No creo que vuelva a mirar unas esposas de peluche con los mismos ojos

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—¡Uh!
El truco es más viejo que ir a pie, pero, tratándose de mí, funciona tan bien que se me cae el cepillo de dientes dentro del lavamanos.
Dios, no soporto que me pase eso.
Pero me encanta que Cole me abrace por detrás y me apriete contra su pecho desnudo. Eso siempre está bien.
—¿A qué viene esto? —pregunto mientras me enjuago la boca y rescato el cepillo de dientes.
—Porque es divertido jugar contigo y ahora mismo es lo que me apetece: jugar.
Me da un beso en la mejilla y sus manos se pierden por mi cuerpo. Le dejo hacer durante unos minutos y luego me aparto. Hoy tenemos cosas que hacer, planes, lo
cual significa que no podemos perder el tiempo haciendo otras cosas.
Distracciones, aunque de las mejores.
—Aparta las manos, Stone, ve a vestirte y luego prepara el desayuno. Tenemos que llegar a la tienda de disfraces antes de que se acaben los mejores.
Gruñe y me tira de los bajos de la camiseta, que casualmente es suya.
—¿Por qué? Son las nueve de la mañana, la fiesta no empieza hasta dentro de once horas. Eric está en casa de su novia, tenemos el piso para nosotros. ¿No te apetece
hacer algo más... emocionante que ir de compras?
No le falta razón, la verdad, y como muestra empieza a chuparme el lóbulo de la oreja porque sabe que me vuelve loca.
—¿Y en qué habías pensado? —pregunto, y cada vez me cuesta más respirar.
—Bueno —me suelta la oreja y empieza a darme besos por todo el cuello—, no implica vestirse, eso seguro. Más bien lo contrario.
Me vuelve a tirar de la camiseta y esta vez, en vez de zafarme, levanto los brazos.
Conseguimos salir del apartamento dos horas más tarde, cogidos de la mano y preparados para dominar el mundo de los disfraces. No le he contado que tenía una idea
preparada desde hacía semanas, la que les había contado a Cami y a Sarah, pero que, a la luz de los acontecimientos, he tenido que volver a empezar de cero. Porque
había conseguido una camiseta, una de fútbol americano con su nombre y su número en la espalda, lo había llevado a que me lo arreglaran a mi medida, me había
comprado unos pantalones cortos a juego y había hecho imprimir «fan número uno» en la parte de delante.
Pero, claro, ahora las cosas son un pelín diferentes.
Tuvimos una conversación muy seria en la que le confesé que a veces sentía que no encajaba en su vida y, desde aquella noche de hace dos semanas, no ha dejado de
intentar ahuyentar mis miedos. Se pasa el día diciéndome que me quiere de las formas más sutiles, presume de novia delante de sus amigos, y me pide que vaya a los
entrenamientos para que vea que no todos los del equipo son alérgicos a la monogamia y al compromiso.
Valoro muchísimo lo que hace.
Y ya que se está esforzando tanto, he decidido que yo también quiero mejorar. Cole se merece estar con alguien que se valore, que confíe en sí misma, que lo quiera y
que esté con él como se merece. Tengo que trabajar mi forma de ser, por él y por mí, así que he empezado a buscar terapeuta por la zona de la universidad hasta que
Cami indirectamente me propuso la idea de hablar con uno que, según ella, usaría muchas de las técnicas que le han enseñado en clase. Aún no estoy muy convencida de
que abrirme a un completo desconocido sea lo que necesito ahora mismo, pero lo estoy valorando.
—¿En qué piensas, Tessie?
Hemos decidido ir andando hasta el centro comercial en lugar de coger el coche. Hace frío y vamos envueltos con capas de abrigo y bufandas, y aun así Cole intenta
darme calor. Tiene un brazo por encima de mis hombros y, al preguntar, me aprieta contra su cuerpo.
No quiero ocultarle nada más; cuando siento algo, se lo digo. Los dos sabemos de primera mano lo malo que es guardarse las cosas para uno mismo.
—En que me gusta estar así, contigo. Estamos bien, ¿verdad?
Él sonríe y me da un beso en la punta de la nariz.
—Siempre estamos bien, bizcochito, eso es lo mejor de todo. Nada puede hacer que me cuestione lo nuestro. Tú y yo somos luchadores, Tessie, no lo olvides nunca.
Cuando me dice cosas como esas, cosas que me llenan de felicidad, recuerdo por qué he pasado un infierno por él y por qué no me importaría volver a pasar por ello.
Siempre y cuando llegáramos a este mismo punto en el que estamos ahora.
Parece que no es buena idea comprar el disfraz el mismo día de Halloween, pero, eh, somos estudiantes y apenas tenemos tiempo para comer, dormir, respirar y
ducharnos, y todo ello sin seguir ningún orden en especial. Será mejor que los dependientes de la tienda dejen de ponernos los ojos en blanco.
—¡Uf! Pero ¡¿se puede saber por qué la industria insiste en que las mujeres se deshonren con esa ropa que no taparía ni a un recién nacido?!
Cole está de pie en la esquina de la última tienda en la que hemos entrado, tosiendo para disimular la risa. Se lo está pasando en grande oyéndome despotricar. Porque
sí, he entrado en un sex shop y me he pasado un cuarto de hora rebuscando entre los vestidos de dominatrix antes de darme cuenta de dónde estaba.
No creo que vuelva a mirar unas esposas de peluche con los mismos ojos.
Y mi supuesto novio se ha quedado mirándome en silencio mientras yo cogía un látigo con una mano, unas esposas con la otra y planeaba mi disfraz en voz alta.
Me pongo colorada al recordar la cara que ha puesto cuando por fin me he dado cuenta del error. Digamos que se va a tener que esforzar de lo lindo si quiere repetir lo
de esta mañana.
—Bueno, si quieres podemos volver a la tienda de antes y comprar el mono de cuero...
Le doy la espalda al espejo y le digo que no con el dedo.
—Alto ahí, amigo, se suponía que ibas a borrar ese recuerdo de la memoria. No ha pasado, y si alguna vez lo mencionas en público, lo negaré todo. ¡Ja!
Cole se pone colorado; está intentando no reírse, pero no lo consigue. El encargado de la tienda pasa junto a nosotros y nos mira con el ceño fruncido. De pronto, ve
el vestido arrugado que tengo en las manos. En realidad no es un vestido, es un trozo de tela con el que se supone que debería parecer un gato.
La vida es dura, Tessa O’Connell.
—Señorita, ¿lo va a comprar o no? Es uno de nuestros modelos más vendidos y lo está arrugando.
La humanidad va a tener que esforzarse, y mucho, si pretende que vuelva a tener fe en ella. Respondo que no con la cabeza y le devuelvo el vestido, tras lo cual me
dirijo de nuevo hacia el resto de los modelitos e intento decidirme por uno con el que no me detengan por conducta obscena.
—¿Y tú por qué no miras? ¿No necesitas disfraz? —le pregunto a Cole, distraída, mientras sopeso la posibilidad de ir de huevo frito.
A todo el mundo le gustan los huevos, ¿no?
Entonces recuerdo que la fiesta se celebra en una de las fraternidades más populares. Nos han invitado las amigas intermitentes de Cami. Bueno, han invitado a Cami
para que ella invitara a Cole. Supongo que lo mío es por extensión y, aunque no fuera así, estoy trabajando para que este tipo de cosas no me afecten.
Eso no quiere decir que piense ir vestida ni más ni menos que de huevo frito.
—Soy un tío, me pondré un traje y diré que voy de James Bond.
Y lo bien que le queda un traje con corbata...—Bueno, también podrías esforzarte un poco más y ser más creativo. Si yo acabo con un trauma para el resto de mi vida, qué menos que tú también lo hagas, ¿no?
—Cuando decidas de qué quieres ir, dímelo y nos coordinamos.
Se encoge de hombros como si fuera tan fácil. Pues claro que no, la presión de ser pareja en Halloween implica mucho más que disfrazarse cada uno por su lado. No
puedes ser cursi, tienes que evitar a toda costa ser «esa» pareja: la que coordina los colores de cada parte del disfraz que van a llevar o, peor aún, ¡van iguales! Si eso no
es depender el uno del otro, que baje Dios y lo vea.
—¿Y si decido ir de Jay-Z? ¿Irás de Beyoncé?
Mi payaso particular saca pecho y aparta con la mano una melena imaginaria.
—Todo el mundo quiere ir de Beyoncé, pero pocas lo consiguen.
Nos espera un día muy, muy largo.
Al final, conseguimos decidir qué vamos a llevar a la fiesta y nos despedimos hasta la noche. Cole no sabe de qué voy disfrazada. He encontrado el traje perfecto justo
cuando se ha ido a buscar algo de sustento o, dicho de otra manera, cuando me ha dejado sola para pasearse por la zona de restaurantes solo porque mi indecisión le
provoca dolor de cabeza.
Bueno, pues al final he encontrado un disfraz genial que él no verá hasta esta noche. Eso significa que él también se ha comprado uno y no ha querido enseñármelo. Al
menos en eso somos compatibles. Guardo el hallazgo del día en mi habitación y, al salir por la puerta, me encuentro con Sarah. Tiene los ojos hinchados y parece
físicamente agotada. Rápidamente, cambio a modo amiga y compañera de habitación; ella ha estado a mi lado un montón de veces y lo mínimo que puedo hacer es
devolverle el favor.
—Hola.
Le aguanto la puerta para que entre y la sigo con la mirada mientras se sienta en la cama, se acurruca con los zapatos puestos y se tapa con la colcha.
—Hola —solloza.
Tenemos todo lo necesario para preparar chocolate caliente en la habitación, precisamente para casos como este, así que me pongo manos a la obra. En los tres meses
que hace que nos conocemos, hemos desarrollado nuestros propios rituales, y este es uno de ellos. Le preparo una buena taza de chocolate calentito y se lo dejo encima
de la mesa.
Me siento en mi cama e intento que hable.
—¿Otra pelea?
Al principio me parecía que discutía tanto con su novio que no me lo tomaba en serio. Siempre hacían las paces al día siguiente y retomaban las interminables
llamadas por Skype a altas horas de la noche. Sin embargo, últimamente las cosas entre Grant, el novio, y ella parece que van de mal en peor.
Asiente y sorbe por la nariz.
—¿Te apetece contarme qué ha pasado?
Esta vez responde que no con la cabeza.
—Te sentirás mejor y podremos llamarle de todo entre las dos. Eso siempre ayuda.
Tarda en responder, pero al final se incorpora y apoya la espalda contra el cabecero de la cama. Coge la taza de chocolate y la contempla con aire pensativo antes de
mirarme.
—Creo que acabamos de romper.
Vaya, eso sí que no me lo esperaba. Intento no mirarla con la mandíbula desencajada.
—¿Por qué lo dices? Seguro que solo es una pelea... Lo superaréis, ya verás. Seguro.
Sarah no parece muy convencida.
—Le he dicho que estoy harta de que me llame fuera de horas y que tiene que valorar más mi tiempo. Siempre me organizo el día según sus horarios, pensando en él y
en los ensayos de su grupo. —Le da un buen sorbo al chocolate caliente—. No está bien, ¿verdad? A mí me gustaría que la relación durara, pero a veces se olvida de que
él también tiene que hacer un esfuerzo.
Me quedo callada y dejo que rumie en silencio. Todo me resulta tan familiar que no me atrevo a darle un consejo. Yo estaba en su misma situación hace apenas unas
semanas.
—¿Y qué te ha dicho él? —le pregunto con delicadeza.
—¡No lo entiende! Como siempre, vaya. Cree que no debería haberme ido tan lejos a estudiar, que dónde voy a estar mejor que en ese pueblo asfixiante. Le da la
vuelta a todo para que parezca que si apenas tenemos tiempo para vernos es por culpa mía. Sabía que iba a ser así, me dijo que no quería dejarlo. Y yo... lo creí. Dios,
cómo he podido ser tan estúpida.
De pronto, se echa a llorar desconsoladamente. Me acerco a su cama y la abrazo; está temblando como una hoja. Me duele mucho verla así porque sé lo mal que lo
está pasando, pero también sé que no se sentirá mejor por mucho que yo diga o haga. Necesita dar rienda suelta a sus emociones hasta que consiga aceptarlas.
Un par de horas más tarde, Cami se ha unido a nosotras y está intentando animar a Sarah con lo que, según ella, son las tres eses de los disfraces de Halloween.
—Puedes ir de sexy, de susto o de «si vuelves a preguntarme por qué no voy disfrazada, te parto la cara». —Lo de animarla no le está saliendo demasiado bien—.
Pero en realidad la elección entre los tres modelos es muy sencilla. Yo, por ejemplo, puedo ir de susto porque, al fin y al cabo, los tíos no me miran nunca, así que si
quiero ponerme unos colmillos falsos, un poco de sangre falsa y unas vísceras saliéndome de la barriga, puedo hacerlo sin problemas —declara con entusiasmo.
Sarah aún está acurrucada en su cama, con los ojos hinchados e inyectados en sangre de lo mucho que ha llorado, pero la hemos rodeado con un montón de helados, le
hemos llenado el portátil de comedias románticas y tenemos a la cómica de la casa dándolo todo en el escenario.
Aun así, sigue estando triste, tanto que Cami empieza a perder la confianza en sí misma. Me echa una mirada de pánico y coge la bolsa con mi disfraz para la
condenada fiesta.
Obviamente, no tengo intención de ir, no con Sarah en este estado.
—Veamos qué ha traído Tessa. Tiene que darlo todo porque la fiesta estará llena de buitres esperando la oportunidad perfecta para abalanzarse sobre Sexy Stone y
clavarle las garras. Espero que tu disfraz sea el culmen de la sensualidad.
Echa un vistazo dentro de la bolsa y une las piezas sin necesidad de verlo entero. La peluca es una pista importante y las lentejuelas son muy evidentes.
—¡No puede ser! —exclama, e incluso Sarah levanta la mirada.
—Lo he visto y me he acordado de algo que me dijo Cole —explico, encogiéndome de hombros—, creo que mientras veíamos la tele. No lo recuerdo exactamente,
pero se me quedó la idea grabada, así que cuando he encontrado el vestido, he sabido que era para mí.
Quizá lo aproveché en otra ocasión. No nos vendría mal probar algo nuevo, Cole debe de estar harto de mi miedo a probar cosas nuevas.
Volviendo al tema que nos ocupa...
—¡Es absolutamente perfecto! Vas a estar genial, Tessa, y con un poco de maquillaje...
—No voy a ir a la fiesta. —Lo digo intentando no mirar directamente a Sarah y espero no atraer su atención—. Cole y yo iremos a un sitio la semana que viene, nada
del otro mundo.
Cami abre la boca dispuesta a rebatirme, pero le digo que no con la cabeza y señalo disimuladamente a Sarah, que tiene la mirada perdida y una expresión
inquietantemente ausente en la cara. No se puede dejar sola a una amiga, no en semejante estado.
—Ah —Cami se muerde el labio, dubitativa—, supongo que tienes razón.Miro el reloj y veo que son las seis pasadas y que Sarah lleva más de cinco horas sin moverse de donde está. Hace rato que dejó la taza de chocolate a medias y
tampoco ha comido nada desde esta mañana. Estoy a punto de decirle que se levante y me acompañe a la cafetería a comer algo cuando, de pronto, alguien llama
insistentemente a nuestra puerta. Debe de ser Cole. Odio tener que decirle que hay que cancelar lo de esta noche porque los dos necesitábamos mucho una noche de
diversión... Una noche en la que pensaba demostrar, a él y a mí misma, que ya he superado mis miedos absurdos.
Pongo mi cara más valiente, abro la puerta y me preparo para darle las malas noticias, pero me coge de la muñeca por sorpresa y me arrastra hasta el pasillo. Luego
cierra la puerta con cuidado y me sujeta por la cintura.
—Me he encontrado a este tío fuera.
Señala a un lado con la cabeza y es entonces cuando veo al chico alto y de pelo oscuro que espera a un par de metros de donde estamos. Si no fuera porque parece
agotado, lleva la ropa hecha un Cristo y el pelo despeinado, diría que es...
—¡No puede ser! Eres Grant, ¿verdad? —exclamo, y me tapo la boca con las dos manos.
De pronto, se le iluminan ligeramente los ojos, azules y exhaustos. Cuanto más lo miro, más reconozco al chico de las fotos de Sarah, tan guapo como ella siempre
dice, aunque ahora mismo parece que ha pasado por un auténtico calvario.
—Tú eres la compañera de habitación de Sarah. Te... te he visto en un par de fotos en su Facebook. ¿Está dentro? ¿Puedo entrar?
—¿Cómo has llegado tan rápido? Si habéis roto hace menos de diez horas... ¡Está llorando como una magdalena por tu culpa!
—He cogido el primer avión que he encontrado... Por favor, ¿puedo verla?
Me basta con oír su acento del sur y la corrección con la que habla para tomar una decisión. Miro a Cole, que me regala una sonrisa de medio lado, como si estuviera
de parte de él.
—Un segundo.
Entro en la habitación, cojo del brazo a Cami, que aún está intentando levantar su monólogo, y la arrastro hasta el pasillo. Sarah apenas se da cuenta de nuestra
presencia, así que me las arreglo para salir sin delatar la sorpresa que le espera.
—¿Y esto a qué viene? ¡Estaba a punto de sacarle una sonrisa!
—Cami —le digo mientras cierro la puerta con cuidado—, te presento a Grant. Grant, esta es Cami. Ahora entra y haz feliz a tu novia, por favor.
Nunca había visto a un hombre decir «hola» y luego salir corriendo a tal velocidad. Cuando nos damos cuenta, está dentro de la habitación y nosotros seguimos
plantados en el pasillo.
—¿Te puedes creer que ha venido desde Texas? Menudo detallazo por su parte —dice Cami, y a las dos se nos nota que estamos bastante alucinadas.
—¿Verdad? Qué romántico.
Suspiro y Cole me mordisquea los labios.
—Eh, que si bastaba con coger un avión para camelarte, me lo podrías haber dicho antes y me habría ahorrado tener que robar las existencias de Kit Kat de todo el
estado.
Me acurruco contra su costado y le doy un beso detrás de la oreja. Cami tiene la oreja pegada a la puerta de la habitación, así que no me preocupa que nos vea.
—Me alegro de que no tengas que coger un avión y recorrer tres mil kilómetros para verme. Me alegro de que estés aquí.
—Pero sería lo que ha dicho Cami: un detallazo. ¿No te gustaría?
Me aprieto aún más contra su pecho.
—No, nada compensa la distancia.
—Diez pavos a que se lo están montando ahí dentro —susurra Cami.
Y sí, para qué negarlo: se carga el momento.
Al final, como Sarah está mucho mejor, decidimos ir a la fiesta. Me resulta un poco incómodo entrar en la habitación, pasado un rato, para coger una muda y que puedan
pasar la noche solos. Es evidente que se han estado besando y juraría que algo más. Cuando se separan, están desmelenados y con la ropa revuelta. Cojo lo básico,
además del disfraz, y les digo adiós.
¡Me alegro tanto por Sarah!
Ya en casa de Cole, me arreglo para la velada. Hoy ha sido un día muy intenso y me apetece pasármelo bien, así que he echado a Cole y me he adueñado de su
habitación para poder arreglarme tranquilamente y darle la sorpresa de su vida.
Cuando vi el vestido, no supe si sería capaz de ponérmelo porque es mucho más atrevido que cualquier otra cosa que me haya puesto hasta ahora. Pero me imaginé
su reacción y por eso decidí seguir adelante.
