Al otro lado del rio

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San Vicente, Ecuador
1960

Caminaba por el sendero de la hacienda de mis padres, quien diría que a la edad de catorce años yo los perdería en un trágico accidente en eso que los de la ciudad llaman bus. Aunque nunca pasaba mucho tiempo con ellos, mas que con mis hermanos, se que me harán falta.

Llegué al río y lanzaba piedras mientras intentaba asimilar lo que en casa sucedería. Seguramente mi hermano mayor Ignacio se hará dueño de todo y traerá a vivir a su mujer aquí, mi hermano también mayor Jacobo ya decidió irse a Estados Unidos con mis abuelos junto con mi hermano menor Patricio. Solo quedaré yo y el latoso de mi hermano. A mi no me pueden llevar porque como nunca fui a la escuela, no se ni leer ni escribir y jamás fui inscrita en el registro como dijo mi abuelo.

¿Qué haré con mi vida? Mama solo me enseño a cocinar, lavar, limpiar la casa, tejer y coser. Lo que toda dueña de casa debe hacer.

¿De que me servirá eso si ni casa tengo? Recién podré casarme a los quince y si me encuentran marido.

Con lo salvaje que mis hermanos dicen que soy, seguramente nadie me amará. Me gusta andar sin zapatos y uso ropa de hombre heredada por mis hermanos.

Crucé al otro lado del río a pensar apoyada en un árbol.

-hola- dijo alguien detrás de mi.

Regresé a ver y era un hombre alto y apuesto de ojos azules y de cabello negro que llevaba botas grandes negras y ropa muy moderna y nueva.

-hola-.

-¿eres de aquí?- se acercó a preguntar.

-soy de la finca de al frente- señale.

-creo que estas del lado de mi finca- sonrió.

Tiene lindos dientes.

-disculpe...- miré mis pies descalzos -es que suelo venir a este lado y nadie me había dicho nada antes. Me iré-.

-no te preocupes niño, puedes quedarte aquí. Solo lo dije por molestarte- golpeó mi hombro.

Negué con la cabeza y me fui a mi lado.

Como todo niño rico y presumido que es, debe de fijarse en lo que ve y no en con quien habla.

-oye...- me dijo mientras yo cruzaba -no dije que te vayas-.

No le presté atención y continue caminando entre las piedras cruzando el río.

-oye espera- sujeto mi brazo.

-RITAAAA...- escuché el grito de mi hermano Patricio -RITAAAA-.

-debo irme- le dije corriendo entre las piedras.

Fui hasta donde mi hermano y sólo regrese a ver al chico alto una vez. Se quedo con la boca abierta en medio del río.

-¿donde estabas?...- dijo mi hermano con lágrimas en los ojos -no quiero irme, quiero siempre jugar contigo Rita-.

-vámonos Pato...- lo tome en brazos -ya verás que los abuelos son divertidos-.

Llegamos a casa y cayó la hora de despedir a mis padres enterrandolos en el cementerio. Hubo llanto, pena y nostalgia de dos personas que aunque tenían dinero escondido en el colchón, ellos jamás dejaron de ser hijos de la tierra y hermanos de los campesinos, como dijo mi tío. Eran humildes y francos, amantes de la vida campesina y nobles de naturaleza. Llegó la hora de marcharse mis hermanos y aunque Patricio suplicara por llevarme a nuestros abuelos, ellos decían que no podían aún.

No quise ni ver cuando subían a la carreta, solo me quedé en mi cuarto a pensar y ver que a más de tener una cama, una mesa de escritorio, era nadie en este mundo y ni fecha de nacimiento tenía como certificado.

Historias cortas para dormir byMina Lang S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora