I

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"Los flechazos no existen,
pero cuando te vi supe que pasaría el resto de mi vida
CONTIGO."


Se crea o no en el amor a primera vista, lo que está claro es que la primera impresión acostumbra a ser la correcta. Vanessa llevaba cerca de 3 años trabajando en una cafetería de Nueva York. A los 18 años tomó la decisión más importante de su vida, en busca de un futuro mejor. Los comienzos no fueron nada sencillos, pero nadie dijo que lo fueran. Vanessa afrontó el reto con valentía y decisión, segura de sí misma y de sus posibilidades. Cuando consiguió su puesto como camarera, supo que no era el trabajo de sus sueños ni a lo que quería dedicarse toda la vida, pero no era un mal inicio.

Tras la barra, tuvo la ocasión de conocer personas increíbles o, simplemente, observarlas en silencio, imaginándose cómo sería su vida, su trabajo, de dónde venían... Muchos eran los clientes habituales, que siempre se sentaban en el mismo sitio y siempre pedían lo mismo, pero había uno en especial que atraía la atención de Vanessa: Pedro.

Pedro es un actor sacrificado, que ama profundamente su trabajo, a pesar de que, a veces, las cosas no vengan bien dadas. Era su vocación y no estaba dispuesto a renunciar a ello sin antes haber agotado todas las posibilidades. Desde hacía mucho tiempo, iba siempre a la misma cafetería de la ciudad y desde el primer día en que Vanessa entró a trabajar allí, se fijó en ella. No sabía bien por qué, pero había algo que le provocaba cierta curiosidad. Todos los días se sentaba en la barra, para estar cerca de ella. Pasó mucho tiempo hasta que ambos entablaran una conversación...

—Te noto preocupado... —comentó Vanessa sirviéndole su café de siempre, observando el rostro cansado de Pedro.

—¿Es a mí? —respondió Pedro alzando la vista y señalándose a sí mismo, sorprendido.

—No hay nadie más en la barra —dijo Vanessa con una ligera sonrisa y encogiéndose de hombros.

—Ya... resulta bastante obvio —habló pensando en lo estúpida que había sido su pregunta —, y más que preocupado, estoy cansado —dijo antes de dejar escapar un suspiro bastante pesado.

—¿Trabajo? —preguntó Vanessa, tratando de no resultar demasiado entrometida.

—Sí... Las cosas no terminan de funcionar últimamente, pero supongo que son gajes del oficio —respondió restándole importancia.

—No quisiera ser demasiado curiosa, pero ¿a qué te dedicas que te tiene tan agotado? —y apoyó sus codos sobre la barra, dejando descansar sus antebrazos sobre ella.

—Soy actor —respondió sin más, antes de dar un sorbo a su taza.

—Vaya... pensé que todos habían emigrado a Hollywood —bromeó Vanessa con una mueca divertida.

—Alguno queda por aquí todavía —dijo Pedro, algo más animado.

—Entonces, intuyo, por tus ojeras, que no está habiendo suerte en los castings.

—No sabía que unas ojeras pudieran resultar tan expresivas —bromeó, esta vez, Pedro.

—El rostro de las personas dice mucho acerca de ellas. Me limito a observar —dijo Vanessa colocándose bien sus gafas.

—Pues observas muy bien...

—En verdad creo que es la primera vez que acierto —rio Vanessa y Pedro retomó su atención a la taza de café.

Aquella había sido la primera de muchas conversaciones de barra que Pedro y Vanessa habían mantenido desde entonces. Él le contaba sus inquietudes y ella se limitaba a servirle el mismo café y a escucharlo. Los dos habían entablado una relación, sin saberlo, sin darse ni cuenta, pero ambos estaban ya conectados por esas charlas que los unían durante unos minutos. Cuando Pedro regresaba a su casa, se preparaba una buena taza de café, sin dejar de acordarse de aquella camarera que, desinteresadamente, escuchaba sus lamentos y trataba de animarlo de cualquier manera posible. Inevitablemente, siempre le sacaba una sonrisa y aquello era lo que todos los días le hacía volver a esa cafetería. Por su parte, Vanessa trataba de no darle demasiada importancia a esas conversaciones. Simplemente quería ser amable con él, al igual que con el resto de clientes, pero una parte de ella le decía que Pedro no era un cliente como los demás. Era alguien diferente, especial, alguien a quien necesitaba ver todos los días y tratar de dibujarle una sonrisa en la cara. Se recostaba en el sofá de su casa y pensaba en cómo a Pedro se le iluminaba el rostro cada vez que sonreía, pero no imaginaba que pudiera empezar a sentir cosas por él.

Ninguno fallaba a su cita con el otro, cruzando los dedos, inconscientemente, para que pudieran seguir intercambiando palabras, miradas y sonrisas. Charlas, aparentemente, banales e, incluso, un tanto superficiales de vez en cuando. Vanessa rogaba porque Pedro apareciese por esa puerta y Pedro porque, tras la barra, siguiera estando su mejor terapia. Cuando él entraba en el local, lo primero que hacía era buscarla con la mirada hasta que ella se percataba de su presencia y le sonreía nada más verle. Los dos se necesitaban y sin quererlo, ya se habían enamorado, porque la primera impresión acostumbra a ser la correcta.

Un secreto a voces Donde viven las historias. Descúbrelo ahora