Quería ir del tío de Crepúsculo, pero en la tienda no les quedaba purpurina en g

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Me quito las manos de Cole de encima por millonésima vez en los últimos cinco minutos. No es fácil porque le pone mucho ahínco, pero cada vez nos mira más gente y
yo empiezo a estar un poco incómoda.
Si algo no soy es una exhibicionista. Cada vez que pienso que alguna chica puede estar fantaseando con la idea de estar en mi piel, disfrutando del cuerpo desnudo de
mi novio, se me pone la piel de gallina y por eso prefiero que no tengan representaciones visuales en las que basar sus fantasías.
Lamentablemente, el tiarrón que tengo al lado no me lo está poniendo fácil. Me busca con las manos, me abraza y me besa cada vez que tiene ocasión. La parte
positiva es que fulmina con la mirada a cualquiera que se atreva a acercarse a menos de dos metros, así que la gente nos deja más o menos en paz. Eso no quiere decir
que no sienta las miradas de todas las mujeres presentes, y de algunos hombres, que, como si fueran rayos láser, se me clavan en las sienes.
—Te has puesto el vestido sabiendo lo que pasaría, Tessie, así que ahora no me vengas con estas.
Razón no le falta.
Sabía que me estaba buscando un problema con Cole al disfrazarme de la fantasía erótica de cualquier preadolescente, también conocida como Jessica Rabbit. Quería
ponerlo a prueba y lo he hecho a propósito, así que si tengo que soportar que me manosee, que así sea.
Tampoco me supone un gran sacrificio, la verdad.
La casa de la fraternidad está a reventar de gente y, a pesar de que es Halloween, lo importante no es qué disfraz es el más terrorífico. Somos un montón de
estudiantes liberando tensión antes de volver a los libros. La bebida corre por doquier, la música suena a todo volumen, la gente baila y los que no, se lo pasan en grande
con su media naranja o lo que sean en cada caso.
Cole ha saludado a la poca gente que conozco nada más llegar y luego he tenido que arrastrarlo a hacer lo propio con las chicas que nos han invitado, las amigas de
Cami, que en cuanto han visto a Cole han empezado a babear. Ya sé que no se han portado especialmente bien con Cami, pero al final no he podido ignorar los modales
de colegio privado que mi madre me inculcó de pequeñita y he obligado a Cole a someterse a la tortura de saberse venerado por las dos amigas.
Ahora que por fin lo han liberado, nos mezclamos con la gente. Cole quiere que volvamos al apartamento, pero, eh, por muy guapo que esté, he invertido mucho
tiempo y esfuerzo en este disfraz, así que va a tener que aguantarse.
—Creía que no te gustaban las fiestas —refunfuña de pie junto a mí.
Lleva media hora con la misma cerveza en la mano y parece que no tiene intención de beber mucho más; como mucho, para coger el puntillo. A mí, en cambio, me
vendría bien un poco de valor en estado líquido para afrontar la velada. La gente nos mira, y mucho, pero lo curioso es que no son miradas maliciosas, al menos no
todas. Si Cole está de mal humor es porque son los chicos los que no paran de mirarnos.
Resulta halagador, claro que sí, pero también un poco incómodo porque es como si, para ellos, estuviera desnuda. La verdad es que el vestido no deja demasiado a la
imaginación, lo cual explica por qué Cole ha insistido tanto para llevarme a una esquina y luego se ha dedicado a tapar mi cuerpo con el suyo, bloqueando así las miradas
indeseadas. Por lo visto, hemos vuelto a la casilla de salida: yo estoy asustada y me siento insegura, y él se dedica a hacerse el héroe y a rescatarme.
—No me gustan esos tíos, pero esto es una fiesta de Halloween y vamos todos disfrazados. Si a alguien no le gusto, al menos puedo decir que es culpa de Jessica —
le digo, señalando el vestido y la peluca.
Cole sigue el movimiento de mi mano y gruñe.
—Tessie, la mitad de los presentes están salivando por tu culpa. Si a alguien no le gustas será porque su novio no te quita los ojos de encima.
—Pero a mí únicamente me interesan los ojos de un novio: el mío.
Lo miro y le dedico la mejor de mis sonrisas. Quiero que vea que me lo estoy pasando bien y que el miedo a socializar no puede conmigo. Ya ha dado la cara por mí
un montón de veces y se merece tener una novia que no sea tan neurótica.
—Eh, ¿ese no es Justin? Viene hacia aquí, deberíamos saludarlo.
Ojalá pudiera pasarme toda la noche escondida en nuestra pequeña burbuja, pero es que entonces este ejercicio no tendría ningún sentido. Por eso, y a pesar de que
Justin es uno de los tíos más estúpidos y desagradables del equipo, lo recibo con tanta alegría que parece que acabe de ver a un duendecillo montado a lomos de un
unicornio.
Estoy hecha toda una actriz.
Pero hoy Cole no está para cortesías. En cuanto lo ve, se tensa y se coloca casi tapándome, con un brazo alrededor de mi espalda.
—Vaya, Stone, veo que te has librado de la parienta.
Suspiro para mis adentros y le paso una mano alrededor de los hombros a Cole, lo que equivale a perdonarle la vida a Justin.
El equipo echaría mucho de menos a su running back si acabara prematuramente a dos metros bajo tierra.
—Yo también me alegro de verte, Justin —le interrumpo antes de que siga metiendo la pata.
El tipo abre los ojos de par en par y me mira de arriba abajo.
—Madre mía, Tessa, no... no te he reconocido. Dios, estás...
Supongo que sus ojos se entretienen demasiado sobre la zona de mi pecho porque Cole se interpone entre él y yo y le da una palmada tan fuerte en la espalda que se
le escapa una mueca de dolor.
—Bonito disfraz, ¿de qué se supone que vas?
Justin va vestido con una camisa a rayas, una corbata de quita y pon, unos pantalones negros y unos zapatos de vestir, así que parece que va de hombre del montón.
¿En qué momento se ha convertido eso en un disfraz de Halloween?
—¡Voy de agente inmobiliario! —exclama, y se echa a reír como si acabara de contar el chiste más gracioso de la historia—. Mi padre ha creído que iba a seguir el
negocio familiar y por poco no se echa a llorar. Me ha dicho que las maduritas divorciadas siempre son las mejores...
—Vale, vale —le interrumpe Cole con otra palmada en la espalda, antes de que Justin se entregue a una descripción detallada de todas las cosas que le gustaría
aprender de una mujer soltera de cuarenta años—. ¿Por qué no vas a buscarnos un par de bebidas y nos esperas al lado del bar? Aquella chica de allí, la que va de
Caperucita, lleva un buen rato echándote miraditas.
Como si fuera un perro con un hueso entre los dientes, los ojos de Justin se clavan en la chica que va vestida como el personaje del cuento... aunque en versión
zorrón. No sé qué pensaría la abuela de Caperucita Roja de las faldas de cuero y las medias de rejilla.
Al fin, sale disparado detrás de ella y nos deja en paz, pero en cuanto llega junto al bar se dedica a echarle miraditas a Cole y a llamarle a gritos para que se una al
resto del equipo, que está allí. Sé que no le apetece, pero aun así lo empujo para que vaya con ellos.
—¡Ve! Yo te espero aquí —le digo, mientras le tiro de las solapas de la chaqueta de cuero, de la que no consigo apartar las manos—. Diviértete un rato con ellos, a mí
me apetece mirar un rato al personal. Necesito pruebas para que Beth y Megan se crean que he estado aquí.
Cole parece un poco descolocado, pero aun así se ríe, me da un beso largo y profundo e ignora los aullidos de sus compañeros de equipo. Luego se aleja hacia el bar y
a mí me entran ganas de pasar al plan B, que consiste en sacar el móvil del bolso y jugar al Candy Crush pero fingiendo que intercambio mensajes con alguien.
Para previsible, la menda.
—Tessa, ¿eres tú?Oigo una voz que me resulta familiar, y siento tal sensación de alivio que, mientras busco de dónde procede, siento que me tambaleo y acabo dándome de bruces con
un vampiro.
Literalmente.
En realidad es Bentley, lo sé por su constitución y por el negro intenso de sus ojos. Lo reconozco a pesar de que tiene la barbilla manchada de sangre, un par de
colmillos enormes y una capa atada al cuello. Últimamente, voy más a menudo al gimnasio y a veces me lo encuentro. Es raro porque me dijo que suele entrenar por las
tardes, pero siempre que lo veo es por la mañana. Y a pesar de la vergüenza que pasé al hablar con él después del episodio con Cole, nos hemos hecho amigos y me
alegro de encontrármelo aquí.
—¡Hola! No sabía que venías.
Se encoge de hombros y veo que me mira de arriba abajo, pero extrañamente no me siento sucia, solo un poco incómoda.
—Una de mis clientas es de esta fraternidad y me insistió para que viniera.
Se inclina en una extraña reverencia con la capa en la mano y yo me río.
—Así que eres Drácula, ¿eh?
—Bueno, quería ir del tío de Crepúsculo, pero en la tienda no les quedaba purpurina en gel. Me han destrozado la idea.
¿Has visto? ¡Por eso me resulta tan fácil estar con este chico, porque me hace reír hasta que me duelen las mejillas y entiende perfectamente mi sentido del humor!
—Y tú, madre mía, eres la fantasía de la infancia de cualquier tío.
Lo suelta así, sin más, y acto seguido se pone tan colorado que se le nota a pesar de la capa de maquillaje blanco. Al verlo, yo también me pongo roja, y es que
estamos hechos los dos un desastre.
—Gracias... bueno, gracias. No sabía que a los chicos os iban tanto los personajes de dibujos animados.
—¡Pero es que Jessica Rabbit no es solo un personaje de dibujos! —Parece ofendido—. Para cualquier hombre, es la personificación de la mujer perfecta. En serio,
Tessa.
—Vaya, entonces ¿si no me pongo una peluca roja y un vestido ajustado nunca seré la mujer perfecta para nadie? —Bentley intenta contestar, pero se encalla y
decido ahorrarle el sufrimiento—. ¡Que era broma! Soy muy sensible a las pelirrojas; es una historia muy larga, mejor no preguntes. De hecho, he tardado un buen rato
en poder mirarme al espejo y sentirme a gusto con este pelo, así que no tengo intención de conservarlo durante mucho tiempo.
Bentley entorna los ojos, como si estuviera intentando comprender lo que acabo de decir, pero no lo consigue.
—Eh, pues a mí me gusta tu pelo tal y como es. No es el de Jessica, vale, pero es muy, hum, brillante.
Finjo que me da la tos para disimular una carcajada. ¿Brillante? ¿Qué tenemos, seis años?
Pero se está poniendo colorado otra vez y es tan adorable...
—Ahora entiendo por qué no te gusta venir a las fiestas del equipo. Son una pandilla de imbéciles.
Cole aparece entre la gente, pero está mirando por encima del hombro así que, cuando me ve con Bentley, le cambia la cara. No tarda mucho en recuperar la
compostura y, sin mover un solo músculo de la cara, lo saluda con un gesto de la cabeza.
—Bentley.
—Señor Dean.
—¿Te importa que me lleve a mi novia? —pregunta Cole con las manos en los bolsillos de los vaqueros—. Gracias por hacerle compañía.
Bentley se inclina de nuevo en una reverencia y la puñetera capa me da en toda la cara.
—Ha sido un placer.
Y antes de que Cole pueda reaccionar, me da un beso en la mejilla y desaparece.
Oh, oh.
Cole aprieta los dientes y fulmina a Bentley con la mirada mientras este se aleja. Lleva toda la noche fulminando a diestro y siniestro, ¡necesito distraerlo cuanto
antes!
—¿Qué decías de los chicos? No todos son unos imbéciles. Parker, Parker es majo.
Intento, aunque sin demasiado éxito, dirigir su atención hacia el punto en el que el compañero más agradable de Cole está tonteando con Cami de una forma bastante
evidente. Últimamente pasan mucho tiempo juntos, aunque ella le quita importancia cada vez que le pregunto por el tema, pero se los ve muy cómodos a los dos
juntitos. Cami va disfrazada, cómo no, de policía, y quizá no es más que una coincidencia, pero Parker va de ladrón, con pasamontañas y todo.
Hum, quizá la obligue a confesar, pero tendrá que ser en otro momento porque ahora mismo mi novio se dirige hacia la salida tirando de mí y murmurando
«gilipollas» una y otra vez en voz baja. También va repartiendo miradas a diestro y siniestro a cualquiera que se atreva a mirarme por debajo del cuello.
—Espera, ¿adónde vamos?
—No estoy de humor para hablar.
—Cole, para. ¿Qué haces?
—O te saco de ahí o les parto la cara a unos cuantos. Escoge, a mí me da igual.
Trago saliva y decido que es hora de renunciar a mis planes de expandir nuestro círculo social o... la cosa podría ponerse fea.
—Eh, para. —Le tiro del brazo—. No hace falta que nos vayamos.
Se da la vuelta, aún furioso.
—¿Tienes idea de lo que estaban diciendo de ti? Y el imbécil ese de Bentley, que va detrás de ti como un perrito faldero.
—Somos amigos. ¿Te acuerdas de lo que es un amigo? Porque yo no, y justo estoy empezando a conocer gente que me gusta, así que será mejor que te lo tomes con
calma.
Estamos justo en el centro de la estancia, bloqueando el paso, así que cojo a Cole de la mano y él se deja llevar hacia la pista de baile. Está oscuro, la música suena a
toda pastilla y a la gente lo único que le interesa es dejarse llevar por el ritmo.
—Baila conmigo, ¿quieres? Hemos venido a pasárnoslo bien; relájate y baila conmigo.
Puedo sentir cómo se rinde. Todo su cuerpo se relaja, me pasa los brazos alrededor de la cintura y me atrae hacia su pecho. Yo me cojo a su cuello y me aprieto
contra su cuerpo. Las telas de mi vestido y de su camiseta son tan finas que es como si no nos separara nada y, con los tacones, mis labios están a la altura de los suyos.
—Bésame —le susurro, en parte para que se tranquilice.
Pero consigo justo el efecto contrario.
Me besa con dureza y con suavidad, me besa con ansia de posesión y con amor, fiero y tierno a la vez. Es una declaración de intenciones en toda regla, no solo para la
gente que nos rodea, sino también para mí. Es un beso húmedo y carnal y, cuando nos separamos para coger aire, en sus ojos hay un mensaje muy claro.
«Me perteneces.»
Porque así es, y él me pertenece a mí.
La letra de la canción que suena es directa y ordinaria, la música y el ritmo vibran a nuestro alrededor. Acerco la cabeza, busco sus labios y nos besamos
balanceándonos al ritmo de la música. Nuestras manos quieren tocar y descubrir. Cuando acaba la canción, tengo los labios hinchados, el vestido descolocado y me falta
la respiración.
¿Lo mejor de todo?
Que Cole está igual que yo.
Nos quedamos un par de canciones más en la pista de baile improvisada y luego nos unimos a un grupo de conocidos, Cami entre ellos. Me lo estoy pasando bien,
incluso he hecho fotos para mandárselas a Beth y a Megan, y de pronto me doy cuenta de que, aunque he venido por Cole, estoy feliz conmigo misma y con lo que he
conseguido.La sensación es genial.
Cuando llega la hora de marcharse, me escapo un momento al lavabo para retocarme el maquillaje y comprobar que llevo la peluca bien puesta. ¡Todo en orden!
Porque, teniendo en cuenta el nivel de excitación al que hemos llegado, tengo la cara colorada, un brillo inquietante en los ojos y una sonrisa absurda de oreja a oreja.
Esto solo puede mejorar...
Con ese pensamiento en la cabeza, salgo del lavabo y busco a Cole. Ahí está, rodeado de su club de fans. Últimamente intento no prestarles atención o, al menos, que
no me afecten demasiado, pero cuando se ponen sobonas soy incapaz de contenerme.
Ahora mismo las mantiene a una distancia considerable. Se le nota que está incómodo y que hace todo lo que puede para quitarse sus manos de encima. Ahí está la
víbora de Allison; le encanta recordarme lo buen compañero de estudios que es Cole y que le ha hecho prometer que estudiarán juntos todas las asignaturas en las que
coincidan.
Es capaz de haber cambiado de especialidad solo para estar con él, de teatro a ingeniería, porque he de admitir que siempre se las arregla para hacerme dudar de mi
relación, aunque solo sea durante un segundo.
O ni siquiera eso.
Los observo desde la distancia hasta que ya no puedo aguantar más e intervengo para salvarle el pellejo.
—¿Listo para irnos, cariño?
En cuanto me ve, se pone tan contento que me dan ganas de gritar.
—¡Sí, por favor! Quiero decir que cuando quieras, cariño. Debes de estar cansada.
Me pego a su cuerpo como una enredadera y ahuyento a los buitres que pretenden robarme al novio.
—Sí, ya está bien por hoy.
Le guiño el ojo y él me dedica una sonrisa pícara. Las señoritas no se van a la cama hoy sin su espectáculo.
—Yo tampoco diría eso, nos espera una noche muy larga.
Oigo las respiraciones contenidas y los suspiros. Alguna que otra mandíbula se desencaja.
—¿Otra vez? Pero si aún estoy dolorida después de lo de anoche.
Ahora es cuando se les salen los ojos de las órbitas.
—Seguro que puedes seguirme el ritmo, si no puedo hacerte eso con las manos...
—Ah —exclamo con aire dramático—. Sí, suena bien, pero ¿te has acordado de comprar el bote extragrande de nata montada?
A alguna se le escapa un gemido y tengo que morderme los labios para que no se me escape la risa.
—No es lo único que tengo extragrande.
Madre mía.
No me puedo creer que sigan ahí, escuchándonos, pero así es. El escuadrón de fans parece al borde del desmayo, con los ojos vidriosos y emponzoñados de envidia.
Lo más probable es que estén planeando ciento una maneras de matarme.
Qué le vamos a hacer.
Y dicho esto, mi novio y yo damos media vuelta y hacemos nuestra salida triunfal.
De camino a casa de Cole, no paramos de reírnos en todo el trayecto. No consigo sacarme sus caras de la cabeza.
—Mierda, creo que las hemos traumatizado de por vida —me dice Cole entre carcajadas, y yo me parto de la risa.
—¡La última frase ha sido la mejor! Tú no tienes vergüenza, ¿no?
—Eh, que has empezado tú. Yo solo te he seguido la corriente.
—A alguna le podría haber dado un ataque al corazón. Controla ese sex-appeal, Stone.
—Ni siquiera sé si puedo, bizcochito. Soy así de nacimiento.
Mueve las cejas y yo le propino un manotazo en el brazo.
—Mira la carretera.
Llegamos a casa poco después de la una, pero todavía hay gente en la calle, así que técnicamente aún es pronto. Entramos en el apartamento y Cole cierra la puerta
con un clic que resuena en todo el apartamento y que me provoca un escalofrío.
Me doy la vuelta y ahí está otra vez la mirada de depredador, la misma que lucía justo antes de marcharnos de la fiesta. Se dirige hacia mí en todo su esplendor de
chico malo, me sujeta por la nuca y me atrapa con un beso largo y embriagador.
—Quítate la peluca. Quiero verte solo a ti, Tessa.
Obedezco y él me observa en silencio mientras libero mi melena rubia.
—La echaba de menos—dice, y me tira de un mechón.
Retrocede y me observa detenidamente. Aún llevo el vestido, pero sin el escudo que supone la peluca, me siento expuesta, asustada como si fuera una niña jugando a
los disfraces.
—Dios, qué bonita eres, Tessie.
Cada vez me cuesta más respirar. Cole se quita la chaqueta y la tira al suelo. Me concentro en el movimiento de sus bíceps. Sus ojos transmiten un calor tan intenso
que no puedo evitar tragar saliva. Por suerte, se me pasan los nervios en cuanto me sujeta la cara y me besa. Mientras lo hace, sus manos se deslizan hacia mi espalda y
me bajan la cremallera del vestido, que en cuestión de segundos acaba en el suelo. Cuando ve lo que llevo debajo, ahoga una exclamación de sorpresa.
El encaje carmesí y el satén hacen maravillas con la autoestima de cualquier chica.
El beso se vuelve más intenso; sus movimientos, más rápidos. Le tiro de los bajos de la camiseta hasta que se la quita y acaba en el suelo con el vestido. Deslizo las
manos por su pecho, tan firme y moldeado. No es la primera vez que le veo la tableta, pero me sigue afectando como el primer día. Pero antes de que pueda acariciarla
con las manos, con la lengua, me levanta en brazos y se dirige hacia el dormitorio.
—Me muero de ganas de verte en la cama así vestida —me dice con la voz ronca, alterada por la emoción del momento.
Entramos en la habitación, me deja sobre la cama y se me queda mirando durante más de un minuto. Lo normal sería que me sintiera incómoda, avergonzada incluso,
pero esta noche, como tantas otras, ha conseguido que me sienta tan guapa que ya no puedo estar asustada.
Levanto los brazos para recibirlo y por fin, ¡por fin!, se sube en la cama, encima de mí. Aún lleva los vaqueros puestos y yo estoy casi desnuda; el contraste es un
poco exagerado. Intento desabrocharle los pantalones, pero se me adelanta y, en cuestión de segundos, aterrizan en algún punto de la habitación con un ruido sordo.
Es tan perfecto...
Y entonces me besa, por todo el cuerpo, y me acaba de desnudar. Ninguna parte de mi cuerpo se libra de la caricia de sus labios. Me venera con los dedos, los labios,
la lengua, hasta que grito su nombre y me agarro a las sábanas.
Desesperada, le paso los brazos alrededor de los hombros y lo aprieto con todas mis fuerzas.
—Por favor —suplico.
—Te quiero, te quiero tanto, Tessie... —me gruñe al oído, y con la mano que le queda libre abre el cajón de la mesita y saca un paquetito de plástico.
Después, solo nos queda estar juntos, unirnos de la forma más íntima que existe.
Esta noche está especialmente posesivo, más que otras veces. Soy suya, y así me lo hace saber, pero no me importa porque sé que él también es mío. Las marcas que
le dejo en la espalda son prueba de ello.
Le encanta que le clave las uñas.Entre beso y beso me dice que me quiere, que lo significo todo para él y que jamás me hará daño, que no me dejará nunca y que soy todo su mundo.
Yo le digo lo mismo.
Y pasamos el resto de la noche abrazados.

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