, que está levemente alejado. Así me gusta cabrón. Témeme.

Echo una rápida mirada hacia atrás antes de que los hombres me llamen la atención, pero es lo bastante para ver que todos están magullados. ¿Todas hemos recurrido a las ostias? Joder que orgullosa estoy, creo que incluso voy a llorar.

El vuelo es una soberana mierda de aburrimiento. Nada que hacer, nada que mirar. Una de las veces digo que tengo que ir al baño y se niegan en rotundo, pero les digo que tengo el periodo y me creen. Imbéciles. Me doy un discreto paseo por el avión sin lograr entretenerme. Me doy cuenta de que un hombre que está sentado cerca de los lavabos tiene un maletín medio abierto. Sin que nadie me vea lo cojo y me meto en el baño. Tras registrarle solo encuentro cien dólares -que me quedo-, unos papeles que me importan una mierda y una pluma de escribir con aspecto caro. Me la guardo dentro del zapato a un lado de la planta del pie y salgo dejando el maletín tal y como estaba. Vuelvo a mi sitio y me quedo dormida.

-Señorita, hemos llegado. -Me despierta el hombre al que no le he dado el puñetazo.

Al mirar a mi otro lado veo que el asiento está vacío. Joder si que me ha cogido miedo ese hombre. Bajamos agarradas por el brazo y me doy cuenta de que Kate, India y Cara también van con un solo hombre. ¿Dónde se han metido los demás? Esta es nuestra oportunidad perfecta. Nos miramos las cuatro y nos guiñamos disimuladamente, ese gesto para nosotras significa que en breve vamos a hacer la cuenta hacia atrás. Todas nos miramos la manos unas a otras y ya tenemos los tres dedos, luego dos y por último uno. Cuando tenemos el puño cerrado lo usamos para propinar un puñetazo que los deja aturdidos. Salimos corriendo, pero en ese momento aparecen los otros cuatro con nuestras maletas. Mierda. Nos agarran y nos levantan en brazos. Nos resistimos durante unos minutos sin importar toda la gente que mira hasta que nos damos por vencidas. Nos agarran de ambos lados mientras uno de ellos lleva nuestras maletas. Al salir del aeropuerto hay un taxi grande esperándonos en el que se ve un símbolo pero lo ignoro por completo. Tras una hora en el coche contados por mi reloj de muñeca, y sin poder hablar con las demás llegamos a nuestro destino.

Todo lo que no puedes controlarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora