a la mierda el sorbete de limon, la palabra mágica es "helado"

1.4K 17 0
                                    


—Hola.
Todo el mundo habla de lo que se siente cuando reclinas una silla hacia atrás y calculas mal. ¿Sabes esa caída en la boca del estómago que solo dura una fracción de
segundo y que es la culminación de todos tus nervios? ¿Sí? Bueno, pues que alguien se dirija a tu culo mientras tú estás cargando el maletero del coche se le parece
bastante.
Querido encantador de Culos, la culpa de lo que pasa a continuación la tienes tú.
Con un grito desgarrador, me doy la vuelta y por poco no le clavo el codo en el ojo a Cole. Él reacciona rápido y retrocede antes de que le cause un daño irreparable.
Lo fulmino con la mirada e intento que no note lo rápido que me va el corazón solo de saber que lo tengo tan cerca. Ni pensarlo, prefiero la muerte a darle esa
satisfacción.
—¿Tanto te cuesta esperar a que me dé la vuelta para no pegarme estos sustos de muerte?
Él sonríe tímidamente.
—Las vistas estaban muy bien, pero he pensado que no te gustaría que alabara tu...
Me pongo roja como un tomate.
—Alto ahí, Stone. Límites, ¿recuerdas?
Se pone serio al instante y yo me doy una colleja mental por sentirme culpable. En ningún momento le he prometido que volveríamos a ser los de antes y lo sabe.
Aún nos separa un océano de problemas y me parece un poco inquietante que él vuelva a su rol de antes con tanta facilidad. Los cimientos ya no son los mismos ni de
lejos, pero cuando abro la boca y me dispongo a soltarle un sermón sobre la nueva situación, recuerdo por qué viene de viaje con nosotros. Lo hago por su familia, por
él. Nadie entiende mejor que yo lo que puede hacerles el alcohol a una persona y a su familia. Travis se refugió en la botella después de lo que le pasó en la universidad
y con su ex. Durante casi dos años fue como si no existiera. No puedo permitir que Cole caiga en lo mismo, así que si tengo que morderme la lengua y arriesgarme a que
me rompan el corazón por segunda vez, que así sea.
Se mete las manos en los bolsillos y chuta una piedra, casi como un niño.
—Lo siento. A veces, cuando me miras así, es fácil olvidarse de cómo son ahora las cosas.
Parpadeo un par de veces y aparto la mirada. Se me ha acelerado la respiración. Me separo de él y dejo que sus palabras recorran mi cuerpo. ¿Cómo lo miro a partir
de ahora? ¿Como si fuera el centro de mi universo, porque, si soy sincera, todo mi universo es él? Tengo estas sensaciones tan grabadas, afloran de una forma tan
natural, que posiblemente me salgan por los poros y ni siquiera me dé cuenta.
Genial, si es que todo es genial.
Carraspeo y señalo el petate que le cuelga del hombro.
—¿Quieres meter eso en el maletero?
Asiente y lo hace, y también arrastra mi equipaje hasta el coche con una facilidad pasmosa, y he de decir que mi maleta pesa aproximadamente como una cría de
elefante. Intento resistirme a la tentación de contemplar los movimientos de sus músculos mientras levanta el peso, pero no puedo apartar los ojos y él lo sabe. Si hasta
se le ha escapado una sonrisa socarrona al muy retorcido.
—Bueno, si esto sigue así, no sé si serás capaz de mantener las manos quietecitas durante mucho tiempo.
Doy un bote al oír la voz de Beth. La tengo al lado, pegada a mi hombro mientras estudia los movimientos de Cole con tanta atención como yo. ¿Es que no tiene
novio, un novio que además resulta que es mi hermano?
—No sé de qué me hablas.
—Te hablo de cómo miras a Cole, como si quisieras arrancarle la ropa en cualquier momento.
—Te equivocas —replico, tratando de aparentar normalidad.
Me la quito de encima y entro en casa. Travis no viene con nosotros porque tiene que ponerse al día con sus clases en línea antes de volver a la universidad presencial
este otoño. He hecho la compra y le he dejado el congelador lleno de comida para que no se muera de hambre, pero necesito volver a comprobarlo. Papá no suele venir a
menudo, como mucho un par de veces a la semana, y mi madre está demasiado ocupada con su crisis de la mediana edad como para preocuparse. Beth viene con
nosotros, lo cual significa que mi hermano se queda más solo que la una.
Me asusta la idea.
—Lo único que digo es que, si quieres volver a intentarlo con Cole, es mejor que no te reprimas.
Beth me ha seguido hasta la cocina y me observa mientras reviso la nevera y la despensa.
Compruebo que Travis tiene comida para casi un año y luego me giro hacia ella.
—No me estoy reprimiendo. Esto ya ni siquiera tiene que ver con Erica, Beth. Entiendo lo que ha pasado, entiendo los errores que ha cometido Cole, creo que los he
aceptado y sé por qué lo hizo...
—Pero ¿y? ¿Por qué te niegas a darle una segunda oportunidad? ¿No crees que quizá se lo merezca? El chaval te ha cambiado la vida y encima a mejor. Te ha hecho
muy feliz. ¿Es que eso no vale nada?
Pues claro que sí. Beth tiene razón: Cole me ha cambiado la vida y ha conseguido que todo fuera a mejor, pero lo que Beth no entiende es que querer tanto a una
persona puede resultar aterrador. Porque cuando te enamoras lo haces con todo tu ser. Cada fibra de tu persona es adicta a la presencia del otro; harías cualquier cosa
por él, incluso te quedarías a su lado a pesar de saber que, si quiere, le basta con un giro de muñeca para volatilizarte.
Esa es la peor parte con diferencia: saber que alguien tiene esa clase de poder sobre ti y aun así lanzarte de cabeza a una relación con él. Estar lejos de Cole durante un
mes, ahogándome en mi propia miseria y sin preocuparme de nada que no fuera mi pobre corazón, es algo por lo que espero no tener que volver a pasar nunca. Sin
embargo, tengo el presentimiento de que si volviera con él, siempre, siempre habría algo que podría enviarnos de vuelta a la etapa que acabamos de superar. Ahora
mismo lo más importante es que soy una cobarde de tomo y lomo y no tengo intención de hacer nada para remediarlo.
Las dos observamos a Cole a través de la ventana de la cocina. Está apoyado en mi Jeep, con la mirada perdida en la distancia. Tiene mejor aspecto que la última vez
que lo vi, pero no puedo evitar que los remordimientos me devoren por dentro. Su idea de lo que podría pasar entre nosotros es distinta a la mía. Lo que yo quiero es
que pase el verano e irme ilesa a la universidad, pero algo me dice que no me lo permitirá. Si hasta se ha matriculado en la misma universidad que yo, por el amor de
Dios. ¿Parece el comportamiento lógico de alguien dispuesto a pasar página?
Un brazo me rodea los hombros y Travis me aprieta contra su costado.
—Mi hermanita puede hacer lo que quiera, sin presiones, ¿vale, Tess?
Había salido a hacer unos recados y, al regresar, debe de haber entrado por la puerta de atrás. Me apoyo en él y asiento contra su hombro.
—Gracias —susurro.
—He hablado con él. Sabe que lo mejor es no hacerse ilusiones y esperar a ver adónde os lleva todo esto. No te sientas obligada a retomar la relación. Los problemas
no se solucionan así.
Suspiro aliviada y doy gracias a mi estrella de la suerte por evitarme esa conversación con Cole, al menos de momento. En ocasiones como esta me alegro de que mihermano sea tan exageradamente protector. Es útil cuando decido comportarme como una cobarde, así que no pienso quejarme.
Llega la hora de partir. Nuestra primera parada es Nueva York, donde un amigo de mi familia tiene un apartamento vacío durante todo el verano. Solo nos separan
tres horas y media de carretera, así que salimos bastante tarde. Ya he estado antes en Nueva York, con mi familia, pero siempre ha sido el típico viaje aburrido con
hoteles pijos y toque de queda a las diez. Estoy emocionada, sobre todo porque sé que voy a estar en la ciudad que nunca duerme sin mis padres y, más importante
aún, con mis mejores amigas.
Y con Cole.
Alex también se viene, así que ya no es una escapada solo para chicas. También hemos invitado a Lan, pero ha preferido quedar directamente allí que hacer el viaje en
coche. Para ser exactos, dijo que no podría soportar tanta tensión sexual. Casi me muero de vergüenza al ver que sus ojos se clavaban en Cole y luego en mí, con una
sonrisa socarrona en la cara.
Comemos en el Rusty’s antes de echarnos a la carretera. Megan y Alex, Beth y Travis y, por último, Cole y yo, estamos apretujados en uno de esos reservados
circulares. Como mi hermano no viene con nosotros, me tengo que tragar una sesión de miraditas entre Beth y él. Se nota que preferirían estar en cualquier otra parte
haciendo algo que, sospecho, me traumatizaría de por vida.
No, gracias.
Cole está estratégicamente sentado a mi lado y puedo sentir el calor de su muslo abrasándome el mío, a pesar de que no se tocan. Está inclinado hacia delante,
bromeando sobre algo con Alex, pero en realidad me está regalando una vista de sus labios en primera fila. Maldito sea, pretende poner a prueba mi paciencia, aunque
me alegro de que esté más activo, de que ya no parezca un muerto ni apeste a alcohol. Si para que él esté más feliz me tengo que apuñalar en un ojo, por mí encantada.
De pronto me doy cuenta de que todos han acabado de comer y que Beth se marcha con Alex y Megan. Un momento, que alguien le dé al botón de pausa.
—Pensaba que venías en mi coche —le digo, y se me encoge el corazón porque conozco a la perfección las miradas de mi amiga; por si fuera poco, me doy cuenta de
que Travis la está atravesando con la mirada, así que es evidente qué se trae Beth entre manos.
Está jugando a ser Cupido.
—Ah, yo creía que iba con ellos dos. —Señala hacia la parejita que nos mira desde la puerta del restaurante—. No te ofendas, pero ese Jeep tan enorme que tienes me
da un poco de miedo.
Le encanta mi coche.
Venga ya, si fue ella la que le puso Joplin de nombre.
—¡No puedes dejarme sola!
Sé que Cole me está mirando y no quiero herir sus sentimientos diciendo que no quiero ir sola con él, pero es la verdad: no sé si podré soportar tres horas en un
espacio cerrado con él. Por desgracia para mí, parece que los demás lo tienen más que claro.
—Oye, si es un problema, me voy a mi casa... No estás obligada a ir conmigo, Tessie.
Cole se levanta de la mesa y se planta delante de mí, bloqueando a los demás de mi campo de visión. Tiene los hombros caídos y parece desanimado, con la tristeza
de antes otra vez en la mirada. La he vuelto a liar, me siento pequeña e insignificante.
—No... Lo siento. Me he expresado mal. No te vayas.
—¿Estás segura? Si no estás a gusto...
—No lo estoy —le interrumpo—. Quiero que vengas conmigo.
Hacía tiempo que no era tan sincera conmigo misma.
Cuando por fin la tensión se diluye, nos subimos a los coches, listos para partir. Travis me abraza y me suelta «la charla». Los momentos vergonzantes en mi vida no
tienen fin y hacia el final de la conversación tengo la cara como si hubiera sufrido una insolación. Bueno, al menos es lo que transmite el color de mi cara. De verdad,
ninguna chica tendría que escuchar a su hermano hablando de usar protección y de embarazos no deseados. Ya no puedo mirar a Cole sin..., sin imaginarme lo que Travis
acaba de meterme en la cabeza. También me advierte de que, si no le llamo dos veces al día, se presentará sin avisar, y añade que «conoce gente», así que si se me ocurre
participar en una versión propia de universitarias ligeritas de ropa, se enterará.
Genial, encima tengo que preocuparme por si tiene tratos con la mafia.
Son las dos de la tarde cuando el coche de Alex, con Megan y Beth a bordo, enfila la carretera, y yo me quedo sola en mi Jeep, con las manos sudorosas y sujetando
con fuerza al volante. De pronto, estoy histérica, ni siquiera puedo mirar al chico que se sienta a mi lado y no digamos ya conducir. La situación es increíblemente
incómoda y mi comportamiento no hace más que empeorarlo todo.
—¿Quieres que conduzca yo? —pregunta Cole.
En cuanto acaba de pronunciar las palabras, me quito el cinturón y salto del coche a modo de respuesta. Si tuviera que conducir en este estado, lo más probable es que
acabáramos estampándonos contra un árbol. Así de nerviosa estoy, pero tampoco es tan raro y es que no ha cambiado nada: basta con poner a Cole cerca de mí para
convertirme en un manojo de nervios.
Cuando por fin salimos de la ciudad, la tensión inicial ya se ha disipado y Cole y yo compartimos un silencio agradable. Todo va a las mil maravillas hasta que la
radio decide que al universo no le gusta que las cosas me salgan medianamente bien. Empiezan a sonar las primeras notas del «I’ll Be» de Edwin McCain y los dos
reaccionamos poniéndonos tensos. Cole no cambia de emisora ni apaga la radio y yo tampoco.
Escuchamos en silencio mientras la canción suena y suena sin parar.
Es bastante masoquista por parte de los dos, pero qué más da.
—¿Recuerdas lo nerviosa que estabas aquel día? —me pregunta riéndose.
—¡Como para no estarlo! En aquella situación, tú y yo bailando juntos, lo más probable hubiera sido que yo acabara con el culo en el suelo y tú riéndote de mí.
—Fue un gran día —añade con un hilo de voz y me mira con los ojos llenos de tristeza.
Pues claro que lo fue. Fue el mejor día de mi vida, no porque ganara aquella estúpida tiara, sino porque al día siguiente todo cambió.
—Lo fue —asiento, y me giro otra vez hacia la ventanilla.
Pero ya no puedo sacarme la puñetera canción de la cabeza. Tampoco consigo borrar los recuerdos de aquel día, la imagen de los dos bailando, los sentimientos y las
emociones que se arremolinaban en mi interior aquel día, el mismo en que me di cuenta de que Cole estaba cambiándome la vida para siempre.
Y míranos ahora. Odio reconocer que somos muy diferentes de como éramos entonces.
Debemos estar pensando lo mismo porque, de pronto, me dice:
—Sabes que quiero volver contigo, ¿verdad? —Tiene la voz ronca; sus dedos sujetan el volante con fuerza—. Quizá Travis tiene razón y a ti en este viaje te mueva la
pena, pero para mí es otra oportunidad. Estoy dispuesto a hacer todo lo que haga falta.
Me quedo sin aliento. Habla con tanta intensidad que sus palabras me superan. A veces es fácil olvidarlo todo, olvidar las razones que nos han traído hasta aquí.
Porque ahora mismo lo que más me apetece hacer es acurrucarme en su regazo y matarlo a besos.
—No me mueve la pena —replico cuando por fin encuentro la voz—, y te agradecería que me hablaras de estas conversaciones que Travis y tú parecéis tener a todas
horas. Quizá si..., si me hubieras contado más cosas en lugar de darlo todo por sentado, no estaríamos donde estamos.
Suspira y, tras unos segundos interminables, oigo que murmura un «a la mierda».
—Ya te conté que fui a verte antes de irme a la academia militar, ¿verdad?
Asiento y él coge aire.
—También te conté que Travis y yo hablamos, que no me dejó verte pero me aseguró que te diría que me había pasado por tu casa a decirte adiós. También me
prometió que te transmitiría lo apenado que me sentía por todo lo que te había hecho.
Pero Travis no cumplió su palabra.
Hasta ahora, los problemas de mi hermano me habían pesado tanto que no le había dado importancia al asunto, aunque también es verdad que lo de Jenny y launiversidad no pasó hasta dos años más tarde, así que ya no me sirve como excusa. La cruda realidad es que Travis la pifió y ha llegado la hora de saber por qué.
—Justo antes de irme, estaba metido en cosas bastante chungas. Ya no soy así, pero entonces las cosas no eran tan simples. Tú me odiabas, yo había empezado a
odiar a mi hermano, y mi padre..., digamos que no le caía especialmente bien. Me metí en historias de las que debería haberme mantenido alejado.
—¿Qué..., qué cosas?
Vuelve a coger aire antes de hablar.
—De todo, pero lo peor eran las drogas. Me has visto estas últimas semanas, ¿verdad? Lo mal que estaba, ¿no? Pues aquello fue mucho peor y solo tenía catorce
años.
Catorce años..., casi un niño. ¿En qué estaba metido y quién le daría droga a alguien de su edad?
—La droga me la vendía un amigo de Travis del equipo de béisbol, a mí y a más chavales. Un día tu hermano me encontró con una aguja en el brazo.
Se me escapa una exclamación de horror y Cole se encoge de vergüenza ante mi reacción.
—Estuve al borde de la sobredosis, me había metido de todo, pero Travis... se ocupó de mí. No podía llevarme al hospital porque Cassandra se habría enterado de
todo; por suerte tu hermano siempre ha tenido la labia suficiente como para convencer a una estudiante de enfermería de que me hiciera un lavado de estómago o algo
así. No recuerdo casi nada, pero cuando me recuperé supe que tenía que irme de aquí y desintoxicarme.
—La academia militar —susurro.
—Exacto. A mi padre le conté una parte de lo que acabo de contarte a ti, no todo. Tomó una decisión y yo no me opuse. Pero quería hacer una última cosa antes de
marcharme. Supongo que por aquel entonces tu hermano no quería que alguien como yo formara parte de tu vida... y puede que ahora tampoco.
No se me ocurre nada que decir, nada en absoluto. Es mucha información de golpe, pero lo que sí tengo claro es que me da pena el chico desorientado que era Cole en
aquella época. Lo estaba pasando mal y buscó alivio en la fuente equivocada. Yo fui en parte responsable, aunque entonces la idea me pareciera ridícula. Una chica
gordita y extraña como yo, sin habilidades ni vida social, la razón por la que el chico malo más adorable del pueblo estuvo a punto de quitarse la vida. Hace unos meses
no me lo habría creído, pero ahora sí.
—Di algo, Tessie..., lo que sea. Ya sé que no volverás a mirarme como antes. Posiblemente te doy asco o me odias. Dime en qué estás pensando.
—Jamás podría odiarte ni sentir asco por ti, me resultaría imposible. ¿Que en qué estoy pensando? Pues estoy pensando en el daño que nos hacemos el uno al otro
sin ni siquiera saberlo. Es decir, para ser dos personas que dicen quererse, somos bastante dañinos, ¿no crees?
Cole me regala una sonrisa triste.
—¿Quién dijo que el amor era fácil?
—No me vengas con tópicos, Stone, ahora no —replico negando con la cabeza.
Hay tanto que asimilar... La conversación que acabamos de tener no parece propia de un viaje como este, pero si para que nos sinceremos hace falta estar en medio de
ninguna parte y con dos horas de trayecto por delante, por mí no hay problema. Hay tantas cosas que quiero saber, tantas preguntas por hacer..., pero de momento me
conformo con la confesión que acabo de escuchar. Ya estoy harta de hacer que se sienta mal y, a la vez, sentirme mal yo también. Los dos nos merecemos un descanso.
—Así que a la universidad, ¿eh? ¿Va en serio lo de ir juntos?
Sonríe y sacude la cabeza ante la poca sutileza con la que acabo de cambiar de tema.
—Si me aceptas, te seguiré a cualquier parte —declara con aire dramático y se gana un guantazo en el brazo a modo de castigo.
—Tú me seguirás y las chicas de las hermandades pondrán precio a mi cabeza. Deberías aprovechar los años de universidad para correrte unas buenas juergas —le
digo con tono provocador, pero en cuanto veo que la expresión de su cara se endurece, sé que acabo de meter la pata.
—Contigo siempre he tenido visión de túnel. Todo lo demás me da igual.
—Entonces quieres ir a la universidad...
—Con novia, sí, eso es lo que quiero. ¿Tú prefieres estar soltera?
Sus ojos se clavan en los míos y por un momento temo que nos estampemos contra algo, pero por suerte la carretera está casi vacía, solo hay un puñado de coches
siguiéndonos a lo lejos.
—Tenemos tantas cosas de que hablar... Ahora no puedes preguntarme eso.
Lo digo con un hilo de voz, casi un susurro, lo cual arruina el impacto que pretendía conseguir, con el que creo que tengo alguna oportunidad.
—Es una pregunta fácil: ¿quieres salir con otros chicos, Tessie?
—No —respondo en voz baja y me pongo colorada.
—Mejor —replica él, y me sujeta la barbilla con la mano que le queda libre para que lo mire a la cara—, porque preferiría no pasarme mi primer año de carrera entre
rejas acusado de homicidio. Y sobre lo que dijiste antes, sobre lo de hablar, es lo que pretendo hacer. No volveré a ocultarte nada. Si sirve para volver al punto de
partida, puedes preguntarme lo que te dé la gana, preciosa.
Poco después, entramos oficialmente en la ciudad de Nueva York y yo siento que una especie de energía intensa me recorre el cuerpo. Por fin estamos aquí y además en
buena sintonía con Cole. Es como si me hubiera quitado un peso de encima. Siento que hay cosas de las que estoy más segura que antes. Sigo enamorada de él, más que
nunca, diría. Me necesita para superar el pasado y sus inseguridades, tanto como yo lo necesité a él en su momento en las mismas circunstancias. También sé que
tenemos problemas; en concreto, cierta pelirroja metomentodo. Pero me ha dicho que a partir de ahora hablaremos más y sé que no me está mintiendo. No lo hizo
cuando me explicó lo que había pasado entre él y Erica, y ni siquiera estaba seguro, así que a partir de ahora mi confianza en él es a prueba de bomba.
Aun así, prefiero que seamos prudentes y no nos tiremos de cabeza a una relación. Ahora mismo, necesitamos ir paso a paso; las heridas son recientes y los dos nos
sentimos un poco frágiles.
—Hola —me dice—, ¿te apetece que nos tomemos un helado antes de reunirnos con los demás? —pregunta con una sonrisa, y yo no puedo decir que no.
A la mierda el sorbete de limón, la palabra mágica es «helado».
Me desabrocho el cinturón de seguridad y veo que se le abren los ojos de par en par cuando se da cuenta de que me estoy inclinando hacia él para darle un beso en la
mejilla. Cuando me retiro a mi asiento, no sin antes guiñarle un ojo, a él se le ha acelerado la respiración.
—Me parece perfecto.
Al cabo de un rato entramos en el Serendipity y yo intento no analizar en exceso los extraños designios del universo. La verdad es que no me puedo quejar: a veces
me regala un poco de amor. Cuando entramos en el local y Cole me acaricia suavemente la mano, le ruego a ese mismo universo que me dé valor y deslizo mis dedos
entre los suyos. Él sonríe y a mí me tiemblan las rodillas. Este chico será mi perdición, de eso estoy convencida, pero lo acepto porque estamos hechos el uno para el
otro.

bad boy girls 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora