Capitulo 27 -Gritar los secretos.

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Gritar los secretos

Reunir valor.

Amarrarse los pantalones e ir a decirle que la amaba.

Se devolvió. Era estúpido. Valeria lo odiaba. Lo quería ver muer­to. La única forma de que Valeria estuviera feliz en su presencia era si él estaba en una caja o tres metros bajo tierra.

Fue al baño a mirarse en el espejo. Dios, su cabello estaba demasiado largo ya. Casi la mitad de su dedo índice. Iba a arreglar eso y se lo recortaría todo otra vez. Se estaba viendo a sí mismo con la cabeza recortada al estilo bajo y una barba también. Tal vez le añadiría más seriedad, tal vez combinarían con sus ojeras y las arrugas prematuras que aparecían en su frente cuando estaba concentrado en algo.

Se tocó la quijada. Sí, era lo mejor. Antes de ir a donde ella se iba a recortar el cabello y a afeitarse la barba. Tal vez se haría una barba en forma de candado.

Le tomó un día y medio volver a traer la poca ropa que había llevado al apartamento de Ángela por dos razones: la chica no quería que él se fuera, y después de miles de maldiciones y de arañarle los brazos, lo dejó ir. Lo segundo era que no quería llamar la atención de todos cargando con los bultos.

Pero después pasaron tres días. Y Valeria nunca llegó. ¿Cómo iba a llegar si no sabía que él ya estaba en casa? Ah, verdad que ella lo odia y de todas formas ya no va ir donde él.

El quinto día estaba decidido a que ya todo se iba a quedar así y que Valeria estaba bien.

Mientras Ben estaba en la esquina riéndose de un disparate que había dicho uno de los que creía ser su amigo, observó por el rabillo del ojo que Valeria salió de la casa de Marian. Estaba sola y a juzgar por la dirección se dirigía a su casa.

Ben se levantó disimuladamente, y después de un segundo, la siguió a paso lento. Antes de que Valeria entrara al callejón de su casa, corrió para alcanzarla, y cuando lo hizo, agarró su codo.

—Quiero hablar contigo.

Valeria sintió escalofríos en su médula. Es que tenía tanto tiempo sin escuchar su voz que se derritió, no entendía por qué rayos seguía teniendo ese efecto en ella.

Ben la haló para el callejón, casi al frente de su casa. Estuvieron frente a frente durante unos segundos mirándose a los ojos sin decirse nada.

Él respiró profundo.

—Volví a mi casa.

Valeria no respondió. No tenía idea de que decir; de alguna forma, verlo allí parado en frente de ella le dolía como nadie podía imaginarse.

—Valeria —se rascó la cabeza rapada—, te amo.

Pero ella no respondió. Ben se impacientó.

—Te amo, ¿me escuchas? —Hizo una mueca.

Se supone que ahora debía abrazarlo y decirle que ella no lo odia más y que lo ama.

Se supone que debe jurar por todo lo que ella es que nunca lo va a dejar.

Pero ella no reaccionaba. Se había quedado paralizada mirándolo.

Ben dio un paso y Valeria tropezó cuando quiso retroceder. Él tomó su quijada y la besó, pero Valeria no abrió su boca y mantuvo los labios apretados tan fuertes que empezaban a doler.

Él se alejó un poco aún con las manos en su quijada y cuello, y ella tenía los ojos cerrados con una mueca de dolor. Ben se pegó más a ella, y quitó la mano que estaba en su cuello para apretar su cintura suavemente logrando que Valeria abriera su boca para poder besarla de verdad.

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