Primera canción

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La guitarra de Miguel era única, la había heredado de su tátara abuelo Héctor Rivera, gran músico en su tiempo que había sido engañado por su mejor amigo y Miguel había sido el encargado de descubrir la verdad y limpiar el nombre del, casi olvidado, músico.

Ahora Miguel era el encargado de transmitir aquellas canciones, de deleitar a la gente con su voz y las hermosas melodías cada día en la plaza del mariachi.

La casa que habían alquilado quedaba bastante cerca de la plaza donde habían quedado esperando contactar a la tía Cass. Plaza del mariachi, le había dicho su hermano que se llamaba. Tadashi se había puesto un poco obsesivo con conocer más de la cultura y lugares dentro de ese pequeño pueblo, así que se había dedicado a arrastrar a la Tía Cass por todos lados mientras que Hiro se dedicaba a hacer el vago en la plaza.

Se estiró una vez más, en cualquier momento se quedaría dormido en aquella banqueta. No tenía nada que hacer. En realidad no había nada que quisiera hacer.

—«Encontrar a Miguel Rivera»— estaba pensando en voz alta. ¿Donde se supone que pasaba el tiempo un chico como Miguel? ¿Estaría jugando con algunos amigos? ¿Iría a la escuela? ¿Qué edad tenía? Hiro estaba a punto de tirarse de los mechones de su cabello. No sabía nada más que su nombre, no tenía las herramientas para crear alguna de sus genialidades que lo buscara por él. Estaba jodido.

O quizás no tanto.

Una pequeña multitud se comenzó a formar en la plaza y de pronto una voz llenó el ambiente y Hiro lo reconoció de inmediato.

—Miguel — se acercó al pequeño tumulto y se abrió paso a la fuerza hasta llegar a la primera línea de gente. Y ahí lo vio.

Miguel bailaba de un lado a otro tocando su blanca guitarra, su voz era potente y melodiosa. Tenía público completamente hipnotizado y Hiro. Él estaba muriendo de una mezcla de sentimientos que fluctuaban entre la sorpresa, dicha, admiración y otros que no comprendía.

Ay de mí llorona, llorona de azul celeste— Miguel había bajado el ritmo de su música. Se acomodo en una banca y rasgó su guitarra con suavidad, —ay de mí llorona, llorona de azul celeste — miró a la gente y entre todas aquellas caras vio como destacaba aquel chino, sonrió, —y aunque la vida me cueste llorona. No dejaré de quererte. No dejaré de quererte.

—«Hola Hiro»— el ameriasiatico hizo un movimiento involuntario provocado por el susto. Su hermano y tía Cass habían llegado.

—« ¿Qué quieren?»— Le estaban interrumpiendo su momento. Ósea, de ver al mexicano de nuevo. No era nada más.

—«Vimos gente reunida y escuchamos música. No pudimos resistirnos»— tía Cass tenía una sonrisa deslumbrante.

—«Ha, ha»— el Hamada menor quería estar solo. Su hermano y su tía eran demasiado metiches, —«nos vemos»— se alejó sin darles tiempo de nada. No podía escuchar a Miguel en paz con ellos murmurando.

Después de un rato la multitud comenzó a dispersarse. El show ya había concluido.

Hiro se sentó en una banca con los ánimos por el suelo. Quería escuchar al mexicano, pero no así. Quería escucharlo cantar solo para él.

—«Solo para mi»— dejo fluir esas palabras y se sintió como un completo idiota ¿Para él? ¿Por qué Miguel cantaría para él? Se sonrojo con la pura idea de tener al mexicano cerca cantándole alguna canción.

—Hola otra vez— Miguel se había dejado caer de forma descuidada a su lado.

— ¿Eh?— el ameri-asiático casi se cae de la banca, — ¿Qué haces aquí?

First time [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora