Mi lema es «Haz el amor, no la guerra»

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Mis Converse se detienen en seco y yo intento recobrar el aliento. Apoyo las manos en las rodillas hasta que consigo controlar los jadeos y luego me incorporo. Miro a
mi alrededor y descubro aliviada que nadie me ha visto correr como una loca para llegar hasta aquí. Me arreglo el pelo, que el viento me ha alborotado, mientras mis ojos
lo buscan sin descanso. Como siempre, sé que Cole está aquí, pero me costará encontrarlo porque las clases acaban de terminar y hay mucha gente.
Es entonces cuando lo oigo.
Una risita estridente, la misma que suele darse cada vez que alguien sobetea a mi novio. Me cuadro y salgo disparada hacia la fuente del chillido y, efectivamente, me
encuentro a una chica de aspecto exótico intentando encaramarse a Cole como si fuera un mono araña. No me sorprende. La universidad está llena de chicas exóticas que
intentan colarse en los pantalones de mi novio, es algo que he aprendido a aceptar con resignación en estos dos meses que llevo en Brown. Cole siempre intenta esquivar
las zarpas de esas arpías, lo cual me deja más tranquila. Me sabe mal por él, de verdad, porque siempre tiene que frenarlas para que no se le echen encima. Lo que para
muchos hombres sería el cielo, para él es un infierno.
Decidida a ahorrarle el sufrimiento, me abro paso entre la multitud y me detengo a su lado justo cuando su nueva fan levanta una mano y le acaricia el brazo. Tiene la
típica pinta de robanovios, una subespecie cuya existencia he tenido la desgracia de descubrir en estos últimos dos meses. Es alta y fornida como una amazona y tiene la
piel bronceada. Su pelo es largo y negro, y lo lleva recogido en una de esas trenzas de medio lado tan monas que yo soy incapaz de copiar sin que parezca que vengo de
la guardería. Por si fuera poco, va impecablemente vestida a pesar del frío, con unos vaqueros ajustados, un jersey blanco que marca hasta la última curva de su cuerpo y
un cinturón que enfatiza las dimensiones ridículas de su cintura.
Me detengo un momento a analizar mi propia indumentaria, que he escogido esta mañana cinco minutos antes de salir corriendo por la puerta: suéter ancho, vaqueros
manchados de café, botas gastadas y una bufanda que por poco no se me traga. Salta a la vista que no juego en la misma división que la señorita Glamurosa, pero esa no
es la cuestión. Me acerco a ellos con una sonrisa de oreja a oreja y le paso un brazo por la espalda a Cole. Él no reacciona, no se asusta ni se aparta; de hecho, siento que
se relaja al sentir el contacto y eso me parece maravilloso.
Asomo la cabeza para dedicarle una sonrisa a la nueva admiradora de mi novio, cuyas cejas, perfectamente depiladas, amenazan con desaparecer debajo de la línea del
pelo.
—Hola, soy Tessa, la novia de Cole. Hace tres días que no lo veo, ¿te importa que me lo lleve?
La chica se me queda mirando y siento que una risa silenciosa sacude el cuerpo de Cole. Me están empezando a doler las mejillas de tanto sonreír, pero es parte del
juego. No puedes dejar que te intimiden porque, si lo consiguen, luego se sienten con el derecho de meter un sujetador disimuladamente en el coche de tu novio.
Me ha pasado.
Y no me va a volver a pasar. Aquella talla ciento veinte me ha dejado traumatizada.
La chica se toma su tiempo antes de aceptar que la presa tiene dueña, pero tampoco deja que se le note. Sacude lentamente la cabeza y me regala una sonrisa tan falsa
como la mía.
—Por supuesto. Me llamo Allison, soy compañera de Cole en la clase de psicología. Estábamos decidiendo cómo quedábamos luego para hacer un trabajo.
Se me pone la piel de gallina cuando oigo cómo dice la palabra «quedar». Le ha añadido una connotación claramente sexual y lo ha hecho a propósito, porque así es
como actúan ellas.
—Genial, ¿y ya estáis?
Ella se ríe con una carcajada hueca que resulta bastante inquietante.
—Ah, no, justo empezábamos, pero podemos follar, ups, quería decir quedar en otro momento. Encantada de conocerte, Teresa.
Por un momento sus labios intentan dibujar otra sonrisa condescendiente, pero al parecer esta vez no le apetece ni hacer el esfuerzo. Me pega una repasada y luego
vuelve a tocarle el brazo a Cole.
—Nos vemos luego, guapo.
Y, sin más, se marcha contoneándose como si le fuera la vida en ello.
Obviamente, cuando Cole se da la vuelta estoy que echo humo.
—Que sepas que no la soporto y que me siento violento cada vez que la tengo cerca —me dice levantando las manos en alto.
Entorno los ojos e intento detectar una mentira en sus hipnóticos ojos azules, pero no encuentro nada. Sé que está siendo sincero, como siempre.
Además, estos días lo he echado tanto de menos que tampoco puedo enfadarme con él. El viernes fui a casa de visita y no pude verlo porque tenía entreno. Se ofreció
a bajar a Farrow Hills para vernos, aprovechando que solo hay un par de horas en coche, pero sabía que hoy tenía un examen importante y que necesitaba estudiar. Eso
no quiere decir que no me haya pasado todo el fin de semana esperando que apareciera en cualquier momento. Ahora que lo tengo aquí, con su rostro cincelado, el pelo
perfectamente despeinado, los labios generosos y esos ojos que me traen de cabeza, me doy cuenta de que es como vivir con un súcubo a tu lado.
Y él no tiene la culpa de ser maravilloso.
Me abalanzo sobre él con una sonrisa en los labios y le paso los brazos alrededor del cuello. Me atrae hacia su pecho, entierra la cara en mi cuello y respira hondo.
Siempre dice que le encanta mi olor, así que estoy acostumbrada a que me huela cuando le apetece; yo suelo hacer lo mismo con él. Sus brazos se cierran alrededor de mi
cintura y yo apoyo la cabeza contra su pecho, justo encima del corazón, que late a un ritmo endemoniado. A los dos nos da igual estar rodeados de gente, porque
cuando estamos juntos es como si el mundo desapareciera.
Cole se aparta y me besa lentamente, recreándose, como suele hacerlo cuando quiere disfrutar del momento. Yo me pongo de puntillas y aprieto con fuerza mis labios
contra los suyos para que sepa lo mucho que le he echado de menos. Solo nos detenemos cuando la gente empieza a silbar y a animarnos. Avergonzada como siempre,
escondo la cara contra el pecho de Cole, que retumba de la risa debajo de mi mejilla.
—Supongo que cambiarás de compañera en breve, ¿no? —pregunto mientras jugueteo con el dobladillo de su jersey.
—Ya se lo he pedido al tutor. Esa chica es un caso de acoso sexual con patas.
—Ay, pobrecito Cole, con lo duro que debe de ser tener a todas esas universitarias besando el suelo que pisas.
Sé que mis palabras le han molestado porque todo su cuerpo se tensa. Me coge de los hombros, me arranca de su pecho y me obliga a mirarle a los ojos.
—Tú sabes que solo tengo ojos para ti, ¿verdad? Esas chicas me dan igual, todas.
Suspiro aliviada, aunque no puedo evitar sentirme un poco estúpida por proyectar mis sentimientos en él. Nunca ha hecho nada que contradiga sus palabras y, si sigo
así, cualquier día de estos acabará cansándose de mis inseguridades.
Pero de momento ese día no es hoy.
—Lo sé y lo siento. ¿Podemos empezar de cero?
Me pasa el brazo alrededor de los hombros y echa a andar. Hoy ya no tiene más clases y yo no tengo que volver hasta la tarde, así que vamos a su apartamento
porque, la verdad, tenemos que ponernos al día.
¡No, de esa forma no!Cuando Cole me dijo que vendría a Brown conmigo, hace ya unos cuantos meses, sentí muchas cosas distintas, sobre todo miedo porque por aquel entonces nuestra
relación no pasaba por su mejor momento y no sabía qué pasaría si lo tenía cerca a todas horas. Más adelante, cuando volvimos, todavía tenía miedo, pero esta vez por
un motivo distinto. No quería que nos convirtiéramos en una de esas parejas de instituto que se distancian en la universidad, que se transforman en otras personas y
esperan cosas opuestas de la vida. Sin embargo, esta nueva preocupación trajo consigo una sensación de paz porque sabía que la distancia no sería un problema para
nosotros. Estaríamos juntos, maduraríamos y creceríamos como personas, y no habría necesidad de separarse. Esa sensación de paz acabó imponiéndose y consiguió
dominar mi miedo.
Ahora vivo al día y, la verdad, estamos genial. Cole se ha buscado un apartamento y yo vivo en la residencia de estudiantes. Los dos compartimos piso y habitación
respectivamente, y sabemos que no es buena idea pasar todo el día juntos. Cada vez que pienso que a mis padres les daba miedo que estuviéramos demasiado «unidos»,
me entra la risa. Está claro que no tienen ni idea del espacio que hay en una residencia de estudiantes o en el piso que un chaval de dieciocho años puede pagarse con sus
ahorros. Por si fuera poco, estamos tan ocupados que no tenemos más remedio que ser creativos con respecto al tiempo que pasamos juntos y el lugar.
Está bien tener tiempo para uno mismo y conocer gente nueva, pero al mismo tiempo es horrible.
Algo que he descubierto sobre mí misma es que se me da fatal estar con gente a la que no conozco, aunque en realidad siempre ha sido así. Desde que estoy en la
universidad, todo me resulta tan nuevo, tan desconocido, que mi torpeza social ha alcanzado niveles hasta ahora desconocidos. Apenas he hecho amigos ni he conocido
a gente nueva en general, a excepción de Sarah, mi compañera de habitación. Eso significa que Cole es mi único nexo de unión con el mundo y conmigo misma; soy
perfectamente consciente de cuánto lo necesito y sé que no es bueno.
Pero es que, cuando estoy con él, siento que no necesito a nadie más.
—¿Cómo fue la mudanza?
Cole abre la puerta del apartamento que comparte con un tipo muy majo que se llama Eric y que también estudia en Brown, aunque va a tercero. Entre semana, casi
siempre está en casa de su novia y los fines de semana es ella la que viene aquí. Con el paso de las semanas, he ido cogiéndole cariño y ya no me muero de vergüenza
cada vez que Cole y yo salimos de su habitación después de enrollarnos.
—No había muchas cosas que mover, el piso es como una caja de zapatos.
Tiro el bolso encima del sofá y me pongo cómoda, con las rodillas contra el pecho. Cole se escurre detrás de mí y me atrae hacia su pecho.
—Pero ¿Beth va a vender la casa igualmente?
—Eso parece, y tiene el apoyo incondicional de Travis. Mi hermano podría haber encontrado un sitio mejor para los dos, pero ella quería pagar el alquiler a medias,
así que se han decantado por algo más pequeño.
Se lo cuento todo sobre el piso que mi hermano comparte con mi mejor amiga; que, por ejemplo, el lavabo, el comedor y el dormitorio ocupan un mismo espacio,
pero separados por cortinas. Travis y Beth decidieron irse a vivir juntos poco después de que nos marcháramos a la universidad y, tras mucho buscar, por fin
encontraron algo del gusto de ambos. Sí, no están acostumbrados a vivir en un espacio tan pequeño, pero este fin de semana, viéndolos juntos, casi se me saltan las
lágrimas. Travis ha tenido muchos problemas por culpa del alcohol. Durante bastante tiempo dejó de ser el tío genial que es en realidad y necesitó la ayuda de su familia
y encontrar a una chica que le rompiera los esquemas para darse cuenta de que podía ser mucho más que sus debilidades. Beth también ha pasado por la trágica pérdida
de su madre, con la que además tenía una relación difícil. Eran dos personas rotas que, al encontrarse el uno al otro, se han encontrado también a sí mismos.
Un poco como Cole y yo.
A nosotros también nos va bien, a pesar de todas las dificultades. Sí, nuestros horarios no coinciden; sí, él ya tiene un grupo nuevo de amigos; y sí, yo sigo
prefiriendo la soledad a las fiestas de las fraternidades, pero, eh, de momento ahí estamos.
Nos quedamos un rato en el sofá y aprovecho para contarle la conversación que he tenido por Skype con Megan. Estamos planeando algo gordo para las vacaciones
de invierno, una salida para esquiar, y las estoy pasando canutas para sincronizar los horarios de todo el mundo. Cole escucha mis quejas con la paciencia de un santo y
luego se ofrece a acompañarme al trabajo porque, por lo visto, ya se está haciendo de noche.
Trabajo en una librería infantil, sobre todo sábados y domingos y un par de días entre semana antes de clase, y es precisamente por eso, por mis horarios, por lo que
en cuestión de minutos nos enzarzamos en una discusión que no es la primera vez que tenemos. Estamos caminando por la calle cogidos de la mano cuando, de pronto,
me hace la pregunta cuya respuesta ya conoce.
—Unos cuantos tíos del equipo van a celebrar una fiesta este fin de semana.
—Cole...
—Ya lo sé, no quieres ir, pero es que odio ir sin ti.
A una parte de mí le gustaría saber por qué no puede perderse ni una sola fiesta, cuando los dos sabemos que las odia; pero la otra, que es más racional, sabe que
forma parte de un equipo, de fútbol americano para más señas, y que eso significa que tiene que ir, lo quiera o no. A las primeras sí que fui con él, a principios de
semestre, y no tardé en darme cuenta de que jamás encajaría entre esa gente. Me pasaba casi todo el rato confundiéndome con el decorado, lejos de miradas críticas y de
expresiones de incredulidad cada vez que alguien se enteraba de que salgo con Cole Stone. Así pues, después de la quinta, me planté y no he vuelto a hacer acto de
presencia. Me gusta creer que Cole lo entiende, pero en ocasiones como esta me hace pensar que le gustaría que fuera otra persona.
—Trabajo los fines de semana y encima tengo que estudiar, ya lo sabes, Cole —replico, visiblemente frustrada.
—Sí, sí —dice él con un suspiro—, ya lo sé.
Me da un beso en la frente, apretando con fuerza, y luego me sujeta la cara con ambas manos y me mira fijamente a los ojos. No tengo ni idea de en qué está
pensando y, antes de que pueda preguntárselo, se dirige hacia su coche y se aleja a todo gas.
No sé por qué, pero ahora mismo me apetece echarme a llorar.
Cuando vuelvo a la residencia, por suerte Sarah no está. La adoro, a pesar de sus excentricidades, pero ahora mismo me apetece estar sola y sentirme miserable.
O quizá me vendría bien un poco de compañía.
Como si tuvieran vida propia, mis dedos marcan el número de Beth, que lo coge al segundo tono.
—Recuérdame por qué le dije que no a tu hermano cuando me ofreció un apartamento de tres habitaciones grande como un palacio en la mejor parte de la ciudad.
Se me escapa la risa, a pesar de que no estoy de humor.
—Porque querías demostrarte a ti misma que eres una mujer fuerte e independiente.
Beth suspira.
—¿Por qué no puedo ser una mujer fuerte e independiente en un apartamento más grande? Este me provoca claustrofobia.
Me vuelvo a reír porque sé que no lo dice en serio. Le encanta su piso, le encanta saber que paga su parte ella sola y le encanta compartirlo con Travis.
—En fin, ¿qué tal todo? ¿Problemas en el paraíso?
—Algo así.
Le explico que me siento como si siempre estuviera decepcionando a Cole. Le cuento la conversación que hemos tenido hoy y su reacción justo antes de marcharse.
Ella me escucha pacientemente, incluso cuando le hablo de Allison la Exótica. Al final del monólogo, se le escapa una carcajada y luego empieza a atacar mis dudas una a
una.
—¿Recuerdas que ayer me estaba riendo de los polos de tu hermano?
Frunzo las cejas y la observo fijamente.
—Lo recuerdo, pero ¿eso qué tiene que ver?—Bueno, me dices que sois demasiado distintos, que no eres suficiente para él, y a mí me parece que es lo mismo que cuando yo me enciendo hablando de los polos
de Travis. Yo tampoco pensé que saldría con un chico que se pusiera polos para ir al club de campo y mírame, pero eso no significa que esté dispuesta a ponerme un
vestido amarillo y a beber martinis con el grupito de esposas zombis de barrio bueno, ¿sabes?
—Creo que te entiendo.
—Da igual que no tengáis los mismos intereses o el mismo círculo social mientras el sentimiento siga ahí; esa sensación que te dice que, cuando estáis juntos, el
mundo no puede ser un sitio mejor.
Asiento, satisfecha; esa sensación la tengo a todas horas.
—Entonces ¿no pasa nada si no puedo ser la típica novia fiestera que se encarama a las barras de los bares?
—Claro que pasa, que Cole no esperará eso de ti, del mismo modo que tú no esperas que se pase el día escuchando el último de Adele y llenándose los carrillos de
Nutella.
—¡Eh! Que no hago solo eso.
—Lo que intento decirte es que sois distintos y que esas diferencias serán más visibles ahora que estáis en la universidad. No dejes que te afecte. Se enamoró de ti por
ser quien eres, no por ser quien a él le gustaría que fueras.
Sus palabras son extrañamente profundas y producen un efecto calmante en mí. Beth tiene razón, cómo no la va a tener. Tengo que dejar de preocuparme porque sé
que Cole siempre me ha entendido mejor que nadie.
—Bethany Audrey Romano, ¿qué haría yo sin ti?
—Seguramente morirte. Es alucinante la capacidad que tengo para devolveros las ganas de vivir a los hermanos O’Connell, y encima con una sola mano.
Juraría que no le falta razón.
Esa misma noche, cuando me acuesto en la cama de Cole, me alegro de que esté profundamente dormido. Si supiera que he venido andando, sola y casi a la una de la
madrugada, se pondría hecho un basilisco. Ya tendrá tiempo de sobra mañana. Sabía que no tenía sentido intentar hacer deberes tumbada en la cama, cuando lo que en
realidad me apetecía era borrar el dolor que he visto esta tarde en la cara de Cole.
Está tumbado boca arriba, con la manta a la altura de la cadera, lo cual deja al descubierto su impresionante torso. Me quito la sudadera que llevo encima del pijama,
me meto en la cama y me acurruco contra él.
Es tan adorable que, incluso estando dormido, me aprieta contra él y yo le doy un beso en los labios. Momentos como este son los que me aseguran que todo irá bien.
—Sabes que me voy a enfadar porque no me has llamado para que te fuera a buscar, ¿verdad?
¿Cómo no voy a querer pasar cada segundo de mi vida con este chico?
Me aprieto contra él en busca de su calor, lo beso en la mejilla y le murmuro al oído con voz adormilada:
—¿Qué te parece si de momento nos abrazamos y discutimos más tarde?
Me aprieta contra su pecho y enreda las piernas en las mías.
—Buena idea, bizcochito. Mi lema es «Haz el amor, no la guerra».
Para que el concepto quede aún más claro, se coloca encima de mí aguantando el peso sobre los codos y arquea las cejas. A mí se me escapa la risa.
—Estoy segura de que ese no era el sentido original.
—No es más que una cuestión de interpretación.
—Bueno, mañana tengo clase a las ocho y me gustaría dormir un poco, así que creo que esta noche yo paso.
Cole se hace el ofendido, pero enseguida se tumba otra vez en la cama, me atrae hacia su pecho y tira de las mantas hacia arriba.
Ah, qué placer.

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