Contadme todo lo que sepáis sobre picardías y saltos de cama

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Mis dedos se cierran alrededor del pomo de la puerta y un instinto primitivo me dice que adelante, que la abra, pero otra parte de mí, la más rencorosa, quiere hacerle
sufrir un poco más. Al fin y al cabo, estos son los recuerdos que llevaré conmigo el resto de mi vida, los que usaré para chantajearlo y que me compre siempre todo el
helado que me apetezca.
—Venga, Tessie —protesta desde el otro lado de la puerta.
Me lo imagino, el cuerpo poderoso apoyado contra el marco, la frente sobre su lisa superficie. Seguro que tiene los puños cerrados. Incluso existe la posibilidad de
que abra un agujero en la pared de un puñetazo.
Lo pagaría mi padre, así que puedo correr ese riesgo.
—No quería pegarle, te lo juro.
Resoplo, me siento en el suelo con la espalda contra la puerta y me llevo las rodillas al pecho. Cada vez que pienso en ello, no puedo evitar sentir una vergüenza
increíble. Pues claro que sabía que la comida con Drew McQueen no iba a ser un paseo, y menos con Cole formando parte de la ecuación.
Me dijo que se comportaría como Dios manda, que intentaría controlar sus tendencias cavernícolas y, como soy tan estúpida, me lo creí. Obviamente, las cosas no
han salido como esperaba.
—¿Qué pretendías exactamente cuando le has dado un puñetazo y lo has mandado volando por encima de la barandilla?
Digo las palabras en voz alta y no puedo evitar que se me escape una mueca. No me saco de la cabeza la imagen de Drew tumbado en la camilla hacia la ambulancia. Y
tampoco es que la necesitara; Cole no le ha hecho tanto daño, solo unas heridas superficiales sin importancia, nada que haga temer por su vida. Pero está claro que a
Drew le va el drama y lo primero que ha hecho ha sido llamar al teléfono de emergencias. Le ha echado tanto cuento que todo se ha salido de madre. No estaría tan
enfadada con Cole si el resultado de todo esto no fuera tan ridículo.
—Sabes perfectamente que se lo merecía. El tío no paraba de hablar de lo que no sabe.
Casi puedo notar la ira que irradia su voz. Aún no se ha tranquilizado del todo y yo me alegro de que Drew siga en urgencias, a pesar de que no tenga motivos para
estar allí. Si es que ya le vale.
—¿Y? Se me ocurren otras formas de cerrarle la boca. Ya nos íbamos, te había dicho que me esperaras, que tenía que ir al lavabo. Imagínate mi sorpresa cuando vuelvo
y me encuentro a Drew volando como si fuera la puñetera Campanilla.
Cole se ríe, ¡el muy idiota! No tiene gracia. Si no hubiera aprovechado el trayecto hasta el hospital para postrarme a los pies de Drew, ahora mismo Cole estaría en el
calabozo. Sí, soy yo la que le ha cogido la mano mientras gemía y se quejaba durante todo el camino. Ha sido una de las experiencias más traumáticas de mi vida.
—En cuanto tú te has ido, se ha puesto aún más pesado, Tessie. Si no le hubiera cerrado la boca a tiempo, ahora mismo uno de los dos la habría palmado —replica
con un gruñido.
Me aterroriza imaginar semejante escenario, pero lo que más miedo me da es que los padres de Cole descubran lo que ha pasado. En estos momentos, lo último que
necesita es que lo acusen de agresión. El sheriff Stone se las haría pasar canutas y con razón. La sola idea me provoca un escalofrío.
Me levanto del suelo, me limpio las manos en mi pobre vestido blanco, que se ha manchado de sangre, y abro el pestillo. No me da tiempo a abrir la puerta; Cole se
cuela como una exhalación y me atrapa contra su pecho. Apoya la barbilla sobre mi cabeza y me aprieta hasta dejarme sin aliento.
—Lo siento, cariño, no quería estropearte el día.
—Ahora no te hagas el santo, porque eso es exactamente lo que pretendías —murmuro contra su camiseta, y noto que el muy desgraciado sonríe.
Seguro que en el calabozo no sonreiría tanto. Podría echárselo en cara el resto de nuestras vidas, así no tendría más remedio que convertirse en mi esclavo. Me imagino
la situación y no puedo evitar que mis pensamientos deriven en la dirección equivocada, pensamientos que me resultan un tanto incómodos ahora que estoy así,
apretada contra su pecho.
—Tienes razón, tenía ganas de darle lo suyo al imbécil de Drew McQueen.
—En ese caso, habrías hecho bien diciéndome que lo querías para ti solito. Os habría dejado a solas, no hacía falta tanta violencia.
—¿Ese sarcasmo tuyo significa que estamos bien?
Retrocede y me tira de la barbilla hasta que lo miro a la cara. Reconozco que esos artilugios hipnóticos a los que llama ojos son toda una tentación, pero consigo
mantenerme firme. Hoy se ha pasado, aunque en realidad quien me preocupa no es Drew. Es Cole y su tendencia a la autodestrucción. Si lo hubieran detenido...
Salgo de entre sus brazos.
—¿Qué te ha dicho exactamente? Ya sé que se ha comportado como un imbécil, pero ¿qué puede ser tan malo como para que te pongas en plan Hulk?
—Querrás decir en plan Batman.
—No me cambies de tema. ¿Qué te ha dicho?
De pronto, le cambia la expresión de la cara y es ahí cuando sé que Drew ha cruzado la línea roja. Me preparo para lo peor. Podría llamar a mi madre o a Patrick y
decirles que se lo lleven a la otra punta del mundo, aunque por un segundo también me planteo la posibilidad de encerrarlo con Cole y dejar que mi novio haga lo que
quiera con él. Mi lado más posesivo quiere dar caza y abatir a cualquiera que le haga daño a esta criatura tan increíblemente alucinante que es Cole.
Por desgracia, esta criatura tan increíblemente alucinante también tiene la desagradable costumbre de convertirme en candidata a una muerte prematura, de provocarme
un ataque al corazón, seguro, pero a mí aún me queda un cierto instinto de supervivencia. Podría intentar amansarlo, hacerle ver que no puede ir por ahí repartiendo
tortas a diestro y siniestro, por mucho que el destinatario de dichas tortas sea un ser despreciable.
Lo cojo de la mano y me lo llevo a la cama. Alex, Megan y Beth han estado de acuerdo en dejarnos algo de espacio, aunque seguramente están acampados al otro lado
de la puerta desde que hemos entrado en la habitación. Yo con el vestido manchado de sangre y él con los nudillos destrozados; menuda pareja. Después de asegurarles
que la sangre no era mía, he cerrado la puerta por dentro. Han pasado casi tres horas desde el incidente y mi teléfono está que echa humo. Es mi madre, que no deja de
llamar. Como se atreva a criticar a Cole o a mencionar algo tipo «te lo dije», no sé si voy a ser capaz de controlarme. Cualquiera de las dos podría decir cosas de las que
luego nos arrepentiríamos, así que lo mejor que puedo hacer es ignorar las llamadas. Ojalá ella también se diera cuenta...
—Dímelo, por favor.
Nos sentamos a los pies de la cama y le acaricio la mejilla. Lleva los nudillos vendados, cortesía de Alex. Los dos saben enfrentarse a situaciones como esta, de lo cual
se deduce que han participado en unas cuantas peleas.
—Da igual, de verdad. No quiero pensar en ello porque, si lo hago, podría acabar haciéndole daño de verdad a cierta persona.
—Estoy convencida de que tiene seguratas apostados en la puerta de su habitación.
—Tampoco ha sido para tanto —dice Cole, y pone los ojos en blanco.
—Había mucha sangre. Me recordó un poco a la peli de Carrie —replico yo, y un escalofrío me recorre el cuerpo.
—Eso es porque le he dado en un punto estratégico, ¿sabes? Para que se asustara al ver tanta sangre, pero sin estar realmente herido.
—Sabia decisión. ¿Lo haces a menudo?
Cole me sonríe.
—¿De verdad quieres saberlo?De pronto, imagino la de veces que se ha visto involucrado en situaciones parecidas y por poco no me entra un ataque de pánico. No siempre todo sale según lo
planeado, al menos en mi cabeza. Es como si lo viera tirado en una cuneta, cubierto de sangre. Yo siempre tan pesimista.
—¿Y después? ¿Me prometes que cuando estés más tranquilo me lo contarás todo?
Cole suspira, se deja caer de espaldas sobre la cama y cierra los ojos.
—Vale, te lo prometo.
Genial. Así me dará tiempo a sacar a Drew del país.
—A ver si lo entiendo: básicamente, Drew el Baboso ha intentado llevarte al huerto con tu novio delante —pregunta Beth entre capa y capa de esmalte.
Estamos las tres sentadas alrededor de la mesa de la cocina, pintándonos las uñas y relajándonos después de un día agotador. No sé ellas, pero yo no estoy
acostumbrada a presenciar peleas ni tengo por costumbre viajar en la parte trasera de las ambulancias.
O sí, sobre todo desde que Cole volvió a mi vida. Al menos no puedo quejarme de que nuestra relación sea aburrida.
—¿Y ha hecho como si Cole no estuviera presente? ¿Quería llevarse una buena torta? —pregunta Megan.
Me soplo las uñas e ignoro la rabia que siento cada vez que recuerdo lo ocurrido. Lo de Drew el Baboso le va que ni pintado. Si he quedado con él es porque tenía la
esperanza de que convencería a mi madre para que no interfiriera más en mi relación con Cole, y va él y nos muestra el mismo respeto que ella, que es básicamente
ninguno. Casi no le ha dirigido la palabra a Cole y se ha dedicado a tontear descaradamente conmigo. No sé qué le pasa a la gente en Nueva York, pero por lo visto son
incapaces de respetar los límites, por muy evidentes que estos sean. O quizá es que prefieren saltárselos por sistema.
Me cabreo yo sola al recordar el beso en la mejilla con el que me ha recibido. Sus labios se han quedado pegados a mi piel y han pasado varios segundos hasta que se
ha retirado. Un beso en la mejilla es un saludo perfectamente normal, tampoco soy tan puritana, pero, a medida que la velada ha ido avanzando, se ha dedicado a
tocarme hasta conseguir que me sintiera incómoda. Ha acercado su silla a la mía, me ha cogido de la mano mientras hablábamos y, lo peor de todo, ha ignorado por
completo a mi novio, que se contenía para no patearle la cabeza. Si ni siquiera hemos hablado de mi madre, que era el objetivo de la cena. En vez de eso, el Baboso se ha
dedicado a hablar de sí mismo hasta quedarse afónico.
En un cierto momento de la velada, me he ido al baño con la excusa de retocarme el maquillaje, aunque en realidad esperaba que se materializara ante mí una vía de
escape como por arte de magia, pero al volver me lo he encontrado volando por encima de la barandilla del restaurante. En cuestión de segundos, se ha desatado el caos
y he tardado al menos diez minutos en poder acercarme a Cole para preguntarle qué había pasado.
—No debería haber aceptado la invitación para cenar. Mi madre es una insulsa, tendría que haberme imaginado que la gente con la que se junta es como ella. Seguro
que se muere de ganas de decirme que tenía razón con lo de Cole.
—Pero no la tiene, Cole no ha hecho nada malo. Joder, cualquiera habría hecho lo mismo en su lugar. Travis sí, eso seguro.
Beth me fulmina con la mirada como si sugerir que Cole se ha equivocado fuera un pecado mortal. Últimamente se ha convertido en su mayor defensora, lo cual
resulta bastante curioso. A veces creo que intenta resarcirlo por la forma en que Travis lo trata, como si estuviera en su mano compensar el hecho de que a veces su
novio lo apalearía de buena gana y se quedaría tan ancho. Está tan en sincronía con la vida de mi hermano que resulta entrañable.
—Ya lo sé, ¿vale? No le estoy echando la culpa, pero es que no sabes el miedo que me da su predisposición a ponerse violento. No quiero que se meta en problemas
y acabe echando a perder su vida. Ya ha pasado una vez por el calabozo desde que nos conocemos y...
—Ah, pues qué quieres que te diga, me apetecía ver a alguien partiéndole la cara a Jay. No hay mal que por bien no venga, ¿no?
Megan se nos queda mirando hasta que, de repente, la tensión se evapora y las tres nos echamos a reír. Quizá lo mejor que puedo hacer es dejar de preocuparme y
alegrarme de que Drew no quiera denunciar a Cole, lo cual le ahorrará otra estancia en el calabozo. Hace mucho que me da igual lo que piense mi madre, concretamente
desde que decidió que estar gordo equivalía a ser un ciudadano de segunda. Su opinión sobre Cole no debería importarme lo más mínimo.
¡Ja!
Hace rato que Alex se ha llevado a Cole a tomar el aire y fuera ya se ha hecho de noche. No hemos tenido oportunidad de hablar desde la última conversación y tampoco
sé si está preparado para contarme lo que ha pasado. Por una parte, me asusta pensar que mi madre haya podido meter a alguien tan vil en mi vida, y encima a
propósito, pero por la otra quiero saberlo todo porque así, si algún día me la vuelvo a encontrar, podré decirle que mantenga a sus ligues bien lejos de mí.
Hemos decidido irnos de Nueva York dentro de un par de días; no estamos de humor para hacer turismo y la ruta de los bares ya nos la conocemos. Aún no sabemos
adónde vamos, se supone que será algo espontáneo, pero estoy muy preocupada porque no sé si ahora mismo es lo que Cole y yo necesitamos. Llevamos dos días
moviditos, hemos pasado de no mantener ninguna relación a ir a por todas. La pelea de hoy y la cena con mi madre nos han llenado la cabeza de dudas, a los dos, pero
Cole siente que tiene algo que esconder...
—Me ha dicho que te estaba arrastrando conmigo.
Me incorporo de un salto al oír el sonido de su voz. Estaba tumbada en la cama, esperando a que volviera. Va un poco desaliñado, pero sigue estando guapísimo a
pesar del cansancio. Tiene ojeras, la camiseta arrugada y el pelo alborotado, pero aun así conserva una belleza capaz de romperle el corazón a cualquiera.
Y se dispone a contarme eso que lo tenía tan preocupado.
—¿Qué?
Con un suspiro, se estira a mi lado, me coge de la mano y empieza a trazar círculos en el dorso con el pulgar.
—El muy gilipollas no ha parado de tontear contigo, lo suficiente para que me apeteciera arrancarle la cabeza, pero no quería boicotear lo de tu madre. Él, sin
embargo, ha seguido buscándome las cosquillas, provocándome para que me enfrentara a él. Cuando le he dado el primer puñetazo, me ha mirado con una expresión de
suficiencia en la cara, como si yo estuviera haciendo exactamente lo que él quería.
—Será desgraciado... —murmuro, y de pronto lamento que no se haya hecho daño de verdad.
—Me ha dicho que soy la escoria del planeta, que estoy sentenciado y que acabaría arrastrándote conmigo. Por eso me he asegurado de presentarle a mi puño, así de
simple.
—Estás editando y omitiéndolo casi todo, ¿verdad?
—Veo que ha empezado a salirte humo por las orejas, así que mejor le ahorro lo que estés planeando hacerle, sea lo que sea.
No le falta razón, estoy furiosa. Si algún día me cruzo con él, le haré cosas horribles. Lo pasará tan mal que arrancarle los testículos le parecerá un castigo leve.
Nadie se mete con Cole.
—Quería provocarte, era la munición que necesitaba mi madre. Seguro que a partir de ahora se dedica a hablar mal de ti y a decir que eres un matón violento con
problemas muy serios de autocontrol.
Él se ríe.
—Es una descripción bastante acertada. Me alegro de que tu madre me conozca tan bien.
—Venga ya —protesto, y le doy un cachete en el brazo—. A mí eso me da igual. Yo sé quién eres, te conozco perfectamente, Cole. Lo que piense mi madre, lo que
piense la gente, me da igual.
Cole me acaricia la mejilla y se inclina hacia mí hasta que sus labios rozan los míos.
—Me encanta cuando te pones en plan protector. No sabes cómo me pone.
Sonríe y nuestros labios se funden lentamente. Se me acelera la respiración y le devuelvo el beso, al principio con suavidad, casi con reverencia, pero a medida que
pasan los segundos, el intercambio se vuelve más apasionado. De pronto, mis manos se agarran a su camiseta como si tuvieran vida propia y tiran de él. Cole me pasa
una mano alrededor de la nuca y, con la otra aún sobre mi mejilla, me levanta la cabeza hasta colocarla en el ángulo perfecto. Nos perdemos el uno en el otro y es comosi el estrés desapareciera por momentos. Nos besamos hasta que me hormiguean los labios y me cuesta respirar, pero incluso entonces, cada vez que nos separamos,
enseguida volvemos a refugiarnos en los labios del otro. Es algo mágico, de verdad.
—Increíble —dice con voz ronca mientras me besa en la mandíbula—. Todo es más...
—Más, a secas —lo interrumpo, casi sin aliento.
Y en cuanto pronuncio las palabras en voz alta siento que me invade una convicción a prueba de bomba. Es como si algo hubiera encajado, como la imagen de una
pantalla que mejora al verla en alta definición. Ahora mismo, en este preciso instante, sé que estoy preparada.
Estoy dispuesta a dar el siguiente paso, no solo físicamente sino con todo mi ser. Una parte de mí siempre tendrá miedo a volver a pasar por lo mismo, pero la otra,
que es mucho más importante, está convencida de que Cole es el elegido, el hombre perfecto para mí. Si algún día decide dejarme, el que venga detrás tendrá que estar,
como mínimo, a su misma altura.
Se me dispara el corazón a medida que voy interiorizando esta nueva revelación. Me muero de ganas de decírselo, quiero que sepa que confío plenamente en él y que
por fin puedo entregarme por completo sin miedos ni inseguridades, pero hoy hemos tenido un día bastante cargadito, o sea, que lo último que necesitamos es que yo
suelte la bomba. Además, algo así merece una ocasión especial en la que, a poder ser, estemos solos.
—Eh —me dice, y me da un beso en la mejilla—, ¿en qué estás pensando?
Yo sonrío y me pongo colorada por el tono de mis pensamientos. Con un poco de suerte, no se dará cuenta de por dónde van los tiros.
—En que ahora mismo soy increíblemente feliz, eso es todo.
Cole me atrae hacia su regazo y me abraza.
—Conozco la sensación.
—Creo que este es el momento más violento de toda mi vida —protesto, y cierro los ojos con todas mis fuerzas.
Quizá si intento imaginar que no estoy en una tienda de lencería y que mis amigas no dejan de enseñarme modelitos de ropa interior, a cuál más ligerito, consiga salir
de aquí de una pieza.
—Chitón. Este va a ser uno de los momentos más importantes de tu vida, necesitas el atuendo perfecto —me regaña Beth con un trozo de encaje negro en la mano
que, al parecer, cree que bastará para taparme toda la parte de arriba del cuerpo.
Se equivoca.
—¡Oh, mira este qué mono!
Ahora es Megan la que me muestra un modelito de satén color marfil bastante voluminoso. A primera vista se me antoja más decente, hasta que veo la raja que
recorre la falda de abajo arriba y se pierde en lo desconocido.
Por favor.
¿De verdad hay que vestirse así? No sabía que las mujeres de verdad se ponen este tipo de modelitos cuando van a... ya sabes.
¿Qué sentido tiene si lo primero que van a hacer es quitárselos? ¿Por qué no optar por algo más cómodo, más sencillo?A los chicos no se les dan bien los nudos y los
cierres que suelen llevar estas cosas. O puede que sí.
Quizá Cole sea un experto.
Ay, Dios. Me tapo la cara con las manos y gimoteo desesperada. Esto no es lo que pretendía cuando decidí compartir mis planes con Beth y Megan. Creía que me
soltarían un discursito sentimental y práctico, no que me arrastrarían a una tienda de Victoria’s Secret para someterme a este calvario. Yo no compro lencería fina,
prefiero los modelos blancos más básicos. Esto es otro nivel, como los milagros de la ciencia moderna.
—¿No puedo...? En serio, ¿de verdad es tan importante llevar todo esto?
—Los chicos valoran el esfuerzo, te lo aseguro —replica Beth guiñándome un ojo, y a mí me gustaría desaparecer.
—No me digas esas cosas. Te recuerdo que estás saliendo con mi hermano.
—Pues si quieres que comparta mi experiencia contigo, vas a tener que escucharme. Tienes que curtirte.
—Será mejor que seas tú la que comparta sus experiencias. No quiero volver a oírla —le digo a Megan con gesto suplicante, y ella se pone tan roja que por un
momento tiene la cara y el pelo del mismo color.
—Yo no..., ella tiene más... Es que me cuesta hablar de esto, pero de verdad, tú no te preocupes. Si quieres saltarte lo de la lencería, adelante, pero piensa que te
ayudará a sentirte más segura, ¿sabes? Cuando te desnudas delante de un tío, quieres llevar la ropa interior más bonita posible.
—Vale, creo que ya lo entiendo. Podéis dejar de traumatizarme.
Megan se encoge de hombros y levanta las manos en alto.
Me ayudan a buscar el conjunto más adecuado para la ocasión y luego, con el objetivo ya cumplido, decidimos ir a tomar algo para recuperar energías. Mientras
comemos, el móvil me avisa de que tengo un mensaje.
Cole: «Hoy llegan Lan y los demás a la ciudad. ¿Te importa si esta noche salgo con ellos?».
Se me borra la sonrisa de la cara. Esta noche no tenía por qué ser la elegida, pero sí esperaba que fuera una especie de punto de partida. Quizá un poco de práctica
para crear el ambiente, no sé, pero en cuanto lo pienso me doy cuenta de que estoy siendo increíblemente egoísta. Cole apenas ve a sus amigos y a mí no debería
suponerme un problema porque no lo es.
Yo: «Pues claro que no. Ya haré algo con las chicas. Spa y tiendas, por ejemplo».
Cole: «Vale, cariño. Te quiero. Échame de menos».
Me invade la sensación de calidez propia de cuando estoy con él. Me ayuda a convencerme de que estoy haciendo lo correcto. De pronto es como si las bolsas de
lencería no me pesaran nada. De hecho, estoy emocionada, nerviosa pero encantada de la vida, todo al mismo tiempo.
Yo: «Te quiero. Y siempre te echo de menos».
—Contadme todo lo que sepáis sobre picardías y saltos de cama.

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