PAM, estás en pelotas y ha llegado la hora

247 6 0
                                    


A la luz de mi reciente epifanía, empiezo a tomar precauciones para que, cuando llegue el día, no sea un completo desastre. No es que sepa la fecha exacta, si lo marcara
en el calendario no sería ni sexy ni tampoco romántico. Pasará cuando tenga que pasar, de forma espontánea, como en las películas. Estáis tranquilamente sentados el
uno al lado del otro y, de repente, PAM, estás en pelotas y ha llegado la hora.
Insisto, no suena muy romántico, ¿no?
Quizá me falta la tensión, la incertidumbre ante lo inminente. Para que sea realmente especial, tendría que llegar después de algo importante. La verdad, no creo que
consiga seducirlo gracias a mi verbo afilado, cualidad que, por cierto, ni siquiera poseo. No, por lo que dicen mis amigas, tiene que darse la mezcla perfecta entre
espontaneidad y previsión. Conviene estar preparada, con las piernas bien depiladas, pero tampoco conviene demostrar demasiada emoción ni comportarte como una
stripper de esas que cobran cien pavos la hora. El tema tiene su intríngulis, eso está claro, y yo me he propuesto desentrañarlo. Seguro que Cole se ha dado cuenta de
que, cuando estamos juntos, estoy distinta, más nerviosa, pero de momento no me ha dicho nada, así que quizá no le importa soportar mi neurosis temporal. Eso sí, con
lo que no debería tragar es con el marrón que supone tratar con una familia disfuncional como los O’Connell.
Estoy tranquilamente comiéndome unos pastelitos con triple cobertura de Nutella cuando, de repente, mi móvil se vuelve loco y empiezo a recibir mensajes de mi
madre, de mi padre y de Travis. Lo primero que siento es miedo, miedo a que le haya pasado algo malo a alguien de mi entorno, pero cuando leo los mensajes veo que
casi todos hablan de lo mismo.
Travis me pone sobre aviso.
Mi padre quiere saber si aún estoy en el apartamento.
Mi madre me dice que ella solo quiere lo mejor para mí.
Hay que joderse.
Tengo unos minutos para prepararme antes de que suene el timbre que anuncia la llegada de una visita. Mi padre es de las pocas personas que pueden subir
directamente sin que el conserje confirme la visita. He sabido que estaba aquí en cuanto he leído sus mensajes; por los de mi madre sé que no es una visita de cortesía.
Salto del sofá en el que estoy tan ricamente acomodada y dirijo una mirada de terror hacia la habitación en cuyo lavabo Cole se está duchando. Megan y Alex todavía
no se han levantado y Beth ha salido a correr. La ausencia de testigos me asusta y me alegra al mismo tiempo porque, aunque me da miedo lo que pueda pasar, prefiero
que no haya público presenciándolo. Estoy tan tensa que abro la puerta sin acordarme de que voy en pijama o, mejor dicho, con una de las camisetas gastadas de Cole y
unos pantalones cortos medio decentes. Medio decentes, sí, pero no del todo. Me encuentro cara a cara con mi padre, cargado con una maleta de mano, y su primera
reacción es ponerse tenso al ver mi atuendo; la mía, cómo no, ponerme colorada.
—Te he llamado —anuncia después de un leve carraspeo, y su cara es como un libro cerrado.
—Eh, acabo de verlo, tenía el móvil apagado —respondo e intento calibrar si la situación es tan grave como parece.
—¿Puedo entrar? —pregunta, con la mirada clavada en la trayectoria que estoy bloqueando con mi cuerpo.
Vacilo apenas unas décimas de segundo y rápidamente me aparto para que pueda entrar. Está tan hierático que la tensión que inunda el espacio no hace más que
empeorar, una tensión que lleva instalada en la boca de mi estómago desde que he encendido el puñetero móvil. Ahora solo me queda esperar a que explote la bomba,
que sé que tiene algo que ver con mi madre y lo que ella cree que es mejor para mí.
—Relájate, Tessa, que no es tan malo como piensas —me dice mi padre mientras se sienta en el sofá y coloca los pies encima de la mesita.
Lo vi hace apenas un par de días, pero diría que está más viejo, más serio y más autoritario. Sé que no he hecho nada malo, pero no puedo evitar sentirme como
cuando era pequeña y sabía que me iba a caer la bronca por algo que había hecho.
—¿Y por qué tengo la sensación contraria? No habrías cogido un avión de un día para otro si no fuera algo malo.
—Tenía cosas que hacer en Nueva York y, cuando me ha llamado tu madre, he decidido venir antes.
Sacudo la cabeza y empiezo a pasearme de un lado a otro de la sala de estar.
—¿Qué te ha dicho? Sea lo que sea, que sepas que ha intentado manipularme.
Mi padre resopla.
—Ya lo sé, cariño. Estoy al corriente de lo de su último novio y de que no es más que una relación pasajera, pero ya sabes cómo es: ha visto una oportunidad de oro
y ha intentado juntarte con el hijo para que todo quedara en familia.
—Es asqueroso, no tiene el más mínimo respeto por mi relación con Cole. Y Drew, por Dios, papá, no te imaginas lo creído que es, el muy imbécil.
Se ríe y luego sacude lentamente la cabeza.
—Estoy convencido de que Cole lo ha puesto en su sitio, o eso parece a juzgar por lo que dice el parte médico.
Al oírlo, me quedo muda.
—Se lo merecía —murmuro, y de nuevo siento que tengo que defender a Cole ante todo el mundo.
—Seguro que sí, y que conste que no he venido a regañarte por tu vida personal ni por tu novio, pero por muy equivocada que esté tu madre, en una cosa no le falta
razón.
Se me hace un nudo en la garganta: que a mi madre no le falte razón en algo nunca ha sido un buen augurio. Me siento enfrente de mi padre, en el sofá de dos plazas
opuesto al suyo, convencida de que no me va a hablar de nada bueno. Puede que esté exagerando, que lo que me quiere decir no sea necesariamente negativo y, aunque lo
sea, tampoco tiene que importarme, pero esa teoría se va al traste cuando Cole entra por la puerta, recién duchado y escandalosamente sexy. Está serio, como si hubiera
oído parte de la conversación y supiera que pasa alguna cosa.
—Señor O’Connell. —Saluda a mi padre con la cabeza, se sienta a mi lado, me coge la mano y me la aprieta para darme ánimos—. Qué sorpresa.
—Bueno, era esto o dejar que mi ex mujer lo tratara directamente con tu familia. Seguro que al sheriff no le apetece pasar por esa tortura. Hablé con ella y luego decidí
venir a hablar con los dos. A cambio, ella promete dejaros en paz.
No puedo evitar sentir un poco de pena; no estoy acostumbrada a que mis padres hablen con tanta dureza el uno del otro, y menos en público, pero sobre todo me da
rabia que mi madre haya escogido precisamente este momento para empezar a interesarse por mi vida. No tengo ni la menor idea de lo que pasa en esa cabecita suya o
por qué siente la obligación de interferir en la vida de mi novio, pero si no desiste, y pronto, tendrá que vérselas con una hija muy cabreada y de sangre irlandesa.
—Supongo que se lo agradezco —le dice Cole, y esta vez soy yo la que le aprieta la mano para darle ánimos—. Pero no discrepa del todo con ella, ¿verdad? Le
parece que entre tanta locura hay algo razonable.
—Sí, hay algo en lo que estoy de acuerdo con ella.
—¿Y ese algo es...?
Mi padre suspira. Se pasa la mano por la mandíbula y, mientras nos observa detenidamente, repara en el detalle de nuestras manos entrelazadas.
—Creo que sois demasiado jóvenes —me dice, como si pensara cada palabra con sumo cuidado— y que a vuestra edad no es muy sano tener una relación tan
dependiente.Se me seca la garganta; no sé por qué me estoy tomando esto tan seriamente. No tengo por qué escucharle, pero, a diferencia de mi madre, él parece sincero y eso me
impide ignorar sus palabras.
—Antes de que digas nada, tienes que saber que estoy de tu lado. Tessa, sé que no he sido el mejor padre del mundo, pero para mí sigues siendo mi pequeña y ningún
hombre me parece lo suficientemente bueno para ti. Aun así, creo que este chaval no está mal del todo. No creas que no me he dado cuenta de lo feliz que se te ve desde
que ha vuelto a tu vida.
Mis ojos se posan en Cole, que me dedica una sonrisa matadora que alivia buena parte de la tensión que hay entre los dos.
