I

418 42 14
                                    

Las calles del centro de la ciudad estaban atestadas de personas caminando en distintas direcciones, algunas esperaban la oportunidad de cruzar la calle, en donde las bocinas de los autos se hacían oír en aquel desastre de conversaciones y otros sonidos chocando entre sí. En la esquina de la panadería, un muchacho exclama el costo de los periódicos que vende cuando una ráfaga de viento pasa junto a él, haciendo volar lejos muchas de las hojas que tanto cuidaba. Unos niños se burlaron de él y un hombre de ropas andrajosas se paró a ayudarle con sus periódicos. Entre el gran conjunto de personas que esperaban porque el semáforo les indicara que podían cruzar a la otra acera —justo en el centro— se encontraba Jung Haneul, que intentaba camuflarse entre rostros desconocidos para no ser reconocida.

Sus planes para ese sábado era que después de terminar con sus clases de francés, Haneul y Hyunjin, su mejor amiga, almorzarían en su restaurante favorito y pasarían el resto del mediodía y tarde juntas. Los planes cambiaron drásticamente cuando Haneul entró al restaurante, mientras saludaba al dependiente divisó a Hyunjin sentada en una mesa apartada con dos asientos además del suyo, uno de estos fue ocupado por su novio. Una mueca de disgusto puro se cruzó por su rostro, estaba cansada del patán de Sungjae, sin embargo estaba muchísimo más cansada de que Hyunjin no terminara con esa relación tóxica. Siempre que hacían planes, ella los cancelaba para salir con Sungjae o lo incluía a él en ellos sin consultarle, cosa que a Haneul no le importaría de no ser porque él le hacía daño a su amiga. Lo pensó muy bien antes de enviarle un mensaje a la muchacha, explicando que se sentía muy enferma y que iría a descansar a su casa, y luego salir de allí antes de ser vista.

Finalmente el semáforo cambió su luz al rojo, los autos se detuvieron y Haneul pudo seguir su camino hacia la parada de autobuses. Un par de cuadras más adelante ya no habían tantas personas como antes, ya no debía preocuparse mucho por tener cuidado de chocar con alguien. Caminó junto a la plaza con parsimonia, disfrutando del buen clima que hacía. «Al menos el día está hermoso.» pensó. Cerró sus ojos al sentir la brisa acariciar sus mejillas de nuevo, pronto fue sorprendida por un tropiezo que le hizo trastabillar, ahora percatándose de que sus agujetas estaban desatadas. Suspiró y decidió buscar una banca donde sentarse mientras ataba sus agujetas.

A unos metros de allí, sobre la rama de un árbol, se encontraba sentado un muchacho alto, con cabellos de un tono muy claro de castaño que observaba a las parejas pasear por la plaza y meciendo sus piernas hacia adelante y atrás desordenadamente, de vez en cuando se burlaba de parejas que no estaban predestinadas. Haneul lo notó, o más bien lo escuchó; reía bastante fuerte y nadie parecía prestarle atención. Ella tampoco siguió haciéndolo, se dedicó a atar sus agujetas para luego irse.

El muchacho escuchó a una chica confesarle a su novio que estaba enamorada de él y soltó una carcajada realmente fuerte, se abrazó el estómago y sacudió sus piernas. Si tan sólo la pobre chica supiera lo que él sí... Haneul le dirigió la mirada una vez más, esta vez sólo podía ver su espalda pues ella había comenzado a alejarse. Notó que en cada uno de sus costados yacían una mochila amarilla y un libro, este último resbaló de la rama por culpa sus sacudidas tan bruscas.

«Desastroso, distraído.» enumeró ella.

Negando con la cabeza, dio la vuelta y se aproximó al libro abandonado en el césped, quitó los rastros de tierra sobre él y detalló su cubierta; esta era dura y de tonos de azul oscuro que degradaban a celeste, en la esquina inferior derecha se encontraban las letras «K.T.» escritas en negro con una caligrafía perfecta. No sabía si sería una especie de diario o un libro común, tampoco iba a averiguarlo.

Rodeó el árbol y miró de cerca al muchacho, él mantuvo su mirada fija en otro lugar sin notar su presencia. Durante un minuto se tomó la libertad de observarlo, era un muchacho apuesto, poseía rasgos delicados y piel tostada, también una sonrisa muy peculiar pero sin duda muy bonita, por su risa podía deducir que su voz era grave y gruesa. Una vez que acabó de detallarlo, Haneul se aclaró la garganta en un intento de llamar su atención, no obstante falló.

— ¡Oye! — llamó.

El muchacho dio un brinco al escuchar su voz, un momento antes de caer de la rama del árbol un par de alas fueron expelidas de su espalda. Haneul soltó un jadeo y cubrió su rostro con el libro, todo sucedió muy rápido. Escuchó al castaño resoplar y gruñir en el suelo.

— ¡Lo siento mucho, no fue mi intención asustarte! — hizo una reverencia y apartó el libro de su rostro. — ¿Te encuentras... bien?

Entonces reparó en el par de alas blancas que adornaban la espalda del aludido. Su rostro se desencajó en una expresión de horror y se sintió palidecer, aquella visión le ponía los pelos de punta.

— Creo que me rompí un ala. — gruñó él.

Haneul no podía salir de su estado de shock, miró alrededor en busca de alguien que haya presenciado lo que ella. ¿Con tremendo alboroto alguien tuvo que haberlos visto, no? No podía ser la única que haya visto a ese muchacho alado. En efecto había personas mirando en su dirección, pero solamente a ella la juzgaban y dirigían miradas extrañadas. El nerviosismo crecía en su pecho rápidamente. «No puede ser... ¿Acaso no lo ven? ¿Qué está sucediendo?»

— Primero, ouch. — habló simultáneamente se incorporaba. — Segundo, no puedes acercártele así a las personas si no quieres provocarles un infarto. — se llevó las manos a la espalda y se estiró un poco. — Y tercero... — la miró a los ojos. — pues no tengo un tercero así que lo dejaré hasta ahí. — se encogió de hombros.

La pelinaranja boqueó como un pez, había tantas palabras en su cabeza que no sabía cuál decir primero, tampoco estaba segura de si debía decir algo, ¿qué se debe hace cuándo haces caer a un ser alado de un árbol? Lo miró unos segundos con sus cejas enarcadas y labios presionados.

— Y-yo...

Ni siquiera terminó la oración, le tendió el libro sin mirarlo al rostro y cuando sintió como el objeto era retirado de sus manos se dio la vuelta, alejándose tan rápido como se lo permitieron sus piernas. Tenía un nudo en la boca del estómago y sus piernas temblaban levemente. En definitiva no volvería a hablar con extraños.

de un flechazo al corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora