El tío es más sucio que un sex shop

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Es viernes por la noche y estoy en mi habitación de la residencia de estudiantes contemplando las dos opciones que tengo para esta velada, a cuál más salvaje.
Puedo escoger entre: a) hacer la colada, o b) leer unos capítulos que tengo de deberes. En cualquiera de los dos casos, me espera un futuro repleto de emoción.
Decidida a que el sarcasmo no me arruine una tarde productiva, protesto y decido enfrentarme a la montaña de ropa sucia que tengo en el armario. Lo bueno de tener
mucha ropa es que no sientes la necesidad de lavarla tan a menudo porque seguro que aún te queda algo limpio. Por desgracia, el resultado final acaba siendo un
panorama más desolador que el armario de Nicki Minaj.
Me estoy yendo del tema. La cuestión es que no puedo seguir postergando esta experiencia tan dolorosa. Cojo el cesto de la ropa sucia, que parece minúsculo bajo
semejante pila de ropa, y me dirijo tambaleándome hacia la lavandería.
En un giro bastante predecible de los acontecimientos, la residencia está más o menos vacía y es que sus ocupantes la han abandonado para pasar la noche fuera. En
mi caso, me ha bastado con ir a un par de saraos de bienvenida en las fraternidades del campus para que se me pasara la curiosidad. Una fiesta es una fiesta, aunque sea
en la universidad, y de momento tampoco tengo intención de usar el carnet falso que Beth me metió en el bolso antes de irme. Pobrecilla, qué decepción se llevaría si me
viera ahora mismo. Bueno, al menos tendré ropa limpia que ponerme.
Meto la primera carga de ropa en la lavadora, saco el móvil del pantalón trasero de los vaqueros y compruebo si tengo mensajes. Ninguno. Suspiro y me apoyo
contra la lavadora. Las noches como la de hoy se están convirtiendo en la norma y una parte de mí no puede reprimir cierto resentimiento hacia mí misma. Estoy en la
universidad, debería vivir experiencias nuevas y conocer a gente, hacer amigos, pero en vez de eso me dedico a hacer la colada. ¡La colada!
Eso por no hablar de la cantidad de veces que decepciono a mi novio, aunque Cole no suela hablar del tema. Hoy me ha dicho que había quedado con los compañeros
del equipo de rugby para una especie de sesión motivacional en el bar de la universidad y ni siquiera se ha molestado en preguntarme si quería ir con él. Sí, me ha
molestado, pero soy consciente de que la culpa es mía por decir siempre que no cuando me propone ir a alguna fiesta, sobre todo tras las primeras semanas de clase.
Podría mandarle un mensaje para preguntarle cómo va con los chicos, incluso pasarme a verlo un rato, pero la sola idea de meterme en semejante berenjenal, rodeada
de un montón de tíos cachas y superbrutos, me aterroriza, así que rápidamente vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo.
Ya es oficial, soy una cobarde, y como no espabile, la primera chica abierta, jovial y espontánea que se arrime a mi novio acabará robándomelo.
—¡Dios mío! ¡No me puedo creer que estés aquí!
El sonido estridente de un grito en las inmediaciones de mi persona está a punto de provocarme un ataque al corazón. De pronto, me doy cuenta de que me he
quedado en Babia y ni siquiera he visto a la chica del pijama rosa que está junto a mí y que parece sinceramente sorprendida.
Pego un bote de la impresión, me llevo la mano al pecho e intento tranquilizarme. Por un momento he pensado que iba a acabar como una de esas rubias tontas de las
pelis de miedo.
Sí, por eso no he entrado en ninguna hermandad: al estereotipo le faltaría muy poco para hacerse realidad.
—¡Lo siento! Mierda, no quería asustarte.
La chica es rubia, más o menos de mi misma altura y complexión, con unos ojos dulces que me miran arrepentidos y esperan una respuesta. De repente, soy
consciente de que, aparte de mi compañera de habitación, los compañeros de clase que me piden apuntes y algunos de los amigos de Cole, esta es la primera vez que
alguien interacciona conmigo y yo me estoy comportando como una chiflada. ¡Habla, Tessa, habla! Esbozo una sonrisa e intento controlar el pánico.
—No, ha sido culpa mía. Tenía la cabeza en otro sitio y no te he visto.
La desconocida me mira fijamente y luego sonríe de oreja a oreja.
—Aun así, ha sido bastante estúpido por mi parte. Me he acercado sigilosamente en la lavandería, en plena noche. Seguramente habrás pensado que era Freddy
Krueger o algo así.
Se me escapa la risa al oír que hemos pensado casi lo mismo.
—Por cierto, soy Cami —me dice ofreciéndome la mano—. Lo justo es que sepas mi nombre, ya que yo sé el tuyo.
Le estrecho la mano, un tanto confundida.
—¿Me conoces?
Ella pone los ojos en blanco y se apoya en una de las lavadoras.
—Pues claro, todo el mundo sabe quién eres. Sales con uno de los tíos más buenos de todo el campus.
Me duele un poco saber que la gente solo se interesa por mí a causa de mi novio, pero ahora mismo estoy bastante desesperada por hacer amigos y demostrarle a
Cole que no estoy deprimida, así que muto mi cara hasta conseguir lo que espero que sea una expresión neutral y finjo una curiosidad que no siento.
—Vaya, ¿en serio? No sabía que nuestra relación fuera tan famosa.
Cami le propina un manotazo a la lavadora.
—¿Me tomas el pelo? Si cada vez que viene a verte o a acompañarte se forma una fila al lado del ascensor. Todas las chicas de esta planta quieren verlo. Bueno, y de
las otras plantas también —replica con un suspiro.
—Está bien... saberlo.
De pronto, parece que se siente un poco culpable.
—Nadie pretende quitarte el novio, ¿eh? En serio. Sois una pareja encantadora. ¿Cómo os conocisteis?
Y así empieza una conversación de media hora con esta chica tan adorable y un tanto extravagante que quiere saber hasta el último detalle de mi relación con Cole. Me
cae bien, la verdad, porque por primera vez siento que no me están usando para acercarse a mi novio. Simplemente siente curiosidad por mi vida y le interesa mi historia
con Cole.
Además, mientras hablo con ella es como si la lavadora fuera más rápido. Creo que acaba de convertirse oficialmente en mi nueva mejor amiga.
Mientras doblamos la ropa, me invita a subir a su habitación. Paso por la mía para deshacerme de la cesta de la colada y la sigo. En cuanto entramos en su dormitorio,
desaparece dentro del armario y sale unos segundos más tarde, ya sin cesta. Me encanta la naturalidad con la que va por ahí con su pijama de Hello Kitty, ajena a
cualquier comentario. Yo he intentado no traer nada demasiado infantil, aunque tampoco de buscona; lo ideal es un término medio que te permita pasar desapercibida.
Todo mi vestuario va en una misma línea: está pensado para hacerme invisible. Es ropa mona pero fácil de olvidar, agradable a la vista pero sin llamar demasiado la
atención. Es triste, lo sé, y ahora que veo a Cami con su pijama rosa fluorescente, me gustaría no estar siempre tan asustada.
—Siéntate donde quieras. Mi compañera de habitación no aparece mucho por aquí, seguramente no volverá esta noche.
Lo dice mordiéndose el labio, tras lo cual se sienta en su cama con las piernas cruzadas y las manos juntas. Diría que se ha puesto nerviosa al hablar de su compañera,
así que prefiero no sentarme en su cama. Me instalo en la mesa de Cami y mis ojos se detienen en la cantidad de objetos de colores que la cubren. Tiene pinta de ser una
persona muy intensa, una bola de energía. Me siento bien estando con ella.
Quizá acabemos siendo amigas, ¿quién sabe?
—Oye —le digo, y señalo hacia su pared, que es lo primero que se ve al entrar en una habitación tan pequeña como esta—, ¿te gustan las citas?
Su lado del dormitorio está cubierto de ellas: trozos de papel, carteles, recortes; de todo. Hay tantas que me mareo solo de intentar leerlas.
—¡Me encantan! —Ella asiente entusiasmada—. ¿No te parece importante que te recuerden que en la vida hay que ser positivo? Toda esta gente, que ha visto muchomundo, comparte su sabiduría con quien la necesita, y a mí me gusta saber que, por muy mal que vayan las cosas, todo tiene solución.
Me sorprende este repentino ataque de seriedad. No me esperaba unas palabras tan profundas de alguien tan entusiasta.
—¿Cuál es tu favorita?
Se sienta en la cama y observa la pared con los ojos entornados.
—No lo sé, es una pregunta difícil. Todas significan algo para mí, me han servido de ayuda en algún momento de mi vida y por eso las tengo en la pared. Para ganarse
un sitio, tienen que ser muy especiales. Esta la colgué ayer, supongo que es mi favorita.
Señala un recorte justo en el centro, que dice en letras grandes y gruesas:
AUT INVENIAM VIAM AUT FACIAM.
—Eh, esa la conozco. Significa que encontrarás un camino o lo harás tú mismo, ¿verdad?
—Exacto. Esto de la universidad me está costando lo mío, pero me niego a volver a casa, así que siempre que necesito inspiración, miro la cita.
Nuestras miradas se encuentran y la comprensión entre las dos es total. Ella sabe que a mí también me está costando esto de la universidad, que no me gusta estar
fuera de mi zona de confort y en un sitio tan diferente a todo lo que conozco.
—¿Te importa si te pregunto qué haces en tu habitación un viernes por la noche, teniendo en cuenta que sales con Cole Stone? Seguro que os invitan a un mogollón
de fiestas.
Suspiro y hago girar la silla un par de veces mientras resoplo. Ha llegado el momento de hablarle de mis tendencias antisociales y de cómo estoy echando a perder una
relación perfectamente válida. Quizá sale corriendo escaleras abajo, traumatizada por mi pobre papel como novia del quarterback.
—Sí que nos invitan. Bueno, a Cole. Al principio fui a unas cuantas, pero enseguida me di cuenta de que no encajaba. Todo el mundo me miraba como si no pintara
nada allí, como si no fuera el tipo de chica con la que Cole debería salir.
Se me hace extraño compartir la historia de mi vida, mis emociones más profundas y secretas, con alguien a quien acabo de conocer, pero a veces te encuentras a
alguien y es como si lo conocieras de toda la vida. Puedo hacer dos cosas: aprovechar la oportunidad para sacarme de encima esta frustración que me corroe por dentro
y sincerarme con la primera persona en meses que no me produce ansiedad o puedo inventarme una excusa, decir que me tengo que lavar los dientes, y salir corriendo de
aquí.
Cami me observa detenidamente hasta que, de repente, se levanta de la cama de un salto y empieza a pasearse por la habitación como una neurótica. Me la quedo
mirando y ella resopla y empieza a despotricar.
—¿Y por qué ibas a hacer eso? ¿Por qué tienes que distanciarte de alguien que es básicamente el dios de los novios perfectos solo porque a una pandilla de fumetas
les entre urticaria cada vez que pronuncian la palabra «compromiso»? Cole no tiene pinta de ser como ellos. Entonces ¿por qué parece que lo castigues solo por ser
popular? Cómo no va a serlo, si es el puñetero quarterback del equipo.
Se deja caer de espaldas sobre la cama con aire melodramático y yo no puedo hacer otra cosa que mirarla con la boca abierta y la mandíbula desencajada.
—Perdona, se me ha ido de las manos. Tengo varias asignaturas de psicología y cada vez me gusta más la idea de hacerme consejera matrimonial, salvar el mundo
pareja a pareja y tal. A veces se me olvida que aún no puedo.
—No, no, si se te da muy bien. El consejo era muy bueno, pero... es que...
Cami se levanta de la cama y me mira mientras se muerde las uñas.
—Te he asustado, ¿verdad? Genial, vamos. Llevo un mes reuniendo el valor suficiente para hablar contigo y, justo cuando empezamos a hacernos amigas, ¡voy y te
vomito todo lo que pienso encima! Mis amigas tienen razón, será mejor que no interactúe con gente normal hasta que no me arregle la cabeza.
—Espera, ¿te han dicho eso?
Y, de pronto, me siento fatal por esta chica tan rara y extrañamente peculiar que, al parecer, se siente tan desplazada como yo. Mientras, ella se muerde el labio y se
abraza a sí misma.
—Vine con dos de mis mejores amigas. Estábamos tan contentas... ¡Habíamos conseguido entrar en la universidad de nuestros sueños! Fue como un pequeño milagro,
¿sabes? Pero ellas enseguida se buscaron una hermandad y yo no. Las dos se fueron a vivir juntas a la casa y yo tuve que poner mi suerte en manos de la lotería. Y,
cómo no, dejaron de invitarme a las fiestas. Ahora apenas nos vemos. Estoy segura de que les da vergüenza que las vean conmigo.
Y ahí está la conexión entre las dos; sabía que había algo.
—No eres la única a la que una amiga le ha hecho el vacío porque no quería que te vieran con ella.
Cami y yo llevamos casi dos horas hablando, pero es como si el tiempo no hubiera pasado. Se parece mucho a mí, bueno, a una versión de mí hormonada. Aun así, las
similitudes son tantas que me alegro de haberme dejado llevar o, mejor dicho, arrastrar por ella.
Me suena el móvil y, de pronto, me doy cuenta de que he perdido la noción del tiempo. Leo el mensaje que acabo de recibir y una sensación cálida me inunda el
pecho.
Cole: «Ojalá estuvieras aquí para ahorrarme el sufrimiento».
Hablar con Cami me ha ayudado mucho, sobre todo con el absurdo resentimiento que había empezado a acumular contra Cole. Cami se acerca a mí y sus ojos se
clavan en mi teléfono como si fuera más deseable que un donuts relleno de Nutella.
A las dos nos encanta la Nutella, a Cami le encantan los donuts. Somos la pareja perfecta.
—¿Es él? —me pregunta susurrando, como si Cole pueda oírla, y a mí se me escapa una sonrisa.
Una admiradora más para la saca.
—Sí, ¿quieres que le diga algo de tu parte?
—¡No! Me encantaría conocerlo, obviamente, así que ya sabes, si alguna vez te apetece presentarle a tu nueva mejor amiga, por mí encantada, pero ahora mismo no.
Mejor haz cositas de pareja con el teléfono y déjame mirar tranquila.
Me echo a reír y me dispongo a hacer las «cositas de pareja».
Yo: «Querría estar ahí contigo para ahuyentar a los moscardones».
Cole: «Te tienen pánico, han comprobado el perímetro antes de acercarse».
Yo: «¿Y las tienes CERCA?»
Cole: «Esconde las garras, bizcochito, que esta noche no estoy de humor. Han decidido concentrar sus esfuerzos en alguien menos cabizbajo».
—¡Oh, pero si es adorable!
Cami está asomada a mi hombro y, cómo no, está leyendo los mensajes.
—¿Sabes qué estaría bien? Que le dieras una sorpresa, que te vistieras y fueras a reclamar lo que es tuyo.
No deja de moverse de la emoción y se me está pegando. De pronto, ya no me apetece quedarme encerrada en mi habitación un viernes por la noche y dejar que las
demás se coman a mi novio con los ojos. ¡Me voy de marcha, a pasármelo bien y a reclamar lo que es mío!
Vuelvo a mi habitación, dispuesta a deshacerme de los harapos que llevo, y dejo a Cami en la puerta de la suya, sonriendo de oreja a oreja y gritándome modelitos que
podría ponerme. Una vez delante del armario, busco entre la ropa más elegante y ajustada. Al final, me decanto por unos vaqueros ajustados que me quedan genial y un
jersey negro y ajustado del que, cada vez que me lo pongo, Cole no puede apartar las manos. Completo el modelito con mis botas de ante favoritas, también negras y
con un poco de tacón. El pelo lo tengo bien, me lo he alisado hoy mismo, así que me pongo un poco de laca y me lo ahueco, y añado un poco de maquillaje como toque
final.Cojo el bolso y llamo a la puerta de Cami, que aún lleva el pijama de Hello Kitty.
—¡Madre mía, estás genial! Lo vas a dejar patidifuso.
Lo dice con cierto aire nostálgico, lo cual me reafirma aún más en mi decisión.
—Bueno, ¿y por qué no te vistes y ves tú misma su reacción?
Se le ilumina la cara de la emoción, pero acto seguido se pone seria. Me está volviendo loca con tanto cambio de humor.
—No... será mejor que no, no haría más que molestar y, encima, se me da fatal socializar.
—Y a mí. Tú arréglate. Te prometo que a Cole no le importará, de hecho, le encantará conocerte.
—Bueno —replica con una sonrisa—, en ese caso...
Veinte minutos más tarde, Cami y yo llegamos al Ralph’s, un bar especializado en deportes del centro. Es casi medianoche y el local está a reventar. Por suerte,
encuentro aparcamiento, me preparo mentalmente y nos dirigimos hacia la puerta. Cami, que camina a mi lado, es una bola de nervios, una bola muy sexy, por cierto.
Cuando la he visto salir de su habitación con un vestido de punto ajustado, unas mallas y unas botas brutales, no he podido evitar mirarla con la boca abierta. Tiene
unas curvas de escándalo que esconde debajo de la ropa ancha que lleva, pero ¿y ahora? Bueno, pues está hecha un bombón como, al parecer, el resto de la población
femenina del campus. Pero es maja y lo más parecido que tengo a una amiga, así que a la mierda las inseguridades.
Dentro del bar hay mucha gente, tanta o más que fuera, y tenemos que abrirnos paso como podemos a través de la multitud. Por suerte, no nos han pedido los
carnets al entrar y, como tampoco tengo intención de emborracharme, no creo que vaya a necesitar el carnet falso de Beth, que es patético.
Miro a mi alrededor en busca de Cole, pero hay tantísima gente que apenas consigo distinguir las caras. Eso sí, me parece ver a algún compañero del equipo de Cole.
Están emitiendo un partido en la enorme pantalla plana que preside el local y todo el mundo lo está siguiendo; por eso nos echan algunas miradas cuando pasamos a su
lado.
—Espera, ¿no es ese de ahí?
Cami me coge del brazo y me hace girar hacia la barra, que está bastante vacía porque está puesta de tal manera que desde allí apenas se ve la pantalla. Miro y,
efectivamente, veo a Cole sentado en un taburete, con los hombros caídos y la mirada clavada en la pantalla del móvil. Saco el mío, porque viniendo hacia aquí lo he
puesto en silencio, y veo un montón de mensajes de Cole.
El corazón me da un vuelco. Sé que se siente culpable por tener que escoger entre sus obligaciones con el equipo y yo. No debería ser así, no tendría que sentirse mal
cada vez que deja sola a la ermitaña de su novia porque, la verdad, esto es cosa mía. Pero míralo, ahí sentado, en vez de relacionarse con los compañeros del equipo.
Mierda.
—Ahora vuelvo —le digo a Cami, y me dirijo con paso firme hacia mi novio.
—¡Tómate tu tiempo, yo voy a pedirme unas palomitas! —oigo que me grita por encima del hombro, y se me escapa la risa; menudo personaje es esta chica.
Con todo el sigilo del mundo, me siento al lado de Cole y me inclino sobre la barra. Él sigue sin levantar la mirada del móvil. Tiene las cejas fruncidas en una mueca
absolutamente adorable y no deja de aporrear la pantalla con los dedos.
—¿Está ocupado?
Intento que mi voz suene como la de esas mujeres maduras y supersexis que van por los bares tirando la caña a los hombres que están solos, y no como la de una
preadolescente coñazo, de esas que se visten como busconas y parecen... prostitutas adolescentes.
—Sí —me espeta él, sin molestarse en levantar la mirada.
¡Me encanta!
—¿Por qué? ¿Estás esperando a alguien?
—Sí.
—¿Y si no aparece? Puedo sentarme contigo mientras la esperas.
—¿Sabes?, es una idea genial. ¿Qué te parece si nos escapamos un momento al lavabo de hombres antes de que aparezca mi novia?
Ahogo un grito de horror y le doy un puñetazo en el hombro.
—¡Serás desgraciado! ¿Qué te cuesta seguirme el rollo por una vez en tu vida?
Por fin se digna mirarme y sonríe.
—Pero si te encanta que me ponga en plan guarro.
Me pongo colorada. Cuando quiere, el tío es más sucio que un sex shop, ¡pero ahora no es momento de recordármelo!
—Uf, calla que no estamos solos.
Cole gruñe entre dientes.
—No me lo recuerdes. —De pronto se levanta y me atrae hacia su pecho, entierra la cara en mi cuello y respira profundamente—. Hueles demasiado bien para ser un
sueño.
—¿Sorprendido?
Me aprieta entre sus brazos y me susurra al oído:
—La mejor sorpresa que podías darme.
Y, así, el miniataque de pánico ha valido la pena.
El sonido de un carraspeo hace que nos separemos. Cami está junto a nosotros; no parece incómoda con nuestro intercambio de afecto, pero sí un poco fuera de lugar
entre tanta gente.
—Ah, Cami, perdona. Es que...
—No pasa nada, me lo estoy pasando genial, pero es que un tío ha intentado lamerme el codo y si eso no es motivo para preocuparse, entonces no sé qué lo puede
ser.
Mi cara se contrae en una mueca de asco. Mientras, Cole se toma unos segundos para asimilar la presencia de Cami.
—Vosotras dos os conocéis.
—Es verdad —contesto, y me llevo la mano a la frente—. Cole, esta es Cami, mi vecina y también mi nueva amiga. Cami, te presento a Cole, mi novio, aunque eso ya
lo sabes.
Cami extiende la mano.
—Cole Grayson Stone, es un honor conocerte en persona y no espiándote a través de la rendija de la puerta de mi habitación —le suelta sin pararse a coger aire, y
Cole parece cada vez más confuso, incluso un poco asustado.
—Ah, está bien saberlo. Encantado de conocerte, Cami. Interesante nombre.
—¿Verdad? Mis padres querían que su primogénito se llamara Cameron sí o sí, pero al nacer yo pensaron que quizá no me sentaría bien llevar un nombre de niño, así
que se decidieron por Camryn. ¿A que está bien pensado? Lo de Cami fue porque al final a mi hermano pequeño sí lo llamaron Cameron, y será mejor que cierre la boca
porque os estoy asustando.
Nos mira, colorada como un tomate, pero cuando ve que Cole se echa a reír, sonríe y es como si resplandeciera, literalmente. El efecto Cole Stone no conoce límites;
lo más probable es que ya tenga las bragas por los tobillos.
—Me alegro de que Tessa te haya encontrado. Se ve que os vais a llevar genial.
Miro a Cole y le sonrío.
—¿A que sí? Es como si el cielo se hubiera apiadado de esta pobre ermitaña y me la hubiera hecho a medida.—Hasta la diarrea verbal. Podríais ser gemelas.
—¡EH! —exclamamos las dos al mismo tiempo.
Cole junta las manos y levanta la mirada hacia el cielo.
—Gracias a Dios, por fin ya no tengo que continuar hablando de calambres.
Cami está sentada con uno de los chicos del equipo, que parece absolutamente fascinado por su presencia. Sé quién es, se llama Parker y probablemente es la única
persona decente de todo el equipo, sin contar a Cole, así que Cami está en buenas manos.
Hablando de manos, aparto la de Cole de mi trasero.
—Te recuerdo que estamos en un bar lleno de gente.
—Y yo te recuerdo que no podría importarme menos.
Estamos pecho contra pecho, él con la espalda contra la pared y fingiendo que mira la pantalla por encima de mi hombro mientras me mete mano en público.
—A mí sí me importa —replico, y le coloco la mano en una posición más segura—. ¿Me vas a contar por qué no estabas hablando con los de tu equipo?
Se aparta ligeramente y suspira.
—Sabía que acabarías preguntándomelo.
Espero su respuesta, que reconozco que me da un poco de miedo.
—Verás, estos tíos..., la mayoría son buena gente, tampoco de lo mejorcito, pero han venido a la universidad con objetivos muy diferentes.
Espero a que siga en silencio; por lo visto, le está costando contármelo. Me pregunto si cree que conmigo no puede hablar de estas cosas, si soy yo la que le hace
sentirse así. De repente, sé lo que debe de sentir Miley Cyrus cuando mira la portada de los discos de Hannah Montana.
—No saben qué es el compromiso, no entienden por qué he escogido a una sola chica para el resto de mi vida cuando podría estar con una distinta cada noche. Me
cabrea que cada vez que hablan de esas cosas intenten convencerme.
Mientras él habla, siento un montón de reacciones distintas: euforia cuando dice para siempre, miedo cuando me explica que no todos los chicos quieren lo mismo e
indignación cuando reconoce que intentan hacerle cambiar de opinión.
¿Cómo?
—¿Qué quieres decir? ¿Qué hacen?
—No quiero que te enfades, ¿vale? No tiene importancia y, además, siempre me largo en cuanto veo que la situación se va de madre.
—Cole, cuéntamelo, por favor. Sé que tú no harías nada, pero... necesito saberlo.
—Joder. A ver, el equipo tiene un grupo de chicas que vienen con nosotros cuando las necesitamos. Algunas son de la universidad, la mayoría no. Y cuando vienen,
bueno, tontean con nosotros e intentan enrollarse con los chicos.
De pronto, me sube la bilis por la garganta. Cole se da cuenta de mi mirada de absoluto terror y me sujeta la cara entre sus manos hasta que nuestras frentes se tocan.
—Sabes que jamás haría algo así, Tessie. Por eso estaba sentado en la barra, porque han llamado a las chicas, aunque se suponía que lo de hoy era solo para el equipo.
Estoy cabreado y lo saben. Siempre están haciendo cosas de estas, por eso a veces me cuesta llevarme bien con ellos, pero eso no quiere decir que vaya a poner en
riesgo lo que tenemos tú y yo por ellos. Prefiero morirme.
Se hace el silencio entre los dos hasta que, de pronto, me abalanzo sobre sus labios y le doy un beso como nunca se lo han dado, deslizo las manos por su pelo y
sonrío cuando noto que gime contra mi boca. Él desliza las manos hasta el final de mi espalda, pero esta vez no le digo nada. ¿Para qué?
Cuando nos separamos para coger aire, parece un poco aturdido.
—Madre mía, ¿a qué ha venido eso, bizcochito?
—¿Nos han visto bien tus admiradoras?
Cole tarda unos segundos en procesar lo que acabo de decirle. De pronto, se le escapa una sonrisa bobalicona y me vuelve a besar.
—No sabes cómo me excita que te pongas en plan posesivo.
—Bueno, pues será mejor que te vayas acostumbrando porque, a partir de ahora, no pienso dejar que te molesten un puñado de fumetas cuyo mayor logro en la vida
será que las nombren empleadas del mes en un bar de carretera.
—En serio, ¿podemos largarnos de aquí? Si sigues hablando así, creo que me va a dar algo.
Sonrío, le cojo la mano y me lo llevo junto a Cami, que está sentada con Parker y convenientemente cerca de un grupo de chicos del equipo y su club de fans.
—De eso nada, nos quedamos, vamos a socializar un rato. Y más te vale que no pares de toquetearme ni un segundo.
Cole se lleva las manos al pecho en un gesto dramático.
—Madre mía, acabas de definirme el cielo.

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