—Pero —continúa mi padre, y la tensión vuelve al instante; ah, el temido «pero»— os lo estáis tomando demasiado en serio. No conozco los detalles, pero sí sé
cuánto te afectó la ruptura. Estáis demasiado implicados, es como si fuerais una extensión el uno del otro. No hay término medio, o cortáis por lo sano o vais al límite.
—¿Qué intentas decirnos? ¿Que es malo entregarse en una relación?
No quiero que parezca que estoy a la defensiva, pero Cole está cada vez más tenso y la situación no tardará en empezar a deteriorarse.
—Una cosa es entregarse y otra volverse dependiente. Estoy de tu parte, Tess, pero lo que intento deciros a los dos es que no es bueno construir tu vida alrededor de
otra persona cuando aún estáis descubriéndoos a vosotros mismos. Dentro de nada, empiezas la universidad, Tess, y ni siquiera has hecho un esfuerzo por saber más
sobre la gente que vas a conocer. Puede que me equivoque, pero diría que ahora mismo te parece mucho más emocionante que tu novio vaya a tu misma universidad,
¿verdad?
No respondo porque eso supondría darle la razón.
—No se ofenda, señor O’Connell, pero hasta hace unas semanas Tessa ni siquiera sabía que iremos a la misma universidad. Yo no formaba parte de sus planes.
—Y quizá habría sido lo mejor para ti y para ella. —Mi padre sube ligeramente la voz; es la primera vez que se le nota que está enfadado—. El hecho de que nada
más volver os hayáis ido de vacaciones, juntos, compartiendo habitación, durmiendo en la misma cama...
Me pongo roja como un tomate y abro la boca, dispuesta a protestar, pero se me adelanta.
—No soy tonto, no te molestes en negármelo. Ya eres una adulta, Tessa, y, mientras no hagas tonterías, no tengo problemas con tu novio ni contigo. Lo que sí me
parece un problema es que dependas tantísimo de él. Ninguno de los dos sabe cómo le afectaría la distancia a vuestra relación, si sobreviviría a pesar del tiempo y del
espacio. ¿Sabes qué creo? ¿ Respecto a que os hayáis echado a la carretera a la primera de cambio? Que os sentís inseguros. Que a ti, Cole, te daba miedo que Tessa
tuviera tiempo para pensar y llegara a la conclusión de que no quiere estar contigo. Y lo mismo es válido para ti, Tessa. Te daba miedo que te hiciera daño otra vez o
que, después del infierno que has vivido durante un mes y medio, tú misma no quisieras volver con él. Quizá os sería de ayuda, antes de empezar la universidad, pasar
el verano separados y daros un tiempo para saber qué queréis el uno del otro.
Termina el discurso y los tres nos quedamos callados durante al menos un par de minutos. Ha dicho tantas cosas que Cole y yo necesitamos tiempo para asimilarlas.
No sé ni por dónde empezar a analizar el sermón. Ha dicho muchas verdades, pero también se ha equivocado unas cuantas veces. ¿Por qué tenemos que explicar lo
enamorados que estamos? ¿No son los mayores los que se dedican continuamente a dar la vara a la gente de mi edad por involucrarnos en demasiadas cosas sin fondo
ninguno? Si mi relación con Cole es estable y segura, si estoy enamorada de él y él de mí, ¿dónde se supone que está el problema?
Miro a Cole, que está calibrando su respuesta, y me sorprende la expresión glacial de su rostro. Tiene pequeños espasmos en la barbilla, un signo inequívoco de que
está enfadado. Últimamente ha tenido que soportar las salidas de tono de unos cuantos O’Connell y quizá mi padre es la gota que colma el vaso. No se merece el
calvario que le estamos haciendo pasar entre todos; lo más normal sería que se levantara y nos dejara con la palabra en la boca.
—Con el debido respeto, señor O’Connell, he esperado mucho tiempo para poder decirle a su hija lo que sentía. Tessa es muy inteligente, al principio no se fiaba de
mí y necesitó su tiempo para asegurarse de que lo nuestro iba en serio. Esto no es un amor de verano ni una relación tóxica. Es mi mejor amiga, nos conocemos el uno al
otro a la perfección. ¿Cree que dependemos demasiado el uno del otro? ¿Por qué? ¿Desde cuándo estar enamorado equivale a estar enganchado al otro? Los dos sabemos
lo que queremos, y espero que esté de acuerdo conmigo en que, en nuestro caso, ni la distancia ni el tiempo habrían importado para nada.
Asiento casi al instante porque estoy convencida de que tiene razón.
—Vale, pues demostradlo, pasad un tiempo separados. Si de verdad estáis decididos a pasar juntos el resto de vuestras vidas, si tan seguros os sentís a vuestros
dieciocho años, daos un mes, no hace falta que sea todo el verano. Tessa, este viaje era algo que querías hacer con tus amigas antes de que cada una vaya por su camino.
Pues hazlo, diviértete, pero con tus amigas. Si tan segura estás de tu relación con Cole, sabes que él siempre estará ahí.
Por lo visto, esa es la última bomba que tiene que soltar porque se levanta y me da un beso en lo alto de la cabeza.
—Te quiero, cariño. Sabes que lo hago pensando en tu bien. Hazme caso, hija, averigua quién eres tú en realidad antes de formar parte de la identidad de otra persona.
Puede que haya asentido, ni siquiera estoy segura.
—Lo mismo te digo a ti, Cole. Le haces mucho bien a mi hija, pero me gustaría que le dejaras espacio para que se convirtiera en algo más que la novia del chico malo
del pueblo.
Han pasado un par de días desde que mi padre vino desde Connecticut para desatar el caos en la burbuja de felicidad que para mí era Nueva York. Sé que lo ha hecho
con la mejor de las intenciones, pero los resultados no han sido un éxito precisamente. Cole está más callado, más distante. Da igual lo que haga o cuánto me esfuerce; no
consigo conectar con él. Está perdido en algún lugar de su propia cabeza y, la verdad, me da miedo imaginarme lo que pueda estar pensando.
Sin embargo, mientras hago las maletas, no puedo evitar suspirar aliviada porque mañana nos vamos de Nueva York. Si dijera que las cosas no han salido según lo
planeado y que me alegro de largarme de aquí, me estaría quedando bastante corta. Cuanto antes nos marchemos, antes lo dejaremos todo atrás.
Las chicas y yo hemos salido a dar una vuelta, necesitábamos tiempo libre para recuperar la paz mental. Vale, nos hemos ido de compras, pero la terapia de la tarjeta
de crédito es la mejor terapia de todas. Sin embargo, de vez en cuando no puedo evitar mirar el móvil para saber si Cole ha respondido a alguno de los mensajes que llevo
toda la mañana enviándole. Es poco propio de él, pero a medida que pasan las horas un miedo cada vez más incontrolable me carcome por dentro. Sea lo que sea lo que
está cambiando entre los dos, necesito hablarlo cuanto antes, antes de que se vuelva aún más destructivo.
No pienso darle más espacio y tampoco tengo intención de seguir ignorando lo que poco a poco se va convirtiendo en un problema más que evidente. Me recorro las
tiendas con Megan y con Beth y quedo con ellas en que nos veremos más tarde. Han decidido dejarnos el apartamento para nosotros solos durante unas horas, así que
Alex tiene que reunirse con ellas. Les doy las gracias con la mirada y luego me encamino hacia lo que me espera, sea lo que sea.
En cuanto cruzo la puerta, veo las maletas de Cole apiladas en la sala de estar y sé de inmediato que algo no va bien. Con un nudo en el estómago, me dirijo hacia la
habitación que compartimos. Está aquí, sentado en la cama y jugueteando con el móvil. Está extrañamente serio, con una expresión triste en el rostro que no hace más
que empeorar en cuanto me ve.
—Hola —me saluda, y yo me lo quedo mirando en silencio—. Alex me ha dicho que venías hacia aquí. Te quería mandar un mensaje, pero...
—¿Y por qué no me lo has mandado? ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué hacen tus maletas ahí fuera? —le pregunto, y mi voz suena confusa y frustrada porque es así
como me siento.
Cole suspira y ahora mismo odio ese suspiro porque es el enemigo.
—He estado pensando, Tessie, y puede, repito, puede que tu padre tenga razón. Quizá te he manipulado para que me aceptaras de nuevo porque creía que si te daba
tiempo, si te dejaba el verano de margen, acabarías cambiando de opinión. En cambio, si me voy puedes tomar una decisión sin que yo te presione todo el rato.
Me lo quedo mirando en silencio hasta que, de repente, la ira se apodera de mí. Estoy cansada, harta de que la gente crea saber qué es lo mejor para mí. Primero mis
padres, y ahora él, se creen que son capaces de leerme la mente y adivinar cómo me siento o, mejor aún, cómo debería sentirme. Pues ¿sabéis qué? Que se ha terminado.
Me contengo y, por suerte, consigo no tirarle nada a la cabeza. Tengo que controlar esta ira si quiero evitar que las cosas se salgan de madre.
—¿Por qué estás tan convencido de que soy tonta? —Cole abre la boca para responder, pero me adelanto—. No, escúchame. ¿De verdad crees que me has
«manipulado» así, tan fácilmente, sobre todo después del infierno por el que pasé cuando lo dejamos? Tenía el corazón roto, completamente destrozado, y todos mis
instintos me gritaban que no te dejara entrar otra vez en mi vida. ¿Crees que no reflexioné largo y tendido sobre lo que quería? ¿Es que no sabes que me daba pánicodejarte volver, que si decidí que quería estar contigo fue porque estaba dispuesta a luchar con todas mis fuerzas para superar esos miedos? Ahora no me vengas con que
tomaste la decisión por mí. No es verdad, fue decisión mía. ¡Mi respuesta habría sido la misma si me lo hubieras preguntado el mes que viene o el año que viene porque
te quiero, joder!
De pronto, se abalanza sobre mí con la mirada turbia y se coge a mi cintura.
—Pero te mereces más, Tessie, podrías encontrar algo mucho mejor. Si te estoy reteniendo...
—¿Tú quién eres? —le pregunto sin dar crédito a lo que oigo—. ¿Dónde está aquel tío seguro de sí mismo que luchó con uñas y dientes para convencerme de que
estábamos hechos el uno para el otro? ¿Dónde está el chico del que me enamoré? Porque está claro que tú no eres.
Cole retrocede tambaleándose y de pronto sé exactamente lo que tengo que hacer. En los últimos días le han estado llenando la cabeza de dudas y jugando con sus
inseguridades, y me duele horrores verlo así. Yo misma me he pasado la vida sintiendo que no era lo suficientemente buena para nadie, así que sé hasta qué punto puede
afectarte algo así, cómo te roba esa parte de ti que quiere sentirse querida. Cole tiene que darse cuenta de que si a uno de los dos podría irle mejor es a él. Es mejor que
yo porque es más fuerte, tanto que le dio la vuelta a mi vida cuando yo más lo necesitaba.
—Cole, por favor, mírame. —Me acerco y le sujeto la cara con ambas manos para que me mire a los ojos—. Quiero que tengas muy claro por qué te quiero y por qué
he elegido estar contigo. Haces que mis días sean más alegres simplemente estando a mi lado, contigo siempre tengo un motivo para sonreír. Es como si todo fuera más
fácil: me río más, respiro mejor y siento con más intensidad, todo gracias a ti. Apareciste en mi vida como un torbellino, lo pusiste todo patas arriba, y cuando volvió la
normalidad, mi mundo había cambiado y era increíble. Así que me importa un bledo que la gente diga que lo nuestro no es sano porque, cuando se trata de ti, reconozco
que soy una egoísta. Te necesito en mi vida, Cole.
Las últimas palabras se me atraviesan y me esfuerzo para no llorar, pero creo que Cole se ha dado cuenta porque sacude la cabeza como si estuviera en trance y me
abraza con fuerza, acomoda su cuerpo al mío y me besa con intensidad pero sin urgencia, saboreando el momento.
—Maldita sea, Tessie, ¿cómo es posible que me quieras tanto? Ahora no puedo irme, no después de lo que acabas de decirme.
—Pues no te vayas.
Trago saliva e intento reunir el valor suficiente para hacer lo que tanto me apetece ahora mismo. Retrocedo y empiezo a desabrocharle los botones de la camisa, pero
sus manos me lo impiden.
—¿Qué estás haciendo?
Se le ha puesto la voz ronca, tiene los ojos como platos y la boca ligeramente abierta. Trago saliva, le aparto la mano y retomo lo que estaba haciendo.
—Estoy preparada —le digo, así, sin más, porque sé que lo entenderá.
—¿Estás segura? —pregunta él, pero esta vez no intenta detenerme—. No quiero que lo hagas solo para demostrarme algo.
—Llevo tiempo dándole vueltas —respondo, sin apartar la mirada de su pecho— y sé que quiero compartir esto contigo.
Asiente y luego pasa algo maravilloso: recupero al tío creído de antes, al chico que no deja de sonreír, que siempre controla la situación y que sabe que lo único que
necesito ahora mismo es a él.
Nos acercamos el uno al otro con gesto vacilante, conscientes de que estamos a punto de hacer algo que nos va a cambiar para siempre, a nosotros y a la relación; que
va a hacer que deje de existir como tal para transformarse en algo mucho más grande.
Más tarde, estamos tumbados entre las sábanas, sin saber dónde empieza uno y dónde acaba el otro, y no puedo parar de pensar que por fin entiendo la obsesión que
tiene todo el mundo con el sexo. No se trata únicamente de obtener una gratificación física, sino de compartir una conexión emocional, sobre todo cuando estás con la
persona a la que quieres.
De pronto, me siento mucho más cercana a Cole, como si nuestros sentimientos se hubieran magnificado. Estoy tumbada encima de él, con medio cuerpo sobre el
suyo y acurrucada entre sus brazos. Todavía no hemos recuperado la respiración y estamos cubiertos de sudor.
—Siento haberte hecho daño, Tessie.
Me encojo de hombros; me ha dolido bastante, pero no ha sido culpa suya.
—Ha valido la pena, eso seguro.
—¿Cómo te sientes? —pregunta después de darme un beso en la frente—. ¿Era lo que esperabas?
Otra vez la inseguridad de antes, se lo noto en la voz; decido aplastarla de un solo golpe.
—Ha sido mucho mejor. Me he sentido... —Noto que se me ponen las mejillas coloradas, pero aun así continúo porque sé que necesita oírlo—. Me he sentido genial
y eso que la primera vez se supone que no siempre sale bien. Me lo has puesto muy fácil.
Le planto un beso en el pecho y él me hace rodar sobre la cama y se coloca encima de mí. Nos miramos a los ojos. Tenemos medio cuerpo cubierto por las sábanas,
pero aun así puedo verle el pecho, tan espectacular que se me van los ojos. Me besa suavemente y sus manos se pasean por todo mi cuerpo. Apoya la frente contra la
mía y me dice:
—Siempre había creído que el sexo no era más que una forma de desfogarse, pero, joder, Tessie, nunca había sentido algo así.
Le acaricio la mejilla con los nudillos y él me los besa.
—No vuelvas a poner en duda lo que siento por ti, ¿vale?
Cole me dedica una de sus sonrisas traviesas.
—Si las consecuencias son tan alucinantes como esto, no se me ocurre ninguna razón para no hacerlo.
Nos echamos a reír, pero se me corta la risa en cuanto noto que está tirando hacia abajo de la sábana con la que me tapo.
—¿Otra vez? —exclamo, aunque sé que estoy demasiado dolorida para volver a intentar algo.
Él responde que no con la cabeza.
—Me apetece cuidarte.
Lo observo con cierto recelo mientras él tira de la sábana, me levanta en brazos y me lleva al lavabo de la habitación. Una vez allí, me deja en el suelo y abre el grifo de
la ducha. Aquí hay tanta luz que, de pronto, soy consciente de que estoy desnuda y considero la posibilidad de taparme con un albornoz, pero Cole regresa a mi lado y
me abraza.
—¿Una ducha? —pregunto mientras me acaricia la espalda con gesto tranquilizador.
—Espero que no te importe, pero es que el agua caliente hará que te sientas mejor y..., bueno, aún no me apetece soltarte.
Asiento, la cara incendiada por el rubor; me da vergüenza admitirlo, pero entiendo perfectamente cómo se siente. Cuando el agua empieza a coger temperatura, me
guía a través de las puertas de cristal de la ducha y yo aprovecho que me tiemblan las rodillas para apoyarme en él. Me coloco debajo del chorro y Cole se aprieta contra
mi espalda, los brazos a mi alrededor.
—¿Alguna vez pensaste, cuando volví de la academia militar, que acabaríamos así?
Se me escapa una sonrisa.
—Bueno, la primera vez que te vi me mojaste con agua fría, así que alguna sospecha sí tenía.
Me hace cosquillas y yo me retuerzo entre sus brazos.
—Pero esto es mejor que el ataque con una jarra de agua fría.
—Por supuesto —ronroneo a modo de respuesta.
—Es lo único que quería saber, bizcochito, eso es todo.

bad boy girls 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora