Mi existencia: una sucesión de los clichés más crueles de la vida

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Mis ojos se posan en las superficies brillantes del ático y me digo para mis adentros que este no va a ser el clásico viaje iniciático. Deberíamos alojarnos en moteles
sórdidos, conducir durante días y sobrevivir a base de comida de restaurante de carretera. Es lo que yo habría preferido, pero en lugar de eso me veo en este apartamento
que ocupa toda la planta quince de uno de los edificios más impresionantes del Upper West Side. Tampoco es de extrañar que mis amigos y yo vayamos a pasar un par
de días aquí, teniendo en cuenta que fue mi padre quien insistió en ocuparse de los preparativos. Con un poco de suerte, la próxima parada será en un sitio menos lujoso
que este.
—¿De quién dijiste que era esto? —pregunta Cole mientras mira a su alrededor.
—Sea quien sea, pienso mandarle unas flores de agradecimiento. ¿Habéis visto el tamaño del jacuzzi?
Beth sale del dormitorio que vamos a compartir las dos, sonriendo como una idiota. Lleva intentando acorralarme a solas desde que Cole y yo hemos llegado, más o
menos una hora después que ellos porque hemos preferido dar un paseo por la ciudad antes de volver al apartamento.
—Es de un amigo de mi padre que está de viaje por Europa con su familia.
Contesto la pregunta de Cole y luego miro a Beth de reojo porque no para de echarme miraditas. Quizá es porque tengo a Cole muy cerca y aún no he salido
corriendo.
—Tío, ¿has visto...? —pregunta Alex, que acaba de salir de la habitación que compartirán Megan y él, pero Cole no le deja acabar la frase.
—¿El jacuzzi? Ya lo he oído.
Me pregunto por qué se emocionan tanto por una bañera venida a más, sobre todo teniendo en cuenta que es verano. La idea es llenarla de agua caliente, ergo está
pensada para los meses fríos. Si no los conociera como los conozco...
—Podríamos probarlo esta noche. No te preocupes, Tessa, te he metido el biquini en la maleta —me dice Beth con una sonrisa, antes de desaparecer otra vez en la
habitación.
Por suerte para todos, no salgo corriendo detrás de ella con un cuchillo de carnicero en la mano, a pesar de que Cole está a punto de atragantarse al oír la palabra
«biquini». Es tan evidente lo que intenta hacer que no podría superarlo ni aunque apareciera con dos alianzas en la mano. Tengo que hablar con ella, me digo mientras la
sigo con la mirada.
—Bueno, chicos —pregunto con entusiasmo, juntando las manos y girándome hacia Cole, que parece que ya se ha calmado un poco—, ¿qué os apetece hacer
primero?
Empiezo a recitar una lista de posibles planes, pero a todos les apetece darse una ducha, cenar y luego salir. Secundo el plan y me retiro a mi habitación. Beth está
hablando por teléfono con Travis, completamente perdida en su mundo. Pensar en mi hermano me resulta confuso, sobre todo después de lo que me ha dicho Cole en el
coche. No sé si debería enfadarme con él por ocultarme algo tan importante o estarle agradecida por haberle salvado la vida. En cualquier caso, tengo que hablar con él
cuanto antes.
La ducha me ayuda a ver mis propios sentimientos en perspectiva. El viaje en coche nos ha servido para progresar y aclarar muchos malentendidos, pero seguimos
siendo frágiles como pareja. A veces, cuando la gente más importante de tu vida te ha apuñalado por la espalda, poder confiar en alguien es toda una novedad. Sé que
tengo que aprender a pasar página y aceptar que Cole cometió un error. No sé si pasó algo con Erica o no, pero el que se vio involucrado en una posición comprometida
fue él y sé que lo siente. He sido muy cruel con él y he intentado resistirme a lo que compartimos, pero a veces no basta con intentarlo.
Las chicas y yo nos ayudamos a elegir modelito las unas a las otras. Pronto se hará de noche y todos quieren encontrar una discoteca en la que el portero se trague
que tengo veintiún años. No sé por qué, pero algo me dice que tenemos más posibilidades de encontrarnos a Ryan Gosling paseándose semidesnudo por la calle. Claro
que, quién sabe, en esta ciudad todo es posible.
Eso explica por qué Megan y Beth insisten en que me meta dentro de un pañuelo, que es lo que parece el vestido que han elegido para mí. Les gusta referirse a él
como «el típico vestidito negro», algo con lo que no puedo estar más en desacuerdo. Claro que si tengo que vestirme como una prostituta para que mis amigos por fin
puedan pasárselo bien, que así sea. Durante el último mes y medio, me he comportado como una bomba de relojería, siempre deprimida y sensiblera. Ahora, en cambio,
tengo la piel brillante, pulida y depilada. Mis piernas y el autobronceador se hacen inseparables de nuestro nuevo mejor amigo: el iluminador. Beth me maquilla fiel a su
propio estilo, con la raya muy marcada y mucha sombra de ojos. Llevo el pelo suelto y ondulado en grandes mechones que me caen sobre los hombros. Por fin consigo
embutir los pies en un par de zapatos de Beth, negros y puntiagudos, y me dedico a tambalearme por la habitación.
De pie frente al espejo, tengo que reconocer el esfuerzo que han hecho conmigo. Sé que suena a tópico, pero me cuesta reconocer a la chica que me mira desde el
espejo. Está... distinta, más guapa. Quizá estoy siendo vanidosa, pero me gusta mi aspecto después de pasar por chapa y pintura. Hay un tipo de confianza que solo se
consigue gracias a la apariencia. Nunca me he sentido especialmente cómoda en mi propia piel, pero gracias a este cambio me siento como alguien con quien Cole querría
estar durante mucho tiempo.
Alguien que no se deja amedrentar por arpías como Erica.
Sé que suena muy superficial, pero, venga, que entre Tessa la Diva. Si lo parezco, es mejor que actúe como tal.
—¿Qué? ¿Cuál es el veredicto? —pregunta Beth mientras intenta atarse las botas militares.
Ha elegido para la ocasión un mono negro y brillante, y lo lleva con una seguridad que me es totalmente ajena. De pronto, me ve la cara y sus peores temores dan
paso a una sonrisa de alivio y satisfacción. Sabe que lo ha conseguido: me ha devuelto parte de la confianza en mí misma, que es lo que necesito si quiero salir de fiesta
con Cole. Quién iba a decir que el tópico también es válido para mí: dale a una chica los zapatos adecuados y conquistará el mundo. Ahora que lo pienso, a veces es
como si mi existencia fuera una sucesión de los clichés más crueles de la vida, si se me permite la aliteración...
—Cole no sabe lo que se le viene encima —interviene Megan con una sonrisa traviesa en los labios mientras se ondula el pelo.
Se lo ha pensado mejor y vuelve a formar parte del grupo de animadoras de Cole. Creo que Alex ha tenido mucho que ver, pero lo que es evidente es que está mucho
más comprensiva, algo que necesito ahora mismo como agua de mayo.
Salimos de la habitación y nos encontramos aAlex, que se queda embobado mirándonos. Repasa nuestros atuendos, a cuál más espectacular, y por un momento temo
que se le desencaje la mandíbula, pero cuando sus ojos se posan en Megan, las tres sabemos que de ahí no se van a mover más. Está alucinante con su vestido ajustado
color púrpura, así que a Alex lo podemos dar por perdido. Miro a mi alrededor en busca de Cole y me llevo una decepción horrible cuando veo una nota pegada en la
puerta de la nevera. Es su letra y, cuando me acerco, el papelito amarillo, insultante ya de por sí, me dice que Cole se reunirá con nosotros directamente en la discoteca.
Al parecer, ha quedado con unos amigos que son más importantes que nosotros.
Intento ignorar la decepción y me río del anticlímax con el que me acabo de dar de bruces, después de lo mucho que me he esforzado para hacerle perder la cabeza a
mi novio. Ahora que lo pienso, seguro que alguna feminista ilustre se está revolviendo en su tumba. ¿Arreglarse para un hombre? ¿En qué década estamos, en la de
1950?
Sin dejar de reírme entre dientes, me giro hacia Beth, que no para de morderse el labio por encima de mi hombro.
—Y qué, ¿os apetece pillar una buena esta noche o no?Acabamos en una discoteca que se llama Nova, en la que trabaja un primo de Alex. Nos viene de perlas porque así evitamos hacer cola y nadie nos pide el carnet.
Dentro, todo es como cabe esperar en cualquier discoteca. Salta a la vista que ya no estamos en un pueblo pequeño. Las chicas y yo nos sentamos en la zona de bar, con
vistas sobre la pista de baile, y pedimos unas copas. Dejo que decida Beth; mi experiencia con el alcohol se reduce al vino y a alguna que otra cerveza barata. Si quisiera,
Beth podría envenenarme y yo no me enteraría de nada. De pronto, me apetece un poco de tequila, o quizá vodka. El whisky también parece una buena opción, aunque
el que siempre me ha intrigado es el escocés. Estoy distraída y eso hace que me sienta incómoda. Quiero dejarme llevar por la música, bailar con mis amigas,
emborracharme y despertarme al día siguiente con resaca, pero no puedo. Mis ojos no se apartan de la entrada.
¿Dónde se ha metido?
¿No se suponía que íbamos a aprovechar estos días para pasar página y unirnos más, para dejar atrás los problemas? ¿Adónde ha ido y qué es tan importante como
para dejarme plantada de esta manera?
Le pego un lingotazo al líquido amargo de mi copa como si lo hubiera hecho toda la vida, cojo a mis amigas de la mano y las arrastro hacia la pista de baile. La música
suena a toda pastilla, retumba por todo mi cuerpo y anula cualquier rastro de dolor o de recelo. Me encanta la canción que está sonando, así que me dejo llevar hasta que
es mi cuerpo el que toma el control. Nos reímos y movemos las caderas fingiéndonos mujeres fatales, pero al final se nos escapa la risa y la gente nos mira de reojo. Al
cabo de un rato aparece Alex, y Megan y él se pierden entre la multitud. Beth y yo nos escapamos un momento al lavabo a refrescarnos y, cuando volvemos, ella insiste
en llamar a mi hermano, a pesar de que está borracha y yo se lo desaconsejo. Travis no es tonto, sabe que no estamos pintándonos las uñas ni haciéndonos trencitas en
el pelo, pero tampoco creo que le guste ser testigo directo de cómo su hermanita y su novia están... digamos que bastante ocupadas cogiendo una turca de campeonato.
Al final me doy por vencida, encojo los hombros y vuelvo a la pista de baile. Ya me ocuparé de Travis mañana, pero ahora está sonando una de Beyoncé y sería un
delito no bailarla. En cuestión de minutos, me pierdo en mi propio mundo, cierro los ojos y expulso el recuerdo del chico de pelo oscuro al recoveco más oscuro de mi
cerebro. Siento el calor constante de los cuerpos que me rodean, desconocidos que bailan unos con otros, pero sin cruzar la fina línea que delimita la etiqueta propia de
las discotecas. De pronto, siento que unas manos fuertes me sujetan por la cintura y tiran de mí, para acto seguido balancear la cadera conmigo al ritmo de la música. En
mi estado actual, no me molesta. Las manos del desconocido no se desvían ni una sola vez, se limitan a sujetarme con cuidado, sin intentar frotarse contra mí ni nada
parecido. Nos limitamos a mover la cadera al unísono en una suerte de baile de lo más inocente.
En ningún momento siento la necesidad de verle la cara, así puedo imaginármelo como yo quiera. Además, es agradable saberse importante, sentir que alguien te
presta ese tipo de atención y te regala su cercanía.
—Quítale las manos de encima a mi novia.
La advertencia, pronunciada con voz grave y amenazante, me obliga a abrir los ojos y disipar la agradable neblina en la que estoy sumida. Tengo la piel de gallina y el
vello de la nuca de punta. Está aquí. Dios, ha venido y está cabreado. Me ha hecho esperarle durante horas y ahora, de repente, cuando estoy sudada, con el maquillaje
medio derretido y las piernas agarrotadas de bailar montada en estos tacones, tiene las santas narices de aparecer de la nada y enfadarse.
—Pero ¿a ti qué te pasa? —le espeta el chico rubio y desmelenado con el que estaba bailando.
Exacto, eso es lo que me gustaría saber a mí, pienso para mis adentros, y me giro hacia Cole, que nos observa con aspecto amenazante, vestido con unos vaqueros y
una camiseta gris que no podría quedarle mejor.
—Eso, ¿a ti qué te pasa?
Enfatizo mis palabras clavándole el dedo índice en el pecho, pero él ignora mi pregunta y me mira con los ojos entornados. Luego se dirige hacia mi nuevo amigo con
actitud un tanto amenazadora y lo fulmina con una mirada capaz de hacer llorar a cualquiera. A cualquiera que no esté tan borracho como mi amigo, claro está.
—Me pasa que le estás metiendo mano a mi novia y, si no te apartas ahora mismo de ella, tú y yo tendremos problemas.
El pobre chico abre los ojos como platos y mira fijamente a Cole, que es más alto y más corpulento que él. Se nota que está nervioso, lo sé por el movimiento de la
nuez cada vez que traga saliva. Me mira y supongo que llega a la conclusión de que no valgo la pena, al menos no tanto como para acabar en el hospital, porque de
pronto da media vuelta y se aleja tan deprisa que no puedo evitar sentirme ofendida.
Y cabreada.
Pero ¿quién se ha creído que es? ¿Cómo se atreve a ir de machito alfa conmigo cuando es él quien me ha hecho daño a mí? Otra vez.
—¡No hacía falta que fueras tan borde!
Lo fulmino con la mirada; él resopla y se le tensa la mandíbula. Hay algo raro en él, la actitud, quizá, como si hubiera estado bebiendo. No está borracho, pero no le
falta mucho. Está un poco atontado y siente las emociones con más intensidad, pero es perfectamente consciente de todo lo que lo rodea.
—¿Qué? —Me mira con el ceño fruncido—. ¿Es que he interrumpido algo? Estaba ahí sentado, mirando cómo te manoseaba ese cabrón. Y le he dejado hacer. No me
he metido porque he pensado que es lo que me merezco. Me merezco ver a otro tío toqueteándote, pero eso no quiere decir que tenga intención de permitirlo.
La gente nos mira, puedo sentir el peso de sus miradas, pero a estas alturas ya me da igual. Hacía mucho tiempo que Cole no se mostraba tan intenso, tan sincero
conmigo. Está tan ocupado tratándome como si fuera de porcelana china que ya no se acuerda de que también me gusta esa parte de él, la más vulnerable, la más directa
y brutal.
—No te lo mereces —le digo suavemente—. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has dejado actuar como si ese chico con el que estaba bailando fueras tú? Porque es
lo que quería yo, estar aquí contigo. No con él, contigo.
Se le ponen los ojos vidriosos y, de pronto, es como si se le incendiara la mirada. Me pongo en guardia. Él me coge de la muñeca y me arrastra lejos de la multitud.
Veo las miradas preocupadas de nuestros amigos e intento sonreír para tranquilizarlos. No le tengo miedo a Cole, nunca me siento más segura que cuando estoy con él.
Se nota que está desesperado por encontrar un sitio en el que estemos a solas, así que cuando por fin encuentra un pasillo vacío y me empuja contra la pared, estoy
más que preparada. Se inclina sobre mí y aprieta la frente contra la mía.
—Me vuelves loco —susurra.
—Lo mismo digo.
En su boca se dibuja una sonrisa.
—Te diría que siento haberme comportado como un gilipollas, pero no lo voy a hacer.
—Y yo debería estar cabreada contigo por ser tan cromañón, pero no lo estoy.
—Te has puesto como una moto, ¿verdad?
Sonríe y me sorprendo de lo rápido que volvemos a comportarnos como antes. Las preguntas siguen ahí, en algún lugar de mi mente, pero ahora sé que todo tiene una
explicación lógica. Ya no dudo de él como lo habría hecho antes; el mundo no se desmorona a mi alrededor. Somos solo... nosotros dos.
—¡Pero qué dices! —protesto entre risas y le doy un tortazo en el hombro.
—Te he puesto a mil, ¿verdad? —insiste como el engreído que es, encantado de poder hacerme la puñeta.
—Aunque fuera así —respondo con un resoplido, haciéndome la ofendida—, acabas de cargarte el momento.
—Ah, ¿sí? Pues tendremos que ponerle remedio, ¿no?
Se me acelera el pulso al ver que vuelve a tener la misma mirada incendiaria de antes.
—Ay, Dios...
Levanta una mano lentamente y sus dedos dibujan cada línea, cada rasgo de mi cara. Los labios, la nariz, los ojos, la barbilla, hasta ese punto tan sensible que tengo
detrás de la oreja, todo arde bajo la caricia de sus dedos. Se recrea en cada recoveco con algo parecido a veneración.
—No sabes cómo echaba de menos esto —susurra, y mis ojos se cierran sin que yo se lo ordene, mientras un suspiro se me escapa de entre los labios.
—Yo también —suspiro al sentir el tacto de sus nudillos recorriéndome el cuello hasta llegar casi al borde del vestido.
—Me gusta el vestido —me susurra al oído, y ahogo una exclamación de sorpresa al sentir el leve roce de sus dientes sobre la piel de mi cuello—, como al resto detíos de la discoteca. Me los habría cargado a todos —añade, e insiste en volverme loca con sus caricias.
—Esta noche estás especialmente homicida —bromeo y noto que sonríe sobre la curva de mi cuello.
—La culpa es tuya. Por lo visto, te gustaría que acabara en la cárcel —me dice, frotando la nariz contra la mía.
—No... no es verdad.
La verdad es que me acabo de quedar en blanco. ¿Qué culpa tengo yo? Cuando Cole Stone utiliza sus armas como lo está haciendo conmigo, la coherencia o la claridad
mental pueden convertirse en un problema. Me besa por toda la cara y yo pierdo el norte y me dejo guiar por él.
—Tessa —me dice con la voz ronca, y luego me aparta el pelo a un lado y me besa el hombro desnudo.
—¿Hum? —murmuro distraída; cómo me gustaría que hablara menos y se concentrara más en lo que está haciendo.
—¿Te importa que te lleve al apartamento? Porque tenemos que hablar y no sé si puedo... Estoy perdiendo el control por momentos y preferiría no tener que hacer
esto en el pasillo mugriento de una discoteca.
Toma.
¿Y ahora yo qué digo?
Se me ocurren un montón de preguntas. Está claro que hay que hablar de muchas cosas y que él sigue mostrándose un poco esquivo, pero tenemos todo el tiempo del
mundo. Me aparto lo justo para poder asentir una única vez y, de repente, nos entran las prisas por estar solos, para ser Cole y Tessa. No sé si es posible morirse de la
emoción, pero ahora mismo yo lo haría encantada.

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