Me apetecía salir y beber hasta no recordar nada, y eso me disponía a hacer.
Estaba preparandome con bastante lentitud y cuidado. Hacía más de dos meses que no salía de fiesta, la última vez había sido con Haridian y todos le coqueteaban y la desnudaban con la mirada así que en un ataque de celos me la llevé de ahí tan pronto como pude.
Quería ir arreglado, con ese deje de chulería que solo yo sabía poner y que le encantaban a todas las nenas. Me decanté por unos pantalones vaqueros pitillos negros, una camisa a cuadros roja, mis convers blancas, y para rematar me puse un perfume que se que encantaría. Por lo menos a Hari le volvía loca.
Cogí todo lo necesario y sin llamar a nadie me fui a pub que había cerca de mi casa. No necesitaba compañía pues yo solito me bastaba y sobraba. Sólo hacía falta fijarme en alguna que ya la tenía bailando para mi, y era algo que me encantaba.
Sí, puedo parecer vanidoso y egocéntrico, de hecho, lo soy, pero ¿qué le puedo hacer? Desde que tenía 15 años todas las chicas me llevan recordando lo guapo y bien que estoy. Quizás sus piropos se me subieron mucho a la cabeza, pero ya no podía evitar sentirme atractivo y dejar de ser como era; vanidoso, prepotente y egocéntrico a más no poder.
Llegué al pub y ya por fuera me encontré con varia gente conocida que me saludaba como si fueramos colegas de toda la vida, cuando en realidad solo éramos conocidos.
Entré y observé el ambiente. Ahora los jóvenes de mi edad salían desde el jueves, y más desde que era verano, pero sinceramente, no esperaba ver tanto ambiente en un día como ese.
Fui hacia la barra y pedí ron con coca-cola, sí, típico, pero quería empezar con eso. Estaba decidido, no iba a pensar en Haridian, no me iba a sentir mal por besar a alguien más, ni siquiera por acostarme con otra chica que no fuera ella.
Yo era un chico joven, guapo, seductor, que tenía a la que quería, y no acostumbraba a dejar de ligar por una sola chica, aunque ya todos sabían que Haridian era muy especial para mi, y por mucho que intentara eliminar ese pensamiento de mi cabeza, nunca desparecía.
Pero ya estaba ahí y no podía desaprovechar la oportunidad. Una chica ya me miraba y justo cuando le sonreí se decidió y vino hacia mi con una bonita sonrisa en su cara.
- ¿Por qué tan solito? - gritaba para poder oirnos.
- ¿Cómo te llamas? -le sonreí.
- Me llamo Carla, ¿y tú?
- Yo soy Marcos -nos dimos dos besos-. Y ahora, preciosa Carla, ¿bailarías conmigo? -dije ofreciendole mi mano.
- Por supuesto -me sonreió y me cogió de la manos.
La guié hasta la pista y empezamos a bailar. La tenía agarrada por la cintura, muy cerca de mi, y nuestras respiraciones agitadas chocaban.
Nos mirabamos a los ojos y ninguno de los dos aparábamos la vista. Entonces no lo pensé más y me acerqué para besarla, pero ella me paró y me sonrió dulcemente.
- ¿No crees que vas demasiado rápido?
- ¿No me digas que no te mueres por que te de un besito? - dije sin dejar de sonreir.
- Tal vez si... - hizo una pausa - o tal vez no.
- Yo me muero por besarte, y será un duro trabajo evitarlo - hice un puchero.
- Pobrecito - rió.
- ¿Me dejarás besarte?
- Tal vez, en nuestra próxima cita - y con una gran sonrisa en la cara me dio un beso en la mejilla y se marchó contoneando sus caderas.
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Afortunada Coincidencia
RomantikY jamás nadie pudo reemplazar todo lo que aquel hombre sintió por esa chica, bueno, mejor dicho, aquella mujer, porque sin duda, aquel año cambió completamente; dejó de ser una joven adolescente alocada, para convertirse en toda una mujer.