Primer adios

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Las vacaciones no son eternas y ellos lo sabían bien. El tiempo juntos estaba a punto de llegar a su final y ambos sentían que les faltaba tanto por vivir.

—Miguel— Hiro llamó a atención de su amigo.

— ¿Si?— Miguel volteó para encontrarse con esos ojos rasgados mirándolo con tristeza.

Se quedaron en silencio. Era de noche y se encontraban tendidos en el suelo mirando el cielo a las afueras de Santa Cecilia. El aire frío golpeaba sus rostros y los hacía sentir relajados.

— ¿Hiro?— El moreno llamó a su amigo esperando que dijera aquello que tenía atorado en alguna parte de su garganta.

—Nos vamos en dos días. — Soltó esa pequeña bomba. No quería irse, esas vacaciones habían sido, por decir poco, perfectas.

—Oh...— No sabía qué decir, miró al cielo de nuevo. Sintió como sus ojos se calentaban y comenzaban a arder. Iba a llorar.

—Prometo que volveré. — El nipón se sentó sin mirar a Miguel. Si lo miraba otra vez también lloraría.

—Prometo que me haré famoso y viajaré por el mundo... iré a San Fransokyo a verte— imitó a su amigo y también se sentó.

Ambos hacían promesas infantiles. Ninguno tenía certeza de si serían capaces de cumplir sus propias palabras. Lo único que querían en ese momento era proteger al otro del dolor de una despedida.

—Voy a extrañarte— Miguel apretó sus ojos y respiró para poder mirar a Hiro a la cara, —has sido el mejor amigo que he tenido— sonrió mientras por sus mejillas caían finas líneas de agua. Al final no había podido contener sus lágrimas.

—Tu has sido el único amigo que he tenido— el japonés también dejo que las lágrimas corrieran.

Se quedaron así por un rato hasta que Miguel en uno de sus ataques de efusividad apresó a Hiro en un fuerte abrazo.

El día siguiente lo pasaron en la casa donde Hiro se estaba quedando junto a su familia. El japonés le mostró un par de cómics al mexicano. Cómics que tuvo que leerle porque estaban todos en inglés.

—Deberías pensar en aprender un poco de inglés— Hiro regaño al moreno, no sabía bien cómo iba el sistema educativo de México pero a su parecer el menor ya debería tener nociones básicas de inglés.

—Pero es re difícil, — hizo un puchero, —además tú hablas español así que pa qué.

—No soy tu diccionario con patas— Miguel se rió ante las palabras de su amigo. Su español al principio era un poco escueto y demasiado mecánico pero a estas alturas hasta se le estaba pegando el acento mexicano.

—«Cielo, está lista la comida»— la voz de la tía Cass interrumpió su conversación.

—«Ya vamos»— Hiro se levantó, —vamos a comer Miguel.

Fueron hasta el comedor y se dispusieron a comer. La tía Cass había preparado okonomiyaki. Siempre que venía el mexicano preparaba comidas tradicionales de Japón.

—«Está delicioso tía Cass»— Tadashi elogió la mano de su tía, — ¿Qué te parece Miguel?

—Raro— miró con curiosidad la cantidad de verduras sobre la mesa, —No entiendo cómo va— vio como Hiro ponía un poco de masa y comenzaba a poner verduras y carne para terminar obteniendo una tortilla.

—Toma— Hiro colocó la tortilla recién preparada en el plato de Miguel, —no vayas a quemarte.

—Gracias.

Tadashi se quedó mirándolos. La escena le había parecido adorable, su hermano no solía ser así de dulce, aunque ya se había acostumbrado a ver ese trato preferencial que su hermanito tenía con el moreno.

—Que rico— Miguel alucinaba con el sabor de aquella comida, —Hiro, dile a mamá Cass que está muy bueno.

—«Tía Cass, Miguel dice que la comida está muy buena»

—Gracias— le sonrió al pequeño mexicano. Había aprendido unas cuantas palabras en español durante su estadía en Santa Cecilia, pero aún se le hacía muy difícil, sus sobrinos eran increíbles.

Siguieron comiendo mientras hablaban de cosas triviales, de la universidad, de la secundaria y de un proyecto que a Tadashi le hacía mucha ilusión.

Pero como todo lo bueno no es para siempre el día se fue más rápido de lo que ambos hubieran querido. Se despidieron y prometieron pasar todo el día siguiente juntos hasta que llegara la hora que tuvieran que partir.

Y así lo hicieron. El nipón se levantó muy temprano dejando todas sus cosas listas para no perder tiempo buscando nada. Tomó solo un yogurt del refrigerador y se dispuso a salir.

—«Voy»— anunció

—«Recuerda que nos vamos a las cuatro»— Tadashi fue el encargado de recordarle el horario límite para estar con Miguel.

—«Estaré a más tardar a las cuatro aquí»— salió de la casa directo a la zapatería Rivera.

No había mucha gente en las calles del pueblito, los pequeños negocios apenas estaban abriendo. Eran recién las seis de la mañana y Hiro cruzó las calles de tierra corriendo para encontrarse con su moreno.

—Hiro— Miguel corrió a su encuentro a penas lo vio, —pensé que no llegabas.

—Tonto— le sonrió, —tenemos hasta las cuatro.

—Vamos a comer algo— hizo un gesto para que Hiro lo siguiera hasta a su casa.

Mamá Elena estaba despierta, había preparado un par de cosas para que Miguel tomara desayuno como corresponde, y para que alimentara al chino flacucho que tenía por amigo.

Desayunaron mientras se reían lo más bajito posible, no querían perturbar el sueño de los que aún descansaban. Una vez terminaron Miguel fue por su guitarra y arrastró a Hiro fuera de la casa.

Caminaron al mismo lugar que había frecuentado durante las noches. De día se veía completamente distinto.

— ¿Qué vamos a hacer aquí?— Hiro se dejó caer sobre el fino pasto mirando a su amigo.

—Quiero tocar música para ti— su sonrisa inocente hacía estremecer a Hiro, —quiero que me escuches antes de irte. Para que no me olvides.

—No voy a olvidarte.

Miguel se sentó al lado del nipón y acomodó su guitarra. Su respiración era suave al igual que el ritmo que marcaban sus dedos sobre las cuerdas de aquel instrumento. Su voz acompasada con el ritmo de la música y con el susurro del viento.

Hiro cerró los ojos y se prometió nunca olvidar a Miguel, nunca olvidar ese hoyuelo y esa sonrisa. Se prometió no olvidar esos acordes y esa voz tan cargada de calidez y emociones.

Miguel cantó con más amor que nunca, canto para Hiro y para nadie más.

Así para cuando llegaron las cuatro de la tarde ninguno tuvo arrepentimientos.

Hiro se marchó de Santa Cecilia dejando en las manos de Miguel un papel con su dirección y un vacío en su corazón.

Ninguno sabía si iban a volverse a ver.

First time [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora