La cafeína es mi hábitat natural

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Trastabillo por mi habitación en un intento desesperado por vestirme a tiempo, pero sé que no lo voy a conseguir, a menos que salga por la puerta en pantalones cortos,
camiseta de tirantes y sin lavarme los dientes. Así pues, acepto la idea de que voy a llegar tarde, pero al menos intento que sea lo menos tarde posible, y si para ello
tengo que ponerme las mallas de un salto, que así sea.
Cojo el primer jersey que encuentro y me lo pongo. De repente me envuelve el cálido olor de Cole y sé que me he puesto una de sus sudaderas. Me va enorme, pero
es cómoda y agradable y tampoco tengo tiempo para buscar otra cosa.
Acabo de arreglarme en el lavabo, cojo el portátil y los libros que voy a necesitar hoy. Lo meto todo en la bolsa y salgo disparada hacia el campus medio corriendo,
medio arrastrándome.
Aun así, llego diez minutos tarde; me he quedado dormida.
¿Y de quién será la culpa?
Ayer Cole jugó fuera con el equipo y llegó muy tarde a casa. Estuvimos hablando un par de horas por teléfono hasta que me quedé dormida, a eso de las tres. Mala
idea por mi parte, sobre todo porque hoy empiezo las clases a las ocho. Todo el mundo sabe cómo me pongo cuando no duermo, así que en realidad temo por el
bienestar de la gente que me rodea.
Entro en el aula justo cuando el profesor Gingham se dispone a empezar la clase, ahora que ya tiene preparadas sus consabidas diapositivas. Paso a su lado y se me
queda mirando, pero no dice nada, así que corro hacia mi asiento, en el centro de la clase. Es la primera vez que llego tarde, así que hace la vista gorda. Si es que es un
trozo de pan.
Ojalá me durara la suerte. Me estoy abriendo paso entre los asientos cuando, de repente, aparece un pie de la nada y acto seguido se me doblan las rodillas y acabo de
bruces contra el suelo, con el culo en pompa para que todo el mundo lo vea. El portátil se estampa contra el suelo, seguido de los libros; por suerte, la bolsa de tela
amortigua el impacto y me protege la cara. No sé muy bien por qué, pero tardo un buen rato en darme cuenta de que estoy en el suelo y que debería levantarme, pero
cuando por fin lo consigo, el pie del diablo consigue tirarme de nuevo y esta vez me doy bastante fuerte contra los escalones que forman el auditorio. Intento
recomponerme como puedo, pero tengo las mejillas como dos tomates.
Las risas no se hacen esperar, procedentes sobre todo de la zona de la clase que ha presenciado la caída, y rápidamente se contagian al resto del auditorio.
—Señorita O’Connell, haga el favor de sentarse. Ya ha interrumpido la clase una vez, le agradecería que no lo hiciera de nuevo.
Me arden las mejillas. Ocupo mi asiento y la chica que se sienta a mi lado, y a la que de vez en cuando le dejo los apuntes, me dedica una mirada compasiva.
—Eres consciente de que, en cuanto salgamos de clase, esto ya estará colgado en Facebook, ¿verdad?
La miro con la boca abierta.
—¿Estaban haciendo fotos?
Ella asiente, con aire de gravedad.
—Oye, ¿has visto quién me ha puesto la zancadilla? —le susurro, porque, aunque soy consciente de hasta qué punto soy patosa, incluso yo he visto una bota de
tacón materializándose de la nada.
—Pues... —Titubea un segundo y veo que su mirada se dirige hacia la fila de asientos donde me la he pegado—. Estoy bastante segura de que ha sido una de ellas.
Allison Vega y sus amigas se sientan por allí.
Ah, así que me la ha devuelto. Sabía que después del numerito de Halloween no me iba a ir de rositas. Esas brujas conocen las reglas del juego mucho mejor que yo y
encima se les da bien. Quizá me he pasado de lista metiéndoles el dedo en los ojos a los buitres.
Cualquier sospecha que pueda tener sobre el incidente se desvanece cuando se acaba la clase y salimos del aula. Voy caminando pasillo abajo cuando, de pronto, oigo
que la malvada bruja de Providence me llama.
—Bonitas bragas, Tessa. ¿A cuántas abuelas te has cargado para conseguirlas?
Su comentario me resbala por muchas razones, sobre todo porque sé que no se me ha visto nada y porque, no sé a ella y a las de su calaña, pero a mí no me da
vergüenza vestir con ropa cómoda. Esa fase la superé cuando me puse tanga dos días seguidos y acabé caminando como un pingüino. No tengo intención de cuestionar
mis preferencias.
Me doy la vuelta y, en cuanto veo la soberbia con la que me mira, siento que me hierve la sangre.
—Veo que te han bastado treinta segundos para saber qué clase de bragas llevo. ¿Debería preocuparme? ¿Siempre eres tan observadora o es que yo soy especial?
Disfruto mucho viendo cómo se pone colorada, como si la posibilidad de que le pueda gustar una chica le resultara aberrante. Vaya, fantástico: además de zorra
vengativa, es homófoba. Tan bonita por fuera y tan fea por dentro...
—No te lo tengas tan subidito que no me vas para nada. Tu novio, en cambio...
Deja que las palabras floten en el aire y tengo que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para no arrancarle la cara de un zarpazo. Es lo que me pide el cuerpo:
borrarle esa sonrisa con mis propias manos.
—Ah, es verdad, que estás coladita por él, ¿no? Debe de ser duro que este semestre no te aguante ni como compañera de estudio. Además, juraría que no le van las
inmaduras ni las retorcidas.
No estoy de humor para seguir escuchando lo que sale por su boca, así que doy media vuelta y me voy con un cabreo considerable encima. Creo que ya he sufrido
suficiente bullying y pensaba que era cosa del pasado, que en la universidad la gente sería más madura y habría superado las tonterías del instituto. De pronto, me doy
cuenta de que estoy temblando y no es porque tenga frío.
Por favor, otra vez no.
Vuelvo corriendo a mi habitación. No tengo clase hasta la tarde, así que puedo tumbarme un rato o intentar quitarme este cabreo de encima. También puedo
aprovechar para ir al gimnasio y hablar un rato con Bentley, y con un poco de suerte no será porque esté enfadada con Cole.
Porque en realidad no es culpa suya que las chicas a las que les gusta concentren toda su frustración en mí.
¿Verdad?
Entro en la habitación y Sarah, que está a punto de irse a clase, enseguida se da cuenta de que me pasa algo. Suelta el asa de la mochila y la deja caer sobre la cama.
—Oh, oh. ¿Se ha enfadado el profesor porque has llegado tarde?
—No, acabo de tener un déjà vu en clase.
Paso junto a ella y me desplomo sobre mi cama. Sé que está a los pies, esperando a que continúe.
—A una de las fans de Cole le ha parecido divertido ponerme la zancadilla delante de toda la clase. De todas formas, ese no es el problema; sé cómo tratar con ellas,
pero pensaba que no tendría que hacerlo.
—Lo siento, Tessa... Espera, ¿qué quiere decir que sabes cómo tratar con ellas?
Se me escapa un suspiro; no estoy de humor para contarle mi triste historia.—Ahora mismo no me apetece hablar. Además, tú tienes clase dentro de cinco minutos.
A la pobre se le presenta todo un dilema: asegurarse de que la loca de su compañera de habitación no se va a cortar las venas o llegar tarde a clase. Obviamente, no
sería Sarah si no escogiera la segunda y, aunque se le nota que está decepcionada porque no me he sincerado con ella, en cuanto sale por la puerta cierro los ojos e
intento dormir.
Al final consigo quedarme dormida y, cuando me levanto, me encuentro mucho mejor. El incidente con Allison no ha sido para tanto y tampoco es el causante de mi
reacción. Estoy cansada de tanto jueguecito; los he sufrido durante mucho tiempo y no me apetece volver a empezar. Por desgracia, las fans de Cole no van a
desaparecer y es probable que alguna se ponga violenta. Solo tengo que seguir plantándoles cara.
Durante un rato doy vueltas por la habitación hasta que al final decido ponerme algo decente. Me maquillo un poco, nada exagerado, y decido ir a la cafetería del
campus. Tengo varios mensajes de Cami en el móvil. Dice que quiere quedar, así que le digo dónde voy a estar.
También tengo un mensaje de Cole, pero de momento decido ignorarlo. Me manda uno todas las mañanas en cuanto se levanta; suele ser un «Te quiero» o un
«Buenos días, bizcochito». No voy a mentir, sus mensajes me alegran las mañanas, pero hoy no me apetece leerlo.
Busco una mesa apartada del bullicio, cojo un cruasán y un capuchino de avellana, abro el portátil y empiezo a trabajar en la redacción que tengo de deberes. Y, pase
lo que pase, decido no abrir Facebook bajo ninguna circunstancia.
—¿Has abierto Facebook?
Al parecer, Cami piensa diferente.
Se sienta enfrente de mí y me planta el móvil en la cara. Cómo no, es una foto de mí con el culo en pompa y la sudadera arremangada en un ángulo bastante doloroso.
Arrugo la nariz y le aparto la mano.
—Ya lo he vivido en primera persona, no necesito un recordatorio.
—Pero ¿por qué no me has dicho nada? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Te has caído tú sola o alguien ha pensado que sería divertido meterse con mi nueva mejor amiga?
Parece tan enfadada por lo ocurrido que no puedo evitar que se me escape una sonrisa. A veces me recuerda a Beth, aunque en realidad no se parecen en nada.
Es extraño.
—Solo ha sido una broma de una de las fans de Cole, nada que no pueda solucionar yo sola.
—Sí, por lo que he oído, lo has solucionado muy bien. Corre por ahí un vídeo tuyo cantándole las cuarenta y he de decir que la dejas totalmente el ridículo.
—Pero ¿cómo puede ser que les haya dado tiempo a grabarlo y hacerlo correr? Si ha sido esta misma mañana —pregunto, contrariada.
—Pues por el grupo de estudiantes de Facebook, cómo si no. Por eso siempre te digo que te unas.
—Va a ser que no.
—Pero...
—Hola, Tessie.
Cole se sienta a mi lado y me da un beso en la mejilla, y yo abro los ojos como platos. Miro a Cami e intento hacerle entender con la mirada que Cole no tiene por qué
saber lo maravillosa que ha sido mi mañana. Me mira un poco raro, pero se guarda el móvil en el bolsillo.
—Eh, hola. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
Cole se me queda mirando y luego sonríe.
—Te he mandado un par de mensajes y no has contestado. Luego me he pasado por tu habitación y tampoco estabas, así que he pensado pasarme por aquí, ya que...
—¿La cafeína es mi hábitat natural?
Se ríe y de pronto lo noto más relajado, ahora que esta tensión extraña que había entre nosotros se ha disipado.
—Algo así.
—Perdona que no te haya respondido a los mensajes, me he puesto a acabar una redacción y he perdido la noción del tiempo.
Cole asiente, me da un beso en lo alto de la cabeza y, en cuanto se marcha a pedir, Cami, que ha presenciado el intercambio al completo, se inclina hacia mí y me
susurra:
—¿No lo sabe? ¿Su club de fans planea mandarte al otro barrio o, como mínimo, a Tombuctú y tú no se lo cuentas?
—¡Calla! Él no tiene la culpa, ¿vale? Suficiente hace intentando que el fútbol no se cargue nuestra relación. Si hasta se ha ofrecido a dejar el equipo por mí. Si le
cuento lo de Allison y las demás, es capaz de hacer algo aún más drástico.
—Acabará enterándose, Tessa, de una forma u otra. El ciberespacio funciona mucho más rápido de lo que tú te crees.
—Bueno, por suerte para mí, Cole odia las redes sociales. En la mitad ni siquiera tiene cuenta y el Facebook lo abre como mucho un par de veces al mes. No me
preocupa lo más mínimo que me vea con el culo en pompa —replico, y espero que Cami no perciba la amargura que destilan mis palabras.
Se echa hacia atrás y me mira fijamente.
—Espera, ¿crees que la culpa es suya?
Sacudo la cabeza quizá con demasiada energía y al ser omnisciente que es Cami no se le escapa el detalle.
—Ay, Dios, que va a ser que sí. ¿De verdad crees que si te está pasando esto es por él?
—¡Pues claro que no! Él no es responsable de lo que hagan las estúpidas de sus groupies, ni yo lo soy de la estupidez de Jay. —Continúo, sin pararme a explicar
quién es Jay, lo cual es evidente que juega a mi favor—. Es que... a veces tengo la sensación de que Cole y los problemas siempre van de la mano.
Ahora que lo he dicho en voz alta, ya no puedo retirarlo. Reflexiono sobre lo que acabo de decir e intento decidir si realmente lo pienso. Pero es entonces cuando
vuelve Cole con un café y un sándwich y se sienta pegado a mí, con el muslo apoyado en el mío, y me pone una mano en la rodilla.
—¿De qué estabais hablando? Desde allí parecía algo serio.
Llegados a este punto, hago lo que prometí que nunca volvería a hacer: le miento.
—¿Estás bien?
Cole y yo vamos de camino a la residencia después de nuestra última clase juntos. Él ahora tiene entreno hasta bien entrada la noche, y se ha ofrecido a acompañarme.
Yo mañana tengo grupo de estudio casi todo el día, así que ya no nos veremos hasta la tarde. Después de tomar café con Cami, hemos tenido dos clases juntos; me
alegro de que no se haya percatado de las miraditas que nos lanzaba la gente, o al menos a mí, y de que nadie haya tenido el valor suficiente para acercarse a comentar
con él la escenita de su novia que a estas alturas ya ha sido vista en todo el planeta.
Quiero explicárselo, pero sé cómo reaccionará. Su instinto protector se apoderará de él y, aunque sé que jamás le pegaría a una chica, podría meterse en problemas.
Allison como-se-llame no se merece que Cole pierda su tiempo ni yo el mío.
—Sí, claro —respondo.
—Has estado todo el día muy callada, Tessie. Si pasa algo, dímelo.
Dejo de andar y le tiro de la mano para que también se detenga. Le sujeto la cara entre las manos y le doy un beso.
—Estoy bien, te lo juro, solo un poco cansada.
—No debería haberte tenido despierta hasta las tantas —me dice, y se nota que se siente culpable—. Dios, si es que soy imbécil. Tenías clase a primera hora y yo ni
siquiera pensé en ello.
Dejo que se fustigue durante un par de minutos. Es mejor que piense que esa es la razón por la que llevo todo el día tan rara.
—Hagamos una cosa: la próxima vez que me llames a las tantas, pongámonos una hora tope, ¿vale?Me atrae hacia su cuerpo y entierra la cara en la curva de mi cuello.
—Mi cama te echa de menos, bizcochito, sobre todo después del fin de semana de Halloween...
Me pongo colorada solo de recordarlo. Digamos que disfrazarme de Jessica Rabbit fue todo un acierto.
—No tenemos tiempo, señorito boca sucia. Tú tienes entreno y yo un montón de lecturas.
Suspira con aire dramático y seguimos andando hacia la residencia. Una vez dentro, me pongo en alerta al ver que dos chicas se me quedan mirando y, antes de ver a
Cole, se echan a reír con poco disimulo. Las ignoro y aprieto el botón del ascensor que me llevará a mi planta. Cole mira a la parejita y frunce el ceño.
—¿Pasa algo?
Me giro y pongo los ojos en blanco de una forma exagerada.
—Supongo que es una reacción automática a tu presencia. Las mujeres de todo el mundo se convierten en bebés risueños.
No me cree y las vuelve a mirar, pero antes de que pueda preguntarles qué es tan gracioso, se abren las puertas del ascensor y lo arrastro dentro. Aprieto un par de
botones para tener algo de tiempo a solas e intento distraerlo.
—¿Quién te manda tantos mensajes?
Su móvil lleva un buen rato sonando cada dos por tres y me da miedo que alguien le esté enviando las fotos o el vídeo del incidente de esta mañana. Hace una mueca,
como si se hubiera metido algo podrido en la boca, y me lanza una mirada de arrepentimiento.
—Es Allison.
Un momento, ¿qué?
Me concentro con todas mis fuerzas para no montar una escenita. No lo sabe, no lo sabe, me repito una y otra vez.
—¿Y eso por qué? Pensaba que ya no erais compañeros de grupo.
—Bueno, sí, en clase de psicología no lo somos, pero no sé por qué nos han puesto juntos en la de ingeniería y el tutor se niega a cambiar las parejas.
Abro tanto la boca que es probable que se me haya desencajado la mandíbula.
¡Maldita psicótica manipuladora!
—Ah.
Cierro los puños y me dispongo a golpear las paredes del ascensor cuando, de pronto, se abren las puertas. Cole camina detrás de mí con cierta cautela. Saco la llave,
abro la puerta y entramos en la habitación. Por suerte, Sarah aún no ha vuelto y no presenciará otro episodio de mi vida en el que todo va mal.
—No tienes que preocuparte por nada, Tessie, ya sabes que no me gusta.
¡Pero ella está obsesionada contigo! Igual que lo estaban Nicole o Erica. Qué ganas tengo de gritar.
—Lo sé y confío en ti, pero es que no me gusta esa chica.
—Bueno, intentaré acabar el proyecto lo más rápido posible para entregarlo antes de que finalice el semestre, ¿vale? No quiero tener que trabajar tanto tiempo con
ella. —Me coge de la barbilla y me mira a los ojos—. Si hubiera algún problema me lo dirías, ¿verdad?
Asiento, y Cole estudia mi cara detenidamente.
—Te quiero, bizcochito.
—Y yo a ti, Cole.
Me planta un beso en los labios y se marcha. En cuanto sale por la puerta, me desplomo sobre mi cama y me doy cuenta de que me escuecen los ojos. Me los tapo
con un brazo y grito sobre la manga. Odio exagerar de esta manera, odio ser tan débil. Si tengo que pelear para conservar a Cole, que así sea.
El problema es que no debería. Es mío, es mi novio, y a veces es como si esa palabra no fuera suficiente. Confío en nuestra relación y sé que estamos pasando por un
buen momento, pero aun así no me queda más remedio que enfrentarme a cualquier mujer que se crea mejor que yo. ¿De qué sirve sentirse segura?

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