Me doy una buena ducha, me pongo un albornoz encima de la ropa interior, a juego con el vestido, y me seco el pelo. Voy a llevar peluca, así que tampoco le presto
mucha atención; lo seco al aire y me lo recojo en un moño. A continuación me concentro en el maquillaje, que tiene que ser perfecto. Busco imágenes en el móvil e
intento que se parezca lo más posible al de verdad. Cuando he terminado, respiro hondo y me pongo manos a la obra con el vestido. Cruzando los dedos para que sea de
mi talla, me deslizo dentro de la brillante tela roja, que se amolda a cada una de las curvas de mi cuerpo. Cómo me alegro de no haber dejado el ejercicio al llegar aquí.
Tiro de él hasta que me cubre los pechos y me miro en el espejo.
Bueno..., podría ser peor.
No queda tan obsceno como pensaba. Es muy ajustado, pero tampoco parece que me esté asfixiando aposta. De hecho, me queda... bien y enfatiza las partes más
bonitas de mi cuerpo.
No voy enseñando pechamen, aunque el escote en forma de corazón y sin tirantes me hace un buen canalillo; sin embargo, lo que más llama la atención del vestido es
la raja que me recorre la pierna derecha y que se detiene bastante por encima de la rodilla, aunque no llego a los niveles de una Angelina Jolie.
Nunca me había puesto algo así y Halloween parece la ocasión perfecta para ser valiente, para atreverse con algo nuevo y diferente, ¿verdad?
Saco la peluca de la bolsa, la icónica melena pelirroja que ha inspirado las fantasías de muchos hombres y aún sigue haciéndolo, y me la pongo. La verdad es que el
conjunto no parece una versión cutre del original, supongo que porque me he gastado una pequeña fortuna en él. El pelo parece de verdad, las ondas me cubren media
cara y luego siguen cayendo espalda abajo. El rojo es muy intenso y combina perfectamente con el color de mi piel y el tono de los labios.
Vale, de momento vamos viento en popa.
El último detalle son los guantes lilas que me llegan hasta el codo. Cuando me los pongo, me siento exactamente como decía Cami: sexy.
Sexy y lista para mantener a los buitres a raya. Si para ello tengo que ponerme en la piel de Jessica Rabbit, que así sea.
Abro la puerta y lo primero que veo es la espalda de Cole cubierta por una chaqueta negra. Todavía no sé de qué va disfrazado; lleva todo el día haciéndose el misterioso
y se ha vestido en el lavabo para que no lo viera.
De pronto, oye el ruido de mis tacones y se da la vuelta.
¿Y esa cara?
Vaya, definitivamente ha valido la pena.
—Joder —murmura entre dientes, y me devora con los ojos al igual que yo a él.
James Dean.
Va de James Dean. Mi canalla particular va disfrazado de dios de los canallas. Creo que me he muerto y estoy en el cielo. Cruza la estancia a toda prisa y se detiene
frente a mí. Se ha puesto gomina en el pelo para intentar levantarlo y lleva una chupa de cuero negra, una camiseta blanca y unos vaqueros oscuros. Está tan guapo queparece un sueño hecho realidad.
Siempre está guapo, ¿eh?, pero cuando Cole Stone pone especial empeño en algo...
Que Dios me coja confesada.
Me mira y me devora con los ojos. Desliza las manos por mis brazos, por mi cintura, por la cara. Es como si no supiera por dónde empezar. De pronto, veo que sus
ojos se detienen sobre la raja de la falda y se le contraen los músculos de la mandíbula.
—Madre mía, estás...
—¿Sorprendido?
Parece que le cuesta apartar los ojos de mi pierna para mirarme a la cara, pero, cuando lo hace, veo que esas esferas azules que tiene por ojos están ardiendo.
Dios, es tan guapo...
—Considérate afortunada si mañana eres capaz de andar sin problemas, Tessie.
Ay, madre.
Me coge de la mano y empieza a tirar de mí hacia la puerta.
—Cuanto antes lleguemos, antes nos iremos. Venga, vamos.
Doy media vuelta y cojo el bolso con el móvil, un abrigo para cubrir el vestido y las llaves de Cole, porque seguro que él no se acuerda de cogerlas. Ahora mismo
tiene una misión y yo me muero por saber si la cumplirá con éxito.

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