Capitulo 24 -En mis venas.

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En mis venas

Está vestido de negro... con unas gafas oscuras, una camisa negra, pantalones negros, zapatos y medias negras. Tal vez un corazón negro. Atrás de sus gafas ve a todos lamentarse. Sus otros amigos están allí, en silencio y con cara de pena, sabiendo que uno de ellos, cualquiera, pudiera ser el próximo.

Hay una señora que está gritando, es toda lágrimas en lo que se ha convertido ella al darse cuenta de que su hijo murió en un accidente. Pero decir que había muerto en un accidente es estúpido. Decir que el vendedor ambulante que se paró en la ventanilla del conductor y le ofreció un nuevo parabrisas, era eso, un simple vendedor ambulante, sería una mentira muy grande... que cuando él se negó a comprar y tuvo un mal argumento con el mismo, discutían sobre eso, sobre un estúpido parabrisas.

Atreverse a decir que cuando el «vendedor ambulante» sacó el arma de su bolso y le disparó en la cara había sido porque no le compró nada, era insultante para todos ellos.

Sus amigos cercanos sabían porqué había sido. Ben también sabía la amenaza. Había venido ya por ellos y supo que de alguna forma esto era una advertencia. Tenía que pasar al siguiente nivel ya.

Pero ahora, ahora tenía que velar a su amigo con el rostro desfigurado en esa caja mientras veía cómo a su mamá se le despegaba el alma a gritos, desgarrándose por dentro hasta quedar vacía, sin vida.

Para vivir en la miseria de no tener a su hijo.

Se pregunta constantemente cómo sería si en vez de su mamá, hubiese muerto él... quizás las cosas hubieran sido mejor, en un sentido, pero en el otro su mamá hubiese andado muerta en vida como lo hará ahora la mamá de Ramírez.

Gregorio estaba llorando sentado en una silla cerca de la caja. Eran lágrimas silenciosas como las que se le habían escapado a La Sombra el día anterior, al escuchar la noticia de que Ramírez estaba agonizando y perdiendo la vida.

Los ojos de Gregorio estaban pegados al suelo de madera de la funeraria con frenesí. Nadie quería mirar a la caja, aunque estuviese cerrada y su rostro desfigurado permaneciese oculto a los demás. Ramírez era como su hermano, y ahora el único recuerdo que tenía de él era la sangre en el auto que él, el fallecido, y Ben habían comprado, seguro jamás lo iban a usar de nuevo.

Valeria tenía un vestido negro apretado que se soltaba débilmente en sus caderas. Estaba mirando sus manos, nerviosa. Es porque no tiene idea de qué está ocurriendo. Se pone ansiosa. Está pensando lo mismo que Ben: no fue un accidente.

Valeria alzó la vista e hizo contacto visual con Ben desde el otro lado del salón. Ben apartó la vista. Lo había atrapado espiándola. Vuelve a mirarla, ella sigue mirándolo con ojos nerviosos, es en ese momento en que se da cuenta de que Valeria no puede ver qué es lo que él está mirando a través de sus gafas oscuras. Entonces se queda mirándola, y ella hace lo mismo sin saber que él la está mirando. Alguien se sienta al lado de ella, es Argentina. Tiene los ojos rojos e hinchados, amaba a Ramírez, era muy cercana a él.

Deja de mirar a Valeria y cierra los ojos, pero aun así su imagen se filtra en su pensamiento. Repasó la noche de la fiesta, cuando había actuado loco de deseo, cuando la había llevado al carro. Pensó en lo que pasó después, se había puesto a llorar. Sin decir nada. ¿Por qué había estado llorando? Pensó en eso tantas veces que le dolía la cabeza, o no sabe si el dolor de cabeza es por el lugar. El ambiente de una funeraria llena su mente de malos recuerdos.

Saca las manos de su bolsillo para ver la hora en su teléfono celular.

Sale de la sala. Aunque ella estuviere llena de los llantos y lamentos de los familiares y amigos de Ramírez, él ya no escuchaba nada. Estaba perturbado por lo que había pasado pero no se permitía entristecerse por los demás. Nadie lo hacía por él.

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