La abu Stone ya debe de estar cantando las glorias de la maternidad temprana

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—Tú vigila a Cole que yo me ocupo de Beth —me susurra Travis al oído, y mis ojos se pasean por la estancia en busca de nuestras respectivas medias naranjas.
Hoy es Acción de Gracias y está claro que no hemos empezado con buen pie. Beth se ha encerrado en mi habitación y Cole está manoseando, y destrozando, las
flores que ha encargado mi padre. Juraría que no ha sido buena idea pedirle que pusiera la mesa.
—No lo entiendo, ¿por qué estás tan enfadado?
—¡Joder, no lo sé! —exclama, y da un manotazo sobre la encimera de la cocina—. Quizá porque has invitado a alguien cuya cara lleva seis meses pegada en la diana
de Beth.
—¿Beth tiene una diana?
—¿Por qué crees que nos ha pedido fotos de la familia antes de estamparte la puerta en los morros?
—Ah.
—Y porque la estupidez en esta familia parece que no tiene límite. ¿Cómo puede ser que papá haya invitado al tío por el que su hija estuvo obsesionada durante toda
una década? Y luego encima va y lo sienta al lado de tu novio actual, que además resulta que es su hermanastro. Es que parece una broma.
—¡Ahora no puedo decirle a Nicole que no venga, sería muy ruin por mi parte!
Tengo un peso en la conciencia, que no es del tamaño de un grillo, precisamente, sino más bien del de un elefante.
—¿Y Jay la va-Jay-na gigante?
Me imagino escupiendo la bebida que, por suerte, no tengo en la boca.
—Mejor Jay la va-Jay-na sin depilar —farfulla Cole, que acaba de entrar en la cocina arrastrando los pies.
Odio verlo así, pero tampoco puedo negar que está monísimo cuando se comporta como un niño malcriado. Si de mí dependiera, le pediría a mi padre que anulara la
cena, pero por lo visto un periodista quiere hacer un artículo sobre el alcalde y su relación con el sheriff o, lo que es lo mismo, la imagen perfecta de lo que es una
comunidad unida.
Si supieran la verdad...
Cole se me acerca por detrás y apoya la cabeza en mi hombro, sin dejar de despotricar ni un segundo.
—No sabes cómo te entiendo, tío. El otro día Beth y yo nos encontramos con mi ex, Jenny, y tuve que sujetar a Beth para que no le tirara una sartén de aceite
hirviendo por la cara. Literalmente.
Cole se ríe sobre mi hombro y yo contengo una exclamación de horror.
—¿Y cómo fue?
—Beth tiene muy buena relación con la gente del Rusty’s. Se metió en la cocina sin que me diera cuenta y tuve que interponerme entre Jenny y ella para evitar una
denuncia.
—Debía de estar furiosa.
—Dejémoslo en que me alegro de que ahora te tenga a ti en la diana.
—Qué bien saber que mi hermano mayor me cubre la espalda, ¿eh?
Lo fulmino con la mirada y Cole levanta la cabeza de mi hombro.
—No te preocupes, Tessie, yo te la cubro.
—¡Chicos! ¡Han llegado el resto de los Stone y mirad quién viene con ellos! —grita mi padre desde la sala de estar.
Me doy la vuelta y miro a Cole.
—¡No me has dicho que venía!
Él se encoge de hombros.
—Y tú no me dijiste que Jay también estaría y encima has invitado a Nicole.
Travis se rasca la nuca.
—Creía que adorabas a la abu Stone.
Mis mejillas se están tiñendo de un rojo exageradamente intenso.
—Sí, la adoro, pero...
Cole me pasa un brazo alrededor de los hombros.
—Tessie adora a mi abuela, lo que no le gusta tanto es la cantidad de comentarios que hace sobre la próxima generación de Stones.
Travis se echa a reír y yo le doy un manotazo en el hombro.
—¡Para! Será mayor, pero oye mejor que un murciélago.
Mis quejas no sirven para nada porque sigue riéndose y encima se le une Cole. Los dejo a lo suyo y voy a saludar al sheriff, a Cassandra y a Jay, que, sorpresa, ha
venido acompañado. Después de las presentaciones de rigor, los acompaño hasta la mesa y subo a buscar a la homicida de mi amiga.
Un vistazo al reloj me basta para saber que aún queda un buen rato para que lleguen Megan y Alex, que están cenando con sus familias. Necesito el apoyo de Megan
para enfrentarme a Beth, pero tampoco puedo dejarla encerrada en mi habitación y enfadada el resto del día. Es su primera cena de Acción de Gracias sin su madre y
fuera de su casa; no quiero que le quede un mal recuerdo del día de hoy.
Llamo a la puerta.
—Lárgate, Bruto.
—¿Qué?
—Estoy leyendo Julio César para una de mis clases a distancia. Y ahora lárgate, no pienso cenar con ese súcubo sibilino.
—Bonito uso de la aliteración. Ahora haz el favor de abrir la puerta, esto es absurdo.
—Ah, que ahora la absurda soy yo, ¿no? ¿Y tú en que planeta estabas cuando le pediste a la bruja esa que se sentara a compartir el postre con nosotros?
—Si te sirve de consuelo, Nicole no come carbohidratos.
La oigo refunfuñar hasta que, de pronto, se abre la puerta.
—Esto va a acabar fatal, ya lo verás. ¡¿Cómo pretendes superar el bullying si a la primera de cambio invitas a tu casa a la persona que te ha hecho la vida imposible
durante años?!
Respiro hondo e intento tranquilizarme; esto se me está yendo de las manos. Si no bajo en breve, mandarán un equipo de rescate. Nicole está a punto de llegar, Jay ha
venido acompañado y, además, los periodistas deben de estar al caer.
Y, por si fuera poco, la abu Stone ya debe de estar cantando las glorias de la maternidad temprana.
—Escucha. —Algo en mi voz, quizá el cansancio, hace que la expresión de su cara se suavice—. Necesito que bajes conmigo y que te comportes como mi mejor
amiga. Las cosas no van según lo planeado y, de verdad, he tenido una semana de mierda. Lo único que quería era volver a casa y disfrutar de un poco de paz, pero está
claro que eso no va a pasar, así que me vendría de perlas poder contar con alguien que esté de mi lado.Beth parpadea un par de veces. Estoy a punto de darme por vencida, pero, de pronto, se abalanza sobre mí y me abraza muy fuerte.
—Eres tonta.
—Sí, esa soy yo.
—Pero ya que estamos aquí —continúa, sorbiendo por la nariz—, acabemos cuanto antes.
Nicole llega al cabo de un rato y, en cuestión de minutos, compartimos tal cantidad de momentos vergonzantes como para llenar una vida entera. Estoy convencida de
que a las dos nos resulta igual de difícil, a ella pisar mi casa y a mí verle la cara. Aquí hemos compartido muchos momentos cuando éramos amigas inseparables, de esas
que prácticamente viven la una en casa de la otra.
—Hola —me saluda con voz temblorosa, y sus ojos se pasean nerviosos por la sala como si esperara que algo se materializara de la nada y la atacara.
—¿Cuánto rato llevas sentada en el coche pensando en irte a tu casa?
—Más o menos una hora —responde, y se le escapa la risa nerviosa.
—Bueno, pues ya estás aquí, así que vamos a cenar. Mi padre no para de hablar de su pavo gourmet.
—¿No se te hace raro? —pregunta de repente, y se me escapa una mueca porque sé que va a decir algo relacionado con el pasado—. Es la primera cena de Acción de
Gracias sin tu madre, ¿verdad?
Cierto, la única que falta es mi madre y ni siquiera me había dado cuenta hasta que lo ha dicho ella.
—En realidad, no, creo que todo depende del punto de vista. Por un lado está Beth, que ya nunca podrá compartir un día como el de hoy con su madre, y por el otro,
estoy yo. No me doy pena a mí misma, en todo caso la que me da pena es mi madre, que ha renunciado a su familia.
—Vaya, eso ha sonado muy maduro, sobre todo viniendo de ti.
—Es que en realidad he madurado, Nicole. Si no fuera así, hoy no estarías aquí.
Nos dirigimos hacia el comedor, pero antes de entrar cojo a Nicole del brazo.
—Solo una cosa: Jay ha traído a una chica.
Nicole arquea una de sus cejas perfectamente depiladas.
—Y debería importarme por...
—Mejor —replico con una sonrisa.
En cuanto entramos en el comedor, todo el mundo se queda callado, bueno, todos menos la abu Stone, que le está dando a Travis con una cuchara para que le pase la
salsa. Nicole levanta una mano y saluda tímidamente a la concurrencia.
—Hola.
Nadie responde, lo cual no hace más que tensar aún más la situación, pero solo hasta que Cole se levanta y le aparta una silla para que Nicole se siente. Si es que es
un santo...
—Hola.
Sonríe y luego me guiña un ojo, pero es Nicole la que se pone colorada.
Contrólate, Tessa, que se te está poniendo cara de bruja.
Nicole se sienta y, de repente, siento que varios pares de ojos intentan abrirme un agujero en la sien. Miro alrededor de la mesa y veo que la invitada de Jay no me
quita el ojo de encima. Ups. Supongo que sabe que Nicole es la ex novia de Jay.
Menudo día estoy teniendo hoy.
—Tessa, Cole me ha dicho que aún no has dejado de tomar la píldora. ¿Qué te he dicho de los efectos secundarios? —pregunta la abu Stone a gritos, y por un
momento me planteo la posibilidad de esconder la cara en el plato.
Cole y Beth, que se sientan junto a mí, uno a cada lado, se aguantan la risa y mi padre empieza a toser. Cassandra se muerde el labio para no reírse y el sheriff
carraspea insistentemente.
—Aún son muy jóvenes, madre, no creo que sea el momento de hablar de estas cosas —interviene el sheriff, y la abu Stone agita su tenedor en el aire.
—¡Quiero conocer a mis bisnietos antes de morirme, hombre!
A mí me arde la cara.
—Bueno, aún falta mucho para que pasen ambas cosas, así que lo mejor será que seamos pacientes.
Retomamos la cena, aunque la abu Stone sigue murmurando entre dientes y echándome miraditas de vez en cuando. Adoro a esta mujer, es lo más, de verdad, pero
ahora mismo no me importaría que se atragantara con el pavo.
—Nicole —dice Cassandra al cabo de un rato, y la susodicha levanta la cabeza tan rápido que casi resulta cómico. No han tenido la mejor de las relaciones en el
pasado, así que se me hace raro verlas interactuar—. Tienes buen aspecto —le dice con una sonrisa—. Veo que Nueva York te sienta bien.
—Pues sí, los comienzos siempre sientan bien —responde, y en las comisuras de sus labios se dibuja una leve sonrisa—. Tenías razón.
Seguimos cenando en completo silencio y, aunque la velada no ha ido tan bien como esperaba, me alegro de estar rodeada de gente a la que quiero. La abu Stone sigue
bromeando con cosas que jamás debería mencionar mientras mi padre y mi hermano comen; Rose, la pareja de Jay, frunce el ceño y arruga la nariz cada vez que alguien
dice algo; y Cole está junto a mí, repitiéndome una y otra vez que todo saldrá bien.
Después de la cena, me hago fotos con mi familia y con la de Cole. Los mayores se van a la parte de atrás de la casa a tomar café y copas y los demás, con los
estómagos llenos, nos quedamos en la sala de estar viendo cualquier cosa en la tele.
—A ver si lo entiendo: esas chicas de las que hablas publicaron un anuncio...
Megan se ha unido al grupo y está tan cabreada que la cara le va a juego con el pelo.
—¿Y se te acercaron dos gilipollas? ¿En serio? ¡Pero de qué van! —exclama Beth, y por el rabillo del ojo veo la cara de Travis, dominada por la rabia.
Cole tiene la mandíbula tensa y los puños cerrados. Es evidente que está repasando mentalmente lo que sucedió aquella noche y apenas puede disimular la rabia.
—Es agua pasada, Cole está exagerando.
Intento que la situación no sea tan incómoda, pero es difícil, sobre todo porque todos insisten en revivir el pasado.
—¿Que estoy exagerando? ¿Tú tienes pesadillas pero yo exagero?
Me sorprende el dolor que transmite su voz y que se refleja en las caras de los demás. Yo no quería hablar de lo que pasó aquella noche, pero Cole ha sacado el tema
por su cuenta. Al parecer, soy como un libro abierto y se me nota la falta de experiencia universitaria.
—Brown era la universidad de tus sueños y yo fui contigo porque quería que estuviéramos juntos, no para que siguieras viviendo en el instituto.
De pronto, todos miran a Nicole, que está sentada en una esquina, agarrada a su taza de café como si le fuera la vida en ello.
—Déjalo ya —le digo a Cole.
Me alegra que la novia de Jay le haya insistido para marcharse porque, si no, ahora mismo la situación sería mucho peor.
—Pero tiene razón —interviene Alex, que está abrazando a una Megan visiblemente alterada—. No vas a la universidad para revivir todo lo que te pasó en el
instituto y es bastante probable que, con el tiempo, Cole se haga aún más popular. Las chicas no van a desaparecer, el problema es cómo debes afrontarlo tú.
Travis aún no ha dicho nada y eso me asusta. Se siente culpable porque es consciente de que, durante la peor fase de mi bullying, él estuvo mentalmente ausente. Por
eso ahora es tan protector. Si a eso le sumamos un novio con complejo de guardaespaldas, tengo suerte de que me dejen pisar la calle.
—Bueno, podrías... —empieza Nicole, y se me hiela la sangre al ver cómo la miran todos. Ella levanta las manos como si intentara defenderse—. ¿Qué? Aquí la únicapersona que sabe qué hacer en estas situaciones soy yo, ¿no creéis?
—Porque, claro, a ti lo único que te preocupa es su bienestar, ¿no? —le suelta Beth con ironía, y Travis le pasa un brazo alrededor de los hombros para sujetarla.
—Supón que te escuchamos, ¿qué dirías?
—Diría que es imposible quitarle a esas chicas de encima, no mientras estén convencidas de que son mejores para Cole que ella.
—Eso que acabas de decir es una soberana estupidez. Me esperaba algo más retorcido y vil —le espeta Megan.
—Tranquila, que aún no me he explicado. Lo que intento que comprendáis es que nadie puede convencerlas a menos que se convenzan ellas solas.
—No sé si te sigo...
Y lo digo de verdad.
—Creo que deberíais fingir que lo dejáis. Tampoco demasiado tiempo, el justo para que se den cuenta de que, aun estando soltero, Cole no está interesado en ellas —
explica, y se encoge de hombros.
De pronto, todos protestan al mismo tiempo, sobre todo Cole, antes de que pueda siquiera analizar lo que Nicole acaba de decir.
—No —protesta Cole—, ni pensarlo.
Nicole pone los ojos en blanco.
—Madre mía, os lo tomáis todo demasiado en serio. Solo sería una separación temporal, hasta que esas chicas te dejen en paz.
—¿Habría funcionado contigo? —pregunta Travis, y Nicole se encoge de hombros.
—Si hubiera sabido que él no estaba interesado en mí, ni siquiera estando solo, seguro que no habría perdido el tiempo preguntándome y si...
Intento procesar la información y buscarle el sentido a todo esto, mientras todos los demás sopesan los pros y los contras. Bueno, todos no; Cole se levanta de su
asiento y sale de la habitación como una exhalación. Nicole, por su parte, parece un poco superada por los acontecimientos, así que recoge sus cosas y se dirige a la
puerta, y yo con ella.
—No debería haberme metido —me dice en voz baja.
—No pasa nada, hemos sido nosotros los que te hemos preguntado. Perdona que se te hayan tirado a la yugular.
—Tienes mucha gente a tu alrededor que te quiere y se preocupa por ti. Eso no es nada por lo que tengas que pedir perdón.
—Aun así, tú solo intentabas ayudar.
—Cierto y, de verdad, creo que deberías planteártelo muy en serio.
Y se va, así, sin más, y no tengo ni idea de cuándo volveré a verla.
A continuación, voy a buscar a mi novio, que está sentado a solas en una de las tumbonas de la piscina. Me siento junto a él y apoyo la cabeza en su hombro.
—¿En qué estás pensando?
—En que Nicole no tiene ni idea de lo que habla —se burla, y murmura en voz baja la palabra «ruptura».
—Lo sé, la idea me gusta tan poco como a ti.
—Pero... —continúa, y se me para el corazón.
Un «pero» nunca augura nada bueno. Si lo ha dicho será porque es consciente de las ventajas que supondría una separación, real o fingida, mientras que yo soy
incapaz de planteármelo siquiera.
—Por favor, no me digas que te lo estás planteando.
Lo digo tan bajito que dudo que me haya oído, pero sí lo ha hecho. Me acaricia las mejillas y se inclina sobre mí.
—Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para que seas feliz, aunque eso signifique...
—No juegues conmigo, Cole, tú y yo no somos los personajes de una peli romántica. El problema es real porque nosotros lo somos. No quiero oír más planes
absurdos, tenemos que solucionarlo como la gente normal.
—¿Tienes miedo?
La expresión de su cara es tan tierna que se me rompe el corazón.
—¿De qué?
—De volver, de que te vean conmigo, de lo que te puedan hacer, de lo que pueda pasar si no estoy contigo.
—Lo último que has dicho es lo que me da más miedo.
Me regala una sonrisa, aunque triste, y luego me planta un beso en lo alto de la cabeza.
—No me voy a ninguna parte, bizcochito.
—¿Pero?
—Pero pienso protegerte.
Se acerca aún más y me besa.
—Esa pandilla de psicópatas no me dan miedo, te lo aseguro.
Se echa a reír, sus labios aún sobre los míos.
—¿Y quién ha dicho que necesites que te proteja de ellas?
—Entonces ¿a qué te refieres?
Me distrae con un beso tan profundo y lánguido que me olvido de mi propio nombre.
—Pienso hacer lo que haga falta para que nunca te arrepientas de haber compartido estos cuatro años conmigo. No quiero que te levantes un día y me odies por
cargarme lo que te ha costado tanto esfuerzo. Si decidí ir a Brown contigo no fue porque tuviera miedo de las consecuencias de una relación a distancia, sino porque
quería empezar con ventaja el resto de nuestras vidas y porque te quiero demasiado como para ser tan altruista.
—Cole —susurro, y le acaricio el pelo—, jamás podría odiarte ni arrepentirme del tiempo que he pasado contigo. Ni siquiera soy capaz de imaginarme un futuro del
que no formes parte. No tienes que demostrarme nada.
Él sacude lentamente la cabeza. Su mirada transmite una tristeza tan grande que me da pánico lo que pueda pasar a continuación.
—Pero yo sí, bizcochito, yo sí.